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Manuel Moreno Alonso (1951). Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Sevilla y miembro de la International Napoleonic Society.

Éric Vuillard (1968). Escritor, director y guionista de cine. Ganador del premio Goncourt en 2017 por su novela El orden del día.


Avance

La obra 14 de julio de Éric Vuillard es novedosa en tanto deja de lado la estructura usual de la novela —el desarrollo de la trama en torno a un personaje principal— y toma como eje principal a una multitud anónima. Es una manera interesante de abordar un hecho como la Revolución francesa, en el cual la voluntad general fue el motor de los hechos. Sin embargo, para el historiador Manuel Moreno, el libro falla en un aspecto central: su rigor histórico.

Éric Vuillard: «14 de julio». Tusquets, 2019

Moreno sostiene que el relato de Vuillard se centra en los hechos producidos el día que dio inicio a la Revolución francesa y descuida la complejidad del contexto social, político e ideológico en el cual se produjo. La revolución se materializó el 14 de julio, pero no abarcó, solamente, los hechos acontecidos en ese día. «Es cierto que la victoria del pueblo parisiense el 14 de julio aseguró el éxito del movimiento, pero éste no puede desligarse del proceso que comienza con la campaña electoral previa que dio al pueblo el derecho a hablar tal como se manifiesta en los «cuadernos de quejas» y el derecho a manifestarse en las asambleas». Tampoco es preciso afirmar que la Revolución francesa fue un movimiento popular sin líderes, realizado enteramente por la multitud y los marginados. Sin la existencia de una élite y de sus ideas filosóficas desarrolladas en el siglo de las Luces, no hubiera sido posible un acontecimiento de tal magnitud. Moreno menciona, además, que es importante recordar que el levantamiento no solo se produjo en París, sino a lo largo de todo el país.

Al tratar de manera superficial el contexto en el cual se gestó la Revolución francesa, el lector entenderá este evento como una revuelta violenta y tumultosa —que bien podría confundirse con otras revoluciones que se produjeron en aquel momento—, y no como lo que realmente fue: un levantamiento generalizado que logró no sólo la transformación radical del gobierno, sino la aparición de una nueva forma de comprender la legitimidad política y el orden social.


Artículo

A un lector avisado de novelas y de libros de historia puede extrañarle la publicación de un libro como éste que pretende ser un relato nuevo y original del día en que, con el asalto a la Bastilla, una multitud anónima cambió el curso de la Historia. Por su parte, un historiador se sorprende aún más al señalarse sobre un acontecimiento tan bien conocido que «hay que escribir lo que se ignora. En puridad, se desconoce lo que ocurrió el 14 de Julio. Los relatos que poseemos son encorsetados o descabalados». A lo que añade que «hay que plantearse las cosas a partir de la multitud sin nombre. Y debe relatarse lo que no está escrito» (p. 83).

Después de haberse publicado tanto sobre la Revolución francesa desde el punto de vista tanto de la historia como de la misma novelística, pudiera entenderse que estamos ante una obra especialmente original y novedosa. Desde luego está fuera de la tradición de lo que en un tiempo llegó a denominarse la «estructura de la novela burguesa», marcada por la obra ingente de Balzac o por otras de gran éxito popular como Historia de dos ciudades de Dickens (1859), El conde de Chanteleine de Julio Verne (1864), El Noventa y tres de Victor Hugo (1874) o La Pimpinela Escarlata de la baronesa d’Orczy (1905).

Las páginas que siguen, que pasan por alto la evidente falta de una estructura novelística convencional a través de un personaje y su trama, tan sólo pretenden dar una idea de la descripción de la multitud anónima como eje principal del acontecimiento histórico seguido por la obra en cuestión. Porque lo que resulta evidente por parte de la novela es que se resalta el protagonismo de lo colectivo en un momento histórico bien relevante como fue la Revolución francesa, pero dejando aspectos fundamentales sin los cuales el relato construido no responde a la magnitud del acontecimiento tal como lo asume la historia.

La casuística revolucionaria

Al no abordarse en 14 de Julio de Éric Vuillard la complejidad de la revolución en su significación histórica con ausencia de la representación de la revolución institucional o parlamentaria como punto fundamental, difícilmente se entiende el gran acontecimiento que fue la Revolución francesa. Es cierto que la victoria del pueblo parisiense el 14 de julio aseguró el éxito del movimiento, pero éste no puede desligarse del proceso que comienza con la campaña electoral previa que dio al pueblo el derecho a hablar tal como se manifiesta en los «cuadernos de quejas» y el derecho a manifestarse en las asambleas.

La explosión revolucionaria parisina hubiera carecido de consecuencias sin la utilización del marco de las asambleas electorales de los Estados Generales, que posibilitó la reivindicación política más allá de las económicas o sociales. Cuando en la novela se habla de ello con una mera alusión a los Estados Generales, al propio Jeu de Pompe (donde se pronunciaron «palabras importantes» como ¡Juramento! O ¡Constitución!), al Tercer Estado o a las decisiones de la Asamblea, ¿qué puede entender un lector que desconozca la historia? La respuesta es clara: se quedará impactado solamente por el relato del motín y de los furores.

La revolución, por otra parte, no fue sólo parisiense. Se manifestó violentamente también en muchas otras ciudades aparte de las protestas en el campo, que no fueron un mero eco de las revueltas urbanas. El gran historiador de la Revolución Michell Vovelle ha proclamado que «sobre todo es necesario provincializar una historia que por mucho tiempo se ha mantenido netamente parisiense». En la primavera de 1789 las rebeliones agrarias se extendieron en muchas provincias dando lugar a una ola antinobiliaria en las que se prendieron fuego a las propiedades de los ricos. Los campesinos se levantaron ante el anuncio de peligros imaginarios como el levantamiento de «bandidos» por todos sitios. En este contexto fue la propia preparación del nuevo sistema político la que reveló la existencia de tensiones cada vez más grandes.

La insuficiencia de la revolución popular

La novela presenta la revolución —materializada el 14 de julio con el asalto a la Bastilla— como un movimiento popular sin líderes ni caudillos, realizado por la multitud y los marginados, en la que no estuvieron presentes los grandes personajes. Es decir, un movimiento colectivo en el que sus protagonistas son gentes anónimas, como los trabajadores de la manufactura de Réveillon, en la barriada parisina de Saint-Antoine, que se lanzaron a la calle impulsados por el hambre, el malestar o la carestía.

Pero la realidad es que, si se prescinde de la consistencia real de una élite, cuyos componentes por el contrario tienen nombre y apellidos, y de sus ideas «filosóficas» más o menos radicales gestadas en el siglo de las Luces, no hubiera sido posible la magnitud del acontecimiento (aunque en la novela se hable ligeramente en una ocasión de la «ideología» de alguien con «vestigios de El contrato social oídos en un bistró»). Por ello, como ocurre en la novela de Éric Vuillard, si se prescinde de los asuntos nucleares del gran acontecimiento (la crisis de la monarquía, la «revolución aristocrática», el problema económico a nivel del Estado, las asambleas de los notables, la resistencia del Parlamento, la propaganda filosófica o la actuación de la burguesía), difícilmente puede entenderse la realidad de lo que en verdad representó el 14 de Julio.

Plantear los orígenes del proceso revolucionario de 1789 como una sucesión de «motines contra el hambre» es exponerse a tratar el gran acontecimiento como una explosión más de los tradicionales «furores» que con tanta frecuencia provocaron tantas revueltas en la historia. Esta es la razón por la que los historiadores clásicos de la Revolución rechazaron las innumerables revueltas que se produjeron en la historia de Francia desde la Edad Media como precedentes que poco tenían que ver con el significado de la revolución de Julio de 1789.

Los protagonistas del relato

La novela de Vuillard, al privilegiar la descripción del saqueo de la casa de Réveillon el 28 de abril de 1789 y señalar que «así comenzó la revolución», parece más bien un relato de cualquiera de los múltiples movimientos populares que se produjeron en Francia desde las jacqueries de la Edad Media, llamadas así en recuerdo de la rebelión de los campesinos de la Isla de Francia contra la nobleza en 1358. Desde luego es cierto, tal como recogen las historias de la Revolución, que una multitud anárquica saqueó la fábrica de papeles pintados del señor Réveillon. Pero otra cosa es señalar sin matices y saltando los acontecimientos que aquel día, con dieciocho cadáveres de sediciosos muertos, fue «aparte de la del 10 de agosto de 1792, la jornada más mortífera de la Revolución».

14 de julio se construye sin dibujar el marco y los entresijos de aquella revolución que, por su magnitud, fue muy distinta de las anteriores, en algunas de las cuales, más allá de negarse a pagar los impuestos, perseguir a los gabelleurs, arrestar a «los sospechosos» en las carreteras o matar a los «elegidos», se destruyeron muchas más casas y propiedades que en las vísperas revolucionarias de 1789. Porque no se trató solo de cambiar bruscamente el poder político en una capital tan importante como París con el uso de la violencia. Fue un levantamiento generalizado que pretendió y consiguió no sólo la transformación radical del gobierno, sino la concepción del orden político y social, es decir los fundamentos aceptados de la soberanía y de la legitimidad.

Por otro lado, al hilo del relato, tan corto como vibrante, se encuentra el lector con «morcillas» que no tienen nada que ver con la historia, como la extensa referencia a la ciudad de Éfeso bajo el reinado del emperador romano Decio, cuando «siete oficiales de palacio que habían repartido sus bienes entre los pobres buscaron cobijo en las montañas», y los persiguieron: «Los soldados descubrieron su refugio; pero cuando penetraron en la cueva donde vivían, los encontraron inmersos en un profundo sueño». Todo ello, quizás, para concluir que la historia «es irregular, veleidosa, subterránea y entrecortada» (pp. 62-63).

La multitud

Los protagonistas de la novela de Vuillard, «miles de hombres, mujeres y niños», constituyen la multitud que se apodera de París (una ciudad de seiscientos mil habitantes que contaba con ochenta mil almas sin trabajo ni recursos). No responde, desde luego, al modelo de un peuple! Une patrie! Une France como escribió Michelet. Los que se enseñorean de las calles de París son una procesión de fruteros y verduleros, de pasteleros, heladeros, carniceros, proveedores de alimentos… que viven en la desesperación mientras… «los príncipes no se privan de nada» (p. 40).

En el mercado de Saint-Martin y aledaños los potenciales protagonistas de la revolución son los aguadores, la baratera de sombreros viejos, los toneleros, las alquiladoras de sillas, las vendedoras de arenques o de remolacha, el papelero, el vendedor de ajedreces, el cerrajero, el tapicero o el impresor. Pues «los que curran en balde son los asalariados, los artesanos, los pequeños comerciantes, los braceros». Aparte se hallan los parados, «todo un pueblo inútil, famélico». Frente a todos ellos, el retrato de los responsables de la mala situación es caricaturesco, desde Los Luises, la reina María Antonieta (que había lanzado la moda de empapelar las paredes de su tocador y dormita) hasta el banquero Necker, «gordo, satisfecho de sí mismo», o el ministro Calonne, «hombre delicado que al parecer enviaba a las damas guapas pistachos envueltos en vales de descuento».

La ciudad de París, dispuesta a asaltar la Bastilla se define como «una masa de brazos y piernas, un cuerpo lleno de ojos, de bocas, una barahúnda por tanto, soliloquio infinito, diálogo eterno, con innumerables azares, contingencia en abundancia, vientres que jaman, viandantes que cagan y sueltan sus aguas, niños que corren, floristas, comerciantes que parlotean, artesanos que curran y parados sin ocupación» (p. 78).

El asalto a la Bastilla

La novela presenta el 13 de julio de 1789, la víspera del asalto, como «una de las más largas de todos los tiempos» (p. 58). La noche del 13 al 14 de julio la presenta el autor como «la noche de las noches, la Natividad, la más terrible noche de Navidad, el Acontecimiento».  Todo ello porque «la chusma, como suele decirse…, los más pobres… hacen que les abran las puertas de las casas…», mientras «bandas de burgueses circulan por las calles para restablecer el orden». Luego se fueron agregando jóvenes borrachos, incluso «ancianos muy pobres, comerciantes muy gordos y jovencitas muy guapas».

El novelista señala que «hay que figurarse una multitud que es una ciudad, una ciudad que es el pueblo francés», dispuesto al ataque… «en los bordos de los fosos, en las ventanas de las casas, subidos a los árboles, a los tejados, aquí y allá». Pues, según nos dice, a diferencia de las tres veces que con anterioridad en la historia la Bastilla fue tomada, la última durante la Fronda, el 14 de julio de 1789, «la situación es totalmente nueva, sin precedentes en los anales…, es París».

Para definir la multitud que protagoniza el asalto, el autor de la novela da una relación de nombres, cada uno de ellos con profesión, en donde podremos encontrar perfectamente nominado al vendedor de ganado, al zapatero, al trabajador del tabaco, al jornalero, al carpintero de obra, al carretero, al zurrador, al tonelero, al tapicero, al albañil, al zapatero, al pasamanero, al trabajador de la lana, al profesor de música, al dorador de metales, al techador, al baulero, al frutero, al portero, al peón caminero, al bombero, al calderero, el vendedor de clavos, el tintorero, el sastre, el cerrajero, el fabricante de cordones y así hasta Ramelet, «vendedor de tintorro, que seguramente se despepitó todo lo que pudo» (p. 86).

Sobre su protagonismo, el autor se pregunta y al mismo tiempo responde: «¿Y cuántos más había cuyos nombres cayeron en el olvido? Nadie lo sabe. Nadie los conoce. Sin ellos, no obstante, no hay multitud, no hay masa, no hay Bastilla» (p. 90). Lo que sí nos dice el novelista es que, después del asalto, las muertes de Flesselles, preboste de los comerciantes, y la del gobernador de la fortaleza De Launay, a quien la multitud linchó, «están perfectamente documentadas» (p. 171). El historiador se queda perplejo ante el tratamiento de la multitud por parte de la novela, un sueño comparable al que sintió Paul Valery de componer una historia literaria donde no figurase el nombre de un solo autor.


Foto de cabecera: The Storming of the Bastille de Jean-Pierre Houël. CC Wikimedia Commons.

Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Sevilla y miembro de la International Napoleonic Society.