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Me gustaría dedicar mis primeras palabras a glosar la figura de don Antonio Fontán, al maestro, al amigo, a la referencia paradigmática e inexcusable del liberalismo político español en gran parte de la segunda mitad del siglo XX. La influencia de don Antonio, ha sido muy relevante, tanto en la vida pública de nuestro país, en el ámbito de las ideas y los grupos liberales y, muy especialmente, entre los que un día fuimos jóvenes y continuamos siendo liberales. Recibimos a través de largas y lúcidas conversaciones y del impulso a la participación activa y temprana en la acción política lecciones inolvidables y privilegiadas que tanto nos han ayudado en la política y en la vida.

Se dio a todos y a cada uno. Dispensó a personas como nosotros que tuvimos la inmensa fortuna de conocerle una amistad profunda, sincera, sin dobleces. Mantuvo siempre su nobleza de espíritu forjada a lo largo de una vida ejemplar y sostenida, tanto por su lealtad irrevocable a España como por sus imprescriptibles convicciones morales y religiosas que le otorgaron la Fe necesaria para mantener siempre, contra el viento y la marea, la Esperanza.

La conciencia política de Fontán surgió siendo éste muy joven (a los 26 años ya era catedrático de Filología Latina en Granada). El sentido del deber, tan arraigado en el carácter de Fontán, la hondura de su sentimiento nacional, de su leal amor a España y una inquietud constante, re- flexiva e intelectual, sobre la situación y el futuro de España son algunos de los elementos constitutivos de su patriotismo, indisociable a su persona y la razón última de sus inagotables e incasables acciones políticas. España era en los años cuarenta una nación enclaustrada en la dictadura de Franco, silenciosa, atrasada, dividida, aislada, sin horizontes, y un futuro que se intuía sólo condicionado por la evolución del régimen. Sin duda esta situación le conmocionó y agitó su conciencia política y nacional. El patriotismo de Fontán, así pues, tiene su raíz en la responsabilidad moral.

Es evidente que el despertar político de Fontán no estuvo motivado por el apetito de poder, ni por el éxito social, sino por el afán de que España recuperase su dignidad política. Habitó siempre en él un profundo sentido religioso de la vida, una ética cristiana, un espíritu donde la dignidad de los seres humanos es esencial. Donde el hombre libre es el centro de la actividad humana (antropocentrismo), y ese fue el eje de su humanismo liberal. Baltasar Gracián nos dice: «¿Qué importa que el entendimiento se adelante, si el corazón se queda?»; en don Antonio nunca se produjo esta escisión. No sólo por su conocimiento de la Antigüedad clásica, sino por su fe en el hombre, en el marco de la sociedad y la cultura a la que pertenece. En la acción humana de Fontán siempre hubo una profunda espiritualidad.

Entre las muchas virtudes de Fontán la lealtad ha sido una constante en su vida. Lealtad a sus más profundas convicciones, a sus ideas, a España, a la institución monárquica, a su familia y a sus amigos. Fontán poseía muchas de las virtudes romanas, diversidad de dones en un mismo espíritu. Desde su generosidad personal y desde el ejercicio de la libertad y de la humanidad practicó la tolerancia. También la buena fe, el cumplimiento de la palabra dada, el respeto a los valores religiosos, al legado moral de sus ancestros, la auctoritas, la dignidad, la prudencia, la templanza, la discreción, la independencia y la gravitas o un sentido de la importancia de los asuntos, que conllevaba responsabilidad, seriedad, determinación y la exigencia permanente de aplomo y serenidad. Fontán dijo en algún momento cuando dirigía medios de comunicación que estaba allí para «dar cumplimiento al sentido del deber, de defender y practicar la libertad de prensa y de expresión». Es la primacía de la opción patriótica sobre la personal.

Fontán, ante todo, era un hombre bueno y honrado, de una irreprochable pulcritud moral en sus comportamientos y acciones, sin tacha alguna en su fecunda y larga experiencia. Dejó constancia de que el ejercicio de la bondad no es incompatible con la actividad política sino más bien la dignifica y fertiliza. Decía Thomas Jefferson que «la honestidad es el primer capítulo del libro de la sabiduría».

La libertad implica una clara opción por el bien, porque cada hombre es responsable de sus actos, es moralmente imputable, asumiendo cada uno el coste de sus decisiones. La libertad está en la esencia de la condición humana. En el interior de las personas. De esa libertad interior de contenido eminentemente ético, desde su libre determinación, desde el libre albedrío, Fontán elige su camino, es la libre decisión de un hombre decente, dotado de una gran integridad moral.

La libertad en España, es decir, las libertades cívicas y las personales, las más vinculadas a los derechos humanos, estaban en España en esos años, o prohibidas o amputadas, por lo tanto son las circunstancias históricas, las derivadas de la situación que vive su país y del régimen imperante las que condicionan su margen de actuación. Nunca viene mal recordar que los derechos a la vida, a la integridad personal, a la libertad individual, a la libertad de circulación y asociación, a la libertad de pensamiento, a la libertad religiosa, a la libertad de prensa, etc., no gozaban de las garantías del ordenamiento jurídico.

Dentro de este restrictivo marco Fontán ejerció la libertad positiva, siguiendo la nomenclatura de Berlin manifestada en la capacidad y la voluntad de hacer algo en aquellas circunstancias; de acuerdo con los valores universales, de la Verdad y del Bien, con el dictado de la razón, de sus convicciones profundas y de un entusiasmo limpio, inocente e infatigable.

Parecen oportunas y aplicables las palabras de Hannah Arendt: «Nobleza, dignidad, constancia y cierto risueño coraje. Todo lo que constituye la grandeza sigue siendo esencialmente lo mismo a través de los siglos».

No es fácil encontrar (aunque hubo también en esa etapa gente muy admirable, entre otros el cardenal Herrera-Oria o Ridruejo) una persona tan multidisciplinar, o como dijo un amigo suyo, «poliédrico, pero sin esquinas», que con tan buen sentido, con tanta generosidad y con tan incansable insistencia haya luchado, en tantos frentes, por la causa de la democracia y la libertad en España, como nuestro amigo. Tuvo reveses conocidos, honrados y fértiles fracasos, como el cierre del diario Madrid, pero nadie consiguió restarle un ápice de su fe, ni de la energía necesaria para continuar persiguiendo los objetivos que se había trazado en beneficio de España. Siempre con fair-play, como si de un deportista de élite se tratase, sin rastro de hiel, con un permanente «cuanto mejor vaya España, mejor».

Consiguientemente se empleó a fondo por lo que se podía hacer en ese momento: más y mejor opinión pública, en estimular el debate, en reunir a personas comprometidas con el futuro de España, en apoyar a la Corona en el exilio, en reforzar y prestigiar a la universidad, en fortalecer los cimientos de la opción democrática para España y en ir tejiendo las redes de personas y contactos para constituir, en su día, un partido liberal.

Toda su actividad, ejercida de forma sutil, como obligaban las circunstancias, estaba orientada a la política. Por lo tanto el compromiso político de Fontán viene de muy lejos, desde el día que decidió ejercer su libertad personal en un determinado sentido.

Así, un año antes de ser catedrático de Filología (1949), ya empezó a colaborar con la revista Arbor —proyecto de Calvo Serer— que buscaba una renovación de las relaciones entre el catolicismo y la modernidad y trabajaba también en aquellos aspectos relacionados con la ciencia e investigación que podrían ser útiles para el progreso de España y la promoción social en un país depauperado. Pero es en el año 51 donde se ve con mayor claridad, las intenciones de Fontán, las de trabajar en el campo de formación de la opinión pública, de empezar a construir una moral pública y cívica nacional, de trabajar a España en sus aceros, involucrando en el proyecto a universitarios, periodistas y profesionales. Con 28 años se convierte en editor de la Actualidad Española y posteriormente, en 1954, en Nuestro Tiempo de corte más intelectual, quizás un preludio de la Nueva Revista donde ya Fontán habla de los valores históricos de la Nación Española, del patrimonio secular recibido por los españoles, del que somos responsables no sólo de conservarlo, sino de acrecentarlo. Insistía Fontán en la capacidad de la nación para sintetizar las diferencias irreconciliables, citando a la tradición asimiladora romana, como ejemplo de incorporación cultural. Insistía en la vinculación más que milenaria de las gentes de España, que se hacía presente en las letras, la cultura, en la idiosincrasia de las distintas generaciones del pueblo español, como también la historia de su Estado.

Fontán valoraba de Ortega, muy especialmente, su capacidad para centrar, como dirían los clásicos, «las realidades permanentes», y esto se ve también en Fontán, por ejemplo en su actitud de permanente reflexión sobre la unidad de España y su diversidad, una relación fecunda de pulsiones centrifugas y centrípetas, de unidad y diversidad, de periferia y de centro.

Ese mismo año se va a Pamplona con el encargo de organizar la Escuela de Periodismo. Desde ese terreno trabajó sin descanso por la España consciente, es decir, aquella en que los ciudadanos tienen conciencia de sus problemas y se enfrentan con la realidad. Cada uno debe asumir la responsabilidad que le corresponde. Como en Grecia, donde los hombres eran protagonistas y responsa- bles de la polis en que les había tocado vivir. Con Aristóteles la política estaba en el dominio de la ciencia moral porque tiene que ver con los fines últimos del actuar humano. Es la más alta opción moral de nuestras vidas. No reprochaba a las personas de su generación la pasividad política puesto que gracias a su esfuerzo, su capacidad y su dedicación al trabajo convirtieron las estructuras de España en las de un país moderno. Se estaba consiguiendo el objetivo de que España tuviera una clase media y una sociedad civil. España se estaba preparando para el futuro sobre una base firme. La sociedad, en su conjunto, estaba despertando.

En ese sentido me ha llamado la atención poderosa- mente el artículo que en la Navidad de 1967, en el diario Madrid, escribió Fontán titulado «No debe asustarnos el futuro». Decía Fontán: «La libre y abierta discusión, la búsqueda de la verdad y del bien por todos los caminos, el derecho a equivocarse y el derecho natural a disentir sin más limite que el respecto a las libertades personales de los otros, son la base moral de una sociedad moderna».

«Los hombres de buena voluntad, a quienes se promete la paz, son los hombres de buena fe que libremente buscan encontrándolo o no, lo que le dicta a cada uno la intimidad de su conciencia». «Por eso en esta Navidad a todos los hombres de buena voluntad, a los que nos siguen y a los que nos combaten, a los que nos prestan atención y a los que nos ignoran, a los que nos entienden y a los que nos interpretan mal, les deseamos felicidad». «El quehacer nacional, en las condiciones históricas de la España de hoy es esencialmente el trabajo y reclama el esfuerzo individual y colectivo de todo el pueblo».

Fontán aparece en este texto, después de veinte años de compromiso cívico con una actitud patriótica, libre, conciliadora, con la voluntad de siempre de unir («necesitamos el esfuerzo individual y colectivo de todos»), de construir («el quehacer nacional es el trabajo de todos»), la tolerancia («a los que nos siguen y a los que nos combaten»), la buena fe («actuar desde la intimidad de la conciencia») y también el discurso de la libertad («la libre y abierta discusión como base para resolver los problemas nacionales»). Ni insultos, ni descalificaciones gratuitas, ni quejas, sino altura moral, responsabilidad y firmeza en los objetivos políticos.

Su forma de hacer y de decidir era muy abierta, se lo permitía su auctoritas, escuchaba y estimulaba la opinión de los demás sin prejuicios, alentó siempre el debate, el respeto a los demás, supo generar un clima de confianza, de diálogo, de naturalidad, de amistad, de fraternidad, de unidad, de optimismo y de compromiso con todos y dio una lección permanente de lo que es la voluntad vital de servicio y la voluntad de concordia.

Seguía en un cierto sentido el método popperiano, del debate permanente, de una crítica racional fundada y participativa, de aproximación certera a los problemas, de una búsqueda razonable de soluciones, de eliminación paulatina de las posibilidades y alternativas, de soluciones siempre pendientes de comprobar con la realidad y la experiencia. Como en Popper, esto conduce a la visión reformista de la sociedad, a la apuesta decidida por los cambios graduales sin alterar bruscamente la organización social. El reformismo es también una aspiración moral. La transición fue un ejemplo de ello, como veremos más adelante.

Desde el punto de vista político, las ideas y objetivos que presidieron la vida política de Fontán fueron: la reconciliación nacional, requisito imprescindible para una democracia sólida y creíble, el restablecimiento de las libertades en el marco de una Monarquía Parlamentaria como forma de Estado, y la modernización de España. Ya en 1966, en una conferencia en la Universidad de Toulouse, tuvo ocasión de manifestar que sus esperanzas políticas estaban centradas en el restablecimiento de la Monarquía, en la recuperación de la legitimidad dinástica y que luego ya encarnada en don Juan Carlos I fue el motor del cambio democrático. Sobre estas bases había que edificar el Estado Moderno.

Los valores en los que se han fundamentado el compromiso político de Fontán han sido la cultura cristiana, el patriotismo español y el liberalismo político, los cuales han sido elementos básicos de su actuación política y señas de identidad, por ejemplo, de Nueva Revista. La política para Fontán siempre fue contribuir a continuar la historia de España.

De la misma forma le interesa de sobremanera el liberalismo porque éste se preocupa sobre todo de limitar el poder de coerción de cualquier gobierno promoviendo las libertades civiles, el Estado de Derecho, donde todas las personas son iguales ante la Ley. Porque el liberalismo se fundamenta en la democracia representativa, como forma de gobierno y en la división de poderes, donde la capacidad de los representantes electos para la toma de decisiones políticas se encuentra sometida al Parlamento y a las Leyes.

Fontán pensaba y escribió que el reto histórico de su generación era «la modernización de España» y ésta exigía la colaboración de varias promociones de ciudadanos españoles y ésta sólo sería posible si se produjera una reconciliación nacional al amparo de la restauración monárquica y mediante la implantación de un régimen de libertades públicas, sociales y personales.

Fontán también propuso en 1975 tres grandes pactos que asegurar la pacífica y progresiva continuación de la historia española. Son el Pacto Social, el Pacto Político y el Pacto Nacional. Es decir acuerdo económico-social, acuerdo de convivencia, de respeto a las reglas del juego (Constitución) y el pacto que ligase al Estado y las regiones. Decía que eran una necesidad nacional porque soldarían las líneas de fractura que ha conocido la experiencia española en su laborioso itinerario de los últimos ciento cincuenta años.

En el referéndum para la reforma política del año 76 se muestra nuevamente Fontán, en un clima de división de la oposición democrática (con una parte significativa de la democracia cristiana en contra), como un hombre sensato y pragmático que sabía muy bien cuál era el objetivo último y la mejor vía para su consecución. Pide abiertamente el «sí». Compartía el célebre discurso de Suárez ante las Cortes franquistas defendiendo la reforma política y su espíritu. Resonaba en toda España el «vamos a elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal. Vamos a sentar las bases de un entendimiento duradero bajo el imperio de la Ley».

«Acomodemos el derecho a la realidad, hagamos posible la paz por el camino de un diálogo, que sólo se podrá entablar con todo el pluralismo social en las instituciones representativas».

En febrero de 1977 publicó un trabajo que se titulaba «De los partidos de hoy a las Cortes de mañana», donde ya preveía que el número de formaciones significativas y viables capaces de arrastrar una considerable asistencia electoral sería limitado. La FPDL, donde militaba con Joaquín Garrigues Walker, Joaquín Muñoz Peirats y otros, se integra en la UCD «patrióticamente y con realismo», como dice Fontán en su artículo «Justificación del Centro» (ABC, 26 de abril del 77). El objetivo era compartido y consistía en elaborar una Constitución democrática que tuviera una amplio consenso político.

UCD ganó las elecciones y Fontán fue presidente del Senado constituyente. Destacó Fontán por su talante integrador, en su importante discurso en el Senado al término de la sesión de aprobación de la Constitución del 78 dijo que la Constitución, era la Constitución del consenso, y esto quería decir también de la concordia y la esperanza.

En el segundo gobierno de la UCD, después del triunfo electoral de 1979, a Fontán le encomendaron el difícil Ministerio de Administración Territorial que básicamente respondía a la tercera fase del proceso autonómico.

Fontán, que a lo largo de su vida política e intelectual había tenido como una de sus principales preocupaciones la unidad y la diversidad de España, procuró hacer un planteamiento «a la altura de los tiempos» (como diría Ortega) que consistía en la restauración de los Estatutos de Cataluña y el País Vasco, vigentes en la Segunda República, adaptados a la nueva nomenclatura constitucional. No fue entendido, lo cual, tal vez, hubiera evitado muchos problemas, aunque nadie puede estar seguro de ello. Después vino la crisis de la UCD, por las ambiciones y las prisas de algunos y el inmovilismo de otros que condujeron a las disputas ideológicas de las familias incapaces de conciliar un programa común de gobierno. UCD quedó atrapada en su indefinición política, en la generalización de «políticas consensuales» típicamente centristas, cuando los sectores más relevantes de su electorado le pedían que gobernase con arreglo a sus ideas y su programa.

En el Congreso de Palma, donde algunos de los aquí presentes trabajamos en la organización del sector crítico, se veía venir que el fin estaba próximo. Recuerdo la porta- da de la revista Cambio 16: «UCD la palma en Palma». Pero Fontán siempre tuvo palabras elogiosas «para una generación de españoles que escribió una página brillante y digna de la historia española». Una generación de españoles que creó el ordenamiento y las instituciones que hicieron posible esa justicia política de la que hablaba Aristóteles, donde la libertad y la igualdad son valores superiores y esenciales de un régimen democrático y constitucional.

Para terminar convendría precisar cuáles son las enseñanzas de este «Romano de la Bética», como le bautizó Miguel Herrero, de este «Héroe de la Libertad», como le reconoció el Instituto Internacional de Prensa, que puedan ser útiles en este momento en España.

España, después de treinta y tres años de democracia, es decir un tercio de siglo, se encuentra inmersa en un proceso de declive. Un mal ciclo político encarnado en la acción de un pésimo gobierno, a partir del 2004, ha precipitado, ha acrecentado y acelerado esta tendencia. No es objeto de esta conferencia ni entrar en las causas, ni en sus exhaustivas consecuencias. Se trata, más bien, de sabiendo cuál es el diagnóstico final, cuáles de las lecciones políticas recibidas de don Antonio ayudarían a afrontar los problemas. En mi opinión:

1. Los españoles somos continuadores del legado moral y político que hemos recibido de nuestros antepasados: España, su historia y su futuro. Tenemos el deber de honrarlo y transmitir esos valores históricos, acrecentados, a nuestros descendientes.

2. Hay que deslindar, en el ámbito político, lo importante de lo secundario. Prestando toda la atención y todo el esfuerzo a lo necesario, a lo que va a ser duradero, lo que va a dar estabilidad y beneficios al futuro de la nación.

3. Los debates políticos permanentes deberían sustituir a los monólogos políticos actuales, ensimismante e improductivos.

4. El debate político se gana desde la argumentación fundada, la crítica racional, el diagnóstico objetivo sobre los problemas y las soluciones convincentes. Todo lo demás, los insultos, las descalificaciones personales, las polémicas artificiales y vacías de contenido, son contrarias al juego limpio y justo, desvirtúan el sentido profundo de la función política, deterioran la realidad al no afrontarla y enturbian el clima y las relaciones de los que están obligados a resolver los problemas de la nación.

5. Mirar siempre al futuro. El pasado ya está sustanciado y es inamovible. El progreso de la sociedad se construye persuadiendo a la sociedad sobre las oportunidades que ofrece el futuro.

No tengo dudas que la política profesional no es precisamente una confortable estancia en un balneario. Más bien la estancia en la política es un combate permanente en la defensa de las ideas que fundamentan el compromiso político. Por eso, ante la situación que vive España en la actualidad, ¿qué nos diría hoy Fontán? Obviamente se trata de una cuestión interpretativa, pero ciertamente previsible, conociendo su pensamiento político.

España hoy atraviesa una crisis territorial y de funcionamiento del Estado (fragmentación competencial, desequilibrios orgánicos o estructurales e ineficaz y costoso funcionamiento del Estado) y una crisis social (el 20 % de la fuerza productiva del país está en paro y, así mismo, existe una dificultad para sostener el Estado del bienestar tanto por la dimensión alcanzada como por la contracción de los ingresos públicos). Evidentemente esta conjunción de factores, si dura en el tiempo y se radicalizan sus tendencias constituiría una crisis política nacional de gran envergadura.

Quizás, ahora Fontán nos diría que somos protagonistas y responsables, como en la polis griega, de la situación de nuestro país, en el tiempo que nos ha tocado vivir.

Probablemente nos recordaría que España sigue siendo esa esperanza, por la que merece la pena luchar y desde su experiencia y sabiduría nos evocaría que España ha aguantado en tiempos muy difíciles y que aguantará también ahora, a pesar del «gran optimismo sobre el futuro del pesimismo» existente.

Tal vez nos hablaría que cada uno debe asumir la responsabilidad que le corresponde, desde su libre determinación y que el futuro no debe asustarnos porque en democracia somos dueños de nuestro destino como nación. España será lo que queramos todos los españoles que sea. Está en nuestras manos.

Nos requeriría al esfuerzo nacional, nos llamaría al trabajo bien hecho, porque esta es ahora la cuestión prioritaria, nos exhortaría a actuar con altura, con buena fe y siempre con sentido del deber.

Sí, don Antonio, «a los que nos siguen y a los que nos combaten, a los que nos entienden y a los que nos interpretan mal», a todos ellos, hay que, desde la argumentación fundada y las soluciones solventes, integrarlos en la tarea común, en el reto nacional que ahora tiene planteado España, y que es el proyecto de la España competitiva. Hace muchos años ya fue el reto de Fontán y de su generación, la modernización de España y por eso se movilizó de forma admirable; hoy el reto de nuestra generación y el de otras personas más jóvenes es el de movilizarse por la España competente. Para ello es necesario un gran cambio de mentalidad, en toda la sociedad española. Sin sociedad competente, o lo que es lo mismo sin una España competente, no habrá España competitiva.

Parece que la única posibilidad y la gran oportunidad de España, en un mundo globalizado y complejo es la competencia, la calidad, la excelencia de sus ciudadanos, de sus empresas y de nuestras instituciones públicas. Se trata de un proyecto duradero que debió empezar ya ayer y que llevará largos años, pero puede dar una gran estabilidad al país. Se deberán conjuntar habilidades y capacidades, el rigor y la creatividad, pero saldremos adelante.

Aprendimos también de don Antonio que a veces los problemas se resuelven orientando la acción política a lo que hay que hacer, a lo importante, no ensimismándonos con los problemas que crean otros y que provocan inmediatez y excitación mediática.

Será otra vez el afán de superación personal y colectivo de nuestra nación el que nos permitirá eludir el proceso de decadencia.

Tuve la suerte de conocer a un gran hombre que ha tenido una gran influencia en mí. Siempre pude contar con su amistad, ayuda, simpatía, comprensión y humanidad, a pesar de mis errores. Ayudaré a honrar su memoria con sumo respeto y agradecimiento. Ahí estaré. Gracias.

Presidente del Consejo de Administración de Telemadrid. Del Consejo Editorial de Nueva Revista