Tiempo de lectura: 4 min.

Después de publicar una recopilación de su obra (Poesía [1970-1989]), en la que podíamos seguir paso a paso la evolución de los motivos y de las características fundamentales de ésta, y una amplia antología (77 Poemas)(2), en la que los criterios temáticos y estilísticos sustituían a los diacrónicos ofreciéndonos otra perspectiva y la posibilidad de constatar las preferencias del autor, Luis Alberto de Cuenca añade un nuevo libro de poemas a su bibliografía: El hacha y la rosa(3).

Hay personas que sólo valoran los libros de poesía por las supuestas novedades formales que contienen éstos; novedades con respecto a la poesía en general y novedades con respecto a la obra del autor. Suele ser gente que está ciega para discernir la verdadera poesía e incapacitada para emocionarse; así, lo mejor que podrían hacer es orientar su gusto estético hacia el campo de la alta costura, donde cada temporada verían satisfecha su desordenada ansia de novedades. Ya hubo algún crítico que cuando apareció el anterior libro de poemas de Luis Alberto de Cuenca, El otro sueño, tuvo la ocurrencia de decir que no añadía nada a La caja de plata, que el tono y los temas eran los mismos, manifestando, cuando menos, una culpable falta de perspectiva y una inclinación infantil hacia eso que da en llamarse originalidad. Yo no debería empezar la reseña con una defensa, porque este tipo de ataques, que volverán a repetirse en público o en privado, no pueden hacer mella en las virtudes del libro que nos ocupa. Cúlpese a mi carácter, que considera que cualquier momento es bueno para denunciar la arbitrariedad.

¿Con qué se va a encontrar, pues, el lector de El hacha y la rosa? Con una poesía que ha intensificado su emoción y su ternura y con un poeta más sabio y más doliente. Esa es la novedad del libro, y detrás de ella no está el capricho ni el más difícil todavía, sino la vida. También se va a encontrar con varios poemas más que añadir al número de poemas memorables de Luis Alberto de Cuenca, ésos que, por la claridad y el vigor con que transmiten sentimientos universales, podremos evocar pasado el tiempo.

Temas dominantes

En las cinco partes del libro se encuentran representados las líneas y los temas dominantes de la poesía de Luis Alberto de Cuenca. En la primera, «La Diosa Blanca», la presencia de la mujer, del eterno femenino, lo llena todo: Urganda, Red Sonja, la Venus de Willendorf… Aquí conviven poemas de tono humorístico, como «Huelga general», con poemas devotos y solemnes, como el «Himno a la Virgen del Carmen», las heroínas con las chicas normales y corrientes, y también hay sitio para los versos estremecedores, como los que contiene «La partida»: «Isabel, resucita con aquel pijama de chico./ Marta, dame un abrazo y tus libros de Paul Lacroix./ Espérame diez años en el porche, Blanca de ojos dorados./ Ven en tren a este sueño, Macarena de almizcle./ Cuéntame cuentos medievales, Carmen./ Protegedme del mar y de las uñas de la noche./ En algún lugar del pasado o del vertiginoso futuro/ Julia se ha ido para siempre».

En libros anteriores, ese dramatismo a veces despiadado, tan propio de la poesía de Luis Alberto de Cuenca, capaz de trascender la más pequeña anécdota y transmitirnos una visión desgarradora de la existencia, estaba representado casi exclusivamente por poemas que desarrollan un argumento narrativo. En la segunda parte de El hacha y la rosa («Álbum de recortes»), y más aún en la tercera («Memorabilia»), nos encontramos con que son los poemas de estructura argumental más sencilla y carentes de elementos narrativos los que contienen mayor dosis de desvalimiento y desesperanza. En este sentido, «Insomnio», «Ubi sunt?» y «Todos fuimos pequeños» (4) pueden considerarse los poemas centrales del libro, pues aparte de su fuerza emotiva nos ofrecen pistas morales que nos acercan más a la intimidad del autor.

En las dos últimas partes del libro, «Perfiles literarios» y «Variaciones», el lector podrá deleitarse con la facilidad que Luis Alberto de Cuenca tiene para convertir en verdadera poesía lo que, en otras manos, no pasaría de ser culturalismo más o menos sonoro. Para entender la relación de Luis Alberto con la literatura, y comprobar que lo que le interesa de ella no es el falso brillo sino la vida, nada mejor que recoger aquí la confesión que aparece en su recopilación de artículos recientemente publicada bajo el título de «Etcétera»): «Quienes, desde pequeños, hemos utilizado la letra impresa para combatir la soledad, el aburrimiento y la angustia, no nos hemos planteado nunca si leer es bueno o es malo, si la cultura es positiva o perniciosa, si distraerse con un libro es mejor o peor que emborracharse, quitarle la novia al vecino o acudir al gimnasio con frecuencia. Leíamos, leemos y leeremos porque es lo único que sabemos hacer para combatir la melancolía, para olvidarnos de la muerte, y porque nos divierte leer». Así, pues, el lector debe saber que, cuando Luis Alberto de Cuenca le ofrece el «perfil literario» de Sir Horace Walpole o de William Beckford, le está ofreciendo una parte importante de su vida y dándole cuenta de una actitud; y que, cuando le da a leer sus «variaciones» sobre poemas de Bertrán de Born o de Robert Ervin Howard, no es una simple versión lo que pone ante sus ojos sino un momento de esa lucha contra la melancolía.

Yo, que busco en la literatura lo que en ocasiones tiene de más vigoroso y rotundo que la propia vida, llevo veinte años encontrándolo en los poemas de Luis Alberto, y lo encuentro también en este libro. Y al leerlo, no huyo de la melancolía, sino que me sumerjo en ella y soy feliz.

(1) Renacimiento. Sevilla, 1990.
(2) Universidad de Sevilla. Sevilla,
1992.
(3) Renacimiento. Sevilla, 1993.
(4) Transcribo aquí este gran poema:
«Todo el mundo, tú y tú,/ no importa
que envenenes/ pozos o que conviertas/ gozo en melancolía/ con tu siniestra magia; todos, incluso tú/ que sólo
te diviertes/ con el dolor ajeno,/ tú que
sonríes cuando/ anuncian un desastre/
o sueñas en la cama/ repugnantes traiciones;/ todos (tú también, monstruo/
que surges de la sombra/ y salpicas de
sangre/ las oscuras callejas)/ fuisteis
niftos un día./ Piensa en tu infancia
ahora./ En el llanto nocturno/ que precedía al sueño,/ en aquel desamparo/
de enfrentarte a la muerte/ siempre
que te acostabas/ al borde del abismo/
que era tu cuarto entonces,/ dominio
del Diablo./ En las sórdidas aulas/ del
colegio, sembradas/ de crueldad doméstica,/ torpemente regidas/ por mediocres psicópatas/ expertos en maldades./ En el jardín ruidoso/ donde el
juego reinaba/ con su ilusoria dicha,/
con su mezcla infernal/ de prestigio y
espanto./ Todo el mundo vivió/ aquel
horror primero/ que algunos inconscientes/ se obstinan en seguir/ llamando paraíso.»
(5) Renacimiento. Sevilla, 1993

Poeta y escritor