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ryo1.jpgResulta ya tópico, y más en estos momentos, decir que la Rusia postsoviética tiene en vilo a Occidente desde hace más de una década. La incapacidad de sus dirigentes para fijar un rumbo a su sociedad hace inútil, incluso, el plantearse si ésta sería capaz de seguirlo. Una sucesión de gobiernos erráticos desde 1985, la falta de tradición democrática liberal y el desconocimiento de las leyes del capitalismo moderno han dado paso a una generación amoral, incapaz de concebir ilusiones, ni tan siquiera proyectos. Los ídolos que imperaron sobre la población mayoritaria en la Unión Soviética durante siete décadas —hermandad proletaria internacionalista, hazañas deportivas y cosmonáuticas, ideales pacifistas— han dejado paso al más siniestro rostro del capitalismo insolidario, las mafias con sus extorsiones, el narcotráfico y la drogadicción, la pura especulación sin bases económicas reales. La población ha perdido la cobertura de sus necesidades mínimas de subsistencia, quizás precaria, en aras de una inútil y, a la postre, inexistente libertad, lo que hace pensar a muchos que el Padrecito Lenin tenía razón al cuestionarse la finalidad de esa libertad.

Al margen de la catastrófica situación económica que ha llevado a Rusia a la quiebra, con repercusiones en todo el orbe imposibles de calibrar aún, la degradación social generalizada alcanza niveles impensables en la otra potencia mundial. No hace mucho, el Presidente de la República, el ex camarada Yeltsin, el que mandó derribar la casa donde se asesinó a la familia imperial en 1918, sorprendía a todo Occidente pidiendo perdón ante las cámaras televisivas, en los propios funerales de los Románov, mientras que la Cámara Baja, la Duma, anunciaba pública y oficialmente que no se haría representar en las exequias de Nicolás «el Sanguinario». Esta divergencia de criterios, si se quiere anecdótica, es claramente indicativa de la falta de acuerdo social en Rusia acerca de cualquier materia. Las instituciones presuntamente democráticas actúan enfrentadas hostilmente; los intelectuales, antaño ocupados en criticar al régimen soviético, se pierden en divagaciones estériles que a nadie interesan y que nadie comprende; la Iglesia Ortodoxa se debate en discusiones bizantinas sin lograr la reunificación con los grupos escindidos a raíz de la Revolución, mientras surgen por doquier sectas disparatadas…

La obra que comentamos, Rusia y Occidente, puede ayudarnos en cierta medida a plantearnos el eterno problema: ¿puede Rusia desarrollarse socialmente según los esquemas occidentales? Las tesis eslavófilas y occidentalistas se enfrentan en el pensamiento ruso desde el siglo XVII. Quienes creen que Rusia debe, y puede, seguir los modelos europeos (en gran medida deberíamos decir, quizá, estadounidenses) se enfrentan con los herederos del pan-eslavismo y de la ortodoxia, en extraña amalgama con las reminiscencias tártaras, bizantinas y estalinistas. Esta explosiva combinación ha sido sistematizada por Olga Novikova, del Centro de Estudios Rusos de la Universidad Autónoma de Madrid, que ha seleccionado una docena de textos, en algunos casos de autores tan famosos como realmente desconocidos, desde Dostoievski y Soloviev, entre los ya clásicos, a Lijachov, una de las plumas más prestigiosas de la Rusia de hoy. Junto a los textos con polémicas decimonónicas, las soflamas nacionalistas con resabios patrioteros y las profundas reflexiones filosóficas de los textos seleccionados, Novikova nos presta con su estudio preliminar, clarificador hasta donde se puede en tema tan complejo, al igual que las notas de los textos, en cuya elaboración, así como en las tareas traductoras, ejemplarmente resueltas, ha participado también José Carlos Lechado.

Occidente, y particularmente los Estados Unidos, no han comprendido nunca las abismales diferencias que lo separan de Rusia; creer que estas diferencias radicaban sólo en un modelo económico que, tras la implantación de formas más o menos capitalistas, habrían desaparecido es un gravísimo error del que esta obra nos mantiene alejados; se trata, pues, de un instrumento de acercamiento a una realidad cuyo desconocimiento por los propios interesados ha colocado a todo el mundo en una delicadísima situación de la que va a ser muy difícil salir, si es que se consigue hacerlo, y, en cualquier caso, la discusión acerca del problema de Rusia y Occidente tiene visos de durar aún varias generaciones.