Jaime Siles
Jaime Siles
La biografía de un autor está en sus propios poemas que nunca son los mismos como tampoco lo es él. La variación derivada del tiempo constituye el yo que es un producto del lenguaje. Nunca he sabido si soy un poeta que filologiza cuando escribe o un filólogo que poetiza cuanto hace. Tal vez soy ambas cosas y ninguna a la vez.
Un clásico viviente
La poesía de Francisco Brines se reconoce, distingue y caracteriza por esto: por la emocionada y emocionante lucidez que produce lo que podemos llamar su coherencia. Una coherencia que —conviene decirlo— no deriva de la mecánica e implacable aplicación de un sistema, sino de la escrupulosa vivencia de ese profundo sentido de lo sagrado que se da sólo en la más absoluta intimidad: la del yo enfrentado a la angustia de ser y de dejar de ser, la del yo frente al terror y al horror que en los humanos produce, más que el ser, el sí mismo.Carlos Bousoño ha denominado metafísica a esta poesía que es, a la vez, conocimiento y emoción, y que se constituye en una salvadora fortaleza: «La poesía era también, pues, mi fortaleza» ha escrito Brines en un texto —«La certidumbre de la poesía»— que puede considerarse como su poética y en el que su autor describe lo que el poema aporta y lo que la poesía es. El poema para Brines es «la conciencia dramática del vivir». Por eso «no suele crecer en el estéril territorio de la certeza», sino en y desde «la necesidad». Y, por eso, la poesía funciona en él como «un desvelamiento». La «conciencia dramática del vivir» —que constituye su base perceptiva— determina lo que otro de sus estudiosos, José Andújar Almansa, ha llamado su «ética de lo trágico» e informa de lo que el propio Brines ha reconocido como su moral: «una moral de estirpe clásica», para la que propone la calificación de «estoica». El pensamiento poético de Brines posee una metafísica y una ontologia definidas, que implican una ética precisa y que configuran también una muy clara posición moral.Antes me referí a su profunda coherencia; ahora hay que indicar otro principio que recorre su obra: la unidad. Alejandro Duque Amusco ha insistido en ello: según él, «el proceso creativo» de Brines «es una fiel insistencia sobre la misma idea matriz». No es, pues, un poeta que proceda por saltos: en él hay un mundo, muy pronto y muy bien delimitado, al que el propio desarrollo y la experiencia de la vida irán dando contornos cada vez más precisos, en los que el dualismo que articula su base se verá sometido a un intenso proceso dialéctico, en el que, más que cambios bruscos, hay una creciente y coherente evolución. José Olivio Jiménez lo ha explicado muy bien. Para él, como para Alejandro Duque Amusco, en Las brasas, el primer libro publicado por Brines, «está el germen» de toda su poesía posterior. Para el gran crítico cubano, la poesía primera de Brines se inscribe dentro del «concepto rilkeano de la soledad como ámbito y sostén», practica la técnica de la objetivación —patente en el enfoque azoriniano y velazqueño de ese cuarto en penumbra, invadido por la inclinación del sol, en el que está sentado alguien / que es un bulto de sombra— y extiende sobre la «monocromía en denso gris», que le sirve de fondo, un despliegue del símbolo...