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Todos hemos sentido alguna vez en la vida -yo muchas veces- la incapacidad  de expresar con palabras habladas o escritas la emoción o los pensamientos que llevamos dentro. Al terminar de leer las más de mil páginas de lo que llamo, porque lo es, «el libro de don Vicente», esas sensaciones de impotencia me han venido, como nunca antes, a la cabeza y  al corazón. En efecto, me veo incapaz de resumir en esta reseña, forzosamente breve, la avalancha de recuerdos, imágenes, voces, sonidos, risas y  cánticos que se vienen a la memoria dispuestos  a revivir el pa sado en el presente. Y más incapaz todavía de trasladar de modo eficiente el calor, el afecto y la creatividad de aquellos tiempos de La Rábida, bajo la mirada amiga de don Vicente Rodríguez Casado (1918- 1990).

El libro ofrece un panorama vivo, diverso, completo, de lo que me atrevo a llamar «las fundaciones de don Vicente», resumidas en su irrepetible talante humano, intelectual, magisterial. Todo ello sin soslayar el espíritu  «vicentoniano» que nos conduce -no lo olvidemos- a su visión trascendente de la existencia, que él mostraba con naturalidad alegre.

Hay dos trabajos de lectura iluminadora, imprescindible: «La historia de La Rábida», de Miguel Chavarría y el «Epílogo», de don Jesús Arellano. Entrañable amigo, compañero y colega, Miguel; maestro y guía en mis primeros pasos profesionales, don Jesús, espero no dejarme llevar de afectos personales al distinguirlos. El peso objetivo y la extensión de sus dos colaboraciones aleja cualquier suspicacia. Por otras razones, cobran especial relieve los ensayos del «número dos» rabideño, don Octavio Gil Munilla (muerto antes de ver publicado este libro), el de Francisco Morales Padrón y el de José María Prieto, todos ellos entre los más fieles y constantes colaboradores de don Vicente.

Que tan ambicioso proyecto se haya traducido en realidad  editorial se debe a la infinita paciencia de Femando Femández, secretario general de la Asociación de la Rabida, y a su fiel tenacidad, la prueba más palpable de que ha recogido como ningún otro el testigo rabideño de manos de don Vicente. La parte más extensa del libro queda reservada para los colaboradores, amigos, profesores y alumnos de La Rábida que durante los treinta años (1943-1973) de la Universidad de verano, poblaron aulas y residencia para impartir o recibir enseñanza. Todos ellos, cada uno a su manera,  hemos contribuido modestamente a revivir episodios que parecían perdidos en el fondo de nuestras memorias. Son nada menos que 170 los testimonios personales surgidos en tomo a la figura del Rector, maestro y  amigo don Vicente. En esos testimonios queda reflejada la  infinita  variedad de los sentimientos humanos,  nunca coincidentes, aunque se complementan hasta formar un cuadro bastante preciso, hecho a base de afectos y fidelidades. Esos eran, al fin y al cabo, los sentimientos que aprendimos en La Rábida, y que tantos hemos conservado, aunque muchas veces nos hayan costado caros en el orden material y profesional.  Y es que, en el mundo que nos rodea, es más fácil y rentable cambiar fidelidad por conveniencia. En La Rábida la escala de esos valores siempre estuvo muy clara.

Aun para los q ue tu vi mos la suerte de vivir y aprovechar algunas de las obras de don Vicente -Escuela de Estudios Hispanoamericanos, Universidad Hispanoamericana de Santa María de La Rábida- el comprobar cómo fue capaz de crear otras muchas -Ateneos Populares, Instituto Politécnico de La Rábida, Colegio Universitario de La Rábida- nos produce siempre la misma sensación de incredulidad. Y nos da Vicente. Es difícil encontrar dos personas más distintas, casi  opues tas en su estilo vital, gustos, expresiones y métodos. La ventaja de don Jesús, su cualidad  de filósofo, dado a la reflexión y al análisis, le permitió calar en profundidad a don Vicente, y gracias a eso, disponemos ahora de algunas claves para conocerle también en su intimidad, la frontera que el respeto y cariño de don Vicente nos impedía  traspasar.

Abogado y Periodista