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El curso político termina con tan mal sabor de boca como empezó. Estamos ante un continuo estéril, un distanciamiento entre los principales actores de la vida pública, con efectos paralizantes ante posibles iniciativas para beneficio de todos los ciudadanos, al margen de su ideología o de la comunidad autónoma a la que pertenezcan.

El paradigma de esta dispersión de la autoridad y falta de coordinación entre poderes lo encarna la Unidad de Emergencias o grupo de intervención rápida en caso de catástrofes, que necesita ser previamente autorizada para actuar en determinadas zonas de España. Mejor que no haya incendios.

Nos vamos acostumbrando al paisaje de lo que llaman los políticos geometría variable: socios distintos para cada ocasión. Claro que ese concepto se parece más a las pequeñas ferias de otros tiempos, en donde tratantes de ganado compraban a las diez un rocín que vendían a las doce, tras descubrir que flojeaba de remos. Así es posible atender intereses de parte y de partido, pero imposible remover obstáculos para el bienestar de millones de ciudadanos.

ANTECEDENTES

Y sin embargo, no estamos condenados a tan torpe sistema. Antecedentes sobran. Desde las primeras elecciones democráticas (1977) hasta hoy, la correlación de fuerzas parlamentarias viene siendo muy parecida. Dos partidos políticos se hacen, una y otra vez, con más del 90% de los escaños del Congreso.

En esas condiciones nació la Constitución, precedida de los Pactos de la Moncloa, la reforma de la Justicia y la configuración del Poder Judicial, la descentralización del Estado en las comunidades autónomas, la modernización del Ejército, quedó encarrilado definitivamente un marco jurídico de relaciones Iglesia-Estado, basadas en el respeto mutuo entre la esfera política y la espiritual, ingresó España en todos los organismos mundiales representativos -el de mayor repercusión social y económica, la Unión Europea- y, ya en 2002, se concertó no negociar jamás políticamente con ETA.

¿Acaso es ya imposible hallar círculos de confianza entre los dos partidos que polarizan el voto ciudadano? ¿Qué justifica la trifulca permanente entre esas dos plataformas de poder parlamentario? También ahora esos dos grupos suman el 92% de votos en la Cámara Baja.

LA VOLUNTAD ELECTORAL

Nunca los mimbres fueron mejores para reemplazar esa subasta de la geometría variable y para diseñar espacios de encuentro entre los dos grandes protagonistas de la política, esos agentes que, a fin de cuentas, deciden todo lo importante.

Primer dato. Hay dos partidos aglutinadores del 83,75% de los votos emitidos en las elecciones de 2008, en total 21,2 millones de votos, el 92% de los escaños en el Congreso.

Otros dos grupos menores, pero también nacionales -IUy UPyD- ,apañan juntos 1,2 millones de votantes, el 5% de los votos. La suma daría un 88,75% en porcentaje de voto y 22,4 millones de papeletas en manos de partidos ajenos a lo que Felipe González apellidó con precisión «nacionalismos excluyentes».

Frente a ese gran bloque, los votantes estrictamente nacionalistas -incluidos los 164.255 de Coalición Canaria- se quedan en el exiguo porcentaje del 6,31% y 1,5 millones de votos. Conclusión: la voluntad electoral está inapelablemente inclinada hacia los partidos que, al menos teóricamente, defienden intereses generales, no específicamente regionalistas ni ideológicos.

Al tiempo, las elecciones del pasado junio al Parlamento Europeo confirman la anterior tendencia: el 80,7% de los votos -87,2 incluyendo a IUy UPyD- se adscriben a partidos de ámbito nacional.

Segundo. Como acaba de recordar el presidente de Nueva Revista1, todos los presidentes autonómicos, menos el canario, pertenecen a uno de los dos partidos nacionales. (El de Navarra se asimila a uno de ellos más que al otro). En consecuencia, los acuerdos entre partidos de ámbito nacional tendrían más posibilidades que nunca de ser negociados multilateralmente -también por las fuerzas gobernantes en las comunidades autónomas- y por lo tanto de ser aplicados bajo la batuta de una efectiva coordinación.

Volviendo a los antecedentes, quien piense que la derecha y la izquierda vivieron días de vino y rosas en la crianza del Estado de Derecho se equivocan. Había oposición y se seguía gobernando en beneficio de todos. Así se garantizó, la libertad de enseñanza, con la incorporación de la iniciativa de particulares, se puso en marcha la televisión privada, la mayoría de empresas públicas fueron privatizadas, las nuevas comunidades autónomas recibieron financiación, con el suavizante de la solidaridad entre ellas, se universalizó la protección social y se dio estabilidad al sistema de pensiones, por ejemplo. Excelente balance.

La política de los hechos, de la cooperación entre administraciones para dar soluciones es el gran reto del momento, en lugar de los enfrentamientos sobrevenidos por la memoria histórica, la naturaleza nacional de los territorios, el vaciamiento de instituciones como el matrimonio o la familia, la desprotección de la vida humana antes de nacer, o los suntuosos gastos en asesores, automóviles para altos cargos y apertura de embajadas y delegaciones autonómicas en el extranjero.

VIENTOS DE CAMBIO

Dado que en ninguno de los apartados anteriores hubo ni habrá conformidad, dirijamos la mirada hacia algunos efluvios de cambio que se detectan en el panorama. La inauguración de la conexión de los trenes del Metro con los de Cercanías, en la madrileña Puerta del Sol, ha reclamado inusitada atención. Más de 50.000 personas la visitaron al día siguiente de ser inaugurada. Y ha servido para que el partido gobernante reconociera que una estación tan grandiosa fue ideada por otro Gobierno, el de 1996, y concluida por el actual.

Ese mismo Ejecutivo ha pactado con el nuevo presidente gallego – militante del partido adversario- inversiones para llevar el AVE a dicha comunidad en 2010. Por fin.

Seopan, patrona de la construcción, ha ofrecido -y Moncloa lo ve con simpatía- aportar los dos tercios de una monumental inversión -30.000 millones de euros- para obras públicas si el Estado hace de avalista. En medio de la crisis aún sin control.

Curiosamente, las tres acciones tienen como hilo conductor al nuevo Ministro de Fomento, José Blanco, el hasta hace sólo unos meses azote oficial del socialismo gobernante contra la derecha.

Blanco se ha entendido con Esperanza Aguirre, firme continuadora en los últimos años del estilo desacomplejado del aznarismo; con Alberto Núñez Feijoó, el discreto y templado amigo de Mariano Rajoy, que ha puesto sentido común en las relaciones de Galicia con la nación española y acepta la mano tendida por las empresas privadas para acometer las infraestructuras necesarias para reactivar la economía.

ESPACIOS DE CONFIANZA

Son tres ejemplos, todo lo aislados que se quiera, incluso no exentos de segundas intenciones (el PSOE corteja Madrid) pero significan la creación de espacios de entendimiento entre los opuestos. Tal vez, la alternativa a la búsqueda de aliados para mantenerse en el poder, por el enervante método de la geometría variable, sea, por un lado, la identificación de problemas que afectan a la generalidad de los ciudadanos, residan donde residan. Y después, el recurso a las bondades del bipartidismo, que también las tiene.

Las necesidades crean por sí solas círculos virtuosos de confianza, plataformas de entendimientos, agrupación de voluntades. Recuérdese el orgullo con que todos los españoles transitaban por la ultramoderna T-4 de Barajas, a pesar de la disputa por la foto entre autoridades ministeriales y autonómicas durante la inauguración. ¿Acaso no hizo más por la integración social el rutilante aeropuerto barcelonés que todas las soporíferas escaramuzas, previas a la financiación autonómica catalana?

La apertura de una nueva etapa, con predominio de la gestión sobre el debate ideológico -nada que ver con la prevalencia de la tecnocracia- obtendría fácilmente la colaboración de las dos principales fuerzas políticas y las simpatías de sus 22 millones largos de votantes. Porque el vencimiento de las dificultades reportaría ventajas a todos los ciudadanos, no sólo a la clientela de un bando.

Especialmente aplicable sería este nuevo estilo a las grandes obras públicas, como las comunicaciones. Un ejemplo: las conexiones con Francia por el País Vasco no necesitan dosis de nacionalismo ni de españolismo, sino inversiones, trabajo y sentido común. El efecto será inmediato, en riqueza y en empleo.

GESTIONAR BIEN

Sigamos con el baño de realidad. El torneo entre Barcelona y Madrid para ver quién tiene el mejor salón del motor, la pasarela de moda más rumbosa o el aeropuerto capaz de atraer a todos los pasajeros del mundo, podría resolverse teniendo como norte el buen servicio a los usuarios, en lugar de la etiqueta política que define al gestor o el idioma en que se expresa. Y lo mismo si en lugar de armar camorra acerca de quién administra mejor los transportes de Cercanías, o los aeropuertos, se centra el objetivo en tener contento al viajero. O si en vez de exigir a las azafatas de los aviones que hablen en mallorquín se cuidaran los buenos modales con todos los turistas.

Por aquí es posible caminar juntos los dos grandes partidos, y el aplauso de las mujeres y los hombres corrientes está asegurado. Hay multitud de asuntos que a la inmensa mayoría de los ciudadanos sólo les importa verlos bien resueltos, sin vencedores ni vencidos.

Sucede con la enseñanza. La calidad de este servicio preocupa a todos los padres de familia. La mayor parte de ellos no esperan de la escuela una enseñanza perfecta de la lengua autonómica, sino del español y del inglés. Ni que sepan todos los agravios causados por los enemigos a sus héroes locales, o hasta dónde llega la frontera de su comunidad. Desean que adquieran sólidos conocimientos de historia, geografía, biología, matemáticas y lengua. Y que si obtiene un título universitario no tenga luego que examinarse para portero de discoteca y ganar mil euros.

¿Tan difícil es negociar soluciones a los problemas ordinarios? No, si se acepta que los partidos de ámbito nacional han sido votados por la gran mayoría de los electores precisamente por confiar que atenderían a las necesidades generales, no a los particularismos de una u otra comunidad.

Toda esta estrategia de bajar a la calle para buscar puntos de unión es aplicable al uso del agua, a la urgencia de disponer de fuentes energéticas realistas y de bajo coste, a las necesidades de las personas con dependencia y a los mayores, a la igualdad de derechos y deberes, la racionalización en la atención sanitaria o la eficacia de los servicios prestados por las cajas, sin esperar a que cada autonomía haga valer sus intereses partidistas.

LOS NUEVOS POLÍTICOS

Por último, esta novedosa -por escasamente practicada- fase de atención al discurrir de la vida real, la política de las cosas concretas, lo que repercute en el común de los ciudadanos, requiere políticos de otro talante que el «oficial». Gentes como Gómez Navarro, en las Cámaras de Comercio. José María Barreda, Patxi López, Juan Vicente Herrera, Núñez Feijoó, Pedro Sanz o Miguel Sanz en el liderazgo de comunidades autónomas. Alcaldes como Ruiz-Gallardón y Rita Barberá, empeñados en mejorar las infraestructuras y los servicios de dos grandes capitales.

Y por qué no, incluso banqueros como Emilio Botin, abiertos a la innovación, dialogantes a derecha e izquierda, de firmes convicciones empresariales que plantan cara a la crisis, sin aguardar al Boletín Oficial del Estado. ¿O hemos de aguardar a la revisión del capitalismo por la socialdemocracia?

 

NOTA

1. Nueva Revista. n.º 123. Junio 2009.

Periodista. Licenciado en Ciencias políticas