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«¿Cuándo aprenderán los árabes a votar?», se preguntaba recientemente con cierta displicencia Peter David, redactor jefe de «The Economist», Esa misma pregunta se hicieron en las últimas semanas muchos intachables demócratas tras haber conocido el resultado -nada sorprendente, por cierto de las elecciones legislativas argelinas, «las primeras en libertad» después de treinta años de independencia.

«Dos de cada tres votantes, escribió Jean Daniel, han utilizado la libertad para renunciar a la libertad». Frase sin duda lapidaria y no muy exacta pero que expresa la inquietud y, desde luego, el malhumor de los medios occidentales ante una reacción tan esperada como explicable. Eso explicaría la segunda fase de esta reacción, la esperanza, cuando no la sugerencia, de que las fuerzas armadas tomasen en sus manos de nuevo – y como casi siempre- los destinos del país para impedir que los islamistas llegasen al poder o lo compartiesen, instalando finalmente un Estado Islámico, la «charía» como jurisprudencia suprema, el velo para las mujeres y la lapidación para las adúlteras. Gracias a Allah o a Yavé los militares argelinos escucharon atentamente la sugerencia y el país se encuentra de nuevo en una etapa «de receso» político para nada excepcional -aunque el «estado de excepción» esté en vigor- porque eso es precisamente lo que vino sucediendo desde la independencia.

El lobo vegetariano

Tal vez no valga la pena realizar ningún tipo de análisis prospectivo porque el futuro sigue siendo tan incierto en Argelia como ¡o es en casi todos los países del Magreb, con alguna excepción. La tutela militar no excluye el estallido como pudo verse en octubre de 1988 cuando miles de jóvenes «airados y ociosos», como los calificó la prensa única del entonces partido único, salieron a la calle y se enfrentaron con el ejército. Balance: varios cientos de muertos, tal vez miles porque nunca se sabrá.

Tras la masacre el poder concedió reformas constitucionales y el presidente-coronel Chadli Benyedid aprovechó la oportunidad para hacerse re-elegir {con el 81.17% de los votos, no faltaría mas) por un período de cinco años. Algo más de un año después, en septiembre de 1989 el gobierno reconoce la existencia legal del FIS que con indudable coraje y oportunismo se había colocado al frente de los rebeldes urbanos meses antes. Era una forma un tanto inocente de canalizar los impulsos de la revuelta mediante el juego parlamentario y de reducir la gravedad de la fractura política producida en el país a causa principalmente del dogmatismo, la corrupción y la incompetencia del partido único, el FLN, convertido en una mafia de aprovechados. Militares y civiles de la oligarquía gobernante intentaron inventar un lobo vegetariano mediante una ramplona ingeniería genética. La ilusión intelectual concluyó cuando el 12 de junio de 1990, algunos meses apenas después de su legalización los islamistas barren en las elecciones locales.

El poder no escarmentó y al me s siguiente , el coronel presidente convertid o e n el gran democratizados gran reformador, gran modernizador, siguió avanzando por la senda de la Constitución recién implantad a y convocó elecciones legislativas anticipadas. Convencidos de que su hora había llegado , lo s isla – mista s se lanza n a l a calle para, utilizando la infraestructura administrativa municipal -que controla n democráticamente – obliga r al gobierno a derogar una nueva le y electoral -escrutinio mayoritario con do s vueltas- , y exigir elecciones presidenciales anticipadas. El lobo rehúsa las ensaladas y en junio se reproducen con idéntica ferocidad los enfrentamiento s d e dos años atrás con vario s centenares de muertos y d e heridos.

El coronel-presidente cae del guindo y decide entonces retrasar las elecciones legislativas , aceptar la dimisión del primer ministro y proclama r el estad o d e sitio. Para sustituir al jefe del gobierno nombra al flexible y tranquilizador Sid Ahmed Ghozate , «el hombre de la pajarita» , que reitera la voluntad democratizadora del régimen y encarcela a lo s dos líderes principales del Frente Islámico d e Salvación, Abassi Madani y Alí Benhadj. «Normalizada » la situación, Chadii vuelve a anunciar a finales de año la celebración de elecciones a finales de 199 1 y principio s d e 1992. Mientras tanto los islamistas compaginan la lucha legal con la actividad armada y en el sudeste del país se produce n accione s de guerrilla con varias víctimas.

Sobre los resultado s d e esta primera vuelta de las elecciones argelina s se h a dicho casi todo lo que podía decirse y mucho más de modo que n o val e l a pen a reiterar lugares comunes y simples disparates. Ni siquiera parece útil a esta s alturas repetir la s «cifras d e l a crisis » (25 % d e paro, 23.00 0 millones de dólares de deuda , aumento incontrolado y galopante de la población, pauperización progresiva de las zonas urbanas , impasse de la agricultura, etc. ) para explica r por qué la revuelta , primer o y l a victoria electoral, después, eran ineluctables.

Parece, en cambio, mucho más difícil de explicar las razones por las que los reformistas argelinos, todos ellos originarios del «bunker» político, intentaron imitar a Gorbaehov para, finalmente, promover su golpe de Estado para abortar las consecuencias de sus reformas. Tras haber ignorado soberbiamente los intereses y exigencias políticas de un país joven pero adulto, haber denostado la llamada democracia burguesa como una de las peores lacras de la decadencia occidental, hélos aquí reconvertidos en liberales intachables, horrorizados ante quienes ahora aprovechan la libertad otorgada para acabar con las libertades propuestas, Al final, como no podía ser de otra forma, la «ultima ratio» fueron los guardias, la policía y el ejército.

El ruido y la furia

Pero sería un tanto ingenuo reducir el comentario y el análisis del fenómeno islamista al caso argelino tan próximo a nuestras fronteras, aunque tan lejano para muchos de nuestros gobernantes, convencidos de que nunca pasa nada basta que… pasa. La gran oleada islamista es fruto de factores de toda índole, compartidos como mínimo por los cuatro países magrebinos (Libia se excluye por sí sota) y no pocos del Machrek.

Dos fenómenos, relativamente recientes, han potenciado la irrupción islámica en el Norte de Africa, además de las «cifras de la crisis» ya citadas: en primer lugar, e! fin del mundo bipolar, la caída del comunismo y la nueva hegemonía de Estados Unidos y de Occidente. La esperanza que el marxismo y todos sus derivados había despertado en los pueblos del Tercer Mundo se ha zanjado ahora con una decepción dolorosa. Esta esperanza de justicia, igualdad y bienestar se ha trasvasado a otras latitudes ideológicas y principalmente al nacionalismo y al… integrismo religioso (la disputa sobre si a los extremistas islámicos debe denominárseles fundamentalistas o integristas me parece sinceramente una pérdida de tiempo), convertido en la última bandera de la utopía precisamente en el momento en que el resto de las banderas doctrinales se han arriado.

Otro fenómeno de importancia crucial para entender lo que está pasando es la crisis del nacionalismo árabe o, si se prefiere, del panarabismo. La guerra del Golfo descubrió el final de aquel sueño laico de Gamai Abdel Nasser, países «hermanos», miembros naturalmente de la Liga Arabe, se enfrentaron abiertamente en nombre de la soberanía vulnerada de uno de ellos. Los antagonismos eran ya viejos pero la guerra hizo que salieran a la luz. El delirio de la «nación árabe» que camina hacia su unidad parece haberse esfumado entre el humo de los Scud. Sólo un proyecto cívico-religioso, compartido e intransigente. parece movilizar hoy a las masas árabes, deprimidas y decepcionadas por la derrota de Saddam Hussein y sus brutalidades ahora conocidas. Porque -y eso se olvida con excesiva facilidad- durante la guerra los islaniistas de toda laya salieron a la calle, sobre todo en Argelia, Marruecos y Túnez, pero también en Jordania (aunque por razones distintas) para gritar su adhesión a Saddam y su proyecto. Pese a que casi todos estos grupos contaban – y , en muchos casos, cuentan todavía- con la ayuda logística de Arabia Saudí, en el momento de la verdad escogieron el campo iraquí porque representaba, pese al carácter declaradamente laico (y por tanto «ateo» para la mentalidad integrista) de su proyecto porque se trataba de un enemigo del Satán occidental a quien se trataba de dar, al fin, una lección.

Dos sociedades contrapuestas

La guerra del Golfo como gran catalizador de contracciones que fue, sirvió también para poner de manifiesto el antagonismo, hasta entonces oculto u ocultado entre dos sociedades que convivían en el seno de los países de Magreb; una inmensa mayoría pobre y empobrecida, analfabeta y desesperada y una minoría poderosa, nacionalista y occidental en sus usos aunque no siempre en su proyecto político. Los islamistas enarbolaron – y todavía enarbolan- la bandera de los desesperados, La élite del poder -no sólo del poder político- se identificaba en Argelia con el FLN, es decir, con el statu quo. En Marruecos con el «Palacio», de donde procede todo poder. En Túnez con la herencia laica y por-occidental del sistema inventado por Burguiba. Muchos de quienes ahora se mesan los cabellos ante la estampida islamista reconocen con apabullante sinceridad que ignoraban la existencia de esta inmensa mayoría de desposeídos y que haberles dado voz y voto fue un inmenso disparate. Aunque tal vez el disparate mayor haya sido, tras la efímera experiencia libertaria, condenarlos a la subversión y la violencia clandestina.

Resulta, en efecto, dramático que las únicas alternativas para estas mayorías sean el «modelo Saddam» (una dictadura militar, expansionista y genocida) o el «modelo Jomeyni» (una teocracia dogmática, sanguinaria y arcaica). O, lo que sería todavía peor, una mezcla de ambos sistemas.

Pero la inexistencia de otros modelos viables para las mayorías de estos países contrasta con las tercas realidades del momento que sirven de detonador. Ningún régimen árabe se basa actualmente. en lo que algunos denominan «legitimidad democrática». Ningún gobierno ha llegado al poder mediante un proceso electoral limpio y controlado internacionalmente. Hay monarquías paternalistas y relativamente liberales como la marroquí o la hachemita. También hay monarquías o emiratos donde la economía libre de mercado no se compadece con ninguna otra libertad: Arabia Saudí. Kuwait, Qatar y un largo etc. Hay. desde luego, regímenes cívico-militares con cobertura democrática pero represivos y feroces contra sus adversarios como es el caso de Egipto o Túnez. Y hay, desde luego, dictaduras personales a secas como la de Gadafi en Libia, la de El Assad en Siria o la de Saddam Hussein en Irak, Hasta hace poco el poder en esos países funcionaba gracias a una serie de instituciones y hábitos, tácitamente admitidos (¡que remedio!) por los pueblos: una policía política omnipotente y omnipresente, unas fuerzas armadas convertidas en «segundo-escalón» de ¡asegundad, una clase política corrupta y venal, un tipo de economía dependiente y protegida y un contrato -tácito- entre las oligarquías y el pueblo consistente en ofrecer estabilidad y pan (no mucho) a cambio de la impunidad y arbitrariedad del poder.

La ultima frontera

Pero este modelo se agotó hace años aunque sea ahora cuando muchos -sobre todo en el exterior- lo advierten. Las economías de estos países son, en su mayoría, inviables o bien porque se basan en el «monocultivo» del petróleo o simplemente porque a una agricultura aniquilada por la planificación burocrática debe añadirse un crecimiento vegetativo de la población acelerado e incontrolable. En menos de veinte años la actual población del mundo árabe (doscientos millones) se doblará. El crecimiento vegetativo de la población de Marruecos, Argelia y Túnez (ios tres países donde la amenaza islamista es más aguda) supera el 3,2%. el triple que la tasa española.

Este crecimiento incontrolado -fruto, por cierto, de la política natalista de algunos países o del oscurantismo religioso de casi todos- conduce inmediatamente a la catástrofe si no se toman medidas drásticas y cuanto antes. Pero todo indica que nadie en este terreno le pondrá el cascabel al gato. La mayoría de estos países son incapaces ya de alimentar adecuadamente a su población: cubrir las necesidades de educación, seguridad social, formación profesional, vivienda, etc., es simplemente un sueño inalcanza ble en las actuales circunstancias, y lo peor está todavía por venir. La emigración a Europa -antaño válvula de escape para las tensiones demográficas- se ha cerrado hace años y los controles serán paulatinamente más estrictos. Los jóvenes (más del 75% de la población tienen menos de 32 años en el Magreb) buscan inevitablemente una salida a esta situación bloqueada. Sólo una política firme de los gobiernos -¿compatible con un sistema de libertades?- y el apoyo tecnológico, financiero y humano del Norte podría en el futuro generar un tipo de crecimiento autocentrado. Pero para ello debería existir conciencia de riesgo y de la magnitud de la amenaza, algo que solamente algunos países del Sur de Europa poseen.

Ni que decir tiene que la situación en el Centro y Este de Europa no ayuda a crear esta conciencia ni a percibir esta amenaza. Sólo Francia, España y, en menor medida, Italia, se sienten concernidas por lo que se gesta al Sur de Gibraltar convenidas en «última frontera» de una invasión que ha dejado de ser un simple recurso retórico. Pero será difícil ahora que los gobiernos de Europa del Sur convenzan a lo restantes socios comunitarios sobre la urgencia de establecer una suerte de «plan de desarrollo» para los tres países de! Magreb más accesibles a la marea islamista.

Claro que incluso la viabilidad de esta ayuda (existen proyectos de la CE. meritorios pero poco consistentes) choca con ciertos obstáculos: regímenes de fuerza, oligarquías corruptas, violencia institucional, despilfarro y carencia de una cultura del trabajo y del beneficio, etc. La pregunta que ya empiezan a hacerse muchos es si por prejuicios éticos -y, también estéticos- debe permitirse que la espiral de la revuelta acabe con la estabilidad de la zona y amenace definitivamente nuestra propia estabilidad. De modo que, tal vez, en el futuro haya que firmar el cheque tapándose la nariz.

Periodista