UN REGRESO ESPERADO.
Las elecciones peruanas son una gran oportunidad para consolidar una democracia que apuesta mayoritariamente por el fortalecimiento de las instituciones. Desde la caída del fujimorismo, el Perú ha logrado elegir sucesivamente a todos sus presidentes en elecciones limpias y el proceso de 2016 no será una excepción. Ahora bien, la polarización propia de un sistema partidista altamente fragmentado convierte a estas elecciones en un fenómeno complejo que presenta diversas variables objeto de análisis.
En este sentido, el resultado de la primera ronda de las elecciones peruanas consolida el liderazgo de Keiko Fujimori y del modelo económico de crecimiento que ha favorecido el desarrollo del país en los últimos veinte años. Keiko Fujimori, lideresa de Fuerza Popular (FP), ha vencido con un 39% de los votos válidos, casi el doble de lo que obtuvo en la primera vuelta del año 2011. Su votación también duplica la de su más cercano competidor, Pedro Pablo Kuczynski, de Peruanos Por el Kambio (PPK), que obtuvo, según el conteo oficial de la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE), el 22% de los votos. El tercer lugar ha sido ocupado por la candidata izquierdista Verónica Mendoza, del Frente Amplio (fa), con un 18% de los votos, y el cuarto puesto fue para Alfredo Barrenechea, de Acción Popular (ap), con un 7% del electorado. Los expresidentes Alan García y Alejandro Toledo obtuvieron el 6% y el 1%, respectivamente.
Estos resultados obligan a una segunda vuelta (ballotage) en la que Keiko Fujimori se enfrentará no solo a Pedro Pablo Kuczynski sino a todo el sector antifujimorista. Uno de los clivajes más importantes de la política peruana es, precisamente, la oposición entre fujimoristas y antifujimoristas. Las elecciones de 2011 fueron un ejemplo de esta división que favoreció la candidatura de Ollanta Humala. El gobierno de los Humala fue respaldado por personajes tan disímiles como los radicales prochavistas y los liberales vargasllosianos. Desde Toledo hasta Vargas Llosa, pasando por los movimientos antimineros y el viejo partido de Fernando Belaunde Terry, Acción Popular, todos se unieron hace cinco años para evitar el retorno del fujimorismo.
El resultado de esta alianza artificial fue uno de los gobiernos más cuestionados de las últimas décadas. El humalismo abandona el Palacio de Pizarro en medio de escándalos de corrupción y con la desaprobación del 80% de los peruanos. La primera dama, Nadine Heredia, la Mariscala del humalismo, se encuentra investigada por el caso de las «agendas», unos papeles privados en los que, presuntamente, se anotaron sobornos recibidos por parte del Partido Nacionalista, el partido fundado por los Humala. Aunque la alianza nunca se ha quebrado formalmente, conforme el escándalo crecía muchos de los aliados de los Humala han marcado distancia e incluso han pasado a la crítica abierta. De hecho, la candidata izquierdista Verónica Mendoza fue asistente de Nadine Heredia y congresista del humalismo hasta que renunció al movimiento por no estar de acuerdo con la continuidad del modelo demoliberal, compromiso que los Humala respetaron desde el juramento de San Marcos en el que aceptaron la tutela de sus aliados, Vargas Llosa el primero.
La segunda vuelta peruana será un proceso complejo y polarizador y las alianzas serán tan artificiales como las del año 2011. El antifujimorismo ha vuelto a renacer aunque esta vez el liderazgo de Keiko Fujimori es más fuerte y se encuentra mejor implantado en todo el país. Fuerza Popular ha ganado en 15 de los 24 departamentos del Perú y duplicando su votación con respecto a 2011. Además, mediante una serie de pasos muy concretos a lo largo de los últimos meses, Keiko Fujimori ha intentado alejarse de la imagen negativa de su padre para reducir su antivoto y ganar a los indecisos. Su último mensaje durante el debate de los candidatos en la primera vuelta fue: «Nunca más un 5 de abril», lo que equivale a renunciar a la fecha emblemática del fujimorismo de los noventa.
Todos tenemos un pasado concreto del que abjuramos y nos queremos desprender. Es connatural al ser humano el arrepentimiento y la voluntad de cambio. El pasado de los políticos es algo personalísimo y aunque a veces caben las culpas colectivas, lo normal es que la salvación política de un líder (así como su condenación) sea un asunto de estricta responsabilidad personal. Keiko Fujimori ha dicho en campaña que ha «sufrido» y «cargado una mochila muy grande por errores de otras personas» y que jamás permitirá que sus hijas padezcan esa misma carga. El fujimorismo fue un populismo autocrático, pero todo indica que Keiko Fujimori quiere hacer de Fuerza Popular un partido político institucionalizado que no repita el cesarismo de los noventa. Keiko, al hablar de una mochila pesada que no quiere cargar, expresa la aspiración institucional de los fujimoristas: respetar las reglas de juego de la democracia convirtiéndose en un partido de larga duración.
La mochila de Keiko se ha visto aligerada por su tajante rechazo a otorgar beneficios penitenciarios a las personas que cometieron delitos durante el gobierno de su padre. Incluso ha declarado que no promoverá el indulto para Alberto Fujimori, sosteniendo que, de ser necesario, evaluaría la pertinencia de firmar un documento al respecto. Todas estas manifestaciones tendrían que zanjar los temores legítimos de los que piensan que Keiko podría ser influenciada por Alberto Fujimori. De hecho, en un momento de abierta discrepancia como fue el caso de los congresistas que no se presentaron a la reelección, fue su voluntad y no la de Alberto Fujimori la que se impuso finalmente. Sin embargo, esto no es suficiente para los antifujimoristas como Mario Vargas Llosa que sostienen que «la hija del dictador» no debe gobernar.
Es cierto que la mochila de Keiko porta algo que pesa mucho y que ineludiblemente tiene que conjurar: su propio desempeño durante los noventa. La ganadora de la primera vuelta de las elecciones peruanas fue la primera dama del fujimorismo y ese es un hecho objetivo, innegable. Sin embargo, la carga negativa que se desprende de este hecho, a la sombra de los años, es asumible y rectificable. Más importante aún, es una carga que puede desaparecer bajo el ejercicio personal de un gobierno. Solo la Keiko Fujimori presidenta será capaz de borrar de la faz de la tierra a la Keiko primera dama. Pero antes el fujimorismo de Fuerza Popular tiene que enfrentarse a la predecible unidad de casi todas las fuerzas políticas que han perdido en la primera vuelta. La mayoría de 68 congresistas que ha obtenido el fujimorismo garantizaría una presidencia fuerte. De ganar la elección ppk el fujimorismo tendría la llave de la estabilidad en el gobierno. Cualquiera que sea el resultado, Fuerza Popular puede celebrar una victoria que equivale al respaldo del 40% del país. El doble de lo conseguido hace cinco años, una cifra importante para un partido político que ha sufrido el rechazo legítimo de amplios sectores durante quince años y que hoy aspira a reivindicarse históricamente por la vía electoral.
LOS CANDIDATOS QUE SE FUERON
Por un lado, la salida de dos candidatos importantes, Julio Guzmán y César Acuña, marcó el derrotero de la primera vuelta. Julio Guzmán fue, hasta su expulsión por parte del Jurado Nacional de Elecciones (JNE), uno de los candidatos favoritos en la intención de voto. La fugaz candidatura de Guzmán presentó varias aristas. Por un lado, se trataba de un hombre que pese a presentare como nuevo en política sirvió en el gobierno de Ollanta Humala como viceministro y jefe de gabinete del Consejo de Ministros. Además, durante el auge del humalismo participó activamente en reuniones proselitistas del Partido Nacionalista presidido por Nadine Heredia. Guzmán, por supuesto, ha marcado distancia después de su paso por el humalismo, pero lo cierto es que varios de sus compañeros de ruta trabajaron para el gobierno de Humala y que su candidatura, apoyada de manera entusiasta por Nadine Heredia, ha sido tachada por el diseño improvisado de sus asesores. Tomando parte de la estrategia de marketing de podemos, Todos por el Perú, el Partido de Guzmán (organización a la que él mismo se ha incorporado hace tan solo unos meses), mezcló un discurso estatista y progresista con el lenguaje macroeconómico propio de los organismos internacionales. Guzmán, apoyado en el Perú por los progresistas que también sostuvieron la candidatura de los Humala, ha sido defenestrado de las elecciones por varios errores en la presentación de su candidatura. Lo interesante del caso es que los progresistas que durante años han reclamado el cumplimiento fiel de las reglas de juego, ante la exclusión de Guzmán por su evidente falta de cumplimiento de las normas electorales, apoyaron la tesis del perdón político prefiriendo la ruptura de la normativa electoral con tal de mantener a su nuevo protegido en la contienda. Tras su salida de la contienda, Guzmán ha intentado deslegitimar el proceso, sin obtener un respaldo popular.
Distinta fue la experiencia fallida de César Acuña. Tras un inicio promisorio apuntalado por su posición como expresidente regional y dueño de un conglomerado de universidades en el país, el acuñismo se vio envuelto en un escándalo de plagios y reproducciones de libros. Los ataques se centraron en la figura del candidato a la presidencia, quien fue acusado de plagiar su tesis doctoral en la Universidad Complutense y de copiar la totalidad de un libro de un catedrático peruano amigo suyo. Tras estos ataques, su candidatura empezó a derrumbarse. Ni los aliados que sumó al inicio de su campaña (extoledistas, exministros y congresistas de ppk, exvoceros de otros partidos y líderes de diversas agrupaciones) ni la estrategia del asesor que ayudó a los Humala a llegar a Palacio de Gobierno (Luis Favre, un extrotskista al servicio del pt brasileño) lograron revertir la tendencia decreciente de su candidatura. Al final, ante la deserción de sus aliados y la renuncia de su asesor brasileño, tachado ante el Jurado Nacional de Elecciones y desplomándose en las encuestas, Acuña decidió aceptar su declive y concentrarse en salvar su imperio educativo. Acaba de anunciar que espera postular nuevamente el 2021.
LA PRIMERA VUELTA
Keiko Fujimori lideró las encuestas ampliamente durante varios meses. Sin embargo, la caída de Julio Guzmán y César Acuña revitalizaron la candidatura de Pedro Pablo Kuczynski (PPK), quien fuera la novedad en las elecciones de 2011. Por otro lado, la izquierdista Verónica Mendoza obtuvo el tercer lugar y durante su campaña sostuvo que es preciso cambiar el modelo económico y retornar a «la gran transformación», el programa chavista al que renunció Ollanta Humala cuando ganó la presidencia hace cinco años. Alfredo Barnechea, el cuarto lugar de estas elecciones, ha revitalizado un partido de cuadros como es Acción Popular capitalizando la memoria del expresidente Fernando Belaunde Terry y presentándose como un antagonista de lo que él denomina «el modelo fujimorista de los últimos quince años».
Por último, la Alianza Popular de Alan García (APRA) y Lourdes Flores (PPC) no logró superar el quinto puesto en las preferencias. La unión de estos dos partidos históricos se trató, sin lugar a dudas, de la maniobra política más audaz de estas elecciones, pues permitió la confluencia de dos partidos históricamente antagonistas; sin embargo, el electorado peruano no premió esta alianza, al contrario, la percibió como un encuentro antinatural. El resultado es negativo para ambos partidos porque provoca el cambio de liderazgo de Alan García y Lourdes Flores, los dos promotores de la alianza, y abre un periodo de incertidumbre y renovación en el APRA y el PPC.
Con todo, la primera vuelta clausura un proceso concreto y abre paso a un nuevo juego de alianzas y antagonismos. El renacimiento del antifujimorismo, el apoyo de la izquierda a un candidato de derechas (PPK) factores que hemos de tener en cuenta al analizar un proceso tan complejo como la propia realidad peruana, un país, que quince años después de la caída del fujimorismo, avala su retorno con casi el 40% del respaldo electoral. •