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(Continuamos con la serie de grandes influyentes contemporáneos)

Steven Pinker es una rara avis en el panorama contemporáneo y no solo por su convencimiento de que hay certezas y valores universales, sino por su defensa de la razón. Es esto sin duda lo que le ha hecho tan atractivo al público y le ha servido para ser consolidado como uno de los pensadores de referencia a nivel mundial.

Para este psicólogo de Harvard, carece de valor –de utilidad, de verosimilitud– lo que no está avalado por la ciencia

Para este psicólogo de Harvard, carece de valor –de utilidad, de verosimilitud– lo que no está avalado por la ciencia. Y es ese postulado principal de su metodología el que hace demasiado fría su argumentación. Es hostil a las creencias religiosas, por ejemplo, con independencia de sus aportaciones culturales, y afirma que el misterio no es sino el nombre con el que nos referimos a lo desconocido.

INCURABLE VIRUS DEL OPTIMISMO

En este sentido, como buen evolucionista, se encuentra aquejado por el incurable virus del optimismo. Cuando algunos aseguran que nada de lo que sucede podría ir peor, el intelectual americano defiende nuestra condición ilustrada y muestra con gráficos, coordenadas e infinitos guarismos que nos va razonablemente bien. Es decir, que somos menos pobres, más felices, más sociables y, por lo general, menos violentos, y que este desarrollo favorable ha sido posible gracias a la cualidad que nos caracteriza como especie: la inteligencia.

Pinker ha sabido satisfacer el interés despertado en el gran público por el avance imparable de las ciencias cognitivas. En efecto, si hay algo fascinante es el funcionamiento de la mente y lo que esta es capaz de producir o solucionar. En su primer libro, El instinto del lenguaje (1994), sostenía, como Chomsky, que la capacidad lingüística era innata, aunque, a diferencia de este último, creía que era un factor que no escapaba a las previsoras fuerzas de la evolución.

En su opinión, lo que nos diferencia del resto de los animales es nuestra capacidad de resolver problemas complejos. Es defensor, por tanto, de la teoría computacional de la mente, según la cual la inteligencia es sinónimo de cálculo. Esta postura tiene sus detractores que no consideran muy acertado aplicar el modelo de hardware/software al hombre, y, sobre todo, que las máquinas han venido a encapotar nuestro futuro. El pensador americano estaría de acuerdo en que la mente es un ordenador, pero añadiría que mejorado por siglos y siglos de selección natural.

Obsesionado por lo que nos enseña la ciencia, Pinker aplicó su receta más tarde para investigar hasta qué punto el ser humano es violento (Los ángeles que llevamos dentro). Y llegó a la conclusión de que no hay hoy mayor violencia; lo que ocurre es que nuestras sociedades informadas están más al cabo de la calle sobre ella. De hecho, la verdad es la contraria: estamos cada vez más dispuestos a dialogar y a terminar nuestros desencuentros dándonos la mano. Y si este es el curso de la historia es, precisamente, porque la inteligencia nos civiliza, obligándonos a dejar atrás costumbres inveteradas e intolerantes, como son, a su juicio, la religión, el tribalismo y la tradición, las principales propulsoras de la crueldad o nuestros demonios, como las denomina.

Siempre habrá algo en sus libros que un humanista echará en falta, como indicó el editor Leon Wieseltier

En defensa de la Ilustración, su último libro, es tanto un resumen de sus ensayos precedentes como una presentación de las principales líneas de fuerza de su trabajo. Con independencia de su cientificismo, que le emparenta con intelectuales como el biólogo evolutivo británico Richard Dawkins, y más allá del excesivo valor que confiere a la razón, según sus críticos, siempre habrá algo en sus libros que un humanista echará en falta, como indicó el editor Leon Wieseltier en una disputa que mantuvieron a propósito de las humanidades en las páginas de The New Republic. Y esta es la prueba más palpable de que cabe disentir de Pinker: nos ofrece una cara de la luna, pero no alcanza a alumbrar su reverso.

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NO SOMOS TODO MALDAD

(Extractos de “En defensa de la Ilustración”)

«En defensa de la Ilustración» Paidós. Barcelona, 2018. 30,40 € (papel) / 7,59 € (digital) págs. 49 – 52

«La violencia se considera moral, no inmoral: por todo el mundo y a lo largo de toda la historia, se ha asesinado a más personas para imponer la justicia que para satisfacer la codicia.

Pero no somos todo maldad. La cognición humana posee dos características que le confieren los medios para trascender sus limitaciones. La primera es la abstracción. Las personas pueden apropiarse de su concepto de un objeto en un lugar y usarlo para conceptualizar una entidad en una circunstancia, como cuando captamos el patrón de un pensamiento como «El ciervo corrió desde el estanque hasta la colina» y lo aplicamos a «El niño pasó de estar enfermo a estar sano». Pueden apropiarse del concepto de un agente que ejerce fuerza física y usarlo para conceptualizar otras clases de causación, como cuando extendemos la imagen de «»Forzó la puerta para abrir» a «Forzó a Lisa para que se uniese a ella» o «Se forzó a sí misma a ser amable».

Estas fórmulas otorgan a las personas los medios necesarios para pensar en una variable con un valor y en una causa y en su efecto, justamente el mecanismo conceptual que se necesita para formular teorías y leyes. Pueden hacer esto no solo con los elementos del pensamiento, sino también con ensamblajes más complejos, lo cual les permite pensar en metáforas y analogías: el calor es un fluido, un mensaje es un contenedor, una sociedad es una familia y las obligaciones son vínculos.

«Gracias al lenguaje, las ideas no solo se abstraen dentro de la cabeza de un único pensador, sino que pueden ser compartidas por una comunidad de pensadores»

La segunda escalera de mano de la cognición es su capacidad combinatoria y recursiva. La mente puede albergar una variedad extraordinaria de ideas ensamblando en proposiciones conceptos básicos tales como ‘cosa’, ‘lugar’, ‘camino’, ‘actor’, ‘causa’ y ‘objetivo’. Y puede albergar no solo proposiciones, sino proposiciones sobre las proposiciones y proposiciones sobre las proposiciones sobre las proposiciones. Los cuerpos contienen humores; la enfermedad es un desequilibrio en los humores que contienen los cuerpos; yo ya no creo en la teoría de que la enfermedad es un desequilibrio en los humores que contienen los cuerpos.

Gracias al lenguaje, las ideas no solo se abstraen y se combinan dentro de la cabeza de un único pensador, sino que pueden ser compartidas por una comunidad de pensadores. Thomas Jefferson explicaba el poder del lenguaje con la ayuda de una analogía:

«Quien recibe una idea mía, recibe instrucción sin disminuir la mía; al igual que quien enciende su candela con la mía, recibe luz sin oscurecerme a mí». La potencia del lenguaje como primera aplicación para compartir se multiplicó con la invención de la escritura (y en épocas posteriores, con la imprenta, la difusión de la alfabetización y los medios de comunicación electrónicos). Las redes de pensadores que se comunicaban entre sí se expandieron con el paso del tiempo a medida que las poblaciones crecían, se mezclaban y se concentraban en las ciudades. Y la disponibilidad de energía más allá del mínimo necesario para la supervivencia concedía a más individuos el lujo de pensar y conversar.
(…)

Sería más sabio negociar un contrato social que nos sitúe en un juego de suma positiva: nadie puede perjudicar al otro y ambos nos sentimos alentados a ayudarnos mutuamente.

La sabiduría de la multitud también puede elevar nuestros sentimientos morales. Cuando un círculo suficientemente amplio de personas delibera sobre cómo tratarse mutuamente, la conversación discurrirá en determinadas direcciones. Si mi oferta inicial es: «Yo puedo robaros, golpearos, esclavizaros y mataros a ti y a los tuyos, pero vosotros no podéis robarnos, golpearnos, esclavizarnos ni matarnos ni a mí ni a los míos», no puedo esperar que estés de acuerdo con el trato ni que otros lo ratifiquen, pues no existe ningún buen motivo para que yo goce de privilegios simplemente porque yo soy yo y tú no. Tampoco es probable que estemos de acuerdo con el trato «Yo puedo robaros, golpearos, esclavizaros y mataros a ti y a los tuyos, y tú puedes robarnos, golpearnos, esclavizarnos y matarnos a mí y a los míos», a pesar de su simetría, ya que las ventajas que ambos podríamos lograr haciendo daño al otro son superadas con creces por los inconvenientes que sufriríamos al ser perjudicados (una nueva implicación de la Ley de la Entropía: los daños son más fáciles de infligir y tienen efectos mayores que los beneficios). Sería más sabio por nuestra parte negociar un contrato social que nos sitúe en un juego de suma positiva: nadie puede perjudicar al otro y ambos nos sentimos alentados a ayudarnos mutuamente.

SEMILLAS DE SU PROPIO PERFECCIONAMIENTO

Por consiguiente, pese a todos los defectos de la naturaleza humana, esta contiene semillas de su propio perfeccionamiento, siempre y cuando proponga normas e instituciones que canalicen los intereses particulares hacia los beneficios universales. Entre estas normas figuran la libertad de expresión, la no violencia, la cooperación, el cosmopolitismo, los derechos humanos y el reconocimiento de la falibilidad humana; y entre las instituciones están la ciencia, la educación, los medios de comunicación, el gobierno democrático, las organizaciones internacionales y los mercados. No por casualidad estas fueron las principales creaciones de la Ilustración»

Profesor de Filosofía del Derecho. (Universidad Complutense de Madrid).