Miguel Sánchez-Ostiz

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Y entonces lo vio

Ya que me lo pregunta le diré que no me resulta fácil contestarle. Qué más da saber si yo creo o dejo de creer en los fantasmas o en las casas encantadas. ¿Ha vivido usted en una casa encantada?... ¿No?... Pues entonces. No puede saber que hay casas que están efectivamente encantadas, embrujadas, aunque no exactamente como usted supone... En todo caso, yo sólo fui el confidente de Paco Areta y sólo sé lo que él mismo me contó, así que no puedo ayudarle mucho, me temo. Además, no tiene ninguna importancia saber si yo creo en aparecidos. Usted lo que quiere saber es por qué se fue Paco Areta. Le diré que cuando Paco Areta se retiró al valle de Urdaibai, -"El valle de mis antepasados", según decía él en un tono de falsa ironía y de más falsa rimbombancia, aunque ésta, por cuestión de carácter, fuera auténtica-, con intención de rearmarse moralmente (las palabras son suyas, no mías), y a pergeñar la edición crítica de las Molestias del trato humano de Olóriz, no sabía en dónde se estaba metiendo. El solo, además, sin que nadie le empujara. Porque de paso, después de años de trapisonda en los arrabales de la política regional y autonómica, le entró el arrebato, ¿cómo le diría?, la brusca comezón, de ir en pos de sus raíces, su identidad perdida, de aislarse para encontrarse consigo mismo, con el auténtico. Le pareció muy elegante ir a contrapelo esta vez, buscar la autenticidad. Y encima, para ser fiel a sí mismo, dio la murga lo suyo con las raíces dichosas, aunque hay quien piensa que por lo mismo pudo haber dado, además de  la murga, en loco de remate. Llevaba poco trapo para poder coger con ventaja los vientos de la autenticidad. Tuvo la suerte de poder comprar una casa que había sido la casa de sus antepasados, eso dijo él. Estaba orgulloso de sus ancestros. Le parecía que vagaban por las estancias de aquel caserón que habían dejado a su espalda unos ancianos pasablemente idos y un sobrino ganadero con necesidad de dinero fresco con los que no tenía relación alguna... Estaba encontrándole gusto a la mentira sin darse cuenta, y todo por amor de la autenticidad... Como impostura es banal, común, irrelevante. Las hay peores... Bueno, sí, déjeme decirle cómo era la casa dichosa porque le acompañé a verla... Mobiliario isabelino y rústico a partes iguales, y en las paredes manchas de los cuadros que no habían dejado porque eran recuerdos de familia y que volvió a comprar aunque no fueran los mismos, humedades, notorias, en las paredes, incómoda... Llena de posibilidades, que dice la gente cuando no sabe qué decir. Cuando fui con él la primera vez, la casa nos regaló con un coqueto chisporroteo azul verdoso que correteó por los viejos ...