Emilio Bonelli García-Morente
Tchaikovsky
Ibermusica, que desde hace años organiza unos magníficos conciertos de música sinfónica, bajo el lema «Orquestas del Mundo», ha traído recientemente a Madrid a la Filarmónica de San Petersburgo, orquesta que ha desarrollado en cuatro tardes-noches sendos programas de música rusa. Tenían de común, además de la orquesta y del director, evidentemente, que en todos los programas se interpretaba exclusivamente música de Tchaikovsky.
No se cuál es la razón de estos programas monográficos que han supuesto la semi integral de la obra o de las obras mis importantes o quizá más famosas y populares de este compositor. Sin duda habrá alguna, que yo ignoro.
Quizá de una parte que ahora está de moda dedicar varios conciertos seguidos a un mismo compositor. Tal vez de otra, que Tchaikovsky murió en 1893 y aunque es obvio que el centenario es el próximo año, estamos ya en una suerte de año pre-centenario. Sea lo que fuere, la cosa es que los aficionados hemos tenido oportunidad de escuchar bastantes obras del maestro ruso y además interpretadas por los suyos lo cual tiene mucha más importancia de lo que de pronto pudiera parecer.
La moda, como decimos, de dedicar varios conciertos a un compositor determinado es, como todo, opinable.
Pensamiento del artista
A mí me parece bien por varias razones: en primer lugar te concentras en el pensamiento de un artista y tratas de desentrañar a través de composiciones de épocas diferentes la trayectoria de su autor; su desarrollo vital, el camino que ha seguido en su maduración un determinado artista; ocurre análogamente con grandes pintores, de quienes se exhiben obras de toda su vida en una muestra determinada. Por ejemplo, la obra del pintor Zuloaga está ahora en Madrid y la de! pintor francés Toulouse-Lautrec en París.
Volviendo a la música, es una ocasión de escuchar obras que quizá por ser inferiores o quizá también por gozar de menos aceptación entre el gran público o incluso entre los aficionados, no se programan nunca.
Así resulta que oímos siempre las mismas composiciones y no ampliamos nuestro acervo musical, ni conseguimos saber por nosotros mismos las verdaderas razones del «desprestigio» de determinadas composiciones que después resultan que se nos antojan magníficas. A esto se podría argüir que se puede acudir al mercado discográfico; pero todos sabemos que no es lo mismo escuchar un disco por bueno que sea que una composición en una sala de conciertos. Aquél es un magnífico sucedáneo pero nada más. El concierto real, el concierto en directo, incluso con los errores que en ocasiones se cometen, tiene un palpito vital, una comunicación entre el oyente y el ejecutante que no tiene nada que ver con el mundo del disco. La emoción que puede sentirse en una sala de conciertos si 1a orquesta y su director consiguen comunicar el mensaje del artista que están ejecutando es algo indescriptible, que no se puede sustituir por ningún disco, por perfecto que sea. o una cabelle, incluso dentro de las técnicas modernas más sofisticadas.
Justicia
La música de Tchaikovsky ha sufrido una evolución por...
Carmen
La ópera «Carmen» siempre ha tenido mucho éxito en todas partes y especialmente en España desde su fracasado estreno inicial en París en 1875. Se ha considerado que es la plasmación operística del «Mito de Carmen». Alguna enciclopedia de la especialidad llega a dedicarle ¡ir capítulo especial bajo el título «Una ópera perfecta».
Lamento disentir en ésto, como en otras muchas cosas, de la mayoría. Para mí hay un par de docenas de óperas mejores que esta aunque he de confesar que algunas con menos predicamento entre los aficionados. Por otro lado el «Mito de Carmen» me ha parecido siempre falso y propio de un país como el nuestro, eternamente dispuesto a fascinarse con lo extranjero y especialmente con lo francés.
Tópico y absurdo
El argumento de la ópera «Carmen» no sólo es topiquero que eso, tal vez, sería lo de menos; es que es absurdo y tiene bastantes disparates y desatinos en sus personajes y en la proyección de los mismos lo cual es más importante todavía, porque la gente es como es desde el principio hasta el fin, no cambia tan absolutamente.
Resulta anómalo que la pelea de una obrera de una fábrica de tabacos con otra sea resuelta sin más trámites por un oficial del ejército disponiendo la prisión de una de las contendientes.
Cualquiera que haya entrado alguna vez en un cuartel sabe que a los sargentos no se les llama D. José o D. Juan, sino Sargento Gómez o incluso Sargento de Guardia o Sargento de Cuartel.
D. Manuel García Morente, gran filósofo y musicólogo y además andaluz, siempre decía que es impensable un tabernero sevillano
llamado Lilas Pastia (a mí más bien me suena a griego) que encima tiene el establecimiento «junto a las murallas de Sevilla».
Para terminar con este pequeño muestrario resulta disparatado que un torero entre de pronto en esa taberna cantando a voz en cuello, sin que venga a cuento para nada. «Torero ten cuidado». Yo no consigo imaginarme a Manolete en su época o a Espartaco en la actual cometiendo semejante dislate.
¿Qué pasa pues con la ópera «CARMEN»?; pues, además del papanatismo hispánico antes mencionado, que la música de Bizet es muy buena y sumamente original, adelantada a su época. La música salva muchas veces argumentos de óperas que no se sostienen; un ejemplo puede ser Los Puritanos de Bellini. El genio de este hombre consigue convertir un bodrio propio de mentecatos en una ópera espléndida.
Recientemente se ha «puesto» CARMEN en Madrid, en el Teatro de ía Zarzuela. Las comillas obedecen a que la puesta en escena del Sr. Pizzi no me ha gustado nada. La ha «puesto» mal. Pobre, mala, hasta absurda en el cuarto acto y encima sustituyendo, lo cual es risible, los Dragones de Alcalá por guardias civiles mal trajeados, innecesarios y anacrónicos.
La orquesta tocó espléndidamente, sonó muy bien, aunque esta vez el excelente director que es Antonio Ros Marbá la llevó, en mi opinión, excesivamente deprisa para mi gusto. Los coros muy bien también, cada vez mejor. Ei francés de los niños...
En el aniversario de la muerte de Mozart
El 5 de diciembre pasado se han cumplido doscientos años de la muerte de Wolgang Amadeus Mozart, el más grande entre tos genios de la historia humana que conocemos. Efectivamente, murió en Viena el 5 de diciembre de 1791, sin que todavía sepamos exactamente de qué. Pero qué más da. La cosa es que se murió no excepcionalmente joven para su época (estaba por cumplir treinta y seis años), pero en los umbrales de esa edad que acostumbramos a describir como los mejores años de madurez de una persona.
Wolgang Hildesheimer termina su investigación sobre Mozart con estas palabras: «Cuando el 6 de diciembre de 1791 aquel cuerpo enjuto y consumido íue depositado en una mísera fosa, nadie intuyó que se llevaba a la tumba los restos mortales de un espíritu indeciblemente grande, regalo inmerecido (de Dios) para la Humanidad en el que la naturaleza (y Dios) produjo una obra maestra, excepcional, quizá irrepetible: de todos modos, nunca más repetida».
Músico absoluto
Mozart fue un músico absoluto, no un «músico pintor» en frase célebre de Schopenhauer. Es decir, lo que transmite es exclusivamente expresable con música; no sustituible por otra bella arte o por palabras. El mensaje es algo eterno, un tesoro reservado que embriaga el alma del oyente o del que además ve, en su caso, por ejemplo, las óperas, a través de los sentidos, superando el aspecto físico de éstos. Se produce entonces una perfección indescriptible.
Para recordar la muerte del compositor han tenido lugar en todo el mundo un sinfín de conciertos. Nos centraremos en el comentario de uno de Ibermúsica recientemente celebrado en el Auditorio de Música de Madrid.
Se interpretaron cuatro obras de Mozart bastante atípicas, poco conocidas. Aunque éste no fue el orden, aseriadas cronológicamente fueron: la «Sinfonía n.u 31 en Re Mayor», K. 297, Poris; las «Vispeiae Solemnes de Confessore», K. 339; el «Concierto (24) para piano y Orquesta en Do menor», K, 491, y el «Motete Ave Verum Corpus», K. 618 (esta famosa «K» hay mucha gente que no sabe lo que significa: se trata del catálogo temático cronológico de las cerca de setecientas obras de Mozart, elaborado por Ludwig Ritter von Kochel, con importantes modificaciones establecidas en 1936).
La Sinfonía París como, su nombre propio indica, fue compuesta en esta capital con ánimo de agradar al público. Curiosamente, para ella escribió dos Andantes, estrenados, respectivamente. el 18 de junio y el 15 de agosto de 1778.
La Orquesta del día era la City of London Sinfonía, dirigida por su titular, Richard Hicicox. Se trata de una de esas numerosas orquestas londinenses, que. sin ser excepcional, siempre suena bien, sin duda por la extraordinaria profesionalidad de sus músicos, en general de los músicos británicos. Está además perfectamente ensamblada con el director y se ve tan ensayada que domina cualquier programa, especialmente de música clásica.
La sinfonía interpretada no parece de Mozart, pues le falta el encanto salzburgués o vienes que derrocha el compositor en otras. Intenta agradar, adaptarse al gusto francés, que, claramente no era el suyo, eso se...
Rigoletto
Todos los aficionados a la ópera saben que esta obra maestra de Verdi marca el inicio de lo que después se denominó o se denominaría drama musical.
La ópera del siglo XVIII y principios del XIX —así, por ejemplo, Glück, Mozart, Rossini, Bellini, Donizzetti, etc.— basaba el hilván de las arias, dúos, tercetos, cuartetos, etc., en el recitativo, o incluso en relatos sin música, como por ejemplo Fidelio de Beethoven o La flauta mágica de Mozart.
Las primeras óperas de Verdi responden a este esquema. Pero a partir de Rigoletto empieza a escribir este gran autor dramas musicales en donde se inserta como algo fluido todo el antiguo entramado. Y el conjunto es bien distinto. Este cambio lo siguieron después muchos compositores, dando lugar a la gran ópera del siglo XIX, que llega hasta el actual. (Independientemente de todo esto, Wagner hizo una función análoga, aunque bien diferente y distinta, en Alemania).
Por estas razones, Rigoletto, estrenada en 1851, es una ópera extraordinaria para su época, realmente genial. Y no sólo por la música de Verdi, sino también por el argumento, muy bien urdido por Francesco Maria Piave sobre un texto de Victor Hugo, Le roi s'amuse.
De todas las representaciones que he visto de Rigoletto, y son muchas, una de las mejores es la que acabo de presenciar en Bilbao en el ciclo de la ABAO.
Con otro tenor (por ejemplo, Alfredo Kraus) hubiera podido decir que es la mejor que he visto en mi vida. Es verdad que no esluvo a la altura, ni tampoco los coros y algunos personajes secundarios, pero a cambio la pareja protagonista redondeó una noche espléndida.
Alida Ferrarini parece que ha nacido para cantar el rol de Gilda. Esta extraordinaria soprano está totalmente identificada con este papel. Es Gílda en la misma medida que, por ejemplo, y sin salir de España, se puede decir que Montserrat Caballé es Norma; Teresa Berganza, Rosina; Alfredo Kraus, Edgardo; Plácido Domingo, Otelo, y José Carreras, Don Carlos.
La Ferrarini hizo una Gilda maravillosa, espléndida, sensacional en todo, en el canto y en la representación teatral. Quisiera transmitirles a ustedes la emoción que se siente en presencia de esta maravillosa artista, oyéndola en la canción de amor Caro nome. Unas veces es ingenua, otras la enamorada aunque en ocasiones despechada, en otras la hija, al fin la mujer que sacrifica su vida por el amado aunque rompa el corazón del padre. Y en todos estos matices del difícil papel mantiene una línea de canto en que no se sabe qué apreciar más, si los agudos, los graves o la zona media, La he oído y la he visto varias veces como Gilda; ésta es la mejor. El público, obviamente, se volcó. El comentario era unánime: «No se puede hacer mejor».
Paolo Gavanelli venía precedido de gran fama, parecía que al fin había surgido en Italia un barítono verdiano sucesor de los monstruos Tito Gobi, Ettore Bastianini, Giuseppe Tadei, Renato Bruson, etc. En mi opinión, en efecto, estamos en presencia de un barítono sensacional, al menos...