Tiempo de lectura: 7 min.

Cualquiera que conozca la esperanzadora previsión económica para 2003 y 2004, referido a América Latina, no podrá por menos que preguntarse una vez más: ¿hay alguna esperanza de cambio en el futuro económico latinoamericano o estamos sólo ante una fase ascendente del ciclo de la que, más pronto que tarde, descenderemos de nuevo hacia el abismo?

Para responder con criterio a esa pregunta, sin dejarse llevar por un irreflexivo optimismo, ni tampoco por su contrario, resulta pertinente la lectura de la sección sobre la situación económica del Anuario de América Latina, del Real Instituto Elcano. La pluralidad de enfoques de los distintos autores que colaboran en el número no impide tener una visión clara del panorama subcontinental sino, muy al contrario: esta segunda parte facilita comprender como un todo el complejo sistema económico en el que se debaten los deseos de progreso y las restricciones propias y ajenas que experimentan los países de América Latina.

ecddelpf001.jpg

Resulta muy indicado iniciar este viaje con la visión siempre completa de la CEPAL. Transcurridos casi dos años del inicio de la crisis económica en la región, José Antonio Ocampo (CEPAL) ofrece un cuidado análisis técnica sobre la gestación y maduración de la misma. Pese a las notables diferencias en el modo de afrontar y superar las crisis los distintos países del subcontinente, el artículo documenta la existencia de un hecho común: la pérdida de grados de libertad en la aplicación de políticas económicas. Esta cuestión no es nueva para ninguna nación del planeta, en el contexto de una economía mundial cada vez más globaliiada, y afecta en mayor o menor medida a todas las regiones económicas, con independencia de su nivel de desarrollo.

El problema surge, sin embargo, cuando el inevitable ajuste a un periodo de menor dinamismo (común en casi todo el mundo duran te el 2002), deja secuelas permanentes, esto es, se traduce no sólo en desajustes cíclicos sino en desequilibrios estructurales que, aún recuperado el ritmo económico internacional, impiden retornar con fuerza a la fase de recuperación. En este sentido, preocupan algunas evidencias apuntadas en el examen de José Antonio Ocampo, como la pérdida de peso de la inversión sobre el producto, unida a la caída del ahorro externo o el deterioro estructural del empleo.

El diagnóstico invita, por tanto, a revisar las restricciones estructurales —«los siete pecados capitales»— que lastran el despegue de la región, más allá de vientos a favor o en contra. Ese es el objetivo del estudio de José Juan Ruiz, director del área de estrategia y análisis del BSCH, que propone el complicado ejercicio empírico de aproximar, en un índice sintético, la vulnerabilidad política y económica de los principales países latinoamericanos, con la sana intención de desmitificar el recurso tópico a la «maldición latinoamericana».

El artículo despliega un excelente esquema técnico pata entender la estructura político-económica de la región, tejido con los mimbres de una cuidadosa selección de referencias teóricas, acompañadas de acertadas ilustraciones empíricas de cada uno de los lastres estructurales señalados por el autor. Sin embargo, y salvo algunos resultados parciales de gran interés, los logros son finalmente escasos y uno echa de menos el «gran final» que las intenciones del autor hacen prever al inicio. No obstante, algo queda meridianamente claro gracias a la precisa capacidad del autor para la disección de la realidad económica: las cosas en Latinoamérica están cambiando a mejor y, quizá por vez primera, buena parte del continente está preparado para decidir su propio futuro y competir con méritos en la global izada lucha por la financiación del crecimiento de las áreas en desarrollo.

Algunos de los aspectos tratados por José Juan Ruiz son contrastados por Sebastián Edwards, el autor del último estudio de los que componen la sección de economía. Pese a su aparente carácter fragmentario, su artículo presenta una interesante selección de asuntos clave en materia de política económica. No sin cierto asombro descubrimos cómo las cuestiones que hoy en día parecen decisivas para afrontar el futuro económico de la región, siguen siendo las mismas que vienen ocupando a los académicos desde hace veinte años y, de nuevo asombrados, observamos que algunas de estas cuestiones requieren todavía un juicio matizado.

Edwards aborda en primer lugar un tema de actualidad crónica: la utilidad de los controles a la movilidad de capitales a corto plazo como mecanismo de prevención del contagio financiero. Sin los habituales prejuicios sobre esta materia, Edwards pretende aportar preguntas más que respuestas y con esa intención reflexiona sobre la experiencia chilena, proponiendo a académicos y analistas la comprobación empírica, sin complejos ni prejuicios, de los verdaderos efectos de este tipo de medidas y la conveniencia de que sean impuestas con carácter temporal o permanente.

Aborda también, aunque brevemente, la cuestión, hoy ampliamente aceptada, de los efectos económicos contractivos derivados de las devaluaciones cambiarias, invitando de nuevo al estudio reposado de los canales de transmisión de estos efectos.

En tercer lugar, recuerda a los lectores la necesidad de una reflexión seria sobre tos canales de transmisión del ciclo económico internacional a los países latinoamericanos aportando, como punto de partida, una revisión personal sobre el caso de El Salvador.

El artículo de Edwards tiene la virtud de provocar en el lector cierta inquietud, toda vez que algunas bases analíticas que pueden suponerse más o menos sólidas, admiten y merecen un enfoque más meditado. En este sentido, es recomendable la lectura del análisis realizado por Domingo Cavallo sobre régimen monetario y política cambiaria en Argentina.

Pocas cosas están tan claras como que, de cara al exterior y a los propios ciudadanos argentinos, la crisis de aquel país fue políticamente manejada a conveniencia para edificar juicios (más aún, prejuicios) contra quienes, en realidad, poco o nada tenían que ver con la debacle: el neoliberalismo, las empresas extranjeras, los multilaterales, los competidores países vecinos; y entre estos monstruos de ficción, aparece también regularmente la figura de Domingo F. Cavallo.

Por eso resulta gratificante que el Instituto Elcano, haciendo oídos sordos a palabras necias, incluya entre sus colaboradores a este académico y profesional, que durante tantos años fue ministro de Finanzas, para ilustrar el papel jugado por el Currency Board y su posterior abandono en la crisis argentina. La lectura del texto es por ello muy recomendable para todos aquellos que reconozcan tener una visión estereotipada de los desencadenantes de la crisis y, sobre todo, de su manejo. A modo de conclusión, adelantaremos aquí que Domingo F. Cavallo exime de culpa al Currency Board y defiende que, una vez desencadenados los problemas de insostenibilidad fiscal, el mayor error fue precisamente el cambio en el régimen monetario que, de forma brusca, alteró los derechos de propiedad de los ahorristas y acreedores. El autor acusa explícitamente a Duhalde y a Alfonsín no sólo de propiciar la crisis, sino de hacerle frente de la peor manera posible. En todo momento, sin embargo, el artículo mantiene un tono académico alejado del discurso político y propone siempre, tras la crítica, alternativas razonadas para evitar (o haber evitado) la actual situación argentina.

Sin abandonar el escenario argentino, Jorge Blázquez y Miguel Sebastián, del servicio de estudios del BRVA, abordan la cuantificación de la crisis de este país sobre la economía española. La exploración se justifica por el enorme compromiso de las empresas españolas en esas tierras: el 33% de las inversiones exteriores españolas entre 1992 y 2001 se dirigieron a Argentina, donde se crearon setenta mil puestos de trabajo, contribuyendo al 11% de la recaudación tributaria, casi al 6% de la formación bruta de capital y a alrededor del 3% del PIB.

Los autores descomponen el efecto de la crisis en seis canales e intentan, en casi todos ellos, una medición cuantitativa de los impactos sobre la economía española. Como el propio autor reconoce, la aproximación cuantitativa es analíticamente pobre y, en ocasiones, conceptualmente simplista y por ello arriesgada y poco confiable. Los tres efectos transmitidos por canales de «economía real» hacen referencia a la reducción de exportaciones, el menor gasto en inversión nacional derivado de la pérdida patrimonial de las empresas españolas con filiales en Argentina y el efecto positivo derivado de la incorporación de mano de obra cualificada argentina emigrada a España. Los canales financieros se centran en el posible efecto contagio desde los activos argentinos a la deuda soberana española, la pérdida patrimonial de los tenedores españoles de bonos argentinos y la pérdida de riqueza derivada de una peor evolución de la bolsa española. Con todas las salvaguardas posibles (debemos insistir en la inmediatez de muchos cálculos y asunciones teóricas y empíricas), el efecto global habría supuesto un menor crecimiento del P1B de 0,8 décimas, señalándose como el más importante el efecto derivado de la pérdida de valor de los activos de renta variable en la bolsa española.

Finalizado el recorrido por 1a evolución de la economía latinoamericana de los últimos diez años (diagnóstico mixto de logros y decepciones), conviene adentrarse en el estudio sobre pobreza, desarrollo sostenible y medio ambiente elaborado por José Antonio Alonso. Debemos anticipar que el análisis no contiene demasiados elementos novedosos. No hay, por tanto, buenas noticias: en suma, aunque la heterogeneidad del continente dificulta la percepción global, se revela, tina vez más, un diagnóstico de moledor.

En el 2002, un 43% de la población latinoamericana es «pobre», lo que supone 214 millones de personas (92 millones de indigentes), pese a la moderada reducción de la pobreza en términos relativos, logrados en los últimos años. A algún lector poco familiarizado con el subcontinente le sorprenderá comprobar que estas cifras son preocupantes también en países que gozan de cierto reconocimiento internacional en materia de progreso económico (en Chile, un 20% de la población puede considerarse pobre) lo que, de manera evidente, sugiere una valoración más matizada del éxito de un determinado modelo económico.

En este sentido, el autor apela, como tanto otros, a la lucha contra la desigualdad como medio indispensable para traducir el crecimiento en reducción de la pobreza. La desigualdad nace, seminalmente, de la falta de equidad en el acceso a la educación y es por ello que se revisa también con detalle en este estudio el avance registrado en matera educativa. En este punto, el autor maneja con cierto optimismo las crecientes tasas de matriculación en los diversos ciclos de enseñanza pero, como señalaría José Juan Ruiz en un artículo previo de este mismo Anuario, las cifras son engañosas si se considera el decreciente gasto invertido en educación, lo que, en buena medida, redunda en una peor calidad de la educación y, con ello, mayores tasas de abandono.

A la desigualdad que nace de la dificultad de acceso a una enseñanza de calidad, el autor muestra que un mercado laboral con escaso dinamismo, creciente informalidad e intensiva industrialización contribuye a «consolidar la desigualdad»; una perspectiva interesante que complementa la visión tradicional asociada con deficiencias estructurales y educacionales de la organización social. La escasa madurez del sistema de protección social impide que, en momentos de declive económico, se acentúen la pobreza y exclusión económica y social. Ello convierte en urgente la tarea de rediseño de la estructura y alcance del gasto social.

Es en el último tramo del artículo donde el autor aporta, a nuestro juicio, la dimensión más interesante del diagnóstico, deteniéndose en la dimensión ambiental de la actividad productiva. La conclusión es, de nuevo, poco alentadora. El modelo de crecimiento adoptado es clara y deliberadamente lesivo para los intereses medioambientales de la región; pese a los esfuerzos en materia política nacidos de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y Desarrollo, los recursos financieros invertidos en materia ambiental son escasos y, por ello, también los avances reales.