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“Todo pensamiento, sea religioso o político, tiene interés en perpetuarse, porque la idea que ha conmocionado a una generación quiere conmocionar a otras y dejar huella. ¡Y qué precaria inmortalidad la del manuscrito! ¡Un edificio es un libro mucho más sólido, duradero y resistente! Para destruir la palabra escrita bastan una antorcha y un turco. Para demoler la palabra construida, hace falta una revolución social”.

Estas palabras de Victor Hugo (1802-1885) cobran especial relieve ahora que un incendio ha estado a punto de conseguir lo que ni una revolución, ni dos guerras mundiales lograron. El novelista, poeta y dramaturgo francés concedía singular importancia al legado arquitectónico de la vieja Europa, que en el París de su época estaba amenazado por las demoliciones y el menosprecio de sus contemporáneos. Sostenía que en la Edad Media “el poeta nacía arquitecto”, y que una catedral gótica era la máxima expresión de creatividad.

Nuestra Señora de París, de Victor Hugo. Alianza, 704 págs.

Por eso, no dudó en convertir a Nuestra Señora de París (Notre-Dame)  en escenario y, al mismo tiempo, personaje de la novela del mismo título, cuando su editor, Gosselin, le pidió que escribiera una. Corría el año 1830, Hugo tenía 28 y había escrito algún drama romántico, como Cromwell o Hernani, y dos libros de poesía, Odas y baladas, y Las orientales. Concibe entonces una gran novela coral, ambientada en el siglo XV, en la estela de la novela histórica que cultivaba Walter Scott. Los protagonistas son los habitantes de París -desde el rey de Francia hasta los hampones de la Corte de los Milagros- y la propia catedral gótica.

Se cruzaban en el empeño de Hugo, su gusto por el folletín romántico y su interés por la arquitectura

Se cruzaban en el empeño de Hugo, su gusto por el folletín romántico (amores desdichados, fatalismo, pasión y muerte, giros imprevistos en la trama) y su interés por la arquitectura. De hecho, el éxito de la novela, publicada al año siguiente, popularizó a la catedral y contribuyó a sensibilizar a la sociedad para preservar el patrimonio arquitectónico de París. Años después, en 1859, el arquitecto Eugène Viollet le Duc reconstruyó la aguja de Notre-Dame, que el reciente incendio ha destruido.

La novela, de 700 páginas -que Hugo escribió en 6 meses-, cuenta las desventuras de la gitana Esmeralda, acosada por el archidiácono Frollo y pretendida por el poeta Gringoire. Ella ama al capitán Febo, pero Frollo intenta asesinarlo y hace recaer las sospechas sobre la chica, que es juzgada y condenada. Después de diversas peripecias, Esmeralda termina ajusticiada en la horca, y Quasimodo, el campanero jorobado de Notre-Dame, enamorado de la joven, da muerte a Frollo.

La gitana y el jorobado, arquetipos románticos

Dos personajes, la gitana y el jorobado, la belleza y la fealdad personificadas, se convierten en arquetipos románticos. Este último, un desecho humano que permanece oculto, y al que todos desprecian, resulta tener sensibilidad poética y un corazón tierno, aunque sea consciente de que el suyo por Esmeralda es un amor imposible. Ambos, seres marginados e inocentes, constituyen el contrapunto de la hipocresía y el maquiavelismo del archidiácono Frollo.

Pero el telón de fondo y testigo mudo de la historia es Notre- Dame, su campanario, torres, y gárgolas. Ese lugar que Hugo ha descrito como nadie: «Y la catedral no era sólo su compañía, era su universo, era toda su naturaleza. No soñaba con otros setos que los vitrales siempre en flor, con otras umbrías que las de los follajes de piedra que se abrían, llenos de pájaros, en la enramada de los capiteles sajones, otras montañas que las colosales torres de la iglesia, otro océano que París rumoreando a sus pies».

El éxito de la novela fue inmediato, dentro y fuera de Francia. El poeta Théophile Gautier escribió en el prefacio de la edición de 1835: «Seguramente Notre-Dame es la novela más popular de la época (…) Si se nos permitiera poner límites a un genio en su plenitud y con tanto futuro, podríamos decir que Notre-Dame seguirá siendo la obra más bella del poeta”.

Carlos Pujol: «En él está todo. La realidad y la fantasía, lo cotidiano y lo sublime…»

Pero el genio creativo de Hugo no terminó ahí. Años más tarde, escribiría otras grandes novelas que afianzarían su fama imperecedera, como Los miserables, Los trabajadores del mar, El hombre que ríe, o poemas épicos como La leyenda de los siglos. Fallecido en 1885, fue enterrado en el Panteón de París, y está considerado uno de los autores más notables e influyentes de las letras francesas.

El poeta y traductor Carlos Pujol, que ha estudiado a fondo su poesía y la de otros franceses del romanticismo, subraya la ambición y la grandeza artísticas de Victor Hugo: «En él está todo. La realidad y la fantasía, lo cotidiano y lo sublime, la lírica y la épica, el yo y el universo, la eternidad y la historia, el amor y la muerte». Y se podría añadir… y la catedral.

 

Doctor en Comunicación. Periodista y escritor. Coordinador editorial de Nueva Revista.