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Vivimos un mundo de ciudades y estas son las claves del futuro, la ciudad no es el problema, la ciudad es la solución. La pugna y la competencia por la supremacía no se producirán entre estados sino entre ciudades y territorios, y por ello es necesario que tengan un proyecto claro y definido, que contribuyan al bienestar en un mundo globalizado, donde más del 50% de la población vive en entornos urbanos que ocupan un 2% de la superficie terrestre.

El hecho urbano se caracteriza por la densidad, y esta densidad está soportada por su arquitectura. La arquitectura como disciplina profesional atiende a las cuestiones que se plantean en la ciudad, y como hecho construido es la responsable de la forma y establece su estructura de funcionamiento. Es decir el proyecto o modelo de ciudad, viene caracterizado por muchos parámetros, pero todos giran en torno a la arquitectura y las relaciones y flujos.

La arquitectura de la ciudad es el título de una obra de Aldo Rossi que hace cincuenta años se convirtió en referencia para todos los que nos enfrentamos al hecho urbano. Plantea que la ciudad, más que un mero problema de organización de arquitecturas, es un todo que se construye por sí misma y permanece más allá de funciones que son solo momentos de la realidad de su estructura.

El hecho urbano es historia e invención a un tiempo. De ahí que la forma de la ciudad es la de un tiempo de la ciudad, y aparece caracterizada por su trazado y su arquitectura, y esta en su doble condición funcional y estética. Es en la ciudad donde quedan los testimonios más obvios de los valores y metas que dan significado a la vida del hombre, es la imagen privilegiada de esa vida. La ciudad misma es la memoria colectiva de los pueblos; y como la memoria está ligada a hechos y a lugares, la ciudad es el locus de la memoria colectiva.

El testimonio de la historia, de la memoria colectiva, se produce en documentos y monumentos, los primeros son obra escrita, y los segundos obra construida, arquitectura o escultura con un significado que va más allá de la propia función o uso que cumple. No es una cuestión de tamaño ni de edad, lo es en razón del valor que aporta a la memoria colectiva. Pero en la ciudad no todo permanece, y aquellos monumentos o trazados que lo hacen pueden ser patológicos o propulsores, ya que el proceso dinámico intrínseco a la ciudad tiende más a la evolución que a la conservación.

La manera de vivir en las ciudades está determinada, entre otras cosas, por la tipología residencial dominante. Sin embargo, la casa como manifestación puntual de una cultura se modifica lentamente, y cuando la ciudad aparece en conjunto, con un proyecto claro, el problema de la residencia pierde importancia, al concebirse el espacio público como el escenario vital. Pero si una casa no es tal sin habitar, la ciudad y la calle adquieren su condición cuando son realmente escenario de la vida de las personas.

Y si la arquitectura es la forma en que el hombre ordena su relación con el entorno físico, natural o artificial, el concepto de lugar adquiere todo su significado. El clima, la topografía, la orientación y la relación con el contexto, son condiciones intrínsecas de la arquitectura, más allá de su función, y a esto se le añade su intencionalidad estética. Tras una visita a Washington, alguien comentaba que aquello no era una ciudad, no había esquinas. La esquina es el paradigma de cómo la arquitectura hace ciudad.

La historia de la ciudad es también la historia de la arquitectura, y sin embargo la historia de la arquitectura es solo un punto de vista al considerar la ciudad. La ciudad es el lugar de la memoria colectiva, y de ahí la aportación de los elementos singulares en las mutaciones urbanas. Se trata de obras eminentemente colectivas, con carácter de permanencia, de ahí que sea difícil encontrar ciudades articuladas en torno a un hecho urbano moderno. Es el ambiente y el paisaje urbano lo que en buena medida se construye con la arquitectura.

En los últimos cincuenta años se ha construido más que en toda la historia de la humanidad, y el desarrollo de las ciudades indica el progreso de las sociedades y la civilización de las culturas. Y si la civilización se entiende como el proceso histórico de acumulación consciente de los conocimientos que el hombre alcanza, y de perfeccionamiento y desarrollo de las prácticas sociales que sostienen la convivencia, y le dan su carácter y sentido, otro término como urbanidad, que indica el comedimiento, la atención y buenos modos entre las personas, encuentra en la ciudad la razón de su etimología.

Este concepto de urbanidad estaría muy bien aplicado a la actitud con que la arquitectura debe desarrollarse en la ciudad. Con normas de cortesía hacia los vecinos, de una manera respetuosa, lo que no quiere decir mimética o rebajada, pero sin estridencias. Como en el lenguaje, son necesarias consonantes, además de vocales, acentos y puntuaciones, pero las exclamaciones se deben medir. La ciudad se puede entender como una conversación en que debemos entender lo que nos pregunta cada lugar, y solo conociendo la pregunta se puede dar la respuesta correcta, actuando mediante la construcción o la limpieza.

Algunos de los periodos de mayor esplendor de la historia de la humanidad, como la Grecia clásica o el Renacimiento, se construyeron sobre una trama equilibrada de ciudades-estado. Por ello cuando hablamos de ciudad hablamos del concepto de la ciudad mediterránea, tradicional, densa y compleja, es el grado máximo de la vida humana asociada. En ese modelo confluyen muchas disciplinas profesionales, y la política, que constituye el problema de la elección que la ciudad misma hace de su imagen a través de sus instituciones políticas.

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Vista de Paris

Si a lo largo del siglo XX se buscaba la originalidad hoy es el refinamiento lo que pedimos. La smart city es la ciudad inteligente y la ciudad elegante, y ese es sin duda uno de los papeles de la arquitectura en la revitalización de las grandes urbes. Y esa revitalización pasa en primer lugar por la intervención en la ciudad construida, en los centros históricos y en la periferia, construyendo o abriendo espacios, distinguiendo la restauración de la rehabilitación, pero atendiendo a las nuevas formas de vivir y de ocupar el espacio.

En este increíble proceso de transformación, de conmoción cultural vertiginosa se nota la falta de una visión integradora de la reacción del fenómeno arquitectónico, de la formación de una nueva conciencia espacial y formal. Es tiempo de espacios complejos, de usos mixtos, donde todo está interrelacionado y la arquitectura debe ser facilitadora de este mundo de relaciones. Sostenibilidad y responsabilidad, flexibilidad y viabilidad, son conceptos vertebrales de cualquier intervención arquitectónica, de recuperación, transformación o de nueva planta.

Pasada ya la eclosión de las arquitecturas icónicas de autor, donde los políticos se valían de grandes obras pensando que serían las catedrales en torno a las que se desarrollarían nuevas economías, hoy ya es tiempo de arreglar cosas y no derrochar más. De actuaciones medidas y proporcionadas que respondan a estrategias globales en un modelo de referencia; la suma de múltiples actuaciones diversas que darán riqueza al hecho urbano, y que responden al carácter de las inversiones en una economía más diversificada y de un ámbito territorial menor.

Son arquitecturas de cambio y transformación, pensadas desde la ciudad y las necesidades de los ciudadanos, por profesionales que formulen propuestas en un trabajo coral. Profesionales de muchas disciplinas podrán colaborar en un entorno de unificación de culturas, atentos al riesgo de pérdida de identidad y de memoria, de negar la relación con el lugar.

 

Roma Antigua

Esta arquitectura de calidad es la que debe producirse en cada acción o proyecto urbano, con un esfuerzo de comunicación que permita la participación ciudadana y su apropiación.

El marco regulador y normativo está desfasado y alejado de la realidad, del mercado y de la demanda de los ciudadanos, en especial en los procesos de gestión, y con una hiperregulación que impide el dinamismo propio del hecho urbano, tanto en lo que se refiere a los usos y formas de habitar como a las condiciones formales.

Es ahí donde en un lado la administración local, en su papel de gestor, y las administraciones territoriales, en su papel planificador, deben modificar sus formas de actuación, y la sociedad civil, organizada en torno a los profesionales, servir de catalizador para el desarrollo de las iniciativas privadas o públicas, y de su difusión.

El mundo privado, atento al mercado con una visión conservadora, desarrolla los modelos de proyectos que construyen la trama en el segundo nivel, mientras que serán las administraciones públicas las que pueden plantearse proyectos singulares o de investigación de nuevos modelos. Un proceso aliado de colaboración público-privada, donde los profesionales e instituciones que estructuran la sociedad civil, corporaciones profesionales, asociaciones, universidad… tienen la responsabilidad de liderar y ordenar ese proceso.

La Arquitectura se enfrenta en las grandes ciudades a diferentes retos

Proyectos de desarrollo, en que se pone en cuestión el propio modelo, han sido habituales en los últimos cincuenta años. Se han planteado en muchos casos, nuevos ámbitos residenciales de distintas densidades, o áreas industriales, empresariales, comerciales, que niegan por su especialización funcional su condición urbana. En esos casos la arquitectura es solo construcción, atendiendo a unas funciones básicas, y que lejos de enriquecer, ocupan territorio de manera informe, sin cualificar espacios y paisajes. Ahí la arquitectura es cómplice de la falta de un proyecto urbano, y por buena que sea en su condición formal fracasará.

Proyectos urbanos de ensanche, que mantienen la condición urbana en torno a elementos singulares, en los que la arquitectura se convierte en caracterizador del paisaje urbano. Ahí la buena arquitectura no necesita gestos formales; el rigor, el orden y el equilibrio, bastarán para que las soluciones generen una ciudad de calidad.

Rehabilitación y regeneración urbana, desde regeneración de áreas degradadas, a recuperación de centros históricos, o elementos singulares. La arquitectura ahí tiene una importancia trascendental, tanto en el carácter formal de las propuestas, la relación de lo nuevo y lo existente, volúmenes y características constructivas, como en el modelo de usos y ocupación que se proponga y su relación con el espacio público.

Frente al concepto de restauración, cuando hablamos de rehabilitación, se trata de un concepto más rico y complejo, que tiene que ver con la posibilidad de transformación formal de configuración o ampliación, e incorporación de nuevos usos.

Una arquitectura determinada por una única función, no es disfrutable fuera de la explicación de aquella función. Sin embargo, nosotros continuamos disfrutando de los elementos cuya función ya se ha perdido desde hace tiempo; el valor de estos hechos reside entonces únicamente en su forma. Su forma participa íntimamente de la forma general de la ciudad, es por así decirlo una variante de ella; a menudo estos hechos van estrechamente vinculados a los elementos constitutivos, a los fundamentos de la ciudad, y estos se reencuentran en los monumentos, donde ese carácter simbólico contribuye a la memoria colectiva.

El papel revitalizador de la arquitectura en las grandes urbes tiene hoy su fundamento en la intervención sobre lo ya construido, sobre la ciudad existente. Intervenciones puntuales o de mayor calado, tanto en la trama como en los elementos singulares o monumentos, y en ambos casos no solo en su condición formal, sino también en los usos y funciones, ya que su importancia está asociada a la generación de flujos y relaciones, y la configuración del paisaje urbano. Así, en la ciudad, cualquier propuesta o intervención de regeneración o extensión y nuevo desarrollo, se entiende siempre en función de la reafirmación o re-configuración de su modelo, de su proyecto urbano.

Arquitecto. Decano del Colegio de Arquitectos de Madrid