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Barack Obama fue el número uno cuando estudió en la que posiblemente era la mejor Facultad de Derecho del mundo a principios de los noventa. Su paso fulgurante por Harvard Law School hizo pensar que lograría cualquier empeño profesional que se propusiera. Pero nadie imaginaba que iba tener un impacto tan grande sobre la vida pública norteamericana. Con independencia de quién gane las elecciones presidenciales de noviembre, la manera de hacer política ya ha cambiado algo gracias a él, dentro y fuera de las fronteras norteamericanas. Obama es enormemente popular en todo el mundo y representa a una nueva generación de ciudadanos de países muy desarrollados, los baby boomers. A grandes rasgos, en esta generación la imagen tiene preferencia sobre la palabra y se trabaja toda la vida sometidos a una dura competencia, a pesar del bienestar material de la sociedad occidental en conjunto.

El caso de Barack Obama desafía las categorías habituales con las que hasta ahora se explicaban los candidatos a la presidencia de EE.UU. Lo más notable de la campaña de Obama es que está logrando que mucha gente desencantada con el sistema participe y se interese por los asuntos públicos. Esta capacidad para sumar incorporaciones al proceso democrático es algo realmente valioso. El senador de Illinois se ha financiado exitosamente sobre todo a través de pequeñas donaciones en Internet. Posee una rara habilidad, ser muchas cosas muy diferentes para sus muy diversos partidarios. Ante la formidable y agresiva campaña de Hillary Clinton ha demostrado resistencia hasta la extenuación y habilidad para reconocer errores y enmendarlos. Es desde luego el primer candidato afroamericano con posibilidades serias de ocupar la Casa Blanca. Pero se eleva por encima de esta circunstancia. La mayoría de norteamericanos no lo perciben como el candidato de una minoría, sino como un politico capaz de corregir la deriva de la etapa Bush, tanto en el plano exterior como en el doméstico. Su reto sería volver a unir a un país tremendamente polarizado y desafíar a los llamados intereses especiales y a los lobbies de las grandes empresas. Los estudiantes universitarios y el segmento más educado de la población, los jóvenes y no tan jóvenes con estudios superiores lo respaldan de modo mayoritario.

Como John F. Kennedy o Ronald Reagan, Barack Obama tiene mucho de vendedor de sueños, pero en version postmoderna («Barack», por cierto, podría traducirse al español como «Fortunato», afortunado). Es muy llamativo que el aspirante demócrata prefiera comunicarse a través de historias, imágenes y emociones y deje en un plano secundario las propuestas racionales, detalladas y articuladas. La historia de su vida y de cómo él mismo encarna el sueño americano, contada en dos libros muy bien escritos, le ha hecho multimillonario. Ambos relatos autobiográficos fueron publicados de forma muy estratégica antes de lanzarse al ruedo presidencial y son la base de su campaña. Lo que resulta más interesante, novedoso y también preocupante es que estas narrativas han sustituido en buena medida a sus argumentos sobre políticas públicas concretas.

A estas alturas todavía se sabe poco sobre sus posiciones acerca de numerosos asuntos de interés público. En su corto recorrido en el Senado de EE.UU. estos tres últimos años, el representante de Illionis se ha protegido a sí mismo de muchas votaciones en las que había que fijar un posicionamiento en cuestiones difíciles o controvertidas, hasta el punto de que tiene el récord de votos en la Cámara Alta que no han favorecido ni el sí ni el no, una actitud de cautela pero también de cálculo electoral.

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En política exterior y en cuestiones de seguridad, nos encontramos sin duda ante el candidato menos experto y viajado de los tres que han estado en liza durante estos meses. Es cierto que Barack Obama tiene la capacidad de generar simpatía hacia EE.UU. en casi todo el mundo, algo muy necesario en la campaña global de relaciones públicas que debe comenzar el próximo ocupante de la Casa Blanca para recuperar la imagen norteamericana, seriamente dañada por las torpezas de planificación y comunicación de la Administración Bush. Pero pudiendo haber adquirido conocimientos y experiencia en asuntos internacionales, el senador de Illinois hasta ahora ha preferido no hacerlo. De ser elegido presidente, deberá elegir muy bien a sus asesores y aprender rápido. Todavía no ha planteado reformas claras ni iniciativas muy concretas para encarar la seria crisis financiera y la delicada situación económica que atraviesa EE.UU.

Algunos analistas temen que detrás de esta indefinición no sólo exista un nuevo modo de conectar con los electores a través de imágenes y ejemplos y por supuesto un cálculo inteligente para ganar las primarias y en noviembre las elecciones. Barack Obama es acusado de ser un candidato disfrazado del sector más proclive a las recetas anticuadas del Partido Demócrata, más impuestos y mayor gasto, y no un moderado, rápido aprendiz de estadista y brillante gestor de sus evidentes puntos fuertes mediáticos, como querrían verlo muchos.

Por otro lado, es cierto que Obama no está encasillado en dogmatismos ideológicos y parece capaz de gobernar desde el centro y unir a republicanos y demócratas en cuestiones esenciales para la buena marcha del país (como John McCain, por cierto). De hecho, muchos de los votantes de Obama en otoño serán republicanos desencantados que buscan el cambio y quieren dejar atrás los años de Bush y ofrecer a su maltrecho partido la posibilidad de regenerarse en la oposición. Estos nuevos demócratas piensan que John McCain está demasiado contaminado por lo peor del Partido Republicano de estos últimos años. En cualquier caso, los análisis que se hacen en España equiparando las ideas republicanas con las de nuestro centro derecha y las del Partido Demócrata con el socialismo de José Luis Rodríguez Zapatero no tienen fundamento ni deben ser tenidos en cuenta.

Nadie duda a estas alturas de que Barack Obama es un político de enorme inteligencia, pragmatismo y talento como orador. Igualmente, parece muy deseable que un miembro de una minoría racial de EE.UU. pueda llegar a ser en algún momento el ocupante de la Casa Blanca. Se daría así un gran paso para dejar atrás las lacras del racismo y la exclusión social. Por ahora Obama ha cambiado la manera de hacer política, poniendo el acento en el estilo, la trayectoria vital y los mensajes de esperanza, pero los interrogantes sobre su programa de gobierno permanecen sin resolver. En los próximos meses el cuerpo a cuerpo con John McCain desvelará el alcance y el contenido de este fenómeno político

José M. de Areilza es Licenciado en Derecho con Premio Extraordinario de Licenciatura por la Universidad Complutense de Madrid, Doctor en Derecho y Master en Derecho por la Universidad de Harvard y Master en Relaciones Internacionales por The Fletcher School of Law and Diplomacy. Actualmente es profesor ordinario en el Departamento de Derecho y en el Departamento de Dirección General y Estrategia de ESADE. Asimismo, desde 2013 es titular de la Cátedra Jean Monnet en ESADE, otorgada por la Comisión Europea. Secretario General de Aspen Institute España.