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moro.jpgLa editorial Rialp, que ya había publicado otras obras sobre Moro1, saca ahora a la luz la primera versión en castellano de una obra temprana de Tomás Moro, género en el que se inició este autor, tal como da a conocer Erasmo de Rotterdam en la carta que dirige a Ulrich von Hutten2 (cfr. p. 43), reproducida en esta obra a modo de apéndice. El libro se divide en las siguientes partes: I. El autor (pp. 1120); II. La obra, que a su vez se subdivide en seis apartados —fecha de composición (p. 22), fuentes y modelos (pp. 22-25), temática (pp. 25-27), forma y estilo (pp. 2728), tipo de texto y traducción (pp. 28-30) y en sexto lugar las referencias bibliográficas (pp. 31-33)—. Y el ya mencionado Apéndice (apartado III). Al final del libro se recogen el índice de los 281 epigramas traducidos (pp. 181184) y el índice temático de los mismos (pp. 185-186).

De las páginas que la autora refiere al autor, además de su relación con el rey Enrique VIII y su actividad profesional como lord canciller, quizá más conocidas por el público en general, me parecen destacables su sólida formación clásica y la estrecha amistad con humanistas de los Países Bajos, como Erasmo de Rotterdam y Jerónimo Busleyden, a los que dedica algunos epigramas.

El género del epigrama se acomodaba a las circunstancias del autor, que debía compaginar la atención a su familia y su actividad como abogado junto con su actividad literaria. Tres ejes temáticos principales se pueden extraer en la obra: la muerte y sus consecuencias, la libertad política de los ciudadanos y los cambios en los azares de la vida. La traductora habla de una tipología proveniente de la vida real y lo que la rodea: la muerte, las formas de gobierno y la soberanía política, la guerra, la fugacidad de lo perecedero, la mujer, la fortuna, la belleza el amor, etc. Su elección de temas explica en parte la popularidad de su poesía, que provocó ya al inicio, tres ediciones en solo dos años (p. 26).

Como señala la traductora, los epigramas de Moro, siguiendo la epigramática humanista en general, abundan en contenidos de erudición y cultura clásicas, y abordan lugares comunes de la teoría política clásica y medieval, pero su tratamiento en forma epigramática es enteramente nuevo. También es original la concepción de que la soberanía reside en el pueblo (epigramas 121 y 198), que en siglo posterior desarrollarían sus compatriotas Locke y Hobbes. Aunque haya epigramas más extensos —como el 19, que dedica a la coronación del rey Enrique VIII—, en su mayoría son composiciones poéticas breves que expresan generalmente un solo pensamiento principal con un estilo conciso y punzante (p. 28), bien alejado de cualquier untuosa adulación o autocontemplación. Un buen ejemplo de ello es el epigrama 258, en el que Moro escribe su propio epitafio.

Los primeros 18 epigramas, recogen los Progymnasmata, ejercicios pedagógicos preparatorios que pretendían ejercitar a los alumnos de traducción poética en el arte de la variatio y que eran propios de las escuelas de retórica. A lo largo de toda esta obra, se recogen composiciones sobre la avaricia, la muerte, o profesiones, como el médico (p. e., 222), el juez, vicios como el bebedor, referencias irónicas a determinados comportamientos (como el que hipotecó una granja para comprar ropa, epigrama 218).

La traductora de Moro es catedrática de Filología latina de la Universidad de Santiago de Compostela. Su buen conocimiento del mundo clásico así como su dominio de la lengua aflora en cada página de esta obra. Ante la disyuntiva de todo traductor, que oscila entre la fidelidad a la lengua de origen y a fidelidad a la lengua de destino, ella ha rechazado realizar una versión libre de la lengua original. Su traducción intenta aunar los dos polos, manteniendo el mayor grado posible la fidelidad al texto, cuando es factible, sin forzar la lengua de destino. Es una obra culta, pero no dirigida solo a filólogos ni a especialistas de estudios clásicos. Interesa a cualquier amante de la cultura clásica o de la europea.

La obra se inserta en la corriente que ha puesto de moda la traducción de esta obra de Moro a las lenguas modernas. Asimismo, es y se sabe deudora de los estudios anteriores realizados sobre la obra de este autor (de la bibliografía citada, parece Doyle el autor más frecuente; de los autores españoles, cabe citar a Fontán, Vázquez de Prada y De Silva). Moro es el mejor escritor de epigramas latinos del siglo XVI (p. 25). Por ello, la lectura de los epigramas suscita el deseo de conocer al autor (p. 25). Ahora bien, la lectura de esta traducción permite conocer a la traductora. Merece destacarse la ayuda tan certera de las 350 citas a lo largo de la obra. En ellas, Cabrillana va aclarando las abundantísimas referencias mitológicas, explicando algunas referencias recíprocas entre epigramas, traduciendo del griego los nombres propios, con frecuencia simbólicos, que Moro da a algunos personajes, o exponiendo los orígenes de la temática de un epigrama concreto (en Aristóteles, Plutarco, Marcial, etc.).

La lectura de esta obra deja en el lector el convencimiento de que si bien es cierto que el hombre ha progresado mucho en cuanto al dominio técnico, por lo que atañe a otras expresiones del espíritu humano no se puede afirmar lo mismo: los poetas de hoy no son mejores que Virgilio o que Moro; los versos de estos nos interpelan hoy, y despiertan nuestra sensibilidad, del mismo modo que pueden hacerlo contemporáneos como Lorca o Alexandre. Asimismo, esta obra corrobora que la planta de la cultura no crece aislada. Las épocas de mayor esplendor de la cultura europea han coincidido —a mi juicio de modo no casual— con épocas en que se daba una estrecha relación entre los principales intelectuales. En no pocas ocasiones el nexo de unión ha sido el interés por la cultura clásica. Una anécdota ilustrativa es la que recoge Cabrillana en la p. 24: «Cuenta Erasmo que en una reunión de literatos, entre los que se encontraba Baltasar de Castiglione, celebrada en Valladolid en 1527, un participante italiano manifestó que no se había escrito ninguna poesía de calidad más allá de los Alpes; Pietro Giovanni Olivaro lo refutó valiéndose de algunos epigramas de Moro».

A decir de Horacio, a los juristas se les perdona la mediocridad, pero a los poetas y artistas no. A quien no hubo que perdonarle la mediocridad como jurista, puesto que fue lord canciller de Inglaterra, justo es reconocerle ahora su ingenio poético de la mano de esta excelente conocedora de la cultura clásica y en especial de la Filología latina.

 

NOTAS

1 A. VÁZQUEZ DE PRADA, Sir Tomas Moro, lord canciller de Inglaterra, 3.ª ed., 1975. A. DE SILVA, Un hombre para todas las horas. La correspondencia de Tomas Moro (1499-1534), 1998.

2 Ulrich von Hutten nació en el castillo de Steckelberg, cerca de Fulda, en el año 1488. En el año 1505 abandonó el convento; realizó sus estudios en Colonia y Erfurt y entró en contacto con los círculos humanísticos. En el año 1517 el emperador Maximiliano le concedió el laurel de poeta. En las controversias de la época tomó partido a favor de la Reforma, escribiendo en latín y en alemán. En el año 1522 huyó a Basilea, habiendo sido rechazado por Erasmo, se acercó a Zwinglio, y murió en el año 1523 junto al lago de Zúrich (H. A. und E. FRENZEL, Daten deutscher DichtunChronologischer Abri der deutschen Literatur Geschichte. Band 1. Von der AnfängenbiszumJungen Deutschland, 29. Auflage, Múnich, 1995, p. 92). La obra principal de este autor (Gesprächsbüchlein) son diálogos sobre temas políticos y relativos a la Reforma y a cuestiones nacionales. El prólogo de estos cuatro diálogos está escrito en verso. Fue conocido, junto a Lutero, como uno de los escritores antirromanos de la época (ibídem, p. 100).

Profesora de Derecho Eclesiástico del Estado. Universidad Complutense de Madrid