Hace años se escribía en Nueva Revista: «la lejanía temporal de las cuestiones abordadas en este libro es sólo aparente. En su mayor parte aún están presentes. No hay solución válida sin tener en cuenta lo que ha pasado. Y para eso previamente hay que conocerlo».
Esas palabras vinieron a mi recuerdo ante el último libro de Gonzalo Redondo, que es el eslabón de un proceso intelectual no finalizado. Se inició con la publicación de Las empresas políticas de José Ortega y Gasset (1917-1934) en 1970, y siguió con La Iglesia en el mundo contemporáneo (1979), La consolidación de las libertades 1870-1918 (1984), Las libertades y las democracias 1818-1945 (1984) e Historia de la Iglesia en España (1931-1939) (1993).
El resultado final de este proceso intelectual será uno de los más importantes estudios sobre Política, cultura y sociedad en la España de Franco (1939-1975). Tal es el título general de la obra. El tomo I, que ahora analizamos, abarca el periodo comprendido entre 1939 y 1947: los años de «La configuración del Estado español, nacional y católico», como precisa el subtítulo.
El modo de hacer historia del prof. Redondo responde a un método de trabajo que se podría calificar como «la búsqueda de la inteligencia cultural y política de una sociedad en su raíz». Ese intento no se agota en sí. Es el punto de partida para aproximarse a los motivos del actuar humano: ¿por qué pasa lo que pasa?
Esa forma de entender la tarea del historiador se ha traducido en una consulta muy amplia de bibliografía, de libros y revistas de época y de los archivos personales y estatales accesibles, que contienen documentos primarios significativos.
Al leer a Redondo resulta muy fácil evocar a Chartier cuando escribe: «desde el archivo al documento, del documento a la narración, y de la narración al conocimiento, esto es lo que separa a la historia del borde del acantilado»; o la idea que Paul Ricoeur ha expresado de modo extraordinario: «Por medio del documento, y a través de la crítica del documento, el historiador está unido a lo que un día fue. Tiene una obligación con el pasado que hace de él un deudor».
La calidad y número de los archivos consultados y el estudio bibliográfico realizado, permiten al autor definir los conceptos que ayudan a: 1) establecer del modo más razonable los acontecimientos que sucedieron; 2) hacer inteligible históricamente el periodo estudiado; 3) identificar las ideas que influyeron en las personas que vivieron aquellos años; 4) establecer la relación de estas ideas con las circunstancias históricas, de mayor o menor densidad, que contribuyeron a que la historia de la sociedad española desde 1939 a 1947 fuera de una determinada forma.
Año 1939: fin de la guerra civil. Noviembre de 1947: percepción de la posible aceptación, a corto plazo, del régimen de Franco por la comunidad internacional. Y, durante esos años, el intento de construir un Estado, basado en una mentalidad tradicionalista, que asegurara el ejercicio de un poder personal autoritario para mantener la unidad política y cultural de una sociedad, y contribuir a hacer católica a una sociedad a la que, paradójicamente, se le negaba el ejercicio de la libertad, condición indispensable para la vida religiosa y social.
Gonzalo Redondo integra el análisis e identificación de los hechos con una interpretación cultural de la realidad. Son, por tanto, fundamentales los conceptos que se utilizan para estudiar la vida en España. Pero también esa realidad se constituye en una instancia en diálogo con el sentido de los conceptos. El libro es eco de una concepción de cultura basada en una comprensión de la persona humana abierta a la trascendencia, dotada de inteligencia y libertad; y, por tanto, causa de sí, abierta a un actuar finalizado y a la vez indeterminado.
Desde esta visión de la persona humana son analizados los hechos que el autor ha considerado significativos. Hechos situados en diálogo o referencia a las realidades que surgieron del esplendor y crisis de la cultura de la modernidad. No se debe olvidar que el primer libro de Gonzalo Redondo abordó las empresas políticas y culturales de Ortega, y que el autor se constituyó en el primer historiador español que en 1984, y en una historia universal contemporánea, hizo presente las relaciones entre la crisis modernista de la Iglesia Católica y los rasgos intelectuales más importantes de la sociedad europea a partir de 1900.
El régimen político que trató de configurar Franco constituyó, entre 1939-56, el mayor esfuerzo realizado en el siglo XX para modelar a una sociedad desde una cultura que intentaba hacer realidad el modelo de Estado de los Reyes Católicos, recreado por la mentalidad tradicionalista, y así asegurar definitivamente la unidad religiosa, nacional, social y política de los españoles. Quienes entendían que la articulación política de la sociedad española podía ser de una manera distinta estaban destinados al silencio civil. Se trató de construir un Estado español a partir de un modo particular de comprender la nación española. Estado que por ser nacional sería católico y monárquico.
A lo largo de las páginas de esta obra se trasluce el modo en que una mentalidad tradicionalista puede hacer de una visión cultural contingente la instancia última e inmutable de una sociedad, e intentar enervar el ejercicio de la libertad. Pero también se entiende cómo el ansia de libertad y el afán de poder político se encuentran de tal forma arraigados en los seres humanos que por mucho que un gobernante trate de ejercer el poder de un modo total y autoritario, es imposible impedir que personas y núcleos sociales encuentren, incluso por medio de notables esfuerzos, espacios de libertad para la acción cultural y social.
Igualmente, se pone de manifiesto que, no obstante la afirmación de buscar la construcción de la auténtica nación española, los problemas de España entre 1939 y 1947 se proyectaban sobre modos de pensar de una cultura moderna: ¿no se parecía más el Estado del General Franco al llamado Estado liberal del siglo XIX, que al configurado por los Reyes Católicos? Aquel Estado católico, ¿no era una imagen de la idea de Estado de Hegel? Y, por tanto, negador de la posibilidad de configurar una sociedad que trataba de comprenderse desde la fe católica. ¿No intentaba hacer el Estado español una «educación nacional tradicionalista» que negaba la libertad de enseñar a las personas que no veían a la nación como instancia suprema de la vida moral? Y ¿no era la falta de representatividad de las Cortes españolas de 1943 y 1946 la prueba más evidente de que las ideas políticas son imborrables en una sociedad?
El libro plantea otra cuestión: ¿qué razones llevaron a una mayoría importante de la sociedad española a identificarse, aceptar o inhibirse ante el proyecto político de Franco? Quizá, la forma en que la tragedia de la guerra había influido en el modo de pensar de los españoles, la represión posterior a la contienda, la ausencia de libertad de expresión oral y escrita, la necesidad de vivir y la ilusión de hacer una «España nueva». Se quiso romper con los siglos XIX y XX para construir un «Estado nuevo» desde la esencia del pensamiento español de la Edad Moderna. Estos factores, entre otros, hacen posible acercarse a la inteligencia de años surcados por grandes ambiciones, planteamientos intelectuales fosilizados, momentos de intensa lucha por el control del poder. En definitiva, una época de germinación de ideales o de triste y serena resistencia ante la imposibilidad de ser plenamente libre.
Su introducción consta de dieciocho páginas, elegante y densamente escritas, que, en mi opinión, son una síntesis metodológica del libro y un apunte de conclusión. Páginas en las que el autor expone el concepto de «tradicionalismo cultural» y su plasmación en la vida de los españoles. Una lectura no atenta de la obra puede llevar a confundir los conceptos. En esta hora de la historia son muy importantes los adjetivos: Franco fue un nacionalista español, tradicionalista autoritario. Y en cuanto al término «liberal» sabemos que a partir del inicio del siglo XIX hubo: liberales-constitucionales —la Constitución reconocía importantes prerrogativas al Rey— liberales-autoritarios, liberales-nacionalistas, liberales-conservadores, liberales-demócratas, liberales-organicistas y liberales-progresistas, que hoy hacen del individualismo gnoseológico y moral el punto de partida de su actuar.
El tomo que reseñamos abre un nuevo y rico filón en la inteligencia de la historia de España en el siglo XX. A partir del estudio de los hechos en su contexto cultural y cronológico, se comprenden los problemas que se plantearon y la evolución histórica de esos problemas, y se logra un discurso narrativo inteligible y depurado de visiones míticas o cargadas de subjetivismo.
Me parece importante señalar que el trabajo de Gonzalo Redondo es ajeno a ese discurso de la «normalidad o anormalidad» de la vida política española, que ha llevado a algunos historiadores a poner su hacer histórico al servicio de la recreada «tradición liberal». No está en los planteamientos de Redondo presentar al franquismo dentro/fuera de una normalidad política de la vida de España en el s. XX. Cualquier persona que lea sus trabajos con serenidad, sabe que esa preocupación le es ajena. Él busca comprender la vida de las personas y de la sociedad en unos años determinados, y desde una perspectiva cultural lo más profunda posible.
Por eso sucede que alguno de los historiadores obsesionados con el discurso de la normalidad, y que ha puesto su historia al servicio de la tradición liberal, ha escrito: «El fracaso de la Segunda República no obedeció al fracaso histórico del liberalismo sino a la radicalización de los extremos (anarcocomunistas y fascistas), que dio al traste con el proyecto de la generación de 1914» (Nueva Revista V-VI-2000:37). Basta haber leído a Azaña para cuestionar esa afirmación. Azaña, al estudiar las causas, del fracaso de la República, escribió: «En realidad, esta discordia interna de la clase media y, en general de la burguesía, es el origen de la guerra civil». Había que considerar también la división del partido socialista, la división en el Ejército, la acción de los conspiradores monárquicos, los conspiradores militares, etc. A veces pienso que del imaginario a la imaginación no hay una larga distancia.
En mi opinión, y volviendo a la obra de Redondo, uno de los aspectos que más se agradece es la excelente prosa histórica en la que el libro está escrito. Prosa que en algunos momentos recuerda el verbo brillante de Ortega y hace de su lectura un estímulo para la reflexión y el análisis de la historia de España en la segunda mitad de nuestro siglo.