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Una vieja discusión teórica plantea un dilema político ineludible. ¿Qué prima más en la forja de los países: el espacio o el tiempo? ¿Somos tributarios del clima y de la geografía o del lento transcurrir de los siglos?

La reciente Canadiana del ensayista y diplomático Juan Claudio de Ramón no elude esta cuestión, que recorre de arriba abajo la espina dorsal de la identidad canadiense. Y es que, definido por la infinitud de la naturaleza y por las servidumbres del rigor invernal, Canadá se ha construido ante todo en relación con el espacio.

Canadiana, (editorial Debate), 264 págs. 17 euros.
Canadiana, (editorial Debate), 264 págs. 17 euros.

«Por un lado –reflexiona el autor–, ese factor distancia hace de la canadiense una sociedad de frontera, vigorosamente solidaria. Para sobrevivir a un impío clima y a una vastedad sin igual, han de cooperar unos con otros y socorrerse en caso de peligro. Desde esta perspectiva, no es difícil de entender que haya sido un país propicio al arraigo de ideas socialdemócratas. Por otro lado, la inconsciente apropiación de un espacio infinito hace del canadiense medio un ser contemplativo y moderado».

El tiempo, sin embargo, acarrea el peso de la historia, que el hombre nunca puede obviar. Somos historia precisamente porque nos enfrentamos a esa doble realidad del espacio y el tiempo. Y Canadiana –libro de viajes, de memorias y experiencias– lo demuestra con elocuente claridad.

Canadá es el gran tema del libro, pero el subtema responde al nombre de España

En parte porque la voluntad de su autor no sólo es visitar las distintas provincias canadienses –labor que realiza con escrupulosa devoción– ni explicarnos los hitos fundacionales del gran país del norte –de la policía montada a la sanidad pública, de sus grandes parques nacionales a las noches de hockey sobre hielo–, sino ofrecernos, como en un espejo, una sabia mirada sobre nuestra propia realidad. Canadá es el gran tema del libro, pero el subtema, como un bajo continuo que se escucha entre líneas, responde al nombre de España.

Por supuesto, se trata de una convicción moral que pretende abrir una perspectiva sobre nuestra singularidad desde otra singularidad distinta. Canadá y España son países que han mantenido una relación intensa con los Estados Unidos, por un lado, y con otras dos grandes potencias europeas como Inglaterra y Francia, por otro.

Ambos, España en su pasado imperial y Canadá en la actualidad, sustentan o han sostenido fronteras de dimensión planetaria. Y, en ambos casos, una fuerte tensión de carácter etnolingüístico –y en Canadá también de índole religiosa– ha sido causa de profundas grietas internas.

Carácter integrador de la democracia

En este sentido, las páginas que Juan Claudio de Ramón dedica al Quebec, a su pasado y a su presente, resultan especialmente iluminadoras. En primer lugar, porque  desmonta determinados mitos que circulan con excesiva frivolidad en nuestro país. Y, en segundo, porque acierta al reconocer en la cuestión lingüística la raíz de un enfrentamiento latente cuya solución no se encuentra –ni aquí ni allí– en la convocatoria de un referéndum sino en superar el conflicto de lenguas y ensanchar, aún más si cabe, el carácter integrador de la democracia. De fondo, sobrevolando el libro como una figura tutelar, la personalidad extraordinaria de un político de raza: el ex primer ministro Pierre Trudeau.

A Trudeau le dedica Canadiana algunas de sus páginas más emocionantes. Las que glosan, por ejemplo, las palabras cruciales “Just watch me” –“míreme y vea”–, pronunciadas ante las cámaras de la televisión en una de las situaciones más tensas que ha vivido el país.

Estamos en octubre de 1970 y el Frente de Liberación del Quebec (FLQ) ha secuestrado al ministro provincial de Trabajo, Pierre Laporte, y al consejero de la legación británica, James Cross. Impávido ante el destino, el primer ministro Trudeau ordena al ejército patrullar las calles y asume –cito literalmente– que «la sociedad debe recurrir a todos los medios a su alcance para defenderse del surgimiento de un poder paralelo que desafía al poder elegido en este país y creo que eso incluye cualquier medida. Mientras exista un poder que desafíe al representante electo del pueblo, creo que ese poder debe ser detenido y creo que únicamente, repito, almas bellas y pusilánimes pueden oponerse a esas medidas».

La idea clave aquí es la responsabilidad suprema del político en el momento decisivo en que su país se asoma al abismo. Sus palabras muestran la enorme fuerza gravitatoria de la realidad, ese “principio potentísimo” que observara Josep Pla. “Just watch me”, es decir, compruébenlo ustedes mismos. Es el poder del Estado que, al ejercerse, defiende la libertad de los ciudadanos.

Pierre Trudeau fue el principal artífice del Canadá moderno

Pero Trudeau no fue sólo el hombre necesario en el momento de la prueba, sino también el principal artífice del Canadá moderno. Al aprobarse la  Constitución de 1982 –leemos en Canadiana–, «Trudeau sentó las bases jurídico-políticas para que Canadá pasara de ser una asociación inestable entre dos tradiciones étnicas mal avenidas a constituirse en una comunidad de derecho basada en valores compartidos. […] En lugar de un país binacional, Trudeau legó uno multicultural y cuyo gobierno era bilingüe, superando así toda necesidad de nacionalismo en la base, o haciendo real, acaso por primera vez en la historia, la posibilidad teórica de un nacionalismo cívico».

Merecedor este año del prestigioso premio Antonio Fontán, tan íntimamente  ligado a Nueva Revista, Juan Claudio de Ramón no ha soslayado nunca en sus columnas y ensayos el debate público. Este libro, como hemos comprobado, no supone una excepción. Sus páginas finales las dedica a esbozar un “epílogo para españoles”, en el que se destilan muchas de las lecciones que nos ofrece la experiencia canadiense. La principal, quizás, la necesidad de huir de un inmovilismo que pueda confundirse con un peligroso derrotismo.

«España –propone nuestro autor– no debe querer solucionar un problema que no tiene solución –el de contentar a las elites del nacionalismo periférico–, sino superar el problema convirtiéndose en un país nuevo, propulsado al futuro, y en continuo diálogo con lo mejor y los mejores de su pasado».

Palabras nobles que exigen imaginación, fortaleza y generosidad políticas. Bajo la apariencia de unas cultas –y entretenidas– memorias de viajes, Juan Claudio de Ramón nos ha regalado un libro imprescindible para entender Canadá y para entendernos a nosotros mismos.

Licenciado en Derecho. Columnista, crítico literario y asesor editorial.