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Han salido de caza, los dos, Dido y Eneas, pero una tormenta hace que se refugien en una cueva y allí hacen el amor. Dido, la reina de Cartago, está perdidamente enamorada de Eneas pero este tiene una misión que cumplir, llegar a Italia, asentarse en el Lacio donde sus descendientes fundarán una ciudad que será la capital de un Imperio que es todavía el Imperio, Roma. No puede quedarse con Dido, tiene que marcharse a cumplir su misión. Esta historia de un amor desolado protagoniza una de las grandes obras de la literatura universal, La Eneida de Virgilio. Pero, ¿quién era este Virgilio?, ¿qué más escribió?, ¿cómo pensaba?, ¿en qué momento histórico vivió?, ¿cómo influyó la época en que vivió en su obra?

«Mientras hablamos, el tiempo, envidioso, se habrá fugado. Carpe diem, aprovecha la vida, y no te fíes ni un pelo del futuro» escribió Horacio, pero, ¿quién era este Horacio?, ¿qué más escribió?, ¿qué quiere decir realmente su carpe diem?, ¿por qué su poesía ha marcado la literatura europea durante miles de años?

Si autores como Nuccio Ordine o Irene Vallejo o Mary Beard o Andrea Marcolongo han triunfado con su relectura de los clásicos no tendrán mala pinta

Borges escribió en su Biblioteca personal sobre una de las grandes obras de la literatura universal, La Eneida, de Virgilio: «Diecisiete siglos duró en Europa la primacía de Virgilio; el movimiento romántico lo negó y casi lo borró. Ahora lo perjudica nuestra costumbre de leer los libros en función de la historia, no de la estética. De los poetas de la tierra no hay uno solo que haya sido escuchado con tanto amor. Más allá de Augusto, de Roma y de aquel imperio que a través de otras naciones y de otras lenguas, es todavía el Imperio. Virgilio es nuestro amigo. Cuando Dante Alighieri hace de Virgilio su guía y el personaje más constante de la Divina Comedia, da perdurable forma estética a lo que sentimos y agradecemos todos los hombres». ¡Ay! Me temo que ya no leemos a los clásicos ni en función de la historia siquiera, como se lamentaba Borges.

UNA GUÍA DE LOS CLÁSICOS

Al no leerlos nos estamos perdiendo mucho. Si autores como Nuccio Ordine o Irene Vallejo o Mary Beard o Andrea Marcolongo han triunfado con su relectura de los clásicos no tendrán mala pinta, pero ¿por dónde empezar?, ¿de qué van estos autores?, ¿cuándo escribieron?, ¿de qué va lo que escribieron?, ¿me van a gustar?

Para contestar a estas preguntas necesitamos una guía que nos oriente, un google maps de la literatura latina que nos dé las coordenadas con una cierta fiabilidad, y que lo haga de una forma llevadera. Porque, a pesar de lo que parezca, no hay tantas guías ni manuales de esta literatura sobre la que se asienta la cultura occidental (casi nada), y los que hay son sesudos manuales que se manejan en la universidad.

Los placeres de la literatura latina. Siruela. 2021. 140 págs. 18 € (papel); 9,49 € (digital) Traducción: Susana Prieto.

Por eso, por todo eso, por la necesidad que tenemos de los clásicos, por la necesidad de que alguien nos oriente en su lectura, como Virgilio a Dante (precisamente este 2021 estamos celebrando los 700 años de la muerte del florentino universal), es especialmente bienvenida la traducción de esta visión general de la literatura latina del gran latinista francés Pierre Grimal.

Siruela acaba de editar, dentro de su Biblioteca de Ensayo, Serie Mayor, una traducción por Susana Prieto, en 137 páginas, del librito que publicó Pierre Grimal como breve guía, como introducción a la literatura latina. El libro se editó en 1965 en Que sais-je?, esa colección de libros de tapas blancas con una franja vertical de color en el centro y una cinta del mismo color en la parte inferior. Por cierto, se sigue editando y es una estupenda colección de divulgación (ha incorporado ya el diseño y la imagen a sus portadas). ¿Por qué no tenemos algo así en España?

Pierre Grimal, catedrático de Filología Clásica en la histórica Universidad de la Sorbona, en París, fue uno de los grandes latinistas del siglo XX, representante de una generación de gigantes que sabía de todo

Pierre Grimal (1912-1996), catedrático de Filología Clásica en la histórica Universidad de la Sorbona (una de las más antiguas del mundo), en París, fue uno de los grandes latinistas del siglo XX, representante de una generación de gigantes que sabía de todo («somos enanos a hombros de gigantes», como escribió Bernardo de Chartres en el XII, «nos esse quasi nanos, gigantium humeris incidentes»).

Autor de una inmensa bibliografía especializada sobre el mundo romano, fue traductor de los grandes autores romanos –Plauto, Terencio, Cicerón, Séneca, Tácito, Petronio, Apuleyo– presidente de la Academia de las Inscripciones y Lenguas Antiguas (unas de las cinco del Instituto de Francia, fundada en 1633), autor del imprescindible Diccionario de mitología griega y romana en el que tantos estudiantes de tantas generaciones y países nos iniciamos en el apasionado y apasionante mundo de la mitología. Estamos ante uno de los grandes.

OCHO SIGLOS DE LITERATURA

A su magisterio investigador unía una labor extraordinaria de difusión desde sus biografías noveladas, como Rome devant César. Mémoires de T. Pomponius Atticus, sin traducir al español, o las traducidas como Memorias de Agripina o El proceso a Nerón, a este librito, en el que es capaz de sintetizar su conocimiento de la literatura romana de forma magistral. En él, Grimal da una visión panorámica de las etapas de la literatura latina y de los grandes autores, bueno, y no tan grandes –los importantes están todos explicados–, en seis capítulos, desde la Primera poesía (el primero) al último, cuyo título es genial, Los supervivientes pasando por La formación de la prosaLa época de CicerónLa época augusta y La época de los rétores.

Está escrito con un estilo ameno, contextualizando al autor y a sus obras, y destacando lo más relevante de una literatura que se desarrolla sin interrupción desde el siglo III a.C. hasta el V d.C. En esta privilegiada visión, percibimos cómo prosa y poesía no van de la mano ni siguen el mismo ritmo: en algunos momentos domina la expresión poética mientras que en otros la prosa ocupa el primer plano, aunque, en conjunto, prevalece la poesía.

Es magistral, por la capacidad de síntesis, la relación que hace de la época y la obra de cada autor (lo que hace que entendamos mejor las Bucólicas de Virgilio), o cómo, en una frase, nos describe al autor de una manera que nos permite entender mejor su obra: «Virgilio no contaba con las cualidades necesarias para afrontar los auditorios del foro. Tímido, torpe, de aspecto rústico, temía según nos dicen hasta la mirada de los transeúntes» (lo que recuerda al «torpe aliño indumentario» de nuestro Machado).

Y algo que hace a lo largo de todo el libro, Grimal condensa en una frase el pensamiento de cada autor, su visión del mundo, su pensamiento filosófico a partir de cada obra, por ejemplo, cuando de las Geórgicas de Virgilio escribe «pone frente a frente al hombre y la naturaleza y muestra que este es el medio físico y moral por excelencia para llevarlo a una felicidad bastante cercana a la que preconizaban los epicúreos». Hemos tenido que hacer un viaje de dos mil años y pasar una pandemia para volver a la casilla virgiliana de salida.

DEL EPICUREÍSMO AL PLATONISMO MÍSTICO

De igual manera, es capaz de sintetizar la evolución, por seguir con Virgilio, del gran poeta, «del epicureísmo al platonismo místico, que acepta la existencia de las almas que sobreviven al cuerpo. Virgilio lleva a cabo la síntesis de las principales corrientes espirituales de Roma, y muy pronto, Virgilio sería considerado como el portavoz de toda Verdad, directamente inspirado por los dioses».

«Para Horacio el Carpe diem no es tanto buscar el placer, sino descubrirlo en el simple hecho de vivir»

Es un placer leer sus páginas sobre Cicerón o lo que escribe de Horacio: explica su epicureísmo, por ejemplo, de una forma magistral: «para Horacio el Carpe diem no es tanto buscar el placer, sino descubrirlo en el simple hecho de vivir». Del poeta venusino señala la paradoja de que permaneciendo soltero toda su vida, sea uno de los poetas más maravillosos del amor, en todos sus matices, crueles o afectuosos. O cómo Horacio es la mejor demostración de que la moral epicúrea no está reñida con los valores tradicionales de Roma: moderación, sabiduría, respeto por la tradición, etc.

Del gran Séneca escribe: «es profundamente romano. La acción es el objetivo de la sabiduría, o al menos la acción sabia siempre es tomada en consideración: ¿una sabiduría que no actuase seguiría siendo sabiduría?». No se puede explicar mejor al hispanorromano (Séneca era de Córdoba).

Es extraordinaria por infrecuente, la reivindicación que hace de Lucrecio y su Sobre la naturaleza (De rerum natura), «una de las obras más admirables y sorprendentes de toda la literatura latina». Lucrecio, del que sabemos muy poco, más allá de que vivió entre el 96 y el 51 a.C., murió antes de terminar su poema, que Cicerón se encargó de publicar, casi nada. Como bien escribe Grimal: «Sobre la naturaleza de Lucrecio constituye una de las cimas de la poesía humana y, en todo caso, del pensamiento romano». Y en una frase resume una época: «Es como el grito de una conciencia humana frente a la inminente amenaza de la guerra civil».

PAPEL DE LA RETÓRICA EN LA EDUCACIÓN

Igualmente señala el papel estelar de la retórica en la educación y en la literatura romanas cuando al explicar la escuela de retórica de Rodas señala que «los nobles romanos se familiarizaron en Rodas con la teoría de la elocuencia: allí acabaría sus estudios Cicerón. El ejemplo de Rodas contribuyó en gran medida a vencer el prejuicio nacional contra la enseñanza de este artela retórica, que no tardaría en convertirse en fuente de toda cultura» (por eso no me cansaré de recomendar el Máster de Retórica de la UNIR). Se echa de menos un índice de nombres y obras, y hay algún fallo de edición (como Tibulio en lugar de Tibulo).

Todo lo que escribe Grimal hay que leerlo con la devoción debida a los grandes maestros. Era, además, amigo del fundador de esta revista, el latinista –y periodista y político y hacedor de la democracia y maestro querido– Antonio Fontán (Grimal era el Fontán francés, pero con novela), representantes los dos de esa generación de sabios de antes de la Wikipedia. Luis Alberto de Cuenca, que es uno de los últimos mohicanos, quiero decir, de nuestros últimos sabios (y miembro del Consejo de Redacción de Nueva Revista desde su fundación) debería contar sus conversaciones con los dos.

Ante un numeroso y expectante auditorio académico, mientras sacaba unas notas de su cartera –nos imaginamos esa sala universitaria de un College inglés, Winston Churchill dijo: «hoy no he tenido tiempo de preparar una intervención corta, así que les soltaré la larga». En esa broma del genial Churchill hay una gran verdad: hace falta mucho tiempo para hacer una buena síntesis, es más fácil hablar una hora sobre un tema que condensarlo en quince minutos. Es decir, hace falta saber mucho –como es el caso de Pierre Grimal– para hacer un resumen tan extraordinario como el que nos ofrece en estas páginas.

En Los placeres de la literatura latina nos hacemos una idea de la riqueza de las letras latinas, Grimal nos desentraña los secretos de esta literatura y nos hace ver su capacidad para establecer y mantener un diálogo de miles de años entre el escritor y el lector, la voluntad universal de persuasión de estas obras. Una literatura, la romana, sin la que no se puede entender no ya la literatura europea posterior, sino el pensamiento y la cultura de Occidente. Por eso, para entender nuestro mundo y entendernos a nosotros mismos, no podemos estar sin leer a los clásicos. Leer a los clásicos es un placer, leer este libro también. Los placeres de la literatura latina

Doctor en Filología Clásica por la Universidad Complutense. Profesor Titular de Universidad. Autor de "Latín Lovers" y "Calamares a la romana", ambos publicados por Espasa-Calpe.