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Madrid, Síntesis, 2009, 1.502 págs.

En el siglo I de nuestra era, el hispano-romano Marco Fabio Quintiliano publicó un tratado de todo lo concerniente al uso eficaz del lenguaje (entonces, el latín). Se trataba de una summa o sistematización de cuanto los griegos y romanos habían descubierto al respecto hasta sus días. Se titulaba Los doce libros del arte retórica(Artis Rhetoricae Libri XII). Su actualidad ha trascendido veinte centurias.

Pues bien, quizás evocando a Quintiliano, a comienzos del siglo XXI, Miguel Ángel Garrido Gallardo  nos entrega ahora la suma y sistematización de nueve obras, pertenecientes a la colección de “Teoría de la literatura y literatura Comparada” que dirigió en la editorial Síntesis durante la década de 1990. Están, corregidas y retocadas,  su conocida obra Nueva Introducción a la teoría de la literatura y ocho más de otros tantos autores (Dolezel, Hernández Guerrero y García Tejera, Paz Gago, Garrido Domínguez, Pozuelo, Albaladejo, Domínguez Caparrós y Spang). El conjunto constituye una Retórica referida especialmente no ya al latín, sino al español. La principal diferencia estriba en que mientras la Retórica de Quintiliano partía de la eficacia oratoria que es necesaria en el juzgado, Garrido Gallardo parte de la especial elaboración escrita que se exige en la producción literaria. Alguien puede pensar que se trata de cosas distintas, de un lado la oratoria (Retórica) y de otra, la Literatura(Poética), pero como ya advirtió Aristóteles, los procedimientos que se ponen en práctica para hacer eficaz el discurso con vistas a la persuasión son, al menos en parte, los mismos que se utilizan para la elaboración del discurso artístico. En el límite, podríamos distinguir una Poética como disciplina de la inspiración, una Retórica como disciplina de la persuasión y, finalmente, un Poética de los procedimientos lingüísticos del texto poético (Poética lingüística) que vendría a ser lo mismo que una Retórica del discurso artístico (Retórica literaria). De esto último, en efecto, se parte.

Estos nueve libros van seguidos de  un vocabulario crítico de más de dos mil términos que reenvían a su tratamiento en el texto y que constituyen un verdadero diccionario de términos literarios. Si reparamos, además, en las cien páginas de bibliografía que también contiene, salta a la vista que estamos ante una magna obra, sistemática y completa, de las que tan pocas se publican últimamente. Por lo demás, que la lengua objeto sea el castellano  tiene todo el sentido del mundo para cuantos denunciamos que no es de recibo estar viviendo de las traducciones del inglés. No lo es, en efecto, en muchos campos, pero, desde luego, en uno como éste en que la materia prima es precisamente la lengua natural o idioma, desde donde se abren los círculos concéntricos de los diversos procesos de significación que integran el entramado semiótico de la cultura. La aparición de este tratado es una magnífica noticia para la cultura en español.

Desde el punto de vista ideológico, aunque con matices en algunos textos de los diversos colaboradores,  la obra responde a sendos principios asentados por dos sabios del siglo XX que Garrido Gallardo invoca. Veamos.

El primer principio se contiene en la conocida afirmación que Roman Jakobson formuló en el mítico congreso celebrado en la primavera de 1958 en Bloomington (Indiana): “un lingüista sordo a los problemas de la función poética del lenguaje y un estudioso de la literatura indiferente a los problemas que plantea  la lengua y que no esté al corriente de los métodos lingüísticos son igualmente un caso de flagrante anacronismo”.

El segundo viene expresado por la página inicial de la obra de George Steiner, Presencias reales (1989), que Garrido Gallardo ha glosado tantas veces y transcribe parcialmente en su libro: “Continuamos hablando  de que el sol ‘sale’ y ‘se pone’, como si el modelo copernicano del sistema solar no hubiese reemplazado definitivamente el sistema de Tolomeo. Nuestro vocabulario, nuestra gramática están poblados de metáforas vacías de sentido, de figuras desgastadas del lenguaje. Éstas se perpetúan con tenacidad en la carpintería, en los recovecos de nuestro hablar de todos los días. Se agitan como viejos harapos o como espectros que merodean  por el desván. Por este motivo, los hombres y mujeres bienpensantes –particularmente en la realidad científica y tecnológica de Occidente- continúan refiriéndose a ‘Dios’. Por este motivo el postulado de la existencia de Dios se mantiene en un tan gran número de giros y alusiones espontáneas. Ninguna reflexión, ninguna creencia plausible que garantice Su presencia. Ninguna prueba inteligible tampoco. Si Dios se aferra a nuestra cultura, a nuestro discurso rutinario, es bajo la forma de un fantasma gramatical, de un fósil anclado en la infancia del lenguaje racional: eso es lo que piensa Nietzsche y más de uno tras él”. (Sin duda, Derrida). Y continúa Steiner: “Este ensayo sostiene la tesis opuesta. Propone que toda comprensión coherente de la naturaleza y del funcionamiento del lenguaje, que todo examen coherente de la capacidad que tiene el lenguaje humano de comunicar sentido y sentimiento, están fundamentados, en último término, en la hipótesis de la presencia de Dios”.

Garrido Gallardo cuenta que en la sección filológica de la casa central de la librería neoyorquina de Barnes and Nobel había en 2001 tres estanterías para Christianity y una y media para Literary Criticism; cuatro años más tarde, tres de estas estanterías estaban dedicadas a Gays and Lesbian Studies, una a Christianity y media a Literary Criticism. Afirma estar convencido de que a finales del siglo XXI seguirán estando las estanterías de Christianity y Literary Criticism, haya pasado lo que haya pasado con las otras. O sea, el tratado se adscribe a la opción optimista que sustenta que el idioma es el sistema básico  de comunicación y que los seres humanos estamos destinados, a pesar de los pesares, a conocer la realidad y a poder hablar más o menos inequívocamente de ella con otros. Es literalmente lo contrario de ciertos Estudios Culturales que se centran en las modas del momento, exhiben un relativismo total y se desinteresan por el rigor de la Filología.

A la literatura se le otorga, además, toda la importancia del mundo como importantísima encrucijada de sistemas de signos en los siglos XIX y XX que perdurará a partir del XXI en competencia con nuevas formas comunicativas del ciberespacio. No obstante, lejos de cerrarse en banda frente a las nuevas realidades, el presente tratado  intenta dejar solventemente descrito el presente y atisbar  cómo ese presente se insertará en la cultura (ya no fundamentalmente literaria) del porvenir.

En fin, creo que estamos ante un gran libro de consulta. Hace poco se ha presentado la Nueva Gramática de la Real Academia Española, cuya dirección ha llevado Ignacio Bosque. Son dos tomos de cerca de dos mil páginas cada uno, que comprenden morfología y sintaxis. Si entendemos “gramática” en su sentido amplio, faltan todavía Fonética y Fonología, Semántica y Retórica. Pues bien, el tomo de 1502 páginas que nos ha entregado Garrido Gallardo cubre el hueco del gran Tratado de Retórica del español de hoy. “Retórica” en la terminología tradicional, “Semiótica” (y “Semiótica Literaria”) o “Pragmática” (y “Pragmática literaria”) en terminología actual.  Se trata de estilo, estructura, discurso, ficción, retórica, métrica y género. De Summa  nos habla Garrido Gallardo no solamente, creo, por el hecho de tratarse de  una suma, sino por ser lo más sustancial e importante de algo (DRAE).

Director del Instituto de Lengua, Literatura y Antropología (CCHS/CSIC)