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Sin dinero, no hay chavismo. El sistema político puesto en marcha por Hugo Chávez fue construido sobre los enormes ingresos petroleros de la primera década del siglo; su desmoronamiento llega con el drástico desplome de los precios del barril de crudo. A Chávez muchos venezolanos lo votaron por las dádivas que repartía la revolución, y a Maduro se le siguió votando por la presión a la que funcionarios y subsidiados eran sometidos. Pero sin dinero ese control social se ha vuelto inefectivo: las resultados de las elecciones legislativas celebradas el pasado 6 de diciembre muestran que no pocos de los que fueron arrastrados a votar por el Partido Socialista Unido de Venezuela (psuv) aprovecharon el voto secreto para castigarle. Tal avalancha hizo insuficiente el fraude electoral habitual. La opositora Mesa de la Unidad Democrática (mud) sumó 112 escaños, mientras que el psuvy sus aliados se quedaron en 55 (hasta ahora el oficialismo tenía 100 diputados y la oposición 65). Que en el barrio 23 de Enero de Caracas, emblema de la revolución y sede de grupos paramilitares del chavismo, ganara la oposición quiere decir que al régimen —término que ciertamente puede aplicarse a la Venezuela chavista— se la ha fugado la base social. Con una inflación del 179%, una contracción del pibdel 10% y un desabastecimiento en las tiendas del 66% —las peores cifras del contexto mundial—, la situación de las familias venezolanas es insostenible. Si ya no hay entrega de vivienda que esperar o alimentos básicos a los que optar, el populismo se queda sin pueblo.

Esa fue la gran sorpresa de los comicios al Parlamento unicameral venezolano. No propiamente que estos marcaran otro umbral en la descomposición del chavismo, en una progresiva pérdida de apoyo del Gobierno de Nicolás Maduro. Eso era algo previsible y que anunciaban las encuestas. Lo que nadie se esperaba era el enorme grado de contestación. Se contaba con que, en todo caso, el electorado chavista descontento se abstendría, pero no que se rebelara. Cuando destacados dirigentes fueron abucheados al acudir a los centros de votación —le ocurrió por ejemplo a Adán Chávez, hermano del difunto presidente, que como gobernador del estado de Barinas, patria chica del comandante, estaba acostumbrado a todo tipo de reverencias— es que la revolución se había acabado, y sucedía de modo abrupto. El enorme voto de castigo entre los sectores populares dejó al chavismo sin plan y sin argumento.

Sin plan, porque la puesta en marcha del operativo del fraude (la emisión de votos falsos en tiempo de prórroga del horario de votación, en centros pequeños controlados por el chavismo) arrancaba abortado, pues la trampa ya no podía arañar mucho el resultado que se había dado. Hubo entonces que buscar una alternativa, que dividió a la cúpula dirigente: para romper la votación había que convocar a los paramilitares a la calle y justificar con esa violencia la paralización del proceso. El ministro de Defensa, Vladimir Padrino, consciente de que en los cuarteles también había una mayoría de castigo al Gobierno, optó por no dividir a las fuerzas armadas y bloqueó esa estrategia, negándose a la alteración del orden.

Y sin argumento, porque el método del discurso chavista era enfrentar a las clases populares con la población de clase media y alta. Galvanizar a las primeras —la mitad del electorado— bastaba para ganar elecciones. Pero si una parte de los pobres se va del cerco, el discurso en su nombre queda hueco.

Las primeras manifestaciones del chavismo derrotado en las urnas no hablan de transición sino de confrontación. Transición la acabará habiendo con inclusión de algunos de sus portavoces, aunque no los más significados. La clave de una Venezuela en paz y próspera está en que al concierto institucional se sume una izquierda democrática que atienda a la población que ahora pueda sentirse huérfana políticamente. Pero de momento el núcleo duro del chavismo no tiene redención, ni la busca: su grado de gansterismo —no es una hipérbole, sino una etiqueta que se ajusta a las actividades de narcotráfico, corrupción y pistolerismo en que muchos han estado envueltos— no les deja otra opción que seguir agarrados al poder; soltarlo es afrontar la cárcel. Solo les queda una huida hacia adelante: imponer a la fuerza la dictadura del Estado Comunal que en ocasiones ya han puesto como meta. Puede que lo procuren, pero el intento no durará. La entraña antidemocrática del chavismo —su objetivo siempre fue imponer una revolución— habrá quedado suficientemente al descubierto.

MÉRITOS DE PARTIDA

Al temprano Hugo Chávez hay que reconocerle haber detectado bien el hartazgo social que existía en Venezuela en las dos décadas finales del siglo XX por la alternancia en el poder de los partidos tradicionales, alejados de las preocupaciones del pueblo y recurrentes en la corrupción. En 1998 ganó las elecciones presidenciales porque supo ilusionar a las masas populares —más de la mitad de la población, en un país que hoy ronda los treinta millones de habitantes— sobre un nuevo comienzo, en el que ellas serían protagonistas.

Tuvo también el mérito de ejecutar al principio de su presidencia lo que fue la decisión estratégica más importante de su paso por el poder: propiciar en el seno de la Organización de Países Productores de Petróleo una política de precios que condujo a un notable incremento del valor del barril en los mercados y, por tanto, a un enorme aumento de los ingresos por la venta de crudo, principal fuente de riqueza de Venezuela. El encarecimiento del petróleo se vio también espoleado por vicisitudes internacionales, como la guerra de Irak o el embargo a Irán, pero todo partió de una confluencia de intereses entre Caracas y Riad. A mediados de 2014, sin embargo, la preocupación de Arabia Saudí era otra y Venezuela comenzó a sufrir como nadie el vertiginoso descenso de precios. La revolución chavista había ascendido encaramada a la ola de la cotización del barril, y el desplome de esta parecía ser su sentencia de muerte, aparentemente avalando la teoría de que en Venezuela los grandes cambios político-sociales siguen los ciclos del precio del petróleo.

Durante la era Chávez, de un mínimo de 10,5 dólares el barril en 1998 se pasó a 103,4 dólares en 2012. En los catorce años en los que el líder bolivariano estuvo en el poder, Venezuela produjo petróleo por valor de aproximadamente un billón (un millón de millones) de dólares. Con unos ingresos tan generosos, el presupuesto venezolano fue también dadivoso en las políticas sociales, a las que en ese tiempo, según las cifras del Gobierno, destinó quinientos mil millones, es decir, la mitad de la renta petrolera. Las holgadas finanzas permitieron también sustentar una política exterior con clara influencia en la región, muestra de la inteligencia estratégica de Chávez: fondos de ayuda a las naciones aliadas del continente y petróleo en condiciones favorables para países del Caribe.

Pero el manejo de tal volumen de ingresos hizo posible una corrupción igualmente desmedida, sin precedentes en la historia del país, y convirtió Venezuela en lugar ideal para la legitimización de capitales procedentes del narcotráfico. Ambas cosas fueron propiciadas desde el Gobierno chavista, como importantes elementos del fraude en que se constituyó el régimen mismo.

CUBA Y EL FRAUDE ELECTORAL

Saludado en el mundo como supremo benefactor de los menos favorecidos, Hugo Chávez no pasará en realidad a la historia de Latinoamérica por haber reducido la pobreza en Venezuela: la mayoría de los países del continente registraron triunfos importantes en ese combate durante el mismo periodo, algunos con mayor efectividad, como Perú, Brasil, Chile y Uruguay. Incluso, dados los fondos públicos empleados, en Venezuela cabría haber esperado mayores avances, al menos más sostenibles. Lo singular de la obra de Chávez, aquello por lo que estará en los manuales de historia, es algo doble: haber puesto en marcha un autoritarismo (un sistema en el que su autoridad presidencial se imponía sin los contrapesos ni la rendición de cuentas esenciales en una democracia) capaz de asegurarse la reelección en las urnas y, sobre todo, haber cedido el control del propio país a los dirigentes de otro.

Fuera de los venezolanos, poca gente se hace cargo del increíble grado de injerencia de La Habana en los asuntos internos de Venezuela, no como resultado de una penetración subrepticia y hostil, a espaldas del Gobierno de Caracas, sino curiosamente a invitación de este. Con Chávez, los cubanos se erigieron en gestores de los documentos de identidad y pasaportes, así como de los registros mercantiles y notarías públicas; en codirectores de puertos y controladores de seguridad de aeropuertos; en supervisores de las Fuerzas Armadas y de las labores de contrainteligencia… El mismo Maduro fue potenciado por ellos como sucesor.

Chávez se puso hasta tal punto en manos de Fidel y Raúl Castro que su propia vida quedó a merced de ellos. Cuando en 2011 le diagnosticaron cáncer, el presidente venezolano optó por el secretismo que le ofrecía Cuba. Aunque a esas alturas la enfermedad era ya irreversible, pudo haber encontrado mejor tratamiento en otro lugar, lo que habría prolongado algo más su vida y, con la convalecencia necesaria, habría suavizado la agonía que tuvo que sufrir durante meses.

Chávez se había aproximado a Cuba en busca de los consejos de Fidel Castro sobre cómo consolidarse y retener el poder. De La Habana llegó la idea de las misiones sociales, una treintena de programas de ayuda a las clases menos pudientes, a las que mejoraban su condición al tiempo que facilitaban su control político. Gestionadas al margen de los ministerios sectoriales correspondientes, con financiación fuera del escrutinio parlamentario, como asistencia tenían más carácter de obra de caridad que de empeño por operar cambios estructurales. Chávez se preocupó de que el número de personas apuntadas a las misiones y el de trabajadores públicos alcanzara en conjunto al menos la mitad del censo: el discurso del chavismo siempre estuvo dirigido a esa mitad de Venezuela, enfrentándola con la otra media para espolear su resentimiento de clase. En una movilización meticulosa, con uso de medios gubernamentales, el oficialismo se encargó de que quienes aparecían en sus listados de beneficiarios del Gobierno se vieran forzados a votar al régimen. Era el ventajismo, que incluía prácticas como el abuso del voto asistido, la amenaza de despidos, la negación del censo a la oposición…

Pero eso solo fue una parte del truco electoral. En las presidenciales de 2012, las últimas de Chávez, y las de 2013, que tuvieron a Maduro como candidato, activistas del chavismo fueron los encargados de manejar en los centros electorales la maquinaria de identificación de electores y la de votación, en connivencia con el Consejo Nacional Electoral (cne). Eso facultó alimentar un sistema informático paralelo al del cne que daba al oficialismo conocimiento sobre la evolución del voto durante la jornada electoral, con lo que podía reaccionar con movilizaciones de última hora o con la activación fraudulenta de las máquinas de votación. Ese sistema paralelo estuvo coordinado por Cuba. Dos figuras del chavismo han admitido privadamente que se falsificaron cientos de miles de votos para Maduro; es decir, que el opositor Henrique Capriles ganó las elecciones.

CORRUPCIÓN EN UN NARCOESTADO

Los enormes ingresos petroleros sufragaron una revolución bolivariana que se abrió camino a golpe de chequera: electrodomésticos y viviendas para sectores sociales afines, condonación de deuda a Cuba, ayudas a gobiernos ideológicamente próximos, compra de armamento a Rusia que convirtió a Venezuela en el mayor importador de armas de toda Latinoamérica… De ser una empresa estatal, pero al margen del Gobierno, Petróleos de Venezuela (Pdvsa) quedó integrada en la estructura de mando gubernamental y se embarcó en actividades más allá del negocio petrolero, como la construcción y la alimentación.

Los males económicos que después padeció Venezuela vinieron principalmente de ese haber desplumado la gallina de los huevos de oro. Ávido en el gasto de lo que entraba en la caja pública, Chávez no procuró que Pdvsa reinvirtiera convenientemente en los campos petroleros, algo que es vital en el sector, pues los pozos declinan con el tiempo y requieren siempre de una continua puesta al día. Así que la producción descendió: de 3,3 millones de barriles diarios, en 1998, a 2,3 millones, en 2013. Mientras el precio del barril estuvo aumentando, los ingresos siguieron creciendo, pero cuando en 2013 el precio se estancó y en 2014 comenzó a caer, Pdvsa y el Gobierno entraron en una situación en la que de inmediato sintieron asfixia.

Que el precio del barril de crudo se hubiera multiplicado por diez en pocos años generó una afluencia de capital que alimentó una corrupción de volúmenes históricos. El dinero fácil, obtenido de manera ilícita —comisiones, sobornos, apropiación de partidas—, enriqueció a multitud de funcionarios del chavismo. En muy pocos años, de tener orígenes generalmente humildes, los mejor situados para aprovechar la oportunidad pasaron a ser milmillonarios. Al tiempo que denunciaban el imperialismo gringo, las nuevas fortunas de Venezuela se lanzaban a la compra en Estados Unidos de jets privados, mansiones y artículos de lujo.

La corrupción económica fue acompañada de corrupción judicial. Jueces y fiscales debían obedecer las consignas políticas dictadas por el Ministerio Público y por el Tribunal Supremo de Justicia (tsj). Ambas instancias se inmiscuyeron indebidamente en multitud de casos, con intervención directa de Chávez, para condenar a inocentes y absolver a culpables.

La movilización de capital sin precedentes y sin apenas escrutinio facilitó el lavado de dinero. Chávez metió a su país de lleno en el narcotráfico. Durante su gobierno, Venezuela se convirtió en el punto de salida del noventa por ciento de la droga colombiana, en su viaje a Estados Unidos y Europa. Lo concibió como parte de su proyecto bolivariano —un modo de favorecer a la guerrilla de Colombia frente a un Gobierno en Bogotá poco entusiasta con el liderazgo regional de Chávez— y como manera de plantear una guerra asimétrica contra Washington. De acuerdo con acusaciones de testigos protegidos por la Justicia estadounidense, el presidente venezolano era informado periódicamente de los principales traslados de cargamento que se realizaban a través del país, en operaciones dirigidas muchas veces por altos mandos militares. Era una actividad en la que también tuvo parte Maduro y en la que se involucró aún más el número dos del régimen, Diosdado Cabello. La decisión de convertir el país en lugar de paso de la droga colombiana aumentó la delincuencia y enganchó a los grupos de población más vulnerables.

El fraude de Chávez a sus ciudadanos también abarcó otros ámbitos, como el de la seguridad. Chávez abrió la puerta de Venezuela a Hezbolá: facilitó la concesión de visados y pasaportes falsos a activistas de la organización terrorista y protegió la presencia de células en el país. En 2007 envió secretamente a Maduro, entonces canciller, a reunirse en Damasco con el jefe de esa milicia libanesa de filiación chií, Hasán Nasralá. La principal actividad del extremismo islamista en Venezuela, acordada con el Gobierno, fue la recaudación, el lavado de dinero y el tráfico de drogas. Aunque hubo en marcha algún campo de entrenamiento, no se apreció operatividad terrorista. No obstante, todo indica que células de Hezbolá ascendieron por Centroamérica y traspasaron la frontera con Estados Unidos, mientras que elementos radicales iraníes llegaron a trazar planes para posibles atentados contra intereses estadounidenses.

Precisamente la especial relación mantenida con Irán se desarrolló bajo una gran simulación. Muchos de los convenios firmados entre Chávez y Mahmud Ahmadineyad tenían como finalidad principal aparentar una gran actividad que sirviera para justificar el flujo de capitales, con el que Teherán evadía las sanciones internacionales impuestas por su programa nuclear. En su ayuda al régimen de los ayatolás, Chávez permitió que Irán hiciera en Venezuela operaciones especulativas con divisas, que constituyeron una estafa al Banco Central venezolano.

Chávez basó su política exterior en un doble componente: la gesticulación antiyanqui y la influencia en los países de la región mediante ayudas económicas (la alianza del Alba) y el reparto de petróleo con facilidades de financiación (Petrocaribe). Con ser cuestionable la reducción de ingresos que para Venezuela suponía la diplomacia petrolera, la peor consecuencia para los venezolanos fue la posibilidad dada a los países beneficiados de retribuir en especie. Eso hizo que el Gobierno concertara importaciones que venían a dañar el sector productivo de Venezuela, ya de por sí constreñido por la política de nacionalizaciones y expropiaciones, así como por el control de precios y de cambio. Por ganar protagonismo entre las naciones vecinas, el chavismo incurría en una suerte de neocolonialismo a la inversa: en lugar de desarrollar la industria nacional, incrementaba las compras en el exterior.

CHÁVEZ SE MARCHÓ A TIEMPO

Todos estos capítulos fueron elementos del bumerán que lanzó Hugo Chávez, cuya consecuencia —el palo que volvía en su vuelo— sería una crisis económica, social e institucional insostenible. Las dádivas a Cuba, a Irán y a otros países; la naturaleza electoralista de parte del gasto público; el abuso sometido a Pdvsa, y la corrupción dejaron las arcas del Estado en un cuadro de colapso, sin suficientes reservas internacionales para cubrir la necesidad de crecientes importaciones. En 2012 estas ya fueron superiores a las exportaciones: ¡una balanza comercial negativa en un país de enorme riqueza energética! Y aún había de llegar el crack petrolero.

El fomento de bandas callejeras armadas como contratuerca de la revolución, la asociación con grupos terroristas y el patrocinio del narcotráfico alimentaron un aumento de la violencia y del consumo de drogas que se cebó especialmente en las clases más débiles, afectadas también por la inflación y la escasez. La injerencia cubana en la soberanía de Venezuela, la ocultación de la incapacidad física de Chávez para optar a la reelección, la manipulación de las elecciones y la politización de la justicia derivaron en un callejón sin salida.

Los efectos negativos de su gestión se le echaron encima a Chávez cuando ya estaba saliendo de escena y acabaron teniendo todo su impacto con Maduro. El sucesor se encontró con que el precio internacional del petróleo dejó primero su ritmo ascendente y luego se precipitó hacia abajo, derrumbando todos los parámetros en los que se había sustentado la revolución bolivariana.

Periodista