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La posmodernidad, explica Gómez Pérez, ha otorgado primacía a la fragmentación y a la pluralidad, pero esta no es toda la historia, por decirlo de alguna manera. Pues esa fragmentación exige mediaciones, que tratan de unir lo diverso y múltiple, otorgarle sentido. Esa es, pues, la forma de salir del nihilismo al cual parecen abocadas las corrientes filosóficas contemporáneas, que obvian la dialéctica que unifica lo real y lo hace comprensible. Más que afirmar la discontinuidad, que convertiría el mundo en una cárcel, Gómez Pérez, siguiendo la tradición filosófica clásica, advierte continuidades y paralelismos que solo pueden percibirse mediante la mirada ontológica a la riqueza de lo real.

La realidad fragmentada es una obra de madurez, en la que se concitan intuiciones sobre las que Gómez Pérez ha trabajado durante muchos años. Uno de sus ensayos anteriores hablaba de las constantes humanas, esos rasgos invariantes que pertenecen a la naturaleza del hombre pero que reciben una concreción cultural diversa y que hacen inteligible la historia. En línea con este trabajo previo, este último ensayo profundiza en la idea personal del autor, su convicción primordial, de que más que contradicciones, existe una unidad en la diversidad de lo humano.

También Gómez Pérez en todos sus libros manifiesta la primacía del individuo, como por ejemplo en La cultura de la libertad, editado por UNIR. Pues el origen es individual, tanto en el ámbito de lo real como en el de la persona. Es cierto que el ismo del individuo ha sido interpretado de diversas maneras y que, con la Modernidad, la interpretación se inclina hacia lo que Gómez Pérez llama individualismo malo, una forma educada de reivindicar el egoísmo. Pero hay otra vertiente moderada y «buena», en la que se parte de la soledad del yo pero también de su trascendencia hacia lo comunitario, que constituye así pues el elemento de mediación. Porque sin yo no puede haber un nosotros.

Pero si se constata, en efecto, que lo plural y fragmentado tiende a mediarse y a superar las diferencias, ¿por qué se ha insistido tanto en el carácter irreductible de lo diverso? Gómez Pérez ensaya una peculiar y profunda génesis que explicaría la primacía de la fragmentación, comenzando por el estudio de Ockham, el preludio de lo que llama «filósofos de la fragmentación» y que pasa por Hume, Kierkegaard, Nietzsche y Wittgenstein. Frente a esta trayectoria, en otra parte del libro, un análisis plural de los «rostros de la Modernidad», como un intento fallido por restaurar una unidad artificial tras la constatación de la pluralidad mediada que había descubierto la metafísica clásica. Gómez Pérez expone con profundidad las dimensiones del pensamiento moderno y lo hace de una forma original y novedosa: un recorrido que, desde la ciencia hasta el arte y la cultura, arroja mucha luz sobre el desarrollo de un movimiento filosófico al que la diferencia de los posmodernos trata de servir de contraste. Es esta una de las partes más logradas de todo el ensayo.

En cuanto a las mediaciones, el propio autor explica que no tienen la misma naturaleza las mecánicas que las humanas, aquellas que dependen de la libertad del individuo. Es quizá este rasgo el que explique la pugna entre la individualidad y la unidad, que satura la historia de las creaciones culturales. Asimismo, como explica, «el con-junto de las mediaciones puede ser comprendido en el concepto de “cultura” en cuanto suma de ideas, creencias, ciencias, técnicas, tradiciones, costumbres, etc., de un grupo social, todo encuadrable en el concepto amplio de hábito».

En el libro se ofrece un pormenorizado recorrido por las principales mediaciones culturales como el lenguaje y el arte, la familia, la escuela, la economía, la política, los medios de comunicación, las ciencias o el conocimiento, la tradición o la amistad. Cierto es que hay otras, pero en mayor o menor grado pueden incluirse en algunas de las mencionadas. Gracias a esa dinámica entre lo individual y lo comunitario, mediante las instituciones el yo sale de sí mismo para alcanzar su verdadera individualidad, su identidad, como fruto de su encuentro con lo ajeno. Sin embargo, debido a la naturaleza esencialmente libre del individuo, y a pesar de su llamada a lo comunitario, también puede renunciar a la mediación; en ese caso, renuncia a su herencia y, entonces, se inclina por la pendiente de ese individualismo malo que descubre enfrentamiento en lugar de continuidad entre él y los otros.

Con estos mimbres, la posmodernidad puede ser considerada como una alteración de las fragmentaciones naturales, pues implica sumar a ellas fragmentaciones artificiales. Por eso en cada uno de los ámbitos de la cultura, el pensamiento actual percibe contraposiciones en lugar de las continuidades naturales. Late todavía en esta actitud ciertas sugerencias de la filosofía de la sospecha y una mala comprensión de la libertad, según la cual la mediación aparecería no como la vocación o meta de la individualidad, sino como opresión y coacción. Pero, si todo lo que hoy se impone convoca a la contraposición y aboga por una, consciente o inconsciente, supresión de las mediaciones, ¿cómo rescatarlas?

A mi juicio, uno de las contribuciones principales del libro es la defensa de la filosofía. Gómez Pérez sostiene que una de las razones principales de la crisis contemporánea —ya sea cultural, filosófica o social— estriba en el abandono del pensar metafísico. Es evidente que la metafísica que trata de rescatar en este ensayo no es la derivación dogmática en la que incurre la modernidad, sino esa concepción clásica que parte de la apertura del hombre al mundo. Se trata de la «atención a lo real», del descubrimiento de esas preguntas que han inquietado a la humanidad —y siguen haciéndolo— y cuya profundización explica el nacimiento y la continuidad de la verdadera reflexión filosófica.

En efecto: ante la fragmentación de las ciencias y la rebeldía del individualismo, y después de no cosechar la unidad artificial que pretendió la Modernidad, la recuperación de la metafísica es la que se antoja más perentoria. Una metafísica que no constituye una defensa inflexible de determinados dogmas racionalistas, sino la atenta escucha de la pluralidad de lo real y que parte de la revelación del ente y de su multiplicidad en la unidad. Solo así puede reafirmarse el valor del individuo, su apertura libre, sin necesidad de convertir su existencia en una prisión o en una caverna, de la que la filosofía, desde Platón, ha intentado liberarle.

Josemaría Carabante

Profesor de Filosofía del Derecho. (Universidad Complutense de Madrid).