Tiempo de lectura: 5 min.

La historiadora francesa Élisabeth Roudinesco, experta en psicoanálisis y en la figura de Freud, escribe un contundente alegato contra las locuras intelectuales y políticas de las que denomina «derivas identitarias», entendidas como la sustitución de la común identidad humana («Yo soy y eso es todo») por distintas y superpuestas identidades basadas en una experiencia o característica personal o grupal que se convierte subjetiva y/o políticamente en el rasgo definitorio de la persona y pretende determinar su integración social y forma de pensar. Define a nuestra época como aquella en que «cada cual trata de ser él mismo soberano, como un rey, y no como otro». Roudinesco analiza críticamente las nuevas identidades de género, raza, indigenismo, poscolonialismo y populismo nacionalista desde la afirmación de la tradición republicana, laica e ilustrada francesa.

Élisabeth Roudinesco:
El yo soberano. Ensayo sobre las derivas identitarias.
Ed. Debate, 2023
255 págs.

Se propone la autora ayudar a concebir un mundo donde cada cual se guie por el principio del «Yo soy y eso es todo, sin negar la diversidad de las comunidades humanas ni esencializar lo universal o la diferencia» (pág. 13). Reconoce que la afirmación de la identidad es siempre un intento de oponerse a la marginación de las minorías oprimidas, pero si se cae en el exceso de reivindicación de sí mismo, como está sucediendo hoy, deviene en un peligroso y loco deseo de no mezclarse con ninguna comunidad distinta de la propia hasta romper la universalidad de lo humano y generar violencias y odios.

La excesiva reivindicación de sí mismo deviene en un peligroso y loco deseo de no mezclarse con ninguna comunidad distinta de la propia

Cada uno de los capítulos centrales del libro se dedica a una de las derivas identitarias más relevantes en el panorama cultural y político actual con especial referencia a los pensadores franceses de la segunda mitad del siglo XX y a los fenómenos políticos identitarios más presentes hoy en Francia y el mundo anglosajón. Quizá la crítica que se puede hacer al libro por un lector no galo es que el detallismo con que contempla su país, sus circunstancias históricas y los debates nacionales específicamente franceses, hace algo menos universal su análisis e  incluso en algún capítulo —como el tercero dedicado a la raza— resulta localista en extremo, no resultando fácil extrapolar su análisis a la historia y circunstancias de otros países.

La identidad de género como modelo

Roudinesco identifica con acierto (pág. 29) el momento del auge de las políticas de la identidad con el fin del mundo bipolar y el fracaso de las políticas emancipatorias basadas en la lucha de clases en la izquierda estadounidense; y a la identidad de género como el primer movimiento en la materia que ha servido de modelo a todos los demás que le han seguido. Precisamente a la galaxia del género dedica la autora el capítulo 2 (págs. 25 a 58), que concluye explicando el pensamiento de Judith Butler con la que la teoría queer y los queer studies dan el salto de la reflexión especulativa a una práctica política concreta: «Atribuir tal preponderancia al género sobre el sexo, al extremo de disolver la diferencia anatómica […] a lo que lleva es a multiplicar hasta el infinito las identidades, cuando el estudio de la especificidad humana debe partir de la existencia universal de las tres grandes determinaciones que la forjan: lo biológico (cuerpo, anatomía, sexo), lo social (construcción cultural, religiosa, organización familiar) y lo psíquico (representación subjetiva, género, orientación sexual); dando por supuesto que solo existe una especie humana, sean cuales sean sus diferencias internas» (pág. 52).

Tras dedicar el capítulo 3 al estudio de la deconstrucción identitaria de la raza, la autora afronta en el capítulo 4 cómo los estudios de deconstrucción intelectual de la historia y las ciencias sociales liderados por intelectuales franceses como Derrida, devinieron en un arma de «invención de identidades múltiples, individuales o colectivas, que se hacen y deshacen para formar otras identidades, siempre híbridas» (pág. 105) que «acabaron inspirando a movimientos políticos identitarios e insurreccionales (posmarxistas y poscomunistas)» (pág. 106), creando neologismos infinitos «para calificar subcategorías humanas (generizados, no generizados, étnicos, híbridos), declinados según la diferencia sexual y la construcción social o colonial: bigénero, agénero, cisgénero, gay, bisexual, transgénero, intersexuado, heteronormativo, heteropatrialcal, árabe, lesbiana, racializado, interseccionalizado, subalterno, etc.»(pág. 113). Roudinesco no se priva de resaltar cómo «todos esos discursos proféticos apenas se interesaban por la situación real de los subalternos, ni por sus declaraciones, ni por sus reivindicaciones democráticas, ni por su aspiración a la libertad, ni por su voluntad de librarse de una servidumbre abominable» (pág. 127); «una vez más, los desdichados, oprimidos, mudos, convertidos en fetiches o estatuas, son los conejillos de Indias de una teorización que les despoja de su anhelo de emancipación (…); ésta es «una de las grandes paradojas de esa locura identitaria» (pág. 133). Se crea así «una cultura de la denuncia perpetua que cataloga a cada cual en virtud de identidades cada vez más estrechas» (pág. 134).

Roudinesco resalta cómo «todos esos discursos proféticos apenas se interesaban por la situación real de los subalternos, ni por su aspiración a la libertad»

El capítulo 5 se dedica a estudiar la extensión e implantación cultural y social en Francia de estas políticas de la identidad en choque con la tradición laica y republicana francesa que «obstaculizaba el desarrollo de estas políticas exacerbadas de la identidad llegadas del mundo anglófono». Ese es el contexto cultural de la obra que reseñamos. Hace la autora un análisis detallado de los debates muy franceses sobre el islamismo, el velo islámico y el nuevo populismo nacionalista de derechas con gran fuerza política en su país; y critica con palabras fuertes tanto la cultura de la cancelación en las págs. 161 y ss. bajo el epígrafe «furores iconoclastas» como las teorías de la apropiación cultural y sus excesos censores. Concluye así este capítulo: «Los furores iconoclastas no son nada nuevo y cada revolución produce los suyos (…) En el caso de las rebeliones identitarias se tiene la impresión de que el acto destructivo es el cuento de nunca acabar, de que no existen límites y se arremete a ciegas, como expresión de una rabia impulsiva y anacrónica» (pág. 169).

Ajustando cuentas con el presente

El último capítulo, el 6, es un ajuste de cuentas descarnado de la autora con todo lo que en la Francia actual le parece que se separa del mito fundador de la República laica e ilustrada, que para Roudinesco parece ser la única identidad aceptable y legítima. Ataca, metiéndolos en el mismo saco a los multicultaristas, los opositores al matrimonio homosexual, los antisemitas, los que no apoyan la asimilación de los islámicos, la derecha populista, el integrismo católico, los que no reconocen el pensamiento de los héroes intelectuales de la autora (Sartre, Foucault, Derrida, Rousseau, etc), a Michel Onfray y a Houellebecq y a Zemmour y a Alain de Benoist… y a todos los que critican la herencia de mayo del 68; porque todos, le parece, han renunciado a la gloriosa herencia de la ilustración que parece sería la única identidad aceptable.

En las dos conclusivas páginas del epílogo, Roudinesco, tras reivindicar de nuevo «la fuerza del republicanismo desde 1789», propone como tarea de los intelectuales ante las derivas identitarias actuales lo siguiente: «Debemos dar ejemplo, defender unas ideas y combatir otras, o sea, tomar partido, sin caer nunca en el insulto o la invectiva». Desde luego, la autora toma partido; pero quizá en lo de no caer en el insulto y la invectiva no ha sido tan fiel a esa tarea que ella misma asigna a los intelectuales como ella.

El Yo soberano es un libro valiente y que afronta un tema de la máxima actualidad, pero lastrado (para un no francés) por su carácter excesivamente galocéntrico y por no remontarse más allá de 1789 y la Ilustración en la búsqueda de una comprensión de lo específicamente humano, de la identidad humana común.

Jurista. Exsecretario de Estado y expresidente del Foro de la Familia.