VV. AA.
Aldea Poética
Editorial Opera Prima
Sistema Editorial
Madrid, 1997,196págs.
Para sentirme todo lo honesto que pretendo ser cuando describo las aventuras o prácticas literarias de otros, tengo que empezar declarando que detesto cordialmente las antologías, al igual que aborrezco a los coleccionistas de objetos. Las antologías siempre me han recordado los muestrarios de bisutería o los ejemplares de colonias o perfumes, que riegan nuestras manos a la hora de escoger aureola, creando una sinfonía de horrores olfativos en la pituitaria.
Dicho esto, apuntemos algunas salvedades. En primer lugar, la antología de un solo autor, que puede dar a conocer a lectores menos informados el conjunto de la obra de un poeta poco valorado en su día, o poner a su disposición libros ya agotados o de difícil acceso de otro suficientemente valorado. Carece del misterio del libro de poesía. Del libro elaborado en el arcano de cada escritor, donde cada poema ocupa un lugar tan delicadamente pensado e inspirado, como el lugar de cada verso en el poema. Si está bien encuadernada, la antología puede llenar dignamente unos centímetros en una estantería elegante. Salvedades ejemplares, las realizadas por el propio autor con criterios creativos, más que meramente acumulativos, como las de Juan Ramón Jiménez.
En segundo lugar, la antología de varios autores en la que alguien con talento creador o crítico reúne, en uno o varios volúmenes, a distintos poetas del pasado que representan una estética o una cultura determinadas, o bien una época histórica, todo ello con fines didácticos o meramente estéticos (Martín de Riquer). También puede tratarse de una antología de poetas actuales, que tenga el fin de clarificar o deslindar del polvo y barro lo que luego podría resultar "una generación" al uso. Ejemplo señero de este caso, la de Gerardo Diego —recientemente rememorada con acierto por Miguel García Posada-, que desbrozó del anonimato a quienes más tarde se llamarían "Generación del 27". Menos señera sería, por ejemplo, la llamada Nueve Novísimos de Castellet, antología que ha permitido prolongar más de un cuarto de siglo algunas ficciones poéticas, dando lugar a un modelo obediente, sobre todo, a razones de marketing ideológico o político.
Una modalidad de las anteriores es la que considera, en insigne verso ya hecho tópico de Gabriel Celaya, la poesía como "un arma cargada de futuro". Por ejemplo, la antología Con Nicaragua de la editorial Endymion, que reunió en su día a poetas en lengua española que apoyaban ingenuamente -me incluyo como culpable partícipe del engendro— lo que después resultó el fiasco de la torticera revolución sandinista.
Y podríamos seguir hasta agotar las posibilidades que han permitido a críticos superficiales clasificar el superabundante -en cantidad- mundo de la poesía, simplificándolo en generaciones, mediante antologías enfrentadas y contrapuestas, utilizadas como instrumento de combate por las formaciones políticas que, al parecer, precisan adornarse con la flor maloliente de poetas de cámara.
Después vendrían las "antologías al peso", tipo "Las mil mejores poesías", destinadas a lavar la mala conciencia de lectores que precisan de cierto adorno cultista. Así las cosas, bienvenida pues la enorme antología de Aldea Poética que, prologada por Gloria Fuertes, agrupa aproximadamente a doscientos poetas en lengua española y amenaza con dos mil, que son las contribuciones que dice haber recibido desde 29 países la editorial Opera Prima, convocados bajo el lema general "La Poesía Nos Une". Defiendo esta antología por una sola razón: pienso que a sus jóvenes promotores -capitaneados por la traviesa y provecta poetisa, que en el prólogo utiliza la siguiente metáfora: "El mundo es una colonia (tenemos que oler bien)"-, les mueve no el ánimo de lucro, inútil empeño por lo demás tratándose de poesía, sino el de ganar lectores para su causa fundacional de dar a conocer la obra de autores jóvenes e inéditos.
Al solicitar poemas no publicados, sin más especificación, a demasiados autores (entre los que se encuentran buenos, malos y pésimos poetas) buscando un resultado coral, olvidaron que la profunda individualidad de la que brota la creación poética impediría en cualquier caso la coherencia de conjunto que seguramente buscaban. La antología es fiel por tanto a los supuestos de cantidad y calidad ya expuestos, aunque lo bueno que pueda contener siempre brilla para el lector experto -como querría T. S. Eliot-, como "ajo y zafiros en el barro".
Es preciso destacar, en este último sentido, la brillante sorpresa de algunas voces de Hispanoamérica -entre ellas las cubanas-, que resuenan con acentos, ritmos y vibraciones hasta ahora no escuchados por nuestros pagos, quizá debido al alejamiento real entre los ámbitos trasatlánticos y los localistas de nuestra cultura, que siguen todavía bajo el influjo maléfico de la tradicional política de Juegos Florales.