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Nota del autor: Mi querido amigo Miguel Ángel Garrido me solicita una colaboración en la Nueva Revista de mis entretelas sobre Cervantes y Shakespeare con motivo de sus respectivos centenarios. Contando con su beneplácito, he preferido enviarle sendos poemas ad hoc, centrados en mi adoración por ambos autores. En el dedicado a Shakespeare, es el autor inglés el protagonista, junto con una novia que se me fue al cielo hace casi cincuenta años. El consagrado a Cervantes tiene que ver más con el alter ego de don Miguel —o sea, con Alonso Quijano— que con su creador (si es que uno y otro pueden diferenciarse). Habría dicho en prosa lo mismo que en verso, pero hubiese empleado más palabras, y últimamente estoy con Calderón en aquello de Psalle et sile, aunque mi canto de acción de gracias no sea aún del todo silencioso.

LA LOCURA EN EL QUIJOTE

Cuando a uno lo invaden las luces y las sombras

del Quijote, no duda de que hay vida allí dentro,

una vida que presta ritmo de bodegón

al paisaje romántico de la caballería.

No hay personaje, escena, situación o diálogo

de la más alta historia que se haya escrito nunca

en que no siente cátedra de humildad o altivez

la miserable vida, la prodigiosa vida

de los seres humanos, la triste y deslumbrante

máscara que reúne, en un solo bouquet

de gestos, destrucción y plenitud, y sabe

circular por la calle del desengaño como

por un edén de raras e impensables delicias,

con la misma pagana displicencia que Venus

recorriendo las salas etéreas del Olimpo.

Locura, cómo no, mas templada en el yunque

del vivir cotidiano, de modo que, por arte

de magia, esa locura se puede convertir

en sagesse verlaineana, a poco que la muerte

enseñe los colmillos más allá del espejo.

Luis Alberto de Cuenca

SHAKESPEARE Y RITA

Leer a William Shakespeare y conocer a Rita

han sido los dos hechos cruciales de mi vida.

 

Ahora solo me queda Shakespeare. Rita se fue

al país de las sombras y no sabe volver.

 

«Quand on est jeune, on a les matins triomphants.»

No se puede negar que es un verso genial.

 

Yo era joven entonces, y mis mañanas eran

tan victoriosas como la alergia en primavera.

 

Como había sacado matrícula en reválida,

mis padres me compraron la traducción de Astrana.

 

Y en ella leí al viejo Will, con su papel biblia

y sus cortes pintados y demás maravillas.

 

De todo su teatro me quedo con Macbeth.

Lo del «ruido y la furia» nunca lo olvidaré.

 

Aunque también me gusta mucho La tempestad,

y de sus personajes prefiero a Calibán.

 

De las chicas de Shakespeare, apuesto por Ofelia.

Entre otras cosas, porque Rita era igual que ella.

 

De Shakespeare aprendí que todo son palabras.

De mi primer amor, que todo vale nada.

Luis Alberto de Cuenca

 

Filólogo. Profesor de investigación del ILC/CCHS/CSIC. Poeta. De la Real Academia de la Historia.