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Celebro con todos vosotros los años que cumple nuestra revista y la buena idea de convocar un seminario aquí, en la santanderina península de la Magdalena, que nos renueve la inspirada impronta liberal, la que Antonio Fontán quiso para su revista de «política, cultura y arte». La Nueva Revista es una empresa necesaria a todas luces, si cabe más pertinente después del 2015 que en otro año inaugural de tantas novedades españolas e internacionales como lo fue 1990. Solo por los desvelos de Carlos Aragonés y Miguel Ángel Garrido, fructificados merced a la eficacia milenaria de Pilar Soldevilla, me honro con oficiar en la clausura de este curso nuestro, donde figura una nómina potente de los colaboradores de Nueva Revista cuyos méritos estaría de sobra ilustrar por mi parte en este momento.

25 AÑOS PROMOVIENDO UNA CULTURA MÁS LIBERAL

Del mismo modo que sucede con el carácter poliédrico de la noción de «liberalismo», la extracción intelectual de los intervinientes ha dado lugar a una pluralidad de visiones del mismo: la periodística, la académica, la económica, la jurídica, la filosófica. Todas ellas nos proporcionan elementos de juicio para el debate público, político, electoral, institucional, que se avecina con el giro del presente año. Se trata de dar ideas para la acción política, como ha procurado siempre Nueva Revista y logrado por veinticinco años.

Por lo demás, permítanme una no muy pudorosa confesión: hoy experimento una especial e íntima emoción, puesto que, una vez más, me encuentro con mi maestro don Antonio Fontán, alma mater de la publicación. De su mano y a su lado formé parte del consejo editorial de la revista, junto con esos amigos del mundo universitario y público, otros siéndolo de la república de las letras y los trabajos científicos, una impresionante nómina para mí, orgulloso de compartir entre ellos un consejo de altura consonante con el liberalismo, tal y como lo deseamos vigente en una civilización, la nuestra, de molde grecolatino e inspiración cristiana.

En los años de la Nueva Revista esta ha valido de referente para esa corriente liberal en nuestro país, entendida como esa filosofía política de la libertad, al servicio de una política para la libertad, como José María Lassalle apuntaba al comienzo de este seminario. Una política para la libertad que combina la propiedad, la tolerancia y la dignidad, en un juego libre para el cual existe un bien público a definir y donde la ley guarda esa misma libertad. Como señalaba Cicerón en Pro Cluentio: «Legum servi sumus ut liberi ese possimus».

LIBERALISMO EN EL ORIGEN Y FORTUNA DE NUESTRA DEMOCRACIA (Y EL PAPEL DE ANTONIO FONTÁN)

A la manera cervantina, la libertad debe ser considerada, y lo es, un bien precioso, un bien del que disfruta España desde el momento crucial para nuestro país de la transición a la democracia. La historia de la etapa fundamental de nuestra aún reciente democracia no se entiende bien sino en la perspectiva liberal (y ahí Nueva Revista ha tenido algo que ver). Evitemos el pesimismo y tengamos presente que desde 1975 España ha hecho suya la cultura de la libertad. La libertad es no solo el derecho concedido sino también el poder dado al hombre, tal y como decía Blanc, para «ejercitar, desarrollar sus facultades, bajo el imperio de la justicia y bajo la salvaguarda de la ley», y ello sin lugar a dudas lo hemos hecho nuestro. De hecho, podemos retrotraernos a las medidas palabras que pronunció el entonces proclamado rey, don Juan Carlos, ante las Cortes. En su discurso, el Rey habló de «reforma», de «ampliar la participación» y, no por último, de «concordia nacional». En la nueva época que abría para España, el pasado de conflicto y exclusión perdía el cetro, pasaba a ser lección de historia. Son palabras que marcaban el paso a una democracia, y que hasta entonces no eran queridas. Entresaco un fragmento de esa alocución determinante: «La patria es una empresa colectiva que a todos compete, su fortaleza y su grandeza deben apoyarse por ello en la voluntad manifiesta de cuantos la integramos». El Rey indicaba a todos, que la participación popular, como ejercicio de la libertad en común era el valor prevalente, por encima de otras ideas.

Estrechamente vinculado a lo que acabo de señalar es preciso que haga una breve referencia a nuestra Constitución. La Constitución continúa lo mejor de la historia liberal y constitucional del XIX, e incorpora aportaciones del constitucionalismo más avanzado de mediados del siglo xx, es una obra que reúne la doctrina disponible a la altura de 1978, son caminos francos pensados para unir voluntades.

En la superación de aquellos desencuentros históricos de los españoles, las dos Españas se reconciliaron en una, se zanjó el problema religioso y se asentaron las bases de la concertación social, y, no por último, la forma territorial del Estado. La «España oficial» se desenvolvía con la legitimidad que le faltaba en las organizaciones internacionales y de ahí rebrota la vocación americana tras su laboriosa incorporación a la Comunidad Económica Europea. Izquierda y derecha supieron desprenderse de sus máximas ideológicas que dificultaban la reconciliación. Los españoles realizaron un esfuerzo de generosidad, saludado por el mundo con no disimulada admiración.

Hoy, tan solo una generación después, tenemos un gran país y grandes cosas que llevar a cabo, si mantenemos ese espíritu fundacional adentro de España y ante una sociedad internacional más exigente y competitiva que la de entonces. Más que la sombra y tentación de los populismos, por encima de la escasez económica de la que vamos saliendo, mi experiencia me dicta que padecemos la falta crónica de un buen sistema educativo y un exceso de órdenes legislativas, siento la falta de un mayor espíritu liberal, un regreso a los comienzos de nuestro sistema de 1978. Es el romano Tácito, el historiador, quien nos aconseja: «plurimae leges pessima republica».

Precisamente cuando Nueva Revista cumplía una mayoría de dieciocho años, Antonio Fontán escribe, bajo el título «La España que nos queda», unas precisas apreciaciones con respecto a la Constitución que vale proclamar en esta hora: «La unidad nacional es más necesaria que cuando se aprobó la Constitución, España necesita recobrar el espíritu de la transición. La memoria histórica de la que tanto se ha hablado y hasta se han hecho leyes, además de un oxímoron, es querer llevar a una nación mirando hacia atrás, cuando la misma conciencia del pasado debería ser un estímulo para caminar hacia delante en un contexto mundial que tiene bastante poco que ver con el de los primeros años del siglo anterior».

Por si no quedáis del todo persuadidos por el periodista, valga el Antonio Fontán presidente del Senado, definitivamente. Cuando baja a la tribuna de oradores en defensa de la Constitución, no puedo evitar traer aquí palabras que me resultan particularmente emotivas: «Hay un texto, desconocido probablemente para muchos señores senadores, que a otros, por razones profesionales, nos resulta familiar. Es de un viejo poeta romano que vivió hace más de veintidós siglos, que dice que la concordia es un don que ofrecen a los hombres los dioses. Y hay otro de estos autores latinos, que a mí me son particularmente familiares y a los que suelo acudir como fuente de sabiduría, que dice que el consenso generalizado es la voz de la naturaleza».

La proclamación constitucional en cuya virtud se transfiere el protagonismo final a la sociedad civil, implica que el constituyente opta consciente por un concreto Estado democrático, tanto en una visión participativa del proceso político como en la visión no monista ni bipolarizada de la sociedad.

ES EL MOMENTO PARA LAS POLÍTICAS DE MÁS LIBERTAD

En el año 2003, Nueva Revista dedicaba un extraordinario de homenaje a su editor, en aquel número Miguel Ángel Gozalo escribía en un artículo, refiriéndose al Fontán director del diario Madrid, titulado «Un liberal en la redacción». Además del paralelismo que el querido Miguel Ángel plasma sobre la biografía de sir Isaiah Berlin, de Michael Ignatieff, me quedo con sus palabras finales, aplicables a toda la trayectoria, al espíritu y la impronta que Fontán quiso para su Nueva Revista, «en un siglo oscuro, él demostró cómo debe ser la vida del espíritu: escéptica, irónica, desapasionada y libre».

Es un espíritu disidente de la visión schmittiana del «amigo-enemigo», de corte siempre autoritario, y tan del gusto de cuantos —jóvenes y menos jóvenes— busquen asaltar los cielos. Concordes en la convicción de que a mayores cuotas de libertad individual le corresponderán mayores índices de prosperidad y felicidad colectivas. Para ello es necesario que, además, tengamos claro que no hay libertad sin responsabilidad consiguiente. Nuestro liberalismo entiende que la naturaleza humana se constituye a partir de creencias profundas, que llevan a valores éticos y piden actitudes en ocasiones comprometidas a defender también los derechos de los demás. En palabras de Ortega y Gasset: «El liberalismo —conviene hoy recordar esto— es la suprema generosidad: es el derecho que la mayoría otorga a la minoría y es, por lo tanto, el más noble grito que ha sonado en el planeta. Proclama la decisión de convivir con el enemigo: más aún, con el enemigo débil». Ortega llegaba a decir que era «liberal por español».

En el transcurso de estos veinticinco años, desde Nueva Revista se ha venido trabajando para que nuestras voces más destacadas en la política, la economía, las humanidades, la ciencia, la administración, expresasen cómo levantar instituciones adecuadas y liberar fuerzas creativas en el diseño y destino de su sociedad. Durante estos primeros veinticinco años, Nueva Revista ha sido una publicación de referencia para esa sensibilidad liberal, y sus artículos han sido influyentes en la opinión ilustrada de centro-derecha. «Nueva Revista se propone ser libre y plural en sus informaciones, moderna y liberal en su ideología y respetuosa con personas e instituciones, y con los principios y valores históricos del humanismo de raíz grecolatina y cristiana que distinguen a la civilización que se suele llamar occidental». Estoy convencido de que seguirá en su labor por una sociedad de progreso y bienestar más libres.

Hoy necesitamos como nunca la Nueva Revista liberal de Antonio Fontán. Estamos necesitados del antidogmatismo que él representaba, alerta hacia los que, siguiendo a Horacio, «son enemigos de la libertad el odioso poder de los tiranos y los dos vicios capitales de la avaricia y la soberbia, hervideros constantes de inquietudes».

Si la historia reciente de la España democrática no puede entenderse más que con elevadas dosis de pensamiento liberal, de la misma manera ahora es más oportuno que nunca reclamarse partidario de sus valores. A la pregunta titular de este seminario, «¿Más o menos liberalismo?», hay una respuesta clara: si nos proponemos seguir adelante como sociedad de larga historia y futuro, necesitamos más liberalismo. Si no asumimos el coste de extender el afán de libertad, acabaremos perdiéndola, rebajada en un sinfín de sucedáneos de libertad individual, desarrollo profesional y familiar, en ofertas gratuitas de prosperidad y bienestar por siempre y para todos.

En un año de elecciones generales que van a ser decisivas para la crónica de nuestro país, os propongo reclamar más que nunca políticas de libertad, las que se cifran en la defensa de la dignidad, la tolerancia y la propiedad. El liberalismo es una forma de vida. Y para ello, Nueva Revista, siempre deudora de la inteligencia y tesón de Antonio Fontán, sigue ahí, ahora gracias a la Universidad Internacional de La Rioja, como instrumento ya probado para crear opinión liberal, para despertar a quienes se sientan cada día más que menos liberales.

Doctor en Filología Clásica por la Universidad Complutense. Profesor Titular de Universidad. Autor de "Latín Lovers" y "Calamares a la romana", ambos publicados por Espasa-Calpe.