Nacido en 1767, Benjamin Constant fue un teórico y político liberal francés que, aunque ocupó algunos cargos durante los periodos del Directorio y el Consulado bajo Napoleón, desarrolló su carrera política tras la caída de este, en el periodo de la Restauración (1814-1830). Fue elegido cuatro veces diputado de la Cámara y publicó títulos influyentes como Principios de política aplicables a todos los gobiernos representativos. El racionalismo de su desempeño político no le acompañó en su vida privada, caracterizada por cierto desorden pasional.
AVANCE
El autor de esta biografía, Ángel Rivero, rescata a un personaje hoy bastante olvidado, presentando, como dos caras de la misma moneda, su labor de teórico y su actividad política, a la vez que da el contexto en que Constant se desenvolvió: los años de la Restauración. En ese periodo, tensionado entre los no desaparecidos sueños revolucionarios de unos y el empeño por volver al Antiguo Régimen de otros, Constant defendió una monarquía constitucional que garantizara la libertad individual. Esa defensa de la libertad individual, y de las instituciones representativas que debían garantizarla, constituyó el norte de su actividad política. Destacado representante del liberalismo, quiso educar a los franceses en el credo liberal a través de una intensa actividad como escritor de panfletos, artículos y libros, y como diputado; así como salvaguardar los avances de la Revolución superando sus errores. El autor del libro encuentra la vigencia de Constant y su relevancia en el mundo de hoy en su «compromiso con la moderación y el rechazo de la violencia como principios de acción política; la voluntad férrea de obrar siempre dentro de la ley; y la confianza en la persuasión y el diálogo como instrumentos de reforma de las sociedades».
ARTÍCULO
Precedido del estruendo y la vorágine de la Revolución Francesa, y de su epílogo, los vibrantes años napoleónicos; y seguido de la revolución de 1830, inmortalizada por Delacroix, y del punto de inflexión que fue el año 1848, en el que coinciden el Manifiesto Comunista y la llamada primavera de los pueblos, el periodo de la Restauración en Francia (1814-1830) ha quedado un tanto eclipsado entre esos dos momentos estelares de la humanidad. Es justamente en esos años de la Restauración cuando Benjamin Constant (1767-1830) desarrolló su labor de teórico y político liberal. Por lo que, al interés intrínseco del personaje objeto de esta biografía –también un poco olvidado, o apenas conocido del lector no especialista– se añade el del periodo referido, aunque este solo se trate de pasada o como telón de fondo en el libro. Ese lector no especialista también tendrá una idea de ciertos hechos llamativos, como el entierro del general Lamarque y la revuelta consiguiente, popularizados por Victor Hugo y que tanto juego dan en las versiones musicales o cinematográficas de Los miserables, sucesos ocurridos igualmente después de la muerte de Constant, en 1832.
El caso es que el propio Constant tuvo también un entierro multitudinario el 12 de diciembre de 1830, un entierro de Estado que, al decir del autor del libro, fue el mayor acontecimiento político desde los días de julio de ese año que acabaron con los Borbones, cerraron el periodo de la Restauración e impusieron a un nuevo monarca, Luis Felipe de Orleáns, significativamente llamado el rey ciudadano. En aquella ocasión, el histórico y ya anciano Lafayette calificó a Benjamín Constant como «una de las mentes más amplias y variadas que jamás haya existido», destacó entre sus virtudes «la intuición más certera y la perseverancia en el trabajo» junto con la facultad, propia de la escuela francesa, «de presentar de forma sencilla las ideas abstractas», y afirmó que «el amor a la libertad y la necesidad de servirla dominaban su conducta».
Incluso teniendo en cuenta que las circunstancias eran propicias a la hipérbole, tales elogios no parecen venirle grandes al personaje. Desde luego, el autor de este trabajo comparte esa valoración más que positiva del hoy poco recordado (o «difuminado hasta casi el olvido») Benjamin Constant. Olvido sin duda injusto, pues se trata de «una de las principales figuras del liberalismo político y uno de los fundadores del parlamentarismo moderno», nada menos que «el fundador del liberalismo en Francia».
Experiencia y observación
Una primera característica que el autor del libro destaca de Constant, presente en toda su trayectoria, es su voluntad de atenerse a la experiencia y la observación. No en vano, una de las fuentes más importantes de su formación fue la Ilustración escocesa (estudió en la Universidad de Edimburgo, donde afirmó haber pasado los años más felices de su vida), caracterizada por el empirismo y el sentido práctico, cualidades que haría suyas Constant por oposición a la política filosófica tan del gusto de sus compatriotas. Escarmentado en cabeza ajena de los excesos de la Revolución –a cuyos principios básicos, por otra parte, se mostró favorable, defendiendo, como tantos, 1789 frente a 1793– huyó siempre de cualquier tipo de experimento político. Como escribe el autor, su «propósito permanente… fue la realización de un orden político constitucional que pusiera fin a la Revolución salvaguardando sus conquistas». Ese propósito se concretó, en sus escritos y en su trayectoria política, en una defensa elocuente de la monarquía constitucional.
Tal planteamiento hizo que, en vida, fuera ferozmente combatido tanto por la derecha legitimista y reaccionaria, los ya entonces llamados ultras, como por la izquierda jacobina. Su liberalismo se oponía tanto al absolutismo de la monarquía del Antiguo Régimen como a la consagración del pueblo como nuevo soberano. Constant estaba convencido de que la suerte trágica de la Revolución provenía del error de pensar que la soberanía del pueblo podía legitimar un gobierno arbitrario. Y consecuente con esa idea, dedicó sus afanes, como señala el autor del libro, a la resolución de los errores de la Revolución sin abdicar de sus principios originales.
Constant quería un orden político constitucional que pusiera fin a la Revolución salvaguardando sus conquistas. ¿Resultado? Lo atacaron la derecha legitimista y la izquierda jacobina
Contra los intentos de volver al Antiguo Régimen, defendió una lectura constitucional de la Restauración. Ese planteamiento era entonces propio de la izquierda, aunque hubiera otra izquierda radical, partidaria de la república frente a la monarquía y de la democracia frente al sufragio censitario. Más allá de eso, si hoy Constant ha quedado como un político más bien conservador, al que la izquierda ha borrado de su nómina, eso se debe a que, finalmente, la izquierda ha hecho de la igualdad su bandera, así como la derecha lo ha hecho de la libertad, como explica el autor del libro, siguiendo a Norberto Bobbio.
Liberal avant la lettre
Por encima de clasificaciones, no siempre fáciles de hacer coincidir con las de doscientos años después, Constant fundamentó su pensamiento y su acción política en el deseo de conciliar libertad y estabilidad. Y con ese horizonte desarrolló una «actividad frenética como panfletista», una «inmensa producción de artículos en los periódicos de la época» y «numerosísimas intervenciones en la Cámara de Diputados».
A la nómina que, indudablemente, pertenece Constant es a la del liberalismo. Se declaró liberal, perteneció al Partido Liberal y quiso evangelizar a los franceses en el credo liberal. Defendió la libertad asumiendo los riesgos que el uso de la libertad pudiera conllevar –su propia vida fue un buen ejemplo de ello, como veremos más adelante– y se negó a la tentación de que el Estado se ocupara de la felicidad de los ciudadanos. Constant, escribe Ángel Rivero, sistematiza la tradición liberal francesa que arranca en Montesquieu y se moderniza en un sentido democrático en Tocqueville.
Constant sistematiza la tradición liberal francesa que arranca en Montesquieu y se moderniza en un sentido democrático en Tocqueville
Y la tradición liberal le ha reconocido destacadamente como uno de los suyos. Isaiah Berlin es rotundo a este respecto. En una carta a un amigo en 1958 escribió lo siguiente: «Mi inspiración es Benjamin Constant, un escritor político muy infravalorado, mucho más capaz y original como teórico que nadie en su tiempo. El único pensador liberal de primera, mil veces mejor que Mill e incluso que Tocqueville». «Hay en Constant», escribe Ángel Rivero, «una defensa permanente del valor de la libertad individual y de las instituciones del gobierno representativo».
Constant y la Restauración
Aunque ocupó algún cargo en la etapa napoleónica, su verdadera vida política coincide con la Restauración, periodo en el que es elegido cuatro veces diputado, y durante el cual tiene el objetivo central de preservar todo el contenido liberal que hay en la Carta Constitucional otorgada por Luis XVIII. Y, como una consecuencia natural de ese liberalismo, pretende que la monarquía constitucional, encarnando valores liberales, transite hacia una monarquía parlamentaria, de modo «que la vieja monarquía se reconciliara con la nueva Francia». Para ello, era necesario evitar el triunfo de la reacción. A Constant, en todo caso, su moderantismo le llevó siempre a negociar con el poder los términos de su reforma pragmática.
Como parte de su actividad política, dentro de la que sus intervenciones en la Cámara «tenían la virtud de sulfurar a la mayoría ultra», el libro se detiene en el día a día electoral. «El Partido Liberal se organizó de una manera extraordinaria para maximizar sus posibilidades de éxito», lo que no impidió, o quizá provocó, que menudearan los ataques ultras a los políticos liberales. El relato que hace el autor de ese trabajo electoral (hablar de campañas sería anacrónico) puede ser algo prolijo, pero sirve para dar una idea de las tensiones que agitaron el periodo.
La Restauración –que, en parte, tiene causas externas; esencialmente, el deseo de estabilidad de las potencias vencedoras tras la derrota de Napoleón– no significó, pues, una vuelta al Antiguo Régimen. Se hizo necesario que la monarquía asumiera muchos principios de la Revolución y la Restauración puede ser calificada de liberal en el periodo 1814-1820, pese a la preponderancia ultra en la Cámara de Diputados, ya que el rey buscó la conciliación con los liberales. Tras el asesinato del duque de Berry, heredero al trono, en 1820, se produce un giro reaccionario y se abre «una época de censuras, leyes de excepción, vigilancia y acoso policial a la oposición», todavía bajo Luis XVIII. Pero la represión que, con este monarca, fue relativamente moderada, se hizo total con su sucesor Carlos X. La beligerancia de los ultras creció hasta el punto de mostrarse dispuestos a todo para echar a los liberales de la representación política. En ese contexto, los decretos de Carlos X de julio de 1830, «un verdadero golpe de Estado» que implicaba la liquidación de la monarquía constitucional, desencadenaron la revolución que inmortalizaría Delacroix (La libertad guiando al pueblo), los llamados tres días gloriosos del 27, 28 y 29 de julio.
Constant quiso salvaguardar las conquistas de la Revolución dentro de una monarquía constitucional, reconciliar a la vieja monarquía con la nueva Francia
Un envejecido y enfermo Constant jugaría todavía un papel esencial en esas jornadas históricas. El día 30 participa en una reunión decisiva en la que cincuenta diputados debaten sobre el futuro del país. Constant persuade al resto de diputados de la necesidad de llamar a Luis Felipe de Orleáns, y se toma la decisión de ofrecer el trono a este hijo de un aristócrata protagonista de la Revolución, el que fuera conocido como Felipe Igualdad, que votó a favor de la ejecución de Luis XVI y acabó él mismo guillotinado. El cambio dinástico tenía el claro propósito de reconciliar a la monarquía con la Revolución. La declaración consiguiente de la Cámara la redacta Constant junto con el diputado Horace Sebastiani, y redacta también la proclamación dirigida a la nación. El día 31, Luis Felipe se presenta en el Ayuntamiento de París, al que acude, ya muy débil y llevado en parihuelas, un Constant que ve coronado su propósito de lograr «un sistema que reconciliara a los dos partidos de Francia bajo un orden constitucional que protegiera la libertad individual».
Un personaje romántico
Constant, escribe el autor del libro, «es el campeón de la libertad moderna, la libertad individual, que constituye el núcleo del credo liberal… para él, sólo una sociedad que proteja la libertad individual puede ser calificada de justa». Ese convencimiento lo aplicó en su vida personal hasta el punto de sufrir serios contratiempos. El ejercicio de la libertad en su vida privada le acarreó remordimiento, culpa e infelicidad. «Caso paradigmático de personaje romántico», la frialdad y el racionalismo que le caracterizan como pensador se evaporan en su vida amorosa, en la que «suspende el juicio y se deja llevar por la pasión». Esto es así hasta el punto de que su vida personal constituye «una fatigosa sucesión de aventuras, compromisos y separaciones». Vivió encadenado por las mujeres y por el juego, dice el autor, lo que le supuso acumular deudas y que esas actividades privadas llegaran a arruinar su reputación.
Ángel Rivero ha escrito una sucinta biografía política de este importante personaje, juntando, como dos caras de la misma moneda, al teórico y al político. Con el convencimiento y la premisa de que «el ejemplo de Benjamin Constant y sus enseñanzas políticas vuelven a ser relevantes», especialmente por su «compromiso con la moderación y el rechazo de la violencia como principios de acción política; la voluntad férrea de obrar siempre dentro de la ley; y la confianza en la persuasión y el diálogo como instrumentos de reforma de las sociedades». «Todas estas características de Constant, fundamentales para la vida en las naciones modernas, todavía pueden servir como fuente de inspiración para mejorar nuestras instituciones y nuestras sociedades», escribe el autor.
Su compromiso con la moderación y el diálogo, así como con el rechazo de la violencia pueden servir de inspiración para mejorar nuestras instituciones y sociedades
En ese retrato del político y teórico, Ángel Rivero rechaza algunos lugares comunes sobre su figura; como el que fuera un veleta o chaquetero (seguramente por haber ocupado cargos con Napoleón, desmarcándose luego de este, o por su papel en el cambio de dinastía). Al contrario, dice el autor, fue un firme defensor de la Carta constitucional y un liberal sin fisuras. O que fuera demasiado independiente y ególatra para ser buen parlamentario. Pero el trabajo del Partido Liberal, y su éxito, fueron una empresa colectiva; y las obras políticas de Constant estaban pensadas para ser elementos de educación de los electores. «Fue un muy leal ciudadano de la monarquía de la Restauración», afirma Rivero. Tanto, que esa lealtad trascendió la obediencia a Carlos X, convertido en un tirano, y la trasladó a un nuevo monarca, Luis Felipe de Orleans, dispuesto a fundar su legitimidad en la Carta y la monarquía constitucional.
El texto principal, más bien breve, se completa con una interesante y útil cronología de la vida de Constant, una no menos útil guía de lecturas (el autor elogia la claridad de su prosa y destaca como su mayor y más influyente obra teórica Principios de política aplicables a todos los gobiernos representativos), incluso una galería de imágenes. Todo lo cual redondea un libro muy accesible y aprovechable para cualquier lector interesado en los asuntos que trata.