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Al margen de cualquiera de las consideraciones que políticos de uno y otro signo han esgrimido en favor de sus tesis durante los últimos años respecto al proceso soberanista desarrollado en Cataluña, nos encontramos ante una grave crisis que afecta seriamente al sentido y la unidad de la nación española.

Se trata de un fenómeno de gran complejidad, capaz de provocar una serie de repercusiones en cadena que algunos de sus promotores prefieren ocultar, disimular o ignorar. Las respuestas clarificadoras a esos planteamientos no se han hecho esperar. Desde diversos medios y con argumentos de muy distinto alcance, aunque coincidentes en lo esencial, han expresado sus opiniones periodistas, pensadores, intelectuales y políticos bien conocidos en la vida pública española, que, por otra parte, representan posiciones opuestas al defender puntos de vista diferentes sobre otras materias.

Es el caso de figuras como Alfonso Ussía en su último ensayo titulado No, no, y no (Ediciones B, 2013); de Ramón Tamames: ¿A dónde vas, Cataluña? (Ed. Península, 2014); de Fernando Savater: No te prives (Ed. Ariel, 2014); o de Joaquín Leguina Los 10 mitos del nacionalismo catalán (Ed. Temas de Hoy, 2014).

Cada uno de estos libros citados debería ser considerado de obligada lectura, no solo para formar e informar a la desorientada opinión de amplios sectores de la sociedad española —periodistas incluidos— sino también de políticos de distintos signo de Cataluña y del resto de España. Sin olvidar el interesante libro Nos duele Cataluña (Ed. Galland Book, 2014) en el que su coordinadora, Begoña Martín, ha incorporado la opinión de un elevado número de expertos, muchos de ellos miembros destacados de la vida catalana, que han accedido a responder a los cuestionarios o preguntas formuladas sobre el tema. Resulta significativo constatar los nombres citados de otros que se excusaron de participar en el proyecto.

De cualquier forma, resulta de notable interés conocer las tesis que sobre el particular expone el acreditado hispanista Henry Kamen (n. 1936), uno de los más prestigiosos historiadores de los últimos tiempos, como se confirma al leer el reciente estudio que ahora se comenta.

Afincado en Barcelona desde hace muchos años en calidad de profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, desde 1993 hasta su jubilación en el 2006, ha desarrollado en nuestro país una fructífera labor magisterial en centros docentes, universidades y revistas especializadas, labor ampliada en el terreno de la divulgación histórica en las páginas del diario El Mundo.

Desde su privilegiada tribuna de Cataluña y conocedor de los problemas en primer plano, ha tenido ocasión de seguir desde los orígenes el proceso iniciado por los sectores separatistas y los argumentos que esgrimen en defensa de las razones de todo tipo que emplean para justificar la ineludible necesidad de su independencia.

El autor deja claro que sus objetivos corresponden a los de cualquier historiador honesto, que se limita a recoger los hechos reales tal como fueron transmitidos por los cronistas solventes de acuerdo con las circunstancias y la mentalidad de la época en que sucedieron. En realidad, se trata de los mismos criterios seguidos por Henry Kamen a lo largo de su labor investigadora y que se ven reflejados en los numerosos tratados, estudios, ensayos y biografías publicados con notable éxito sobre Felipe II, el monasterio de El Escorial o el gran duque de Alba.

Como uno de los mayores expertos en la historia de nuestro país, el profesor Kamen conoce a fondo la historia de Cataluña, a la que considera una parte esencial de España, junto al reino de Aragón, cuya suerte comparte desde el matrimonio de los Reyes Católicos y prolonga con los sucesores, las dinastías de Austrias o Borbones, que se suceden a través de los cinco últimos siglos.

El principado de Cataluña, como los reinos de Mallorca y Valencia federados en el de Aragón, participa activamente en el auge, decadencia y caída final de los Austrias españoles, incluyendo el desgraciado gobierno del último rey Carlos II «El Hechizado» que muere sin herederos directos.

A partir de entonces, noviembre de 1700, se desencadena una guerra europea que dividirá en facciones enfrentadas no solo a los españoles, sino también a las grandes potencias que se disputaban el trono vacante.

Durante casi quince años, los defensores de la causa austriaca, más Inglaterra, Holanda y Portugal, combaten encarnizadamente por tierra y mar contra Francia y sus aliados, que aspiran a introducir en España al rey Felipe V, el representante de la casa de Borbón. Según se deduce del trabajo de Henry Kamen, con motivo y como resultado de esta guerra, ciertos sectores de la sociedad catalana inician una campaña que, pese a carecer de bases reales y partir de presupuestos falsos, aunque hábilmente manipulados, con el tiempo han arraigado profundamente en los sentimientos y emociones del pueblo catalán.

Sin embargo, conviene al respecto recuperar el sentido de la veracidad histórica y dejar de lado las interpretaciones interesadas. El autor recuerda que en esa guerra, durante la cual se produjeron numerosos avatares y cambios:

Cataluña prestó juramento de lealtad al pretendiente Felipe de Borbón en los primeros compases de la guerra. Cambió de bando en 1705, en presencia de la Armada aliada (anglo-holandesa) que tras invadir las costas levan-tinas conquistó el puerto de Barcelona e incorporó Cataluña a la causa llamada austracista

Así pues, después de jurar fidelidad al nuevo rey Felipe V de Borbón, los catalanes se alinearon en favor de la causa del archiduque Carlos de Austria. ¿Cuáles fueron los motivos de tal cambio? Naturalmente, pueden admitirse diversas y fundadas razones que lo expliquen. En todo caso, el autor prefiere atenerse a las declaraciones de los que defendieron el puerto de Barcelona en nombre del pretendiente austriaco. Veamos sus palabras:

El hecho es que ninguno de los hombres de aquella malhadada generación pueden ser punto de referencia, porque todos ellos esgrimieron que su causa era «per la patria i per tota Espanya», una frase que ningún político separatista pronunciaría jamás en la actualidad.

Resulta difícil de comprender cómo, a partir de esos datos, es posible mantener con fundamento que la derrota final de los catalanes que luchaban «en favor de toda España» se haya convertido en un suceso que nada tiene que ver con la realidad. Según ciertas versiones actuales, la derrota fue ocasionada por los ejércitos castellanos invasores que el 11 de septiembre de 1714 les privaron de sus derechos y libertades, y arrasaron sus recursos materiales y sumieron a Cataluña en un lamentable estado de opresión y miseria que perduró durante los siglos siguientes.

Kamen responde a tales opiniones de forma muy expresiva:

Uno no sabe si reír o llorar ante tanta insensatez. Naturalmente, Cataluña no quedó aplastada ni reducida a la nada tras aquel 11 de septiembre fecha de la rendición de Barcelona tras varios meses de asedio. Cataluña siguió siendo una región importante, próspera y floreciente, el territorio más rico de España.

Es una lástima que la historia de Cataluña haya sido inadecuadamente estudiada por los historiadores y sistemáticamente distorsionada por ideólogos, políticos y periodistas que, con mucha frecuencia, basan sus discursos en información poco fiable.

Por otra parte y si los hechos se analizan con objetividad, resulta que los catalanes austracistas fueron responsables de sucesivos errores que desembocaron en una situación negativa para sus intereses. Errores que pueden resultar comprensibles dadas las circunstancias, pero que sus responsables debieron asumir como propios y no atribuir a malquerencias o inquinas cuando se tuercen los mejor elaborados proyectos. Como ejemplo de actitudes que se demostraron poco afortunadas, se cita la posición adoptada por los dirigentes catalanes cuando se negaron a aceptar las condiciones del Tratado de Utrecht que ponía fin a la Guerra de Sucesión.

Hartos de un conflicto que había dejado de tener sentido, ya que el pretendiente, archiduque Carlos, había sido elegido emperador de Austria y renunciado al trono español. En consecuencia las potencias beligerantes firmaron el Tratado de Utrecht en 1713 por el que se reconocía a Felipe V de Borbón como legítimo rey de España. La guerra había terminado. Así lo reconocieron los representantes de las naciones implicadas, que cesaron de forma inmediata sus intervenciones militares. A pesar de todo, Cataluña decidió continuar en solitario un año más las hostilidades y contra el parecer, incluso, de sus antiguos aliados, combatir desde el puerto de Barcelona a la Armada francesa que conquistó la ciudad a sangre y fuego los días 11 y 12 de septiembre de 1714.

Por cierto, que entre los defensores se encontraban fuerzas combatientes de otras regiones españolas, incluyendo castellanos que se habían unido a los rebeldes.

El trabajo de Henry Kamen no se limita a desmontar los mitos de la propaganda independentista en relación con las dramáticas jornadas que tuvieron lugar en torno al 11 de septiembre de 1714. Resulta de gran interés el capítulo dedicado a otro de los momentos de crisis vividos bajo el reinado del rey Felipe IV y el gobierno de su valido, el conde duque de Olivares. Durante los años que van desde 1640 a 1653 se va a producir el primer y malogrado intento de secesión: Cataluña solicitó y obtuvo su incorporación a la corona de Francia, regida por los tan denostados borbones no muchos años más tarde, con resultados negativos. El autor resume aquel intento fallido con su habitual contundencia:

Los separatistas rápidamente descubrieron que el Estado francés era mucho menos respetuoso con sus privilegios que los castellanos en su momento…

Naturalmente, los contenidos de la obra de Henry Kamen serán negados o, con mayor seguridad, silenciados por los actuales dirigentes dispuestos, contra viento y marea, a lograr la secesión de Cataluña. Tal actitud basada una historia inventada y carente de fundamento puede llevarles a repetir los mismos errores ya cometidos en el pasado, como lo fueron la adscripción temporal al reino de Francia o la negativa a aceptar la paz de Utrecht y desafiar a un enemigo más potente (en este caso, el francés) y respaldado por un tratado internacional. Resulta mucho más cómodo y sencillo atribuir la responsabilidad de los propios errores al malvado enemigo, cuando no estaría de más que un examen de conciencia sincero basado en el estudio imparcial de la historia hiciera recuperar el sentido común que, por otra parte, ha sido una de las cualidades reconocidas como patrimonio del bueno, valeroso y noble pueblo de Cataluña.

Rafael Gómez López-Egea

Abogado y Periodista