Tiempo de lectura: 5 min.

Una obra representada sólo por mujeres, que fuese a la vez expresiva de sus peculiaridades, entretenida, humorística y vital, tal parece que fue la intención que inspiró a Alberto Miralles. Para que la idea pudiera representarse tenía que localizarse en algún escenario adecuado. Tal vez leyendo periódicos, a Miralles se le ocurrió que «una comisaría especial para mujeres» pudiera ser el recinto que justificase sin mengua de coherencia la pretensión de presentar en escena a un grupo de mujeres que hablaran ante el espectador de los problemas que esta sociedad igualitaria y, en cierto modo, profeminista, plantea a la condición femenina. Del mismo modo que haya una dirección general, una oficina especial de la mujer y una cuota de participación obligatoria en la dirección de algún partido, también podría haber un aparcamiento especial para mujeres, una oficina de correos para mujeres y una comisaría especial para mujeres. ¿Por qué no? Antes había piscinas para mujeres y para hombres. Ahora podría haber comisarías para mujeres y para hombres. Si no las hay es porque ta) vez hasta ahora sólo se le ha ocurrido que las haya a Aiberto Miralles.

Una comisaría especial para mujeres sería diferente, a] parecer, de una cárcel, un reformatorio o una piscina separados. Lo antiguo es lo separado y lo nuevo es lo especial. Las preferencias de algunos consisten en invertir las tendencias: unir lo que estaba separado y separar lo que estaba unido. A lo primero se le llama tendencia igualitaria y a lo segundo compensación de diferencias. Este es el modo que muchos consideran adecuado para acelerar el proceso de igualación social del hombre y la mujer. Sólo eliminando las distancias se puede aspirar a que se llegue, en algún punto del camino, a la ansiada conjunción. Una de las protagonistas de Alberto Miraíles hace ese razonamiento para justificar la existencia de esta comisaría separada, administrada por féminas y sólo para fémlnas que sirve de pretexto a Miraíles para que un grupo de mujeres hable entre mujeres y sobre ellas.

Una comedia ligera

El espectador no tiene que discutir la tesis, más que discutible, que sirve de punto de partida. Aunque pudiera haberlo hecho, pues la misma urdimbre de la trama se presta a ello, Miralles no ideó una obra de tesis, sino de entretenimiento; no quiso persuadir, ni moralizar, ni adoctrinar, solamente entretener. Los cauces del teatro actual han prescindido de los viejos intelectualismos y de las pretensiones ideológicas. No hay apenas espacio para teatros comprometidos porque, ahora ra, es difícil, sino imposible, acertar a definir un contenido doctrinal con el que comprometerse. La desorientación general se manifiesta en el ámbito del teatro con la renuncia más que con el desánimo. Sencillamente se evita plantear la cuestión en esos términos. Miralles no iba a ser una excepción. La cárcel especial para mujeres es sólo una comedia. No hay denuncia, ni reivindicación, ni compromiso ideológico. Eso es, precisamente, lo que hace llevadera y aceptable la situación.

Así que Miralles teje su acción con otros ingredientes. Piensa en una comisaria jefe, a la que auxilian una abogada y una psicóloga, que conviven en una comisaría a la cual tienen acceso únicamente mujeres. El nudo dramático consiste en demostrar, a una posible inspección oficial del ministerio de Corcuera, que no está precisamente gobernado por mujeres, que semejante comisaría tiene una función que cumplir en una sociedad como la que vigilan los guardias del ministro. Una primera moraleja, y no menospreciable, se desprende de la obra de Miralles sobre la que tal vez debieran de meditar en el Ministerio del Interior: las mujeres de las comisarías especiales no entrarían a petardazos en los domicilios del contribuyente. No. al menos, mientras en esos domicilios habitasen mujeres. Aunque sólo sea por esa sutil diferencia, el espectador puede desear que el tratamiento especial que Miralles propone para su comisaría, se generalizase.

Tampoco es que eso impone mucho a la hora de la verdad. Es sólo el pretexto para que las mujeres hablen como tales. La abogada tiene un marido impotente. La comisaria es sorprendentemente una mujer más débil aún por fuera que por dentro, que sustituye la disciplina por el maternalismo. La psicóloga tiene poco que hacer porque la encargada de la limpieza, cargada de experiencia y de vida, resuelve con su sabiduría práctica lo que no es posible resolver mediante la aplicación de recetas de formulario psicológico.

Pasar un buen rato

Y luego están las visitantes: una drogadicta, una jubilada desatendida por su nuera y una adolescente sojuzgada por el autoritarismo materno que, según Miralles, puede ser mucho más feroz que el paterno. Y con esto basta para que el lector pueda hacerse una idea de lo que ha pretendido el autor. Con toques de vodevil mezclados con algunas reflexiones psicológicas, la acción se desarrolla con gracia. Un diálogo desigual al que no fallan momentos de lúcida comicidad, ágil y divertido, facilita que el espectador se entretenga y pase por alto los excesos y los defectos de una situación cuyos momentos más intensamente dramáticos son, a la vez, los más artificiosos. Detendré el comentario en el pasaje en que la más feminista de la representación descuelga la foto del rey para sustituirla por la de la reina. Es un golpe de efecto cómico en el que conviene reparar.

El primer acto sirve para situar personajes, crear un clima y centrar la atención del público en la incertidumbre de la posible inspección. En el segundo acto, con la aparición de la inspectora, la acción puede hacer aguas. Miralles resuelve el compromiso de una situación cuyo artificio se debe, en gran parte, al estereotipado diseño del nuevo personaje con una solución que evita el descarrío afrontando la salida sentimental y humana. Es un recurso para una escena cuyo fundamento no ha sido resuelto con la desenvoltura necesaria.

Angel Fernández Montesinos mueve en la sala del Centro Cultural de la Villa nueve actrices sobre el amplio escenario. No es un cometido fácil gobernar el gallinero, y pido perdón por haber caído en la tentación de dejarme llevar por el chiste fácil. Hay pasajes en que tiene que combinar la inmovilidad escénica de algunos personajes con la acción de los otros. El diseño de la comisaría no ofrece una buena solución al problema que ha de resolverse mediante un insuficiente juego de luces. El espectador acaba aceptando dócilmente la fórmula como también el excesivo manierismo de la inspectora, encarnada por Ana Trinidad, y la adolescente ingenuidad de Rosa representada por Blanca MarsiIlach. Muy eficaces y sugerentes María Asquerino, Pilar Bardem, Mari Paz Ballesteros y Charo Soriano.

La verdad es que no hay motivo para ser puntillosos. Mirailes no ha sido pretencioso, sino realista, y en haberse adaptado a las posibilidades de la situación reside su mejor mérito. El espectador agradece el rato, se ríe cuando se tiene que reír y, si adviene insuficiencias, pasa por ellas porque tampoco se trata de reflexionar ni de juzgar sobre las condiciones de una sociedad tan deficiente que en ella las mujeres se comportan como mujeres, incluso cuando están animadas por el impulso feminista. Se trata de pasar un rato entretenido en esta oficina a cuyo diseño, para que sirviese a una serie de telefilme, únicamente bastaría sustituir una farmacia de guardia por una comisaría especial.

Doctor en Derecho, licenciado en Filosofía, catedrático de Estilística Aplicada, Facultad de Ciencias de la Información, Universidad Complutense