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Todos los hablantes participamos en la creación y transformación permanente de la lengua, pero quizá sean los escritores los hablantes más conscientes de esa participación. Nueva Revista ha preguntado a cinco de ellos sobre su relación afectiva y estética con la lengua en la que escriben. Son cinco poetas de primerísima fila que, además, han destacado en otras facetas de la literatura o en la investigación filológica. Alvaro Mutis es un reputado narrador; la obra teórica de Carbs Bousoño figura entre las más importantes del sigb XX, y Luis Alberto de Cuenca, Jon Juaristi y Jaime Siles son ensayistas y filólogos de reconocido prestigio. En las páginas que siguen podremos saber un poco más acerca de la particular vinculación de los poetas con su idioma y —como no podía ser menos— disfrutar de la buena literatura.

CARLOS BOUSOÑO. Mi relación con la lengua española

Para contestar a la pregunta que se me hace debo hacerlo indirectamente, trasladando mi respuesta a la índole misma de nuestro lenguaje, esto es, a la capacidad de nuestra lengua para la expresión poemática. Pues no todas las lenguas son, en principio, igualmente idóneas para realizar con perfección el menester poético. Creo que esto último está ligado muy fundamentalmente, entre otras cosas, al grado de flexibilidad, sobre todo sintáctica, que posean. Pues bien: el idioma español es uno de los más flexibles, y, por lo tanto, en ese sentido, uno de los más aptos para ser utilizado poéticamente. Mi relación con ese idioma, que es el nuestro, no puede ser sino de suma gratitud.

Como contraste probatorio, echaré mano de lo que ha ocurrido con la lengua francesa. Los gramáticos de esa lengua fueron inmovilizándola progresivamente a partir del Renacimiento, y otorgándola así una excesiva rigidez que, si tuvo carácter positivo para la expresión del pensamiento lógico, disminuyó en el mismo grado sus posibilidades de expresión lírica, y sólo la libertad, proclamada después por el Romanticismo y más aún por las escuelas que le siguieron, fue liberando de ligaduras a tal idioma, con el consiguiente efecto positivo sobre la escritura poética gala.

Otra prueba de lo dicho la tenemos en el idioma inglés, pues éste, al ser sumamente flexible (salvo en la colocación de los adjetivos), ha permitido un maravilloso florecimiento de su poesía, tan admirable y magistral a todo lo largo de su historia.

LUIS ALBERTO DE CUENCA. Mi lengua

Qué es lo que asocio con el español. Primero, el célebre discurso del emperador Carlos V en Roma, cuando, hablando en castellano con acento flamenco, se refirió al castellano como la lengua del Imperio, lo que sonaba bien en mis oídos juveniles, porque siempre hay un tiempo para el entusiasmo en la vida. En segundo lugar, la lengua mágica que Rubén desplegaba en «Sonatina» y en «La cabeza del rawí» y en tantos otros maravillosos poemas que mi padre me leía en voz alta los domingos por la mañana, cuando aún no existían las pesadillas. Y en tercer y último lugar, el español purísimo con que el gran Juan Ramón me introdujo en la poesía, ese vicio incurable que acabaré venciendo el día de mi muerte, cuando ingrese en la prosa de la nada.

JON JUARISTI. Hidrografía

Unamuno recurría a una metáfora hidrográfica para hablar de las lenguas de los vascos: el eusquera corre como un regato claro en la proximidad del origen; el castellano fue río turbulento y el español, un mar en cuyas orillas abreva una multitud de pueblos. Hablante del vascuence desde mi niñez, nunca he sentido el español que aprendí en la cuna como antagonista de aquél. Las aguas del arroyo, escribió don Miguel recogiendo una imagen de Reclus, se perderán en el mar de la Humanidad. No cabe concebir otro destino para las pequeñas lenguas que el de los ríos de Manrique: el «se acabar / e consumir».

Por el contrario, creo que el pequeño arroyo del eusquera vive en mi español como una poderosa corriente submarina. De mi lengua intrahistórica, he escrito en un poema, «no te podrán quitar el dolorido/ sabor en la memoria/ si no te arrancan antes la lengua en la que escribes». Ahí, sospecho, reside la maravilla de las literaturas de nuestra lengua histórica, salada mar cruzada por innumerables ríos de diferente dulzura originaria.

ÁLVARO MUTIS. Vivir el idioma español

«Yo soy mi idioma», dijo alguien que sabía con plenitud y certeza ejemplares lo que decía y para quien el idioma español era parte esencial de su vida y de su destino de escritor. No puedo menos que compartir enteramente estas palabras porque el español ha sido, no sólo razón esencial para vivir cada uno de mis días, sino también una fuente de gozo inagotable. Con la mayor inocencia, cada vez que recorro una página, un párrafo del Quijote, un poema de Jorge Manrique, una comedia de Tirso y, claro, las rotundas estrofas del Arcipreste de Hita, pienso con regocijo que tal vez pueda parecer infantil: «Esta es mi lengua, toda ella es mía y la llevo en mi ser como una definición certera e inequívoca de quién soy y cuál es mi destino en el mundo». En el caso, además, de quien ha nacido y vivido en la América Hispana, hay en nuestra lengua una certera confirmación de quiénes somos y cuáles son las señales que nos confirman la verdad esencial de nuestro pasado histórico y personal. Hay algo, también, en este pertenecer a un mundo signado por la lengua española, como un dedo que desde lo alto señala la más honda razón de nuestro paso por la tierra.

JAIME SILES. Mi verdadera lengua

Fernando Pessoa —que era bilingüe— agradecería a los dioses « el tener como propia la lengua portuguesa» que, en su caso, como en el de Borges, siempre tiene un negativo inglés, que se le transparenta por debajo, como a Lucrecio —que se quejaba de la indigencia del latín para expresar lo abstracto— se le transparentaba el griego filosófico aprendido, como a Garcilaso se le transparenta el italiano y a Herrera y a Góngora les asoma, por debajo del verso, el léxico y la sintaxis del latín.

¿Cuál es la lengua de un poeta? Creo que ninguna y que, por eso, lo son todas a la vez, porque la patria de un poeta no es tanto la lengua como el lenguaje.

El tema principal de mi escritura es el del lenguaje entendido y vivido como una falsa identidad. He pasado mi vida estudiando sus signos y todavía no los he podido descifrar. La filología para mí no ha sido una profesión sino una forma de existencia, que me ha ayudado a intentar fijar el texto de la vida escrita o borrada por mí. Hay lenguas en las que me gustaría vivir; en otras sólo me limito a pensar. Las lenguas son para mí como las estaciones y, en no pocas, me siento como un ave de paso. Cuál es mi lengua nunca lo sabré, pero el latín se aproxima bastante.

Divido las lenguas en sustantivas y en operacionales. En las segundas transitamos; en las primeras nos sentimos ser. Mi relación con el idioma es una experiencia menos intelectual que religiosa: para mí la palabra es, lo mismo que el nominativo era para los estoicos — «concepto del alma» y pura referencia a la vez. No sé si las palabras son auspicia o sacra: me muevo dentro de ellas como si estuviera en presencia de un dios. El español es la lengua de mi escritura lírica. Tal vez por ello he entendido siempre el poema como una forma de rezo, de oración, y he visto el castellano como una lengua sacra que, en mi caso, que he vivido la tercera parte de mi vida en el extranjero, lo ha sido todavía más. De hecho, muchas de las aliteraciones y figuras fónicas por mí utilizadas son consecuencia directa de esto: del deseo de sacralidad. Por eso he intentado preservar sus sonidos y utilizar su lengua como un modo distinto —y, a la vez, más directo e íntimo— de comunicación. Comprendo que esta experiencia no es transferible a quien ha vivido siempre en un mismo país y en una sola lengua. Pero, en mi caso, la experiencia de la vida y de la lengua ha sido así: hasta tal punto que la confluencia e identificación de ambas se me ha convertido en algo muy próximo a lo que podríamos llamar «identidad». A veces no recuerdo palabras, pero sí a quien las dice; a veces no recuerdo sino la voz que está diciendo una palabra sin tiempo ni lugar. Esa palabra sé que es mi verdadera lengua.

Poeta y escritor