Tiempo de lectura: 3 min.

VV. AA.
Aldea Poética
Editorial Opera Prima
Sistema Editorial
Madrid, 1997,196págs.

Para sentirme todo lo honesto  que pretendo ser cuando describo  las aventuras o prácticas literarias  de otros, tengo que empezar declarando  que detesto cordialmente las  antologías, al igual que aborrezco a los  coleccionistas de objetos. Las antologías  siempre me han recordado los muestrarios  de bisutería o los ejemplares de colonias  o perfumes, que riegan nuestras  manos a la hora de escoger aureola,  creando una sinfonía de horrores olfativos  en la pituitaria.

Dicho esto, apuntemos algunas  salvedades. En primer lugar, la antología  de un solo autor, que puede dar  a conocer a lectores menos informados  el conjunto de la obra de un poeta  poco valorado en su día, o poner a  su disposición libros ya agotados o de  difícil acceso de otro suficientemente  valorado. Carece del misterio del libro  de poesía. Del libro elaborado en  el arcano de cada escritor, donde cada  poema ocupa un lugar tan delicadamente  pensado e inspirado, como el  lugar de cada verso en el poema. Si  está bien encuadernada, la antología  puede llenar dignamente unos centímetros  en una estantería elegante.  Salvedades ejemplares, las realizadas  por el propio autor con criterios creativos,  más que meramente acumulativos,  como las de Juan Ramón Jiménez.

En segundo lugar, la antología de  varios autores en la que alguien con  talento creador o crítico reúne, en uno  o varios volúmenes, a distintos poetas  del pasado que representan una estética  o una cultura determinadas, o bien  una época histórica, todo ello con fines  didácticos o meramente estéticos  (Martín de Riquer). También puede  tratarse de una antología de poetas actuales,  que tenga el fin de clarificar o  deslindar del polvo y barro lo que luego  podría resultar "una generación" al  uso. Ejemplo señero de este caso, la de  Gerardo Diego —recientemente rememorada  con acierto por Miguel García  Posada-, que desbrozó del anonimato  a quienes más tarde se llamarían "Generación  del 27". Menos señera sería,  por ejemplo, la llamada Nueve Novísimos  de Castellet, antología que ha permitido  prolongar más de un cuarto de  siglo algunas ficciones poéticas, dando  lugar a un modelo obediente, sobre  todo, a razones de marketing ideológico  o político.

Una modalidad de las anteriores es  la que considera, en insigne verso ya  hecho tópico de Gabriel Celaya, la  poesía como "un arma cargada de futuro".  Por ejemplo, la antología Con  Nicaragua de la editorial Endymion,  que reunió en su día a poetas en lengua  española que apoyaban ingenuamente  -me incluyo como culpable  partícipe del engendro— lo que después  resultó el fiasco de la torticera revolución  sandinista.

Y podríamos seguir hasta agotar  las posibilidades que han permitido a  críticos superficiales clasificar el superabundante  -en cantidad- mundo de  la poesía, simplificándolo en generaciones,  mediante antologías enfrentadas  y contrapuestas, utilizadas como  instrumento de combate por las formaciones  políticas que, al parecer,  precisan adornarse con la flor maloliente  de poetas de cámara.

Después vendrían las "antologías  al peso", tipo "Las mil mejores poesías",  destinadas a lavar la mala conciencia  de lectores que precisan de  cierto adorno cultista. Así las cosas,  bienvenida pues la enorme antología  de Aldea Poética que, prologada por  Gloria Fuertes, agrupa aproximadamente  a doscientos poetas en lengua  española y amenaza con dos mil, que  son las contribuciones que dice haber  recibido desde 29 países la editorial  Opera Prima, convocados bajo el lema  general "La Poesía Nos Une". Defiendo  esta antología por una sola razón:  pienso que a sus jóvenes promotores  -capitaneados por la traviesa y  provecta poetisa, que en el prólogo  utiliza la siguiente metáfora: "El  mundo es una colonia (tenemos que  oler bien)"-, les mueve no el ánimo  de lucro, inútil empeño por lo demás  tratándose de poesía, sino el de ganar  lectores para su causa fundacional de  dar a conocer la obra de autores jóvenes  e inéditos.

Al solicitar poemas no publicados,  sin más especificación, a demasiados  autores (entre los que se encuentran  buenos, malos y pésimos poetas) buscando  un resultado coral, olvidaron  que la profunda individualidad de la  que brota la creación poética impediría  en cualquier caso la coherencia de  conjunto que seguramente buscaban.  La antología es fiel por tanto a los supuestos  de cantidad y calidad ya expuestos,  aunque lo bueno que pueda  contener siempre brilla para el lector  experto -como querría T. S. Eliot-,  como "ajo y zafiros en el barro".

Es preciso destacar, en este último  sentido, la brillante sorpresa de algunas  voces de Hispanoamérica -entre  ellas las cubanas-, que resuenan con  acentos, ritmos y vibraciones hasta  ahora no escuchados por nuestros pagos,  quizá debido al alejamiento real  entre los ámbitos trasatlánticos y los  localistas de nuestra cultura, que siguen  todavía bajo el influjo maléfico  de la tradicional política de Juegos  Florales.

Poeta y periodista