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Los retos que esperan al primer presidente civil de Egipto elegido democráticamente son enormes. Muchos se burlaron del «candidato de repuesto» de los Hermanos Musulmanes. Pero el poco carismático Mohamed Mursi puede mostrar —como ha ocurrido a menudo— que las segundas opciones resultan ser las mejores.

El punto fuerte del presidente es su legitimidad democrática. Lo ajustado de su victoria electoral —y la tutela militar— restringen sus opciones políticas.

Su presidencia se inscribe además en el contexto de un movimiento histórico que está reformando la política árabe en la región. Su moderación —al menos hasta ahora— y su inclinación al pragmatismo cuentan asimismo a su favor. A juzgar por sus declaraciones, a lo largo de los años parece haber aprendido mucho de la experiencia turca, donde una nueva generación de islamistas ha sabido desarrollar la coexistencia entre una sociedad religiosa y un estado secular.

Hacia un islam político moderado

Uno de los mayores problemas del presidente es que tendrá un mandato recortado y ambiguo. El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, el gobierno de transición, ha dejado el cargo de la presidencia en un limbo sin establecer claramente sus funciones. Ambos pilares —militares e islamistas— necesitan pactar. Los primeros tienen el poder de reprimir cualquier disensión pero carecen del amplio apoyo en las calles que tiene la Hermandad.

Mursi promete dirigir un «Estado democrático, civil, libre y moderno». Un país de todos —sin corrupción ni abuso de poder—, donde cristianos y musulmanes, hombres y mujeres, convivan en paz e igualdad. Su gran desafío: reconciliar una sociedad muy polarizada. Para superar los recelos de la comunidad copta (entre un 10 y 12% de la población), así como del sector liberal, Mursi quiere nombrar como vicepresidentes a un copto y a una mujer.

Nombrando su brazo político, «Justicia y Libertad», los Hermanos Musulmanes sintonizan con la nueva cultura política. Los preceptos del islam no son una garantía para conseguir adeptos. Ahí está el fracaso de Al Qaeda al querer utilizar los lemas religiosos. O el de Irán, que trata de encubrir su tiranía con el islam cuando en realidad tiene todos los defectos de los regímenes dictatoriales: corrupción, opresión y caos administrativo.

Incluso si lo anterior no se admite, habría que relativizar el —innegable— carácter conservador de la ideología de la Hermandad (en su origen contrario al pluralismo o la igualdad de la mujer). Mas Egipto nunca será una teocracia del tipo Irán o Arabia Saudí. Y no lo será porque, a diferencia de aquellas, lo que existe en Egipto es un islam político «sin» petróleo. No puede vivir de espaldas a la comunidad internacional.

El nuevo primer ministro nombrado por Mursi es Hisham Qandil, técnico independiente desconocido aunque de tendencia islamista. La persona elegida para devolver la estabilidad al país es un experto en aguas de cincuenta años formado en Estados Unidos. Formó parte de los dos últimos Gobiernos interinos como responsable de Recursos Hídricos. Qandil formará un Gobierno de tecnócratas. Descarta cuotas para los partidarios del Islam político. El principal criterio para elegir a los ministros será su competencia y eficiencia. Será él mismo quien elija a los ministros del futuro Gabinete, si bien la última palabra la tendrá Mursi. Se compromete a luchar contra la corrupción e impulsar la producción para superar desafíos económicos, medioambientales y sociales. Qandil pretende integrar un Ejecutivo equilibrado que tenga en cuenta la participación de mujeres, jóvenes y proporción de musulmanes, cristianos y laicos. Para ello se ha acercado a personalidades de tendencia liberal y religión cristiana copta para incorporarlos a su equipo de gobierno.

Turbulencias políticas

El establecimiento de una Carta Magna y la elección de un nuevo Parlamento en el próximo año, como ha prometido el gobierno militar, deben perfilar con nitidez la función del jefe del Estado.

El Tribunal Constitucional anuló en junio los últimos comicios legislativos por irregularidades. La Junta Militar gobernante se basó en esa sentencia para disolver el Parlamento —dominado por los islamistas—, arrogándose la potestad legislativa. El decreto de Mursi restableciendo las actividades y prerrogativas de la Cámara, disuelta por la Junta Militar, hasta la celebración de unos comicios supuso un primer episodio de la lucha por el poder entre los militares y los Hermanos en Egipto.

La Corte Suprema falló en contra del decreto con el argumento de que la decisión de Mursi «carece de fundamento legal». La Presidencia acató la decisión pero consultará con las fuerzas políticas, las instituciones y el órgano judicial para trazar «el mejor camino para salir de esta situación, superar juntos esta etapa y tratar todas las causas pendientes».

Todas las partes maniobraron con cautela conscientes del volátil contexto político. La judicatura parece ser respetada por todos para mantener el imperio de la ley y el Estado de Derecho.

Otro punto de fricción es la «economía especial» de los militares. Los Hermanos Musulmanes les niegan este privilegio y consideran que las FFAA deben limitarse a la defensa nacional. Alrededor de un tercio de los 250.000 millones de dólares del PIB de Egipto está en manos de empresas de las FFAA.

Human Rights Watch pidió a Mursi poner fin a los juicios militares a civiles. El organismo defensor de los derechos humanos recordó que desde la revolución del 25 de enero han sido juzgados en tribunales castrenses 12.000 civiles, entre ellos menores de edad, y condenados al menos 9.000, de los que más de 2.100 continúan en prisión. Mur-si formó recientemente una comisión para revisar estos casos que le recomendó perdonar a todos los condenados.

Para asegurar la estabilidad, Mursi se centrará en estos primeros cien días de gobierno en cinco cuestiones básicas: la limpieza, la seguridad, el tráfico, el combustible y el pan. Egipto importa el 60% del suministro total de alimentos —solo el 6% del país es tierra agrícola—. Gran parte de sus 85 millones de habitantes depende del pan subvencionado. Son temidas las «revueltas del pan» en que el aumento de los precios o solo los rumores de inminentes recortes en los subsidios han llevado a mortíferas protestas. La dependencia de las importaciones de alimentos es cada vez mayor.

Liderazgo en el mundo árabe y reubicación en África

Con un pacto de solidaridad entre Egipto, Libia y Túnez podrían corregirse defectos estructurales de los tres Estados árabes. Se lograría mediante la consolidación de sus recursos naturales y la fuerza combinada de sus poblaciones.

Egipto puede ser el precursor de un movimiento de estas características. La UE, con su larga experiencia en integración regional, sería una fundamental fuente de apoyo conceptual y logístico para el proyecto.

En el caso de Egipto y sus vecinos Libia y Túnez, incluso discrepancias en cuanto a concentración de riqueza, distribución de población y grado de desarrollo económico se convierten en estímulos. Incentivos para extender una mayor prosperidad e igualdad que afiancen a su vez el equilibrio y estabilidad regionales.

El pacto estaría abierto a otros Estados árabes y una integración funcional podría convertir al bloque en destino atractivo para la inversión exterior. Particularmente de los ricos Estados árabes del Golfo, cuyo mercado y población relativamente pequeños no absorben grandes proyectos de desarrollo.

El presidente tunecino, Monsef Marzuki, fue el primer jefe de Estado que viajó a Egipto. En la simbólica reunión ambos gobernantes, elegidos tras las revueltas, analizaron las formas de ampliar el intercambio comercial, las inversiones, la industria mixta y otros intereses comunes. Se afirmó que Egipto y Túnez estarán «tan integrados como la Unión Europea» y que «todos los canales de comunicación política entre Egipto y Túnez estarán abiertos».

Mursi participó en la cumbre de la Unión Africana en Adis Abeba para reubicar a su país en el continente africano. Más importante, si cabe, es devolver Egipto al seno de los países de la Cuenca del Nilo. Once países forman la cuenca del Nilo, bien por ser atravesados por él o por bordear los afluentes o lagos que aportan el caudal a la gigantesca corriente de agua: Uganda, Kenia, Tanzania, Burundi, Ruanda, Congo, Etiopía, Eritrea, Sudán, Sudán del Sur y Egipto.

El debilitamiento del Nilo y la superpoblación amenazan el suministro de agua y la capacidad para regar los cultivos. Según el Instituto Nacional de Planificación, Egipto necesitará casi un 50% más de agua del Nilo en 2050 para satisfacer las necesidades de la industria, la agricultura y la vivienda.

La nueva «dignidad» egipcia

Una de las cuestiones en la reunión de la secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, con Mursi fue el tratado de paz que Egipto firmó con Israel en 1979.

Camp David nunca fue un tratado de paz ordinario entre dos naciones; más bien una anomalía política firmada bajo inmensas presiones y sostenida por constantes sobornos. Israel entendió que para cumplir el tratado había que mantener a los egipcios sometidos a un poder fuerte, y EEUU que ese gobernante tenía que atarse con dinero y otros beneficios. Egipto recibe una ayuda anual de 1.500 millones de dólares de Washington, garante del tratado de paz con Israel.

El presidente Sadat actuó «en representación» del pueblo egipcio pero el convenio nunca fue ratificado por un parlamento democráticamente elegido. Norteamérica e Israel han percibido a las naciones árabes a través de sus líderes. Pero Israel haría bien en abandonar su tradición de alianzas «verticales» —con los mandatarios— que solo funcionan con regímenes autoritarios. Con la democratización se impone la horizontalidad y conviene el acercamiento a la opinión pública árabe: la única base para una paz duradera.

Mursi respetará los tratados; también con Israel. Esto no excluye que se revisen algunas cláusulas como la referente al Sinaí. Al mismo tiempo, los Hermanos pueden imponer su influencia sobre Hamas y conseguir una tregua más sólida. Egipto apoya el derecho a la creación de un Estado palestino independiente y hará todo lo posible por impulsar la reconciliación entre los palestinos.

El presidente ha insistido en que no tolerará imposiciones o cualquier forma de subordinación. Se rechaza la docilidad y sumisión tradicionalmente atribuida a los egipcios. Karama —dignidad en árabe— es la palabra utilizada en el discurso político.

Por otro lado, la relación entre Egipto y Arabia Saudí combina fuertes vínculos emocionales —religiosos, históricos, cercanía geográfica— con intereses compartidos. El aspecto material se plasma en los 1,7 millones de egipcios trabajando en Arabia Saudí y los 700.000 residentes saudíes en Egipto. También está la necesaria coordinación en cuestiones de seguridad en el Golfo y relaciones con Irán tras el impacto de la «Primavera Árabe».

Mursi —quien eligió Riad como destino para su primer viaje oficial— ha desarrollado normas claras y transparentes para esta relación estratégica en el futuro.

Arabia Saudí trata de «invertir» en los salafistas. Pero recuérdese que, a diferencia de estos, más radicales y agresivos, muchos de los Hermanos son exitosos empresarios que buscan oportunidades de negocio.

La economía: decisiva

Egipto necesita el turismo y la inversión extranjera directa para satisfacer las demandas de trabajo y educación de una población en su mayoría joven. La privatización y la liberalización complementan los pilares de la prosperidad futura. Se espera que Mursi adopte políticas favorables a la empresa. El modelo turco, como se ha visto, es estudiado de cerca por los Hermanos.

El 40% de los egipcios vive con menos de dos dólares al día, de acuerdo con el Banco Mundial. Las reservas internacionales de divisas que Egipto utiliza para comprar trigo importado para sus panaderías apoyadas por el gobierno siguen cayendo. Hay que estar muy atentos a la cuestión de la seguridad alimentaria si la economía continúa fallando.

En un contexto sobre todo económico se enmarcaron las primeras visitas llegadas a El Cairo:

Estados Unidos prometió un paquete de mil millones de dólares para condonar la deuda contraída por Egipto, que se encuentra en una difícil situación económica. Clinton mencionó también el compromiso de otorgar un crédito de 250 millones de dólares para fomentar la actividad empresarial en Egipto y anunció un futuro fondo de inversión privada de 60 millones. Asimismo, mostró su apoyo a Egipto en su búsqueda de financiación internacional, lo que podría estar relacionado con el préstamo de 3.200 millones que este país ha solicitado al Fondo Monetario Internacional.

La jefa de la diplomacia europea, Catherine Ashton, también mantuvo un primer encuentro con el nuevo presidente y se reunió con otras autoridades y representantes de la sociedad civil. Como explicó el enviado especial para el sur del Mediterráneo, Bernardino León, Ashton hizo en El Cairo un llamamiento a la formación de un Gobierno «inclusivo» y de «consenso». Bruselas tiene intención de apoyar política y financieramente la transición egipcia, al considerar que las egipcias fueron «quizá las elecciones más importantes celebradas nunca en el mundo árabe», con un efecto positivo en otros países de la región.

En el apartado económico, la UE participará en el plan de ayuda económica que proveerá a Egipto el FMI y, a la vez, sellará programas de cooperación propios. Los fondos europeos serán principalmente subvenciones, frente a los préstamos que formarán el grueso de la ayuda del FMI, explicó la fuente. Europa espera concretar ese apoyo en un grupo de trabajo con las autoridades egipcias y actores privados a celebrar antes de fin de año.

Conclusión

Ambas fuerzas —militares e islamistas— deben trabajar conjuntamente para consolidar la transición democrática. Se vigilarán mutuamente. Esta cooperación —complicada, sin duda— puede materializarse por el equilibrio existente en la actualidad.

Los islamistas moderados tienen una fuerte penetración en la sociedad, a pesar de haberse integrado tardíamente a la revolución. Desarrollaron a continuación una táctica percibida como titubeante e ineficaz.

Los Hermanos Musulmanes son una fuerza que —al igual que Egipto— atraviesa una transición interna. Ahora tienen responsabilidad de gobierno y la oportunidad de mostrar su aptitud política.

Politólogo y jurista