Juan Cueto Alvarez de Sotomayor

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La crisis del Golfo y de la bolsa

La invasión de Kuwait por parte de Irak ha puesto de manifiesto, una vez más, cómo la economía mundial contemporánea es un complicado juego de equilibrios que en cualquier momento se puede quebrar cual castillo de naipes que cae ante un leve soplo. El problema de la deuda externa de los países del Tercer Mundo, preocupación central en los círculos económicos del mundo occidental a lo largo de los últimos años, ha pasado a un segundo plano momentáneamente. Los economistas se han apresurado a desempolvar de sus archivos los estudios que en su día hicieron con motivo de las anteriores crisis petrolíferas, y que en los últimos años habían caído en el olvido, ante el paulatino y prolongado abaratamiento de tan preciada materia prima. Los mercados bursátiles, como termómetros de las economías que son, también han reaccionado de forma inmediata. La situación de las bolsas se caracteriza en estos momentos por la preocupación, el miedo y los nervios. Tras las recientes crisis bursátiles de 1987 y 1989, a más de un inversor le ha venido a la mente aquel dicho de «a la tercera va la vencida». Todavía están frescos en el recuerdo los días vividos en ambos «eras/tes», y para aquel que tenga problemas cardiacos parece que son muchos sustos juntos. El recuerdo de 1987 y 1989 El «crack» de octubre de 1987 se desencadenó a raíz de la publicación de la cifra mensual del déficit comercial estadounidense, que por entonces alcanzaba niveles récord. Este desequilibrio, que en principio no tenía por qué afectar más que a la Bolsa americana, se extendió como un reguero de pólvora al resto de las Bolsas mundiales. El «minicrack» de octubre de 1989 se produjo como consecuencia del desplome de la Bolsa de Tokio, motivado por la persistente debilidad del yen, que obligó a las autoridades monetarias a subir en repetidas ocasiones los tipos de interés japoneses. Nuevamente nos encontrábamos ante una crisis estrictamente doméstica que, debido a la actual globalización de los mercados financieros mundiales, se convirtió en fenómeno universal. La evolución posterior de los acontecimientos demostró que, en ambos casos, la reacción negativa de los mercados había sido excesiva y no estaba suficientemente justificada. Las aguas volvieron a su cauce y la mayoría de las Bolsas recuperaron los niveles anteriores a dichas crisis. Las economías financiera y real se reconcilian En esta ocasión, todo ha sido distinto. Para empezar, la caída bursátil no se ha producido en octubre, mes tradicionalmente negativo para las Bolsas (también el crack de 1929 se produjo en octubre), sino en agosto, mes tradicionalmente alcista para las Bolsas en el que parece que éstas quieren trasladar a sus índices las subidas que se producen en los termómetros, a causa del calor propio de la época. Esto, que no deja de ser pura anécdota, nos da paso para la segunda y principal diferencia de esta crisis con respecto a las recientes de 1987 y 1989. Los beneficios empresariales, uno de los principales parámetros a considerar para justificar unos mayores o menores niveles en los índices...