El historiador Jaime Cosgaya publica la biografía política de Antonio Fontán, un personaje clave para entender la España de la segunda mitad del siglo XX y, especialmente la oposición liberal al franquismo, y la Transición a la democracia.
Fue precisamente un número especial que Nueva Revista le dedicó a Fontán en 2003, con motivo de su 80 cumpleaños, lo que empujó a Cosgaya a estudiar su figura y su trayectoria, en una tesis doctoral que se publica ahora en forma de libro, Antonio Fontán (1923-2010) una biografía política (Eunsa). El investigador tuvo acceso al archivo personal de Fontán, que incluía una correspondencia con más de cuatro mil remitentes y destinatarios distintos.
El autor divide el estudio en seis capítulos: Años de formación (1923-1949); Catedrático y periodista (1950-1956); Católico e intelectual (1956-1967); Un monárquico liberal (1967-1974); Un político de centro (1974-1982); y Después de la política (1983-2010).
Nacido en Sevilla, en 1923, Fontán estudió Filología Clásica y obtuvo la cátedra de Latín en la Universidad de Granada. Después fue catedrático de Filología en la Universidad de Navarra (1956) y en la Complutense (1976); y decano de Filosofía y Letras en Navarra. Prestigioso latinista siempre tuvo como referente el legado cultural de Roma -que plasmaría en obras como Humanismo romano-. El autor subraya la conexión de este perfil con sus vocaciones política y periodística, porque su clasicismo trasluce “su voluntad de examinar el pasado con la mirada puesta en el presente”. Eso explica su querencia por autores con proyección pública, como Séneca o Cicerón.
Calvo Serer aspiraba a convertir el diario «Madrid», que él presidía, en una empresa política
La primera iniciativa periodística de Fontán fue el semanario La Actualidad Española, en 1952. Aprovechó la circunstancia de que el recién creado Ministerio de Información y Turismo permitía a particulares editar publicaciones no diarias, por primera vez desde la Guerra Civil. Teniendo como referencia Life o Paris Match, La Actualidad Española llegó a ser uno de los semanarios más influyentes del país desde los años 50 hasta los 70.
Dos años más tarde, pone en marcha otra publicación, Nuestro tiempo, de cuestiones de actualidad pero de carácter más reflexivo, una revista-libro cultural “mas de biblioteca que de hemeroteca”, que posteriormente pasó a ser editada por la Universidad de Navarra. Fontán y su amigo el catedrático de Historia de la Filosofía, Rafael Calvo Serer, tantearon, además, la compra del vespertino Informaciones, y la entrada en la prestigiosa pero deficitaria revista francesa La table ronde.
Fontán aprovechó su perfil académico y sus contactos con los pioneros de estudios periodísticos en Europa para fundar el Instituto de Periodismo de la Universidad de Navarra (1958), primer centro universitario en España dedicado a ese tipo de enseñanza, y germen de la actual Facultad de Comunicación.
El periodismo sería el catalizador de su vocación política, a través del diario Madrid -que dirigió entre 1967 y 1971-. Su presidente, Rafael Calvo Serer, “aspiraba a convertir el Madrid en una empresa política” -apunta el autor- El País señalaba en 2001 que «la línea editorial que marcaban Calvo Serer y Fontán demolió la apariencia de orden del franquismo, hasta provocar tal sensación de corrosión al régimen, que éste impuso el cierre del periódico en 1971». El fracaso de aquella aventura fue solo aparente, ya que sembró la semilla de lo que un lustro después sería la Transición a la democracia.
Por su trayectoria al frente del Madrid recibiría años después el título de Héroe de la Libertad de Prensa, concedido por The International Press Institute, galardón que obtuvieron, entre otros, Indro Montanelli, Hubert Beuve-Mery -director de Le Monde– o Katharine Graham -editora de The Washington Post-.
A través de la UCD de Suárez, Fontán pudo colaborar en la construcción del Estado moderno y democrático que anhelaba hacía tiempo
Destaca Cosgaya que las sanciones que le impuso el franquismo cuando dirigía el diario Madrid reforzaron una tendencia ideológica que no era predominante en él e hizo del liberalismo su propio proyecto político -junto con Joaquín Garrigues Walker-. Integrado, a través de la Federación de Partidos Demócratas y Liberales, en la UCD de Adolfo Suárez, Fontán pudo colaborar en la construcción del Estado moderno y democrático que anhelaba hacía tiempo.
Lo hizo como presidente del Senado constituyente y como ministro de Administraciones Territoriales. En el diseño de Estado, defendió una propuesta de Estado autonómico asimétrico, “proclive a un reconocimiento diferenciado de las nacionalidades históricas más acusadas, que no encontró eco en el Consejo de Ministros”.
Tras la dimisión de Adolfo Suárez y el naufragio de UCD, Fontán deja la política activa, pero no renuncia a seguir sirviendo a España. Aglutina a un grupo de jóvenes políticos a través de su última aventura cultural, Nueva Revista (fundada en 1990). Esta publicación fue un vivero de líderes y de ideas para el refundado Partido Popular de José María Aznar, aportando savia centrista y liberal a ese proyecto político y a las dos legislaturas en las que estuvo en el Gobierno (1996-2004).
Fontán veía en la Corona la fórmula para salir de la crisis de la España del siglo XX
El otro gran referente en la trayectoria de Fontán fue la monarquía. Veía en la Corona la fórmula para salir de la crisis de la España del siglo XX. De ahí que “reivindicase la restauración de la Monarquía como una manera de cerrar el paréntesis abierto por la Guerra Civil”. Miembro del Consejo Privado de Don Juan, participó activamente en la formación del futuro rey, Juan Carlos, llegando a diseñar parte de su plan de estudios universitarios. Fue él quien entregó a éste la carta en la que Don Juan reconocía le entregaba la legitimidad dinástica. Por todo ello, Don Juan Carlos le concedió en 2008 el título de marqués de Guadalcanal
Recorrer la trayectoria de Fontán equivale a recorrer “la España de la segunda mitad del siglo XX, en toda su complejidad” afirma Cosgaya. Su figura encarna el espíritu de concordia que era preciso para restañar las heridas del enfrentamiento civil y modernizar España, lo que él mismo llamaba “el desafío histórico de su generación”.
Resulta significativo que a su muerte en 2010, a los 86 años, Fontán recibiera elogios unánimes de personalidades de todo signo, algo que no suele ser frecuente en la política española “tan proclive a la polarización y el encono”, subraya el autor.