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Lo primero que se aprecia es la clara diferenciación de la programación de las salas comerciales y las salas subvencionadas, ya sea, en el caso madrileño, por el Apuntamiento, por la Comunidad o en concepto de teatro nacional. Amparados bajo el patrocinio público, el teatro clásico y el teatro que podríamos denominar crítico consigue representarse en los escenarios. A veces con brillantez y éxito, como en algunos estrenos del Teatro Español, desde Las mocedades del Cid, con que comenzó la etapa renovadora de Gustavo Pérez Puig, y en el Centro Dramático Nacional, que consiguió llevar hasta final de temporada el ambicioso espectáculo de representar unificadamente las Comedias bárbaras de Valle Inclán. En otros casos, con menos éxito de público que de información. Tal fue el caso del Festival de Teatro de Madrid, llamado a exaltar un teatro de tipo experimental y muy selectivo, de compañías de aficionados puristas y exigentes cuya devoción por el arte de Melpómene tiende a convertirlo en un recinto de gustos exclusivistas y cerrados. No se trata de discutir sí esto es bueno o malo para el público, sino de describir la distancia que media entre el aficionado comercial y el aficionado experimental. El teatro vive de ambos aspectos, aunque de manera muy diversa.

Falta renovación

En cuanto al teatro comercial, los signos resultan equívocos, sin que predominen razones halagüeñas. Podrían describirse tres hechos principales. En primer lugar, el de la ausencia de nuevos nombres. La falta de renovación del teatro es patente y no deja de sembrar una sensación de desaliento. No ha habido, nombres nuevos en la cartelera madrileña.

Como novedad más interesante, si se quiere interpretar así, habría que señalar Matrimonio para tres, de Martínez Ballesteros. El vodevil sentimental, el teatro ligero crítico y apacible, la comedia de enredo literaria y ligera, la crítica de actualidad, dramática y penetrante, son los rasgos más característicos que pueden distribuirse entre las representaciones del año.

Si hay que hablar de triunfadores, pueden señalarse principalmente dos: María Manuela Reina y Juan José Alonso Millán. No son, sin duda, renovadores de la escena, pero sí valores consolidados sobre los cuales los empresarios no arriesgan mucho al apostar. Ni siquiera podría decirse que la ligereza literaria de Alonso Millán para enhebrar la comedia de enredo, su facilidad y desenvoltura, se convierten, precisamente por su prodigalidad, en su punto más débil. Sería fácil decirlo, sin duda, pero también injusto. Aplicado ese mismo criterio a nuestra tradición teatral, tendríase que censurar a nuestros mejores dramaturgos, empezando por Lope de Vega y terminando por Benavente.

Nunca la facilidad es signo de debilidad, sino de destreza en el oficio. Y si alguien la tiene hoy día es Alonso Millán. Durante la temporada, Alonso Millán estuvo en tres carteleras y, durante algunas semanas, simultáneamente. En el mes de agosto se programa Pasarse de la raya, en el Teatro Maravillas, Es como un talismán para asegurara: en plena canícula la inauguración de la temporada. Aunque en esa época la capital suele estar despoblada, queda aún público para todo, siempre que en ese «todo» se incluyan los valores entendidos. Uno de ellos es Alonso Millán.

El otro valor es María Manuela Reina. También estuvo en tres escenarios distintos. Reflejos con cenizas fue, a entender del comentarista, lo más interesante para el espectador. Como outsider, el ya mencionado Martínez Ballesteros también compareció con obras diferentes en tres escenarios. Entre los tres mantienen prácticamente el cincuenta por ciento de las salas comerciales madrileñas.

Viejos nombres

El otro cincuenta por ciento se reparte de manera muy desigual. Sin datos para aventurar cómo será esta temporada, sí podemos recordar algunos de lo que fue la pasada. En general, viejos nombres con nuevas obras, como Marsillach, y a veces incluso con viejas obras, como Antonio Gala. Pero si hay que buscar un triunfador seguro, ése es Benavente. Y, además, por partida doble.

Lo de partida doble viene a cuento de que Benavente ha pasado tanto por los escenarios comerciales como por los oficiales. Es previsible que también se prodigue en la nueva temporada. De hecho, dos de sus obras triunfaron, aunque en diferente medida. La noche del sábado proporcionó un espectáculo perfeccionista y espectacular, aunque el público vibró más por los elementos anecdóticos del decorado y de la acción que por los puramente literarios y narrativos. Rosas de otoño triunfó en todos los sentidos. Dejando aparte los valores escénicos y representativos de la dirección y de los actores, aunque no se puedan menospreciar, pues a ellos se debe en gran medida el que el teatro benaventino consiguiera conectar con el espectador. lo más llamativo fue que esta obra tan lejana de concepción y, sobre todo, de ambiente, se mostrara, tal vez por un efecto de antítesis reflexiva, a la vez actual y pujante. Lo que, en todo caso, ha quedado claro es el vigor y presencia del teatro benaventino, durante muchas temporadas injustamente tratado por una crítica teoreticista, y más arbitraria que justiciera.

Comedias bárbaras

Del teatro clásico que ha podido verse al amparo de los centros subvencionados, un nombre vale la pena destacar. Se trata del otro gran pilar en que se funda el teatro español moderno: Valle-Inclán. El modo de hacer del escritor gallego es más iconoclasta y esteticista que el del madrileño. Literarios ambos, refinadamente esteticistas y altivos los dos. representan, sin embargo, líneas muy distintas de inspiración dramática. En Valle-Inclán arriban quienes buscan explotar el experimento, la novedad y el artificio. En el Teatro María Guerrero se representó Voces de gesta, un drama duro y exigente, de tonalidades poéticas y epopéyicas, con cuyas sonoridades plásticas no cooperaron algunos excesos del montaje.

Mayor desafío constituyó aún la pueda en escena de las Comedias bárbaras, labor que abordó el intrépido José Carlos Plaza. Como recordará el lector, se trata de tres piezas. Cara de plata, Águila de blasón y Romance de lobos, que el aficionado tuvo oportunidad de ver durante algunos días en sesión continuada. La dificultad que representa la contemplación de Valle-Inclán queda compensada, entre quienes son capaces de saborear sus cuidadas y sutiles delicadezas, por la fuerza interior de su teatro, la solemne ambición renovadora y el sentido insuperable de un texto literario cuya austera y lírica belleza nadie podrá igualar.

Doctor en Derecho, licenciado en Filosofía, catedrático de Estilística Aplicada, Facultad de Ciencias de la Información, Universidad Complutense