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Antonio Fontán llegó a Pamplona en el segundo trimestre de 1958. Se traía la cátedra de Filología latina de Granada, conseguida dos años antes, y la revista Nuestro Tiempo, de reciente creación. Revista que se decía de temas actuales, cuando poco se podía escribir de la actualidad y del estado del país. Era entonces un profesor joven y abierto, que venía a sumarse a un pequeño grupo de colegas que, desde la nada, iban a erigir, en pocos años, la universidad privada más prestigiosa de España. Empezó siendo poco más que una academia, subió a estudio general hasta que la Santa Sede le dio el rango que hoy tiene.

A Fontán lo conocí el año 53, en La Actualidad Española, de la calle Gaztambide de Madrid. La revista, que era alegre, con tintes rosáceos —aquellas portadas de la guapísima Carmen Sevilla— fue una novedad en el paupérrimo periodismo frívolo de aquellos años, en los que empezaba a relajarse el cerco internacional y el clerical. A poco de llegar a Pamplona, Fontán me llamó al Diario de Navarra para invitarme a colaborar en dos temas: un curso de verano —aperitivo y arranque del Instituto de Periodismo— y la revista Nuestro Tiempo, que poco después quedó integrada en la universidad. Alquiló un piso en el edificio de un cine, al que llegaba el sonido de las películas, y en él organizó sus archivos con cajas de documentos que llegaron de Madrid, fondos de la revista y papeles particulares, de contenido mayoritariamente político. Nunca se conformó con ser profesor y director, y estuvo, desde el principio, no sólo interesado, sino comprometido con la política española de entonces, al margen de la oficial. Todos sabíamos, al menos los de su alrededor, que actuaba en determinados ambientes monárquicos y liberales, en más o menos moderada oposición al régimen. De aquella oficina salieron artículos comprometidos, algunos con seudónimo, otros de amigos suyos. José Javier Testaut bajaba en su moto los sobres a la estación del ferrocarril, para depositarlos en el vagón de Correos que iba directamente a Hendaya.

El profesor Fontán sabía, por experiencia personal, que los planes de la Escuela Oficial de Periodismo no respondían a un nivel de profesionalidad suficiente, y quiso incluir en los nuevos estudios de Pamplona una formación humanística universitaria, a tono con los centros europeos. La nueva Universidad de Navarra no estaba sometida a los programas oficiales y consideró la posibilidad de dar a los futuros periodistas unas bases culturales proporcionadas a su futura responsabilidad, sin olvidar las enseñanzas prácticas. Algunos dudaron, sobre si en un lugar tan aislado y recoleto como Pamplona, podrían desarrollarse unos estudios de periodismo. La realidad es que hoy, y ya desde bastantes años atrás, muchos responsables de direcciones y secciones de medios de comunicación de todo el país, han salido de la Universidad de Navarra, lo mismo en prensa que en radio y televisión.

Antonio, mientras fue decano siguió, dirigiendo personalmente Nuestro Tiempo, a pesar del comité y la redacción con los que quiso compartir responsabilidades. Las «notas», «crónicas», «panorama de actualidad» y demás secciones de la revista, fueron una apertura al mundo y una información directa de lo que sucedía más allá de las fronteras. Tenía amigos y colaboradores, y colaboradores amigos, en Europa y en América y el lector estaba al tanto de lo que suponía la cultura, la universidad, la economía, los movimientos políticos, las confrontaciones armadas y el Mercado Común, en versión que no era la oficial de la Agencia EFE. Algunos artículos, escritos fuera, parecían mirar hacia adentro.

A poco de llegar a Pamplona, estableció relaciones y amistades. Le interesaron, preferentemente, los viejos políticos, que llevaban años aislados, al margen del régimen franquista. Uno fue don Rafael Aizpún, ex-ministro de la CEDA en los años de la República. Don Rafael, hombre de gran lucidez, era conversador ameno, de excelente memoria, que contaba, con gracia y viveza, sus actuaciones en Navarra, donde fundó un partido, y en Madrid. Más asiduamente visitaba Fontán a don Raimundo García, «Garcilaso», cincuenta años director de Diario de Navarra, diputado independiente en las Cortes de la República y amigo, desde la guerra de África en la que fue corresponsal, de los militares del Alzamiento, cuyos preparativos conoció de primera mano. Don Raimundo fue un hombre solitario, gran conversador, para el que no corría el tiempo si tenía delante un interlocutor. Antonio tuvo debilidad por los políticos jubilados, a falta de haberlos activos. En Pamplona fueron sus amigos y confidentes de pasados y futuros.

Mientras tanto, conoció Navarra y asimiló sus peculiaridades que, sin duda, le fueron útiles más tarde, cuando fue designado ministro de Administración Territorial, en el momento difícil de diseñar las autonomías. Recuerdo unas palabras suyas referentes a Navarra, publicadas años después: «Navarra no tiene ningún privilegio. Simplemente se respetan unos derechos históricos que Navarra tiene y que ha ejercido pacíficamente…». «Quien habla de privilegios no conoce la región ni el sistema». «Yo he vivido aquí y puedo asegurar que esto no es un paraíso fiscal». Y es que Fontán se identificó muy pronto con el viejo reino y sus gentes.

No puedo hablar directamente de su labor en la cátedra de Filología latina, pero conozco alumnos que le salieron brillantes, y que hoy están en la docencia universitaria. Como decano de la facultad de filosofía y Letras tuvo, más que organizar lo que apenas existía, crearla prácticamente de la nada; y al Instituto de Periodismo le dio un aire de apertura y libertad, que en aquellos días sirvió de estímulo y de modelo a otras docencias posteriores. Defendió siempre que los periódicos y los periodistas deben ser independientes de los partidos, aunque haya alguna cercanía ideológica.

Pamplona se le quedó pequeña a Antonio, metido cada vez más en círculos y afanes políticos, miembro del consejo privado de don Juan de Borbón. Había, en cierta manera, conspirado con Calvo Serer, para el que era una obligación moral trabajar contra el franquismo. Calvo y Pérez Embid —éste luego se fue con el poder establecido— le visitaban asiduamente en Pamplona. Recuerdo una comida en que Rafael nos contaba que se dedicaba a dar conferencias sobre la monarquía en los seminarios, únicos lugares a los que no alcanzaba la censura.

Desde Pamplona se planteó lo que entonces era una audacia y un riesgo: hacerse con un periódico nacional para marcar unas líneas de actuación política que nos llevasen, sin enfrentamientos fratricidas y por su propio paso, a la democracia y a Europa, aspiración de una mayoría de ciudadanos enmudecidos. Antonio, consciente de su misión, se fue a Madrid, dejando la cátedra, la revista y sus amigos. Para los profesionales, que seguíamos a diario su periódico, con emoción y esperanza, fue el camino que se abría definitivamente al futuro y que sería ya difícil desandarlo. Su incidencia en toda España fue muy grande. Sería interesante un estudio sobre la influencia del Madrid en la prensa regional en aquellos momentos, y el número de expedientes —Ministerio de Información y Turismo— que originó a algunos directores por seguir los buenos ejemplos.

Antonio Fontán nunca dejó Pamplona del todo. Vive en permanente contacto con la Universidad de Navarra, que contribuyó a fundar; da cursos, conferencias y charlas, conserva y cultiva amistades, fue merecedor, en el año 2000, del Premio Brajnovic de la Comunicación, que otorga anualmente la Facultad de Ciencias de la Información. Hemos seguido su carrera política, desde la transición hasta hoy, y leído y admirado, no sólo sus faciendas, recuerdos y vaticinios políticos, sino los delicados ensayos histórico-filosóficos como el Humanismo cristiano europeo, filigrana literaria de mucho saber y bien decir, que emparenta y diferencia el comprometido catolicismo de Erasmo, Moro y Vives.

Navarra ocupa un período importante en los ochenta años de vida del sevillano —nunca perdió el acento— profesor Fontán. Aquí se le quiere y se le admira por su talante liberal y por lo mucho que ha hecho por Navarra y desde Navarra. Somos bastantes los que, de corazón, nos sumamos a su homenaje octogenario. Yo lo hago por muchas horas de convivencia, por agradecimiento personal y por una ya vieja amistad. Enhorabuena, Antonio.

Periodista, fue director de El Diario de Navarra