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No quiso empezar el nuevo año bisiesto, y a finales del 2011 Alberto Miguel Arruti, físico, periodista, gran divulgador y colaborador habitual de Nueva Revista desde sus inicios, nos dejó discretamente, sin alardes, sin espectáculo, con un gesto muy de los suyos. «Yo creo que esto va a ser el final», me dijo con toda naturalidad, como aceptándolo de antemano, aunque nadie sospechaba entonces que el motivo de su hospitalización, unas molestias intestinales, le fuera a conducir a tan irremediable y rápido final. Ha muerto un gran periodista, un gran científico, un gran profesor y una gran persona.

Ha muerto Arruti, así le conocía casi todo el mundo, sus compañeros, sus alumnos, sus amigos. Arruti era el apellido materno al que él, en cuanto le dabas la más mínima oportunidad, añadía una larga lista de apellidos vascos que pronunciaba con devoción, como si se trataran de condecoraciones. Su padre había sido militar y el recuerdo de su figura ponía siempre de manifiesto una relación escasa pero de gran influencia. La represión de algunos altercados nacionalistas llevó a su padre hasta el país vasco, donde se enamoró de su madre. «¿Te he contado alguna vez cómo se conocieron mis padres?», te preguntaba con una sonrisa pícara e irónica muy suya… «No, no» decías, aunque hubieras oído la historia cientos de veces, porque te encantaba oírsela contar, siempre te parecía nueva. Se ha muerto uno de los nuestros, para mí un amigo entrañable con el que disfrutaba, con el que buceaba buscando infinitos trascendentes desde las historias, desde el análisis, desde las reflexiones.

Alberto además de ser licenciado en ciencias físicas había hecho periodismo, era periodista, un gran periodista, y aprendía todos los días algo nuevo porque se asomaba a la actualidad con curiosidad, con ganas de saber. Por eso no se limitaba a enterarse de las noticias, las pensaba, las relacionaba, las comentaba, las analizaba…, bajo su cultura vasta, bajo su inteligencia penetrante, bajo sus relaciones sólidas y amplias. Así, siempre era capaz de dar un paso más que los demás, de ofrecerte unas claves mucho más profundas, más enraizadas, más atrevidas. «¿Tú qué opinas…?», sonaba su voz grave, cercana, cariñosa. Te preguntaba siempre por todo, cómo si tu opinión fuera la que iba a darle la clave del arco, como si tú fueras el mayor experto. Y escuchaba, sabía escuchar, por eso era tan gran conversador, un conversador al que le aturdían los ruidos, las inclemencias, los cacareos y los boatos.

Alberto Miguel Arruti vivió su periodismo desde dentro con una intensidad y un rigor difíciles de lograr. Llegó a ser director de los servicios informativos de Radio Nacional y de Televisión Española en los años finales del franquismo, donde coincidió con Victoriano Fernández Asís, y desde allí le tocó dar la información del cambio de régimen.

Fue especialmente enriquecedora su etapa internacional, sus estancias tanto en Alemania como en Francia le dieron unas vivencias únicas. Destacaba en sus recuerdos el romanticismo de una Alemania recién salida de la tragedia bélica. En París vivió los años más espléndidos y rotundos de la generación existencialista y allí tuvo la oportunidad de conocer y tratar a Albert Camús, a J. Paul Sartre, a Picasso y a buena parte de la intelectualidad que marcó toda una época.

Su faceta académica como profesor universitario ha marcado sin duda la etapa más larga y fructífera de su carrera. Después de una serie de años en el departamento de Estructura y Tecnologías de la Información de la Universidad Complutense, pasó a la Universidad CEU- San Pablo, donde todavía conservaba su condición de profesor emérito. Sus clases magistrales sobre historia de la ciencia, divulgación de la ciencia y coherencia teológica de la ciencia han dejado huella en estos últimos años.

Con nosotros, en Nueva Revista, ha estado siempre, ha seguido la trayectoria de todos sus números desde el consejo editorial, y asumiendo toda la información sobre los asuntos científicos que hacía llegar a nuestros lectores asiduamente en la crítica de libros interesantes, en artículos divulgativos, en secciones como «Panorama», donde se asomaba a los cambios que se iban introduciendo en el medio televisivo. Desde el número 2 de la revista hasta las últimas aportaciones en la sección que titulábamos «Ciencia», Arruti ha tenido atendidos a los lectores de nuestra publicación en todo lo relacionado con la ciencia y la tecnología, y desde luego ahí le echaremos de menos.

Pero sin duda donde más se va a notar su falta va a ser entre sus innumerables amigos, entre los que me honraba y me distinguía con su cariño. A todos nosotros no nos queda ya más remedio que esperar gracias a la fe, para poder volver a entablar con él una de esas maravillosas tertulias en las que, con su voz grave y amable, siempre te invitaba a decir la última palabra. Descanse en paz.

Catedrático de Periodismo Especializado. Universidad Complutense.