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Después de la seria derrota electoral del kirchnerismo en las elecciones legislativas celebradas en Argentina el último domingo de octubre, queda todavía por decidir el relevo de dos presidentes en noviembre de este año, antes de dar paso en 2014 a un calendario muy intenso, marcado por siete elecciones presidenciales. Las próximas citas de 2013 afectan a Chile y Honduras, aunque sin olvidar las municipales de diciembre en Venezuela, que funcionarán como un plebiscito sobre el desempeño del sucesor de Hugo Chávez. Previamente se reeligió a Rafael Correa en Ecuador y se eligió a Nicolás Maduro en Venezuela y a Horacio Cartes en Paraguay, lo que supuso la vuelta del Partido Colorado al poder. En 2014 elegirán presidente El Salvador, Costa Rica, Panamá, Colombia, Brasil, Uruguay y Bolivia.

Esta intensa actividad política corrobora lo apuntado por Daniel Zovatto, de que entre 2013 y 2016, diecisiete de los dieciocho países de la región (salvo México) elegirán presidente. Si consideramos el periodo 2009-2016 serán treinta y cuatro elecciones presidenciales en tan solo ocho años. La región nunca había experimentado una agenda electoral tan intensa e importante en un periodo tan corto, lo que da buena cuenta de su vitalidad política y del predominio de la democracia.

Junto a estas elecciones presidenciales se celebrarán otros comicios de gran interés, según el siguiente cronograma: Chile, 17/XI/2013, presidenciales y legislativas; Honduras, 24/XI/2013, presidenciales, legislativas y municipales; Venezuela, 8/XII/2013, municipales; El Salvador, 2/II/2014, presidenciales; Costa Rica, 2/II/2014, presidenciales y legislativas; Colombia, 16/III, legislativas, y 25/V/2014, presidenciales; Uruguay, 27/IV, internas, y 26/X/2014, presidenciales y legislativas; Panamá, 4/V/2014, presidenciales y legislativas; República Dominicana, V/2014, legislativas; Brasil, 5/X/2014, presidenciales y legislativas, y Bolivia, XII/2014, presidenciales y legislativas.

Los ciudadanos de cuatro países centroamericanos y cinco suramericanos pasarán por las urnas para avalar o corregir el rumbo de sus sistemas políticos. Al igual que en el pasado, ahora también se contempla la reelección de algunos mandatarios, caso de Juan Manuel Santos (Colombia), Dilma Rousseff (Brasil) y Evo Morales (Bolivia).

En muchos de ellos se pondrá nuevamente en juego la disyuntiva entre reelección o alternancia, aunque siguiendo la norma regional, las opciones del candidato en ejercicio del poder suelen ser mayores que las de los opositores, especialmente si se financian las campañas electorales con ingentes recursos públicos.

También se observa un fenómeno recurrente en la región: el deseo de los expresidentes de permanecer en la primera línea de la actividad política. Muchos se caracterizan por una gran vocación para retornar a sus funciones pasadas. En esta ocasión los casos más significativos son los de Michelle Bachelet (Chile) y Tabaré Vázquez (Uruguay), al no existir en sus países la opción de la reelección consecutiva pero sí en periodos alternos.

Todo esto responde a la vigencia de la reelección presidencial, bien consecutiva o bien en periodos alternos, impulsada por la serie de reformas constitucionales de la última década. Probablemente el caso más llamativo sea el de Venezuela y la reelección indefinida. Tras su derrota inicial en un referéndum, Chávez impuso a su país la reelección perpetua, algo por lo que suspiran en otros países.

En Argentina esto se materializó en la imagen de «Cristina eterna», aunque la derrota electoral de las últimas legislativas cerró las puertas a una reforma constitucional en ese sentido. Es el camino anhelado en los países del ALBA(Alianza bolivariana para los pueblos de nuestra América), comenzando por Nicaragua, que pondrá a votación del parlamento la posibilidad de que Daniel Ortega no encuentre límites legales a su deseo reelectoral. Este retorno cada vez más evidente a un somocismo sin Somoza se acompañaría en la nueva Constitución con claras medidas destinadas a arrinconar a la democracia representativa.

Rafael Correa, presidente de Ecuador, va por su tercer mandato, tras ser reelecto en febrero de 2013 con el 51,7% de los votos. Esta situación fue permitida por una peculiar interpretación de la reforma constitucional que entiende que el primer mandato, al que se llegó con las viejas leyes, está fuera de lo reformado y que la reelección solo rige a partir del segundo ejercicio.

El mismo argumento se aplica en Bolivia, cuando en diciembre de 2014 Evo Morales aspire a ser reelegido una vez más. Y eso pese a que en 2009, con la nueva Constitución vigente afirmara: «Si hacemos la interpretación de la nueva Constitución Política del Estado boliviano, [esta permite] una elección y una reelección. Eso dice la Constitución, por tanto eso se aplica. Sin embargo, en el caso mío, yo nunca he pensado en la reelección».

Este afán reeleccionista a ultranza se concentra básicamente en los países con gobiernos populistas, con instituciones débiles, sistemas de partidos políticos atomizados y un bajo respeto a la legalidad. Y todo en el marco de presidencialismos fuertes, como en el resto de América Latina. Sin embargo, la pasión por la reelección no es patrimonio del populismo y alcanza por igual a la izquierda y la derecha.

Hay dos casos que vale la pena mencionar por ir en la dirección contraria. Luiz Inácio Lula da Silva, durante su presidencia, se negó a modificar la Constitución brasileña para aprobar una nueva reelección, algo que tenía a su alcance, por considerarlo no democrático. El otro, pese a no aplicarse a un sistema democrático, es Cuba. En febrero de 2013 Raúl Castro fue reelegido presidente por un segundo mandato de cinco años y entonces anunció que no se presentaría más y que impulsaría una reforma constitucional para limitar a diez años (dos mandatos) la permanencia en el gobierno.

Otra característica de los próximos comicios latinoamericanos es la fuerte presencia femenina entre los candidatos destacados. Esto ocurre en Chile, con Michelle Bachelet como clara favorita y Evelyn Matthei (oficialista) en el papel de rival principal; en Honduras, con la mujer del destituido Manuel Zelaya, Xiomara Castro, liderando una coalición surgida en la lucha antigolpista, y Brasil, donde Dilma Rousseff está al frente de las encuestas, aunque las cosas pueden cambiar. Estos nombres, más el de otras candidatas o precandidatas con opciones importantes, como la brasileña Marina Silva, recuerdan la presencia protagónica de la mujer en la política de sus países.

En sí mismo este protagonismo femenino es muy positivo. Pese a ello, ciertas cuestiones deben ser consideradas al valorar el funcionamiento de las democracias latinoamericanas, como la potenciación del papel de las esposas de presidentes, o incluso de gobernadores, a la hora de limitar los controles a la reelección. En algunos países las «primeras damas» han pasado a ser omnipresentes, especialmente allí donde no hay reelección consecutiva o el presidente no puede ser reelecto por un nuevo periodo, caso de Nadine Heredia en Perú.

Esto propició la llegada de Cristina Fernández al poder en 2007. Un caso similar, aunque no exitoso, ocurrió en Guatemala. Actualmente Xiomara Castro, en Honduras, aspira a ser elegida. Una nueva tendencia es elegir a la exprimera dama como vicepresidente. Esto ocurrió en República Dominicana en las elecciones de 2012 con Margarita Cedeño, la mujer de Leonel Fernández. Algo similar podría ocurrir en Panamá, en las próximas elecciones presidenciales (no hay reelección), si el candidato oficialista José Domingo Arias fuera acompañado por Marta Linares, la mujer del presidente Ricardo Martinelli. A comienzos de 2013 Linares sonó incluso como candidata presidencial.

Este intenso calendario electoral confirma el peso de la democracia en América Latina. A esto se agrega otro hecho importante: gracias al reciente crecimiento económico sostenido, más de cincuenta millones de latinoamericanos (el 8% de la población) salieron de la pobreza y se incorporaron las clases medias. Sin embargo, solo el 30% de la población latinoamericana está en la clase media, aunque en aumento, mientras hay un 68% en la clase baja y con la mitad de sus integrantes en situación precaria. Solo el 2% pertenece a la clase alta.

En términos de funcionamiento, las democracias regionales aportan buenas y malas noticias, a lo que se suma otro dato preocupante: América Latina sigue siendo la región más desigual del planeta. Por un lado, las demandas políticas y de participación de los sectores emergentes podrían reforzar de modo sustantivo la democracia y sus instituciones. Por el otro, la inestabilidad de las clases bajas y sus demandas constantes de integración económica, social y política podrían generar fuertes turbulencias si no son plenamente satisfechas.

Como dijo José Miguel Insulza, secretario general de la OEA (Organización de Estados Americanos): «En América Latina hay mucha democracia y poca institución». Sin embargo, como vuelve a mostrar el Informe Latinobarómetro, cualquier generalización sobre la región es muy complicada. En su edición 2013, el Informe muestra que el apoyo a la democracia creció en once países durante el periodo 1995/6-2013, mientras disminuyó en siete. Donde más ha crecido es en Venezuela (16 puntos) y Ecuador (13), seguido de Chile (8), Argentina (5), Bolivia (5), Brasil (5), Paraguay (5), República Dominicana (5), Colombia (4), Guatemala (3) y Perú (2). Los que más bajan son Costa Rica (16) y México (12), seguidos de Uruguay (7), Panamá (6), Honduras (3), Nicaragua (3) y El Salvador (1).

Resulta muy difícil extraer una conclusión única acorde al comportamiento político de los países y la evolución de sus procesos electorales. Pese a la creciente polarización política en Venezuela, es ahí donde más avanzó la democracia. Paradójicamente, Costa Rica, que contaba con uno de los sistemas democráticos más reputados y estables de la región, es donde más retrocedió, en un porcentaje similar al ascenso venezolano. También son citables los casos de Chile (la valoración de la democracia aumentó un 8%) y México (un retroceso del 12%). En Chile se produjo en 2009 la alternancia entre un gobierno de derecha que reemplazó a otro de izquierda, mientras en México, en 2000, acabó el dominio hegemónico hasta entonces ostentado por el PRI, que recuperó el poder en las presidenciales de 2012.

Las elecciones de 2014 nos darán un panorama distinto, aunque no muy diferente del actualmente existente en la región. De las que quedan de 2013 es probable que se produzca una nueva alternancia en Chile, mientras el resultado de Honduras es más incierto. Un triunfo de la candidatura que apoya Manuel Zelaya significaría la derrota del tradicional sistema bipartidista que caracterizó la vida política nacional durante casi dos siglos, pero el ascenso de Xiomara Castro parece haberse frenado según todas las encuestas, que hablan de un empate técnico entre los dos principales rivales, pero con el candidato del oficialista Partido Liberal Juan Orlando Hernández subiendo de forma sostenida en los últimos meses frente al descenso paralelo de su rival.

Los pronósticos para 2014 son mucho más complicados debido al tiempo faltante para los comicios. Si algo parece apuntar la evolución posible de la política latinoamericana es la celebración de elecciones más competidas que en el pasado, bien por el agotamiento de determinados procesos que llevan largos años en el poder, o bien por la emergencia de nuevas opciones políticas o la reemergencia de antiguos partidos remozados. En Uruguay, por ejemplo, comienza a hablarse de una posible convergencia de los partidos Colorado y Blanco (o Nacional), con el fin de enfrentarse con ciertas garantías de éxito al gobernante Frente Amplio, una coalición de partidos de izquierda y centro izquierda que lleva en el poder desde 2005. Otro factor a considerar, y todavía con un impacto no cuantificado, es la desaparición de Hugo Chávez de la escena política latinoamericana, a lo que hay que sumar los serios problemas económicos de Venezuela que dificultan la financiación de campañas electorales afines.

En la medida que la ciudadanía observe que la competencia entre los candidatos es mayor, los incentivos para participar aumentarán. En el contexto actual, con muchos gobiernos con proyectos hegemónicos o cuasi hegemónicos, cualquier aumento de la competencia es siempre bienvenido. Este hecho se une al ya mencionado aumento de las clases medias, un proceso con un final político incierto aunque con una gran capacidad revulsiva. Se ha visto en las protestas estudiantiles en Chile y en las manifestaciones masivas en Brasil por el transporte y los gastos en infraestructuras. Estos sectores medios en ascenso tienen nuevas demandas políticas que deben ser satisfechas y el mejor modo de hacerlo es a través de la democracia, las instituciones y los partidos políticos. Si ellos son incapaces de hacerlo, la posibilidad de nuevas y mayores turbulencias pueden estar a la vista. _

Catedrático de Historia de América. UNED. Investigador principal para América Latina del Real Instituto Elcano