Tiempo de lectura: 7 min.

Director durante años de ABC y de El Correo, el periodista y ensayista José Antonio Zarzalejos (Bilbao, 1954) nos ofrece en Mañana será tarde (Planeta) un profundo análisis de los males que corroen a la democracia española y de los reformas inmediatas que nuestro país necesita. El autor reivindica la labor de una España moderada y reformista, que contemple el futuro no desde el inmovilismo sino desde la exigencia de no dar la espalda a la historia y asumir los retos del presente. Hablamos con José Antonio Zarzalejos sobre su nuevo libro y sobre la situación general española.

 – “Mañana será tarde” constituye un diagnóstico valiente de la situación moral y política en la que se encuentra España. Mientras leía el libro, pensé de inmediato en otro debate, ya clásico, que conforma el ADN de la democracia liberal moderna. Me refiero al debate entre Edmund Burke y Thomas Paine y que sugiere la posibilidad de un liberalismo de estirpe conservadora junto a otro de carácter progresista. “Mañana será tarde” se inserta precisamente en la tradición burkeana que sostiene que, ante situaciones de crisis de Estado hay que reformar con inteligencia las instituciones para así preservarlas de cara a las futuras generaciones. ¿Ha llegado el momento de activar el reformismo inteligente? ¿Es el inmovilismo una alternativa?

 -En España hay una larga tradición pendular: la demolición o la paralización. La primera es revolucionaria y arrasadora y la segunda estúpidamente conservadora. De modo que nuestro constitucionalismo es trágico porque no ha sido reformista sino maximalista. La inteligencia es siempre aquella que ajusta, corrige, adapta y complementa, que conserva y desecha según las circunstancias, que mantiene los elementos estructuralmente válidos y arroja lastra cuando el lastre lejos de estabilizar la embarcación la sumerge, la hunde. Sí, el reformismo es la opción claramente inteligente. Siempre lo ha sido.

 – En un artículo publicado en La Vanguardia hace aproximadamente un año, el  exsecretario de Estado de Economía Alfredo Pastor, afirmaba que la Transición ha muerto de éxito. La idea me pareció interesante: gracias a la Constitución del 78 hemos recuperado las libertades individuales y colectivas, hemos ingresado de pleno derecho en Europa, se ha facilitado la alternancia política y el despliegue autonómico y, en fin, se ha consolidado un digno Estado del Bienestar. A pesar de sus evidentes limitaciones, ¿no le parece excesivo el descrédito que sufre actualmente la democracia española?

 -No, no me parece excesivo. ¿Cómo me lo va a parecer con los casos de corrupción debidos a factores criminógenos que son endógenos del sistema? O la mediocridad de la clase dirigente o la perversión que ésta ha provocado en el desarrollo constitucional. ¿La abdicación del Rey no es algo diferente a un deterioro en la cúspide del Estado por prácticas personales e institucionales inadecuadas? Cuando han ocurrido tantas cosas, entre ellas el vuelco del 24-M de 2014, me parece que está justificada la irritación con un sistema que ha funcionado verdaderamente por debajo de las expectativas.

 – En el prólogo del libro, Antonio Muñoz Molina habla de la ausencia de pedagogía democrática en nuestro país, lo cual vicia muchos de nuestros debates públicos. La responsabilidad, sin duda, es compartida, pero me gustaría preguntarle por la prensa, a la que le dedica el capítulo final. ¿Qué papel ha jugado la prensa en el deterioro de la vida pública española? ¿Y a qué se debe esta notoria ausencia de prensa y de información de calidad en nuestro país?

-Lo explico en el libro: megalomanía en los tiempos de bonanza, amateurismo gestor, recortes indiscriminados, sin criterios, dependencia financiera, malos modelos de negocio y editoriales y emergencia de nuevas tecnologías que no se han sabido cohonestar con los soportes tradicionales.

 En este sentido, resulta asombroso comprobar cómo una parte considerable de los medios ha dejado de lado la tradición constructiva para utilizar un argumentario facilón, maniqueo y falto de matices, que sólo aspira a la destrucción de sus adversarios. En la época del tuit y de los mensajes PowerPoint, ¿cómo se puede rehacer la tradición constructiva del debate público?

 -Dando prioridad al factor humano y profesional: el periodista es el intermediario necesario entre la noticia y la audiencia y le corresponde dotarle de valor añadido. El debate debe basarse en información veraz, en argumentos solventes y en razonamientos verdaderamente democráticos y no tramposos. La pedagogía requiere de periodistas que sepan divulgar con rigor y superen la mera función transmisora. Ahí está la calidad del periodismo. No hay otro camino.

 – El primer capítulo del libro está dedicado a “los colores de la corrupción”. Uno de los acercamientos más interesantes que plantea es mirar el fenómeno de abajo arriba en lugar de hacerlo al contrario. Usted afirma que “la corrupción municipal es la más perniciosa”, en cierto modo como si todavía pervivieran en España algunos de los vicios decimonónicos del caciquismo. ¿Cree que en determinadas competencias centrales –como la urbanística- habría que plantear algún tipo de recentralización?

 -Sí, en parte; pero no necesariamente ni en todos los casos. Más que un problema de recentralización que acaso fuese necesario en municipios de determinada dimensión, es un problema de control y de intervención de funcionarios públicos asépticos, buenos técnicos que redujesen al mínimo los márgenes de discrecionalidad que ahora son de arbitrariedad.

 – La lectura del capítulo dedicado al Rey demuestra que la abdicación del rey Juan Carlos I fue un proceso de ingeniería fina para preservar la Corona en la medida de lo posible. En su opinión, ¿qué pasos ineludibles deberá dar el rey Felipe VI para ganarse el futuro?

 -Olvidarse del carisma y centrarse en la funcionalidad de su trabajo; impulsar lo que pueda el desarrollo del Título II de la Constitución; moderar y arbitrar las instituciones del Estado del que es el símbolo de su unidad y permanencia; superar el enjuiciamiento de su hermana y su cuñado y proyectarse mucho en el exterior como embajador del país. Por lo demás, seguir como hasta ahora, con transparencia y seriedad en el ejercicio de sus funciones. Pero habrá que abordar el debate del Título II de la Constitución para evitar la prevalencia del varón sobre la mujer en la sucesión y se producirá un debate sobre la forma de Estado. El Rey Felipe VI tiene todo de su lado para salir con bien de esa discusión nacional.

 – Usted se refiere a Doña Letizia como “una reina inédita en España” y también señala que “su plebeyez puede ofrecer resultados ahora imprevisibles”. ¿Qué interpretación cabe hacer del notable proceso de aburguesamiento que se da en buena parte de las casas reales europeas? ¿Qué potencialidades ofrece?

-Es lo que se diría el signo de los tiempos. Las monarquías deben ser estéticamente anacrónicas y litúrgicas pero dosificadamente porque en su vida diaria deben empatizar. Hay que buscar el punto correcto de acercamiento. Ni campechanía ni hieratismos. Cercanía desde una distancia que es la que requieren figuras que son referenciales en las sociedades.

 – De Cataluña al País Vasco, la cuestión territorial resulta un problema irresoluble al menos desde hace un siglo. La aceleración catalana coincide con el estallido de la crisis económica y con la debilidad del Estado, pero también con la sustitución del relato plural del catalanismo por otro más estrecho, que sería el del pujolismo. ¿Una Cataluña maragalliana hubiera sido distinta a la que ha surgido de los veinte años de gobierno convergente? Y desde la vertiente de Madrid, ¿qué es lo que no se ha sabido entender de Cataluña en estos treinta años de democracia?

 -Dedico el capítulo más largo de mi libro a Cataluña. No me es posible contestar brevemente a la pregunta. Pero digamos para resumir que la sociedad catalana y la castellana –ambas españolas- son muy diferentes y han vivido de espaldas. La crisis económica, los errores en el Estatuto de 2006, la angustia vital del nacionalismo y los errores del Gobierno al no ofrecer alternativas razonables para adelgazar las filas del secesionismo explican lo que está ocurriendo. Llegará a un límite muy alto de tensión, pero acabará en un acuerdo que probablemente no protagonicen ni Mas ni Rajoy.

 – Hoy asistimos a una reivindicación de la doctrina Herrero de Miñón, que consistía en reconocer la singularidad autonómica de las nacionalidades históricas en lugar de aplicar el “café para todos”. En forma de algún tipo de federalismo asimétrico, ¿sigue siendo una solución o llega ya demasiado tarde?

 -No es demasiado tarde. Yo soy partidario de una disposición adicional quinta en la Constitución para singularizar Cataluña y de introducir la ordinalidad en la financiación de las comunidades autónomas.

 – ¿Por qué Rajoy no ha planteado ninguna propuesta para resolver la cuestión territorial, más allá de ampararse en la Constitución? ¿Qué coste cree que puede tener esta pasividad?

 -El coste de una convulsión nacional y quizás otros muy graves. Toda realidad que se ignora prepara su venganza.

 – En este último año, un Rey ha abdicado y otro ha sido proclamado, han entrado en escena nuevos actores políticos, se han sustituido a la mayoría de directores de los principales periódicos nacionales, hay un cambio generacional en marcha. Sólo Rajoy –y Mas– permanecen, por ahora, inalterables. ¿Por cuánto tiempo?

 -No lo sé, pero creo que ambos podrían estar ya superados. No tanto por la edad cuanto por las circunstancias.

 – ¿Cree que estamos abocados ineludiblemente a un proceso de reforma constitucional en la próxima legislatura?

-Sí, sin duda ninguna, y cuanto más lo retrasemos, peor. La comunidad jurídica se decanta claramente por la reforma de la Constitución. Que sería natural, como ha ocurrido en Alemania, Italia o Estados Unidos.

 – Un tema que me interesa al respecto es el papel del llamado “derecho a decidir”. Para Tocqueville, uno de los riesgos evidentes de la democracia era caer en una especie de idolatría de la democracia directa, sin mediaciones ni representación. Y a día de hoy, al menos en ciertos ambientes, se celebra el “derecho a decidir” como el nuevo dogma de la democracia. ¿Qué opina usted de este debate? ¿Hacia dónde nos dirigimos?

 -Me adhiero al principio de representación. Pero ha habido una quiebra de la confianza que deteriora ese principio. Hay que ver si es un fenómeno coyuntural o estructural. Me inclino por lo primero. La democracia sólo puede ser representativa. La directa lleva a la confusión y a la postre a la manipulación por elites revolucionarias.

 – Finalmente, y aunque sólo se apunta en el libro, me gustaría preguntarle por el fenómeno de la atomización social, que amenaza con erosionar las clases medias y fracturar la sociedad. Algunos economistas hablan ya de un new normal definido por la gran estagnación de la economía. En una sociedad que avanza a dos velocidades, los resortes del populismo van a estar siempre activados. ¿El siglo XXI será el siglo de la inestabilidad?

 -Japón es un ejemplo de cierta estagnación. Pero el siglo no sé si lo será porque sólo llevamos tres lustros de su recorrido. Hasta superar la crisis queda otro y pienso que, en atención a los acontecimientos es fácil que la inestabilidad social y política, como resultado de la fragmentación y el malestar, sea una constante por mucho tiempo aún.

Licenciado en Derecho. Columnista, crítico literario y asesor editorial.