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Ver productosSobre la situación actual de la Alianza Atlántica (OTAN) tras la Cumbre de Madrid del pasado Julio. La potenciación del diálogo mediterráneo alberga una interesante carga de futuro.
29 de septiembre de 1997 - 3min.
El símil de la botella medio vacía o medio llena, según con qué ojos se mire, sirve para ilustrar perfectamente la situación de la Alianza Atlántica tras la Cumbre de Madrid del pasado julio.
La reunión se clausuró con un gran éxito de los anfitriones (la capital, el gobierno, el pueblo español) desde el punto de vista de la organización y cierta decepción entre quienes habían creído demasiado en las expectativas un tanto artificiales emitidas en las etapas preparatorias. Hubo confusión entre objetivos, métodos y resultados. Y cierta tendencia a olvidar que, pese a la renovación de los últimos años, la "nueva OTAN" sigue siendo la misma que nació, pronto hará cincuenta años, en Washington.
Muchos olvidaron cuál es el país que mantiene el liderazgo de la organización atlántica desde su fundación. Eso explica su escandalizada sorpresa ante la exigencia del Presidente Clinton de abrir la puerta solamente a tres de los cinco países centro- europeos o balcánicos que se hallaban en lista de espera. El Presidente norteamericano ejerció en Madrid ese liderazgo. Y lo hizo con relativa prudencia, sin prepotencia aparente. Cinco nuevos miembros eran demasiado para las arcas de la Alianza y, naturalmente, para las de Estados Unidos.
Habrá que esperar a 1999 para que Rumanía y Eslovenia se adhieran al Tratado de Washington. Probablemente también lo hagan entonces los países bálticos, pues ésta es otra de las exigencias norteamericanas que los aliados europeos aceptaron incluir en el comunicado, aunque algunos a regañadientes, para no irritar al hosco Primakov.
El otro gran tema sobre el que la Cumbre de Madrid debería haberse pronunciado había sido descartado meses antes. La nueva estructura de mandos de la Alianza está todavía "verde" y era peligroso ponerla en marcha sin resolver una serie de asuntos de fondo (el imposible -por ahora- mando europeo en ‘el Cuartel General del Mediterráneo), además de algunos de carácter "técnico" (la definición de zonas para el submando español, por ejemplo), que deberían estar listos en diciembre. No importaría demasiado, sin embargo, que tal renovación exigiera aún más tiempo, dada su importancia y trascendencia en el futuro.
La potenciación del diálogo mediterráneo, iniciado por la Alianza con resultados modestos, fue uno de los objetivos logrados en Madrid y que, al menos para España (promotora de la idea), alberga una interesante carga de futuro. La Carta de cooperación con Ucrania, también firmada en Madrid, cabe valorarla como un intento de rescatar a ese gran país del área de influencia rusa, para así estabilizar, en la medida de lo posible (bastante poco, por cierto), una vida política y económica que da tumbos.
Poco más salió de la cita madrileña, salvo la convicción de que en los procesos de cambio lo importante no son las palabras, sino los hechos. La OTAN inició tras la caída del "socialismo real" un proceso de adaptación y renovación en profundidad que va, desde la definición de sus nuevas prioridades y misiones estratégicas, a la "invención" de una nueva estructura de mandos y a su apertura hacia las nuevas democracias emergentes en el Este y centro de Europa.
Nada de esto podía ni puede improvisarse, como tampoco ser doblegado a la tiranía de las fechas y los calendarios. Por eso fue un tanto exagerado -por no decir provinciano- situar en la Cumbre de Madrid esperanzas exageradas: la esencia del pacto atlántico sigue siendo la misma, la renovación en marcha es imparable, pero mal puede someterse a las urgencias de los políticos o a la tiranía de los medios. Avanza por carriles distintos. En la capital española, esto quedó meridianamente claro.