Tiempo de lectura: 12 min.

La literatura de viajes ha sido tocada desde no hace mucho por una cierta moda, elitista quizás, a veces de académicos, a veces de bibliófilos y tal vez también de frikis. Nueva Revista me pide ahora una selección de diez libros de viajes que ofrecer para lecturas de este verano. Un relato de viaje es, como su propio nombre indica, aquel cuyo argumento se basa en una previa experiencia viajera de su autor. Empiezo con El libro de las maravillas, de Marco Polo, por tratarse del ejemplo emblemático de la literatura de viajes medieval, escrito en antiguo francés, pero luego sigo con obras de distintas épocas cuyo original está siempre en español. Hago una excepción con El desvío a Santiago, del holandés Cees Nooteboom. No por razones de la poética del género, a cuyo estudio me dedico, sino simplemente porque me gusta mucho, la creo recomendable. Ahí va la lista de libros. Cito ediciones que están a la mano. No pretendo hacer con esta recomendación de lecturas personas eruditas del género en cuestión, sino sugerir que disfruten con él este verano. Que así sea.

EL LIBRO DE LAS MARAVILLAS DEL MUNDO (1298)

Marco Polo. Cátedra, Madrid, 2008, 374 págs.

También denominado el Milione, ¿tal vez por aféresis de Emilione, aumentativo de Emilio, nombre de pila corriente en la estirpe de los Polo? (una conjetura más, entre tantas), fue dictado en 1298 por el mercader y viajero veneciano Marco Polo a Rustichello da Pisa en la cárcel genovesa en que ambos se encontraban.

Alcanzó una popularidad notable, muy por encima de los relatos de viaje a Oriente anteriores de los franciscanos Carpine y Rubruck. Uno encuentra de todo en este fascinante recorrido: su famoso viaje a la Montaña, sus años de convivencia en la corte de Kublai Khan, la descripción de la batalla entre los reyes Alau y Barca o su etapa de gobernador en Jang-Ciou. Son memorables sus relaciones ante el descubrimiento de nuevas tierras a lomos de caballo, encontrándose con gentes desconocidas y descubriendo nuevas realidades.

Para el hombre occidental de su época, oír hablar de palacios de oro y plata o jardines embellecidos por innumerables flores exóticas, amén de otras singularidades, como la gran diversidad de costumbres y lenguas tan ajenas a su mundo, debía provocar auténtica fascinación.

Tantas maravillas se cuentan que algunas han sido consideradas fruto de la imaginación del autor, cuya tendencia a la hipérbole era ciertamente en ocasiones superlativa. No obstante, se habrá de señalar que, como cualquier viajero de cualquier época, Marco portaba una cosmovisión propia anclada en su tradición oral y escrita.

Sin embargo, siempre nos seguirán sorprendiendo aquellas descripciones en las que la realidad se impone a la tradición libresca. Tal es el caso en que Marco contrapone la idea mítica del unicornio a la auténtica por él observada del rinoceronte: «Es un animal muy feo, y desde luego, no es que se deje tomar en brazos por una doncella, como decimos nosotros, sino todo lo contrario».

NAUFRAGIOS (1542)

Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Cátedra, Madrid 1989, 222 págs.

Publicado en 1542 en Zamora y corregida y aumentado en 1555 en Valladolid, este relato de viaje narra las vicisitudes de los cuatro únicos supervivientes de la expedición de Pánfilo Narváez a Florida en 1527. Álvar Núñez cuenta la hazaña de (sobre)vivir durante ocho años entre los indios como esclavos, comerciantes y curanderos y de atravesar a pie el suroeste de los actuales Estados Unidos y norte de México hasta alcanzar, en 1536, Nueva Galicia, colonia dentro del virreinato de Nueva España. Esta apasionante narración, situada a caballo entre la Baja Edad Media y el Renacimiento, tiene el valor de ofrecernos de primera mano información detallada y objetiva de los habitantes del Nuevo Mundo.

Recoge noticias y observaciones sobre los pueblos indígenas del golfo de México y, desde el punto de vista lingüístico, incorpora palabras tomadas de las lenguas americanas. Se nota que el narrador ha vivido desde dentro la cultura referida. Y, a pesar de la a veces «interesada» narración de los hechos para convencer al monarca Carlos V de la importancia de su empresa en el continente americano, la descripción sistemática de las culturas amerindias destaca por su intento de fidelidad. Los indios no se nos presentan como mejores o peores que los españoles sino, en cierto sentido, como iguales.

A pesar de los pesares, tras la lectura de este relato de viaje y, por extensión, de otros como los Diarios de Colón, las Relaciones de Cortés o la Historia verdadera de la conquista de Nueva España de Bernal Díaz del Castillo, se puede quizá afirmar que algo está cambiando en el paradigma clásico de que «para comprendernos mejor a nosotros mismos era necesario conocernos mejor», hacia otro que podría enunciarse así: «para comprendernos mejor a nosotros mismos es necesario conocer mejor a los otros». Tzvetan Todorov es uno de los que lo ha puesto brillantemente de relieve. Esta primera narración histórica del territorio actual de los Estados Unidos es de las que ha contribuido a esta importante inflexión cultural.

APUNTACIONES SUELTAS DE INGLATERRA (1792)

Leandro Fernández de Moratín. Cátedra, Madrid, 2005, 232 págs.

El estudio de los relatos de viaje del siglo XVIII sigue siendo todavía una deuda pendiente de la crítica con la literatura dieciochista. Un caso ilustrativo lo representa la obra de Leandro Fernández de Moratín dedicada a este género al que pertenecen también el Viage a Italia y algunas partes de su Epistolario, en cuyo molde se albergan con frecuencia estos relatos en el siglo XVIII. Estamos en la era del Grand Tour (de donde, por cierto, procede la palabra «turismo») que responde, ya sea como causa o como síntoma, al afán de conocimiento propio de la Ilustración, del que España no quedó al margen, como se ha afirmado sin fundamento en ocasiones.

Las Apuntaciones incluyen reflexiones sobre todo lo divino y lo humano y abarcan todos los ámbitos, desde la economía y la agricultura hasta los museos, las iglesias o la vida teatral londinense. La fórmula recurrente de Moratín en su relato es la comparación entre la vida en España y en Inglaterra, siempre a favor de la primera por su superioridad científica e industrial. No ahorra, sin embargo, la crítica socarrona ante determinadas costumbres inglesas como la ceremonia del té, de la que ofrece una lista de los veintiún «trastos, máquinas e instrumentos que se necesitan en Inglaterra para servir el té a dos convidados en cualquier casa decente».

El detalle exacto y preciso de las descripciones se convierte en fórmula retórica de enorme eficacia estilística. En algunas partes se adjuntan dibujos que enfatizan el interés por los objetos descritos. Editadas por Hartzenbusch en las Obras póstumas (1867) y como libro independiente en 1984, estas Apuntaciones, cuyo autor nunca pensó publicar, suponen una contribución a la prosa dieciochista de un valor incalculable. Julián Marías destaca el valor literario de estos viajes moratinianos al referirse a lo que «la prosa española pudo ser, lo que tenía que haber sido y no fue».

VIAJES POR MARRUECOS (1811)

Alí Bey. Zeta, Barcelona, 2009, 579 págs.

[[wysiwyg_imageupload:3815:height=217,width=144]]Se trata de una parte de los viajes (la que cubre su paso por Marruecos) que el barcelonés Alí Bey, pseudónimo de Domingo Badía y Leblich (1767-1822), realizó por Marruecos, Argelia, Trípoli, llegando hasta La Meca, Palestina, Siria y Turquía, entre 1803 y 1807. Relato portentoso enmarcado en un contexto de intrigas políticas auspiciadas por Godoy, a quien el viajero convenció de la posibilidad de ampliar el reino de España con la anexión de gran parte de Marruecos.

Como la mayoría de los viajeros, Badía se proyectaba sobre las huellas de los relatos de sus predecesores, de alguno de los cuales asume que la mejor manera de sortear los problemas en tierras musulmanas era vestir con los hábitos árabes (aunque no fue el primero en hacerlo, como él mismo pensaba), a lo que añadió el hacerse pasar por príncipe abasida e incluso ser circuncidado.

Estos Viajes, publicados primero en francés en 1811, tuvieron un gran éxito editorial sobre todo en el extranjero. Traducidos al castellano en tres volúmenes en Valencia, en 1836, los Viajes de Alí Bey pasarán a la historia por las noticias históricas que nos suministran, por la viveza de sus descripciones y por el valioso material etnológico y geográfico que aportan, los cuales convierten este relato de viaje en una pieza que resiste el paso del tiempo y relega sus intenciones políticas a un segundo plano.

Aunque parece que en Badía confluyen el carácter contradictorio del viajero, con un profundo y fino sentido de la observación, con el embustero de los informes políticos, sus conocimientos científicos, su simpatía y su sangre fría nos harán disfrutar de la lectura de sus fascinantes aventuras.

VIAJE EN AUTOBÚS

Josep Pla. Austral, Madrid, 1942, 266 págs.

Recoge Pla en este relato de viaje los textos publicados en la revista Destino en la sección titulada «Calendario sin fechas». Recuperados más tarde por el autor y reescritos en catalán, se incluyeron en sus obras completas sobre todo en la sección Viatge a la Catalunya Vella. La editorial Destino los agavilla en esta edición según la versión castellana del libro.

Pla asienta ya desde el mismo comienzo su poética viajera. Primero, la esencia del viaje consiste en tomarlo como una finalidad en sí mismo: «Uno viaja, generalmente, para ver las llamadas cosas inútiles del mundo —que son las únicas importantes—». Y segundo, el viaje puede incluir lo próximo, lo cercano: «Confieso sentir poca afición por el exotismo. Mi heroísmo y bravura son escasos. Me gustan los países civilizados». Se trata de una serie de cortos trayectos realizados a lo largo de un año desde su comarca natal, el Ampurdán, hasta la comarca de la Maresma, en los que nunca pasa nada trascendente, en apariencia.

Las descripciones acogen tanto a tipos de todas las clases sociales, con los que entabla sencillas conversaciones, como a los paisajes mediterráneos, cuya naturaleza menuda recrea con notables pinceladas: «Y a los literatos les digo ante las setas: ¡volvamos a lo eterno! Volvamos a la exactitud en los detalles. Tratemos de describir, graciosamente, la forma y el color de una seta».

En el epílogo, Pla muestra su escepticismo ante el progreso indefinido cuyo avance, piensa, no supone una mejora de la condición humana. El estilo desnudo, la frase corta y la precisión adjetival se compadecen con su teoría del viaje antes expuesta. La influencia de los relatos de viaje de Pla ha sido tan decisiva en la evolución del género que es justo recuperar este texto con el que el lector disfrutará de una lectura amena, sosegada y sin duda enriquecedora.

JUDÍOS, MOROS Y CRISTIANOS (1956)

Camilo José Cela. Destino, Barcelona, 1989, 309 págs.

Este relato de Cela publicado en 1956 sigue la estela de los viajes que inició el autor con la publicación en 1944 del Viaje a la Alcarria. Se trata del recorrido a pie del vagabundo (como se denomina el propio autor en tercera persona) por tierras de Ávila y Segovia. Las tramas del relato, que se anudan de manera independiente, se suceden a lo largo de los ocho capítulos de este bello mosaico de las tierras de Castilla la Vieja: «Pensando en todo esto, en todo aquello y también en que a nadie se le ocurrirá jamás viajarse Castilla la Vieja de cabo a rabo y de una sentada, cosa que no sería sensato pensar que es pan comido, el vagabundo ha procurado ordenar su libro con un placentero desorden que permite leerlo a trozos y abrirlo por cualquier lado».

Como en todo relato de viaje, el autor recorre un espacio real, no imaginario cuyo itinerario se precisa en todo momento. Cuatro rasgos sobresalen en el diseño del relato: los diálogos (que adquieren un relieve incluso mayor que en los de Pla), las descripciones pormenorizadas («el mirar presto a sorprenderse ante el vencejo que cruza, la perdiz que canta, el dorado escarabajo que trajina, el ciempiés que bulle, el águila que se cuelga al cuello»), las historias intercaladas (como la de Marcelita, a la que dejaban los novios por el flato que padecía desde la niñez) y los retratos de personajes, que aparecen unidos inextricablemente a su medio («paisaje con figuras» o «criaturas del paisaje»).

En suma, la producción viajera de Cela, entre la que ocupa un puesto de honor este libro, supuso el espaldarazo para elevar el género «relato de viaje» al nivel de excelencia alcanzado desde entonces en nuestra literatura.

EL DESVÍO A SANTIAGO (1992)

Cees Nooteboom. Siruela, Madrid, 2010, 367 págs.

El conocido escritor holandés (La Haya, 1933), eterno aspirante al Nobel de Literatura, es un enamorado y profundo conocedor de España, como se puede comprobar tras la lectura de estos relatos de viaje por nuestra geografía.

Son 25 narraciones fechadas entre 1979 y 1992 en las que despliega toda su erudición y sabiduría al servicio de la observación atenta y el comentario agudo y penetrante. En la iglesia del monasterio de Veruela el viajero comenta: «Este espacio deforma no solo el aire, sino también el sonido de mis pasos: son los pasos de alguien que anda por una iglesia. Incluso cuando de estas experiencias apartas lo que tú mismo no crees, siempre queda eso tan imponderable que es que otros sí creen en este espacio y, sobre todo, que han creído en él».

El camino a Santiago que pretende el viajero se bifurca en sendas que le distancian cada vez más del destino proyectado. El camino deviene en desvío geográfico y en digresión discursiva. La historia, la literatura, la política, la actualidad del momento sobrevuelan permanentemente este recorrido por España que con trazos esenciales busca la entraña de nuestra identidad. Se diría que la prosa viajera de Nooteboom tiene la garra de los relatos de viaje noventayochistas. Aunque autor foráneo, quizá sea su epígono más fiel a pesar también de la distancia temporal que lo separa de aquellos nuestros.

La poética del viaje de este holandés errante no se puede expresar de manera más convincente: «Entonces estoy fuera, estoy sometido a algo diferente, al viajar, al efímero elemento de no pertenecer a nada, a la recopilación de lo otro. He buscado una palabra para esto, y no puedo decirlo de otra manera que no sea esta: me extiendo […]. Me dilato con aquello que absorbo, veo, recopilo».

Alfonso Armada

SARAJEVO. DIARIOS DE LA GUERRA DE BOSNIA (1992-1993)

Alfonso Armada. Malpaso 2015, 204 págs.

Empedernido viajero y escritor de múltiples registros, Alfonso Armada escribe este relato de viaje en la estela de otros anteriores con la singularidad de tratarse ahora de una crónica de guerra. El trazado es cronológico y recoge en tres cuadernos, dos epílogos y un apéndice las crónicas enviadas al diario El País entre agosto de 1992 y julio de 1993. Se incorporan también al texto las notas tomadas por el autor, las fotos de Gervasio Sánchez y su visita al lugar de los hechos veinte años después.

Un hilo narrativo da coherencia al conjunto de las crónicas que describen con crudeza y fuerza literaria la barbarie de aquella guerra en pleno corazón de Europa. Armada consigue rescatar el lado humano de la tragedia que acabó con la convivencia en Bosnia de judíos, cristianos y musulmanes, asediados por el nacionalismo serbio. Su encuentro con la sefardita Regina Kambi evoca con nostalgia un pasado común: «Su español recuerda al que se puede encontrar en Cervantes, o en La Celestina, aunque con graciosas incrustaciones italianas o serbocroatas. […] “Agora le voy a decir esto: ¿vistes lo que fizieron los inimigos? Todo está pudrido, rumpieron ventanas, todo. Nosotros no vivimos agora. Mucho mal fizieron estos inimigos”».

Entrevera el autor tres planos en el relato: el suyo personal, el propio y más sangriento de la guerra y el de las vidas que se cruzan con la suya. A veces se superponen los tres, como en este «parte de guerra» de una compañía de teatro de Sarajevo: «A un actor de la compañía le amputaron las dos piernas […]. Una actriz también ha perdido una pierna a causa de una granada. Y el encargado de la iluminación murió en un bombardeo […]. El teatro de guerra de Sarajevo es otra de las tantas paradojas de esta ciudad: serbios, croatas, musulmanes y un esloveno trabajan juntos, y un judío preside la compañía que ha acabado por convertirse en un movimiento cultural en tiempos de guerra». El objetivo del relato se impone, se nos impone, meridianamente: «Contra el olvido, la memoria».

DEL RIF AL YEBALA. VIAJE AL SUEÑO Y LA PESADILLA DE MARRUECOS (1998)

Lorenzo Silva. Destino, Barcelona, 2001, 333 págs.

Lorenzo Silva narra el viaje a Marruecos realizado en el verano de 1997 acompañado de su hermano y un amigo. El recorrido, que empieza en la ciudad de Melilla (a la que llegan en aeroplano), se solapa con el recuerdo de la infausta presencia española en Marruecos («fue a finales de 1921 cuando el ejército español sufrió en la zona de Melilla uno de sus más sonados reveses, quizá el que encabezaría con toda justicia el apretado libro que podría titularse Grandes derrotas de la historia militar española»), cuya huella se persigue tras la figura del abuelo paterno que formó parte del ejército español enviado a África en 1920.

Melilla, Alhucemas, Xauen, Fez, Meknés, Rabat, Marrakech, Casablanca y Tánger componen las nueves jornadas en que se divide el relato. En Marrakech, el viajero visita la plaza de Xemaa-el-Fna y evoca la intensa experiencia de la lectura adolescente de Makbara, la novela de Goytisolo a la que debe su descubrimiento de que «el tiempo tiene una entidad escurridiza y dudosa y que son mucho más firmes y fiables nuestras sensaciones, por suceder no en el tiempo sino en determinados espacios».

El recorrido convoca toda suerte de referencias históricas, lingüísticas (se alude a los oscuros vínculos entre los bereberes y los europeos y sus plausibles afinidades léxicas) y literarias, que enriquecen la lectura y ensanchan la experiencia viajera en todas direcciones. Ibn Batuta, Alí Bey, Charles de Foucauld, Michel Vieuchange, Rosmithal, Galdós, Sender y Barea son algunos de los escritores oportunamente convocados. Extraordinario relato de viaje en que la mirada atenta de Silva transmite anécdotas e impresiones sintetizadoras del paisaje humano, como esta de la primera jornada: «Muchedumbre de hombres ociosos que apoyados en las paredes lo examinan todo con una mirada oscura y torva. Son los primeros de los muchos que veremos […]. Son tantos y marcan de tal forma el paisaje de las ciudades y los pueblos magrebíes que les han inventado un nombre: los hittistes, “los que sostienen las paredes”».

LA AVENTURA DE VIAJAR. HISTORIAS DE VIAJES EXTRAORDINARIOS 

Javier Reverte. Plaza y Janés, Barcelona, 2006, 307 págs.

Javier Reverte es sin duda el escritor español de relatos de viaje más consolidado. El autor selecciona en este libro sus viajes «más extraordinarios». Abarca desde los viajes de la infancia y su primer encuentro con el mar, pasando por los viajes denominados por el autor de «periodismo turístico», hasta los realizados por Argelia o Centroamérica.

Destila Reverte en el libro unas muy interesantes reflexiones sobre su salto del periodismo a la literatura y su forja como escritor-viajero que busca su identidad estilística. Las consideraciones del autor al hilo de los viajes son siempre iluminadoras, como la que resume su viaje a Nueva Zelanda en una rígida visita organizada por la oficina de turismo neozelandés: «Siempre digo, al hacer memoria de aquel viaje, que he ido a Nueva Zelanda, pero que nunca he estado allí». Abundan las frases memorables que impresionan al viajero e impactan al lector: «En Etiopía, un taxista me dijo: “África está llena de niños listos y adultos tontos. La miseria embrutece”» o aquella otra: «Hoy han sobrevivido —me explicó un misionero en una ciudad africana—. Y ese es un buen motivo para alegrarse. Mañana, ya veremos».

Como buen escritor de viajes, siempre persigue la traza de otros viajeros que le precedieron: Kipling y Robert Guillaim en su viaje a Japón, Joseph Conrad a África, Durrell a Chipre, Jack London al río Yukon, etc. No falta su particular receta ante los excesos del periodismo turístico, al que tuvo que dedicarse algún tiempo, plagado de tópicos expresivos: «Me las arreglé para narrar con cierta dignidad cuanto veía, esquivando la tentación del tópico, y juro que jamás empleé la palabra “mágico” ni la expresión “marco incomparable”». Para Reverte, como para Cees Nooteboom, el desvío distingue al viajero literario de los otros, porque se deja llevar por el azar y se aleja de la ruta trazada con antelación

Director del Instituto de Lengua, Literatura y Antropología (CCHS/CSIC)