El reto no es evitar las controversias, sino generar condiciones de diálogo

La iniciativa internacional «Mediación cultural y asuntos sociales» propone educar para la sociedad de la controversia, uno de los retos más urgentes de las instituciones educativas

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«Cousin Reginald Spells Peloponnesus» (óleo de Norman Rockwell). Licencia de Wikimedia Commons
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El proyecto «Mediación cultural y asuntos sociales» reunió en noviembre de 2022 en Washington a un grupo de expertos para debatir sobre la enseñanza de temas controvertidos y la mejora de la educación en la sociedad de la controversia. Posteriormente, han publicado un documento con las conclusiones más importantes. En lo que sigue, extractamos sus ideas fundamentales.

La controversia es un rasgo propio de la vida en una sociedad culturalmente plural. La respuesta espontánea ante esta amenaza es la huida o el ataque. Pero la controversia, aunque incómoda, es necesaria e inevitable en la sociedad y en la vida concreta de cada persona para reconstruir y actualizar el vínculo social, para evitar que las tensiones degeneren en violencia y para propiciar el bien común, que permite los bienes personales de todos.

Cuando el grupo social es homogéneo, el reconocimiento identitario no es necesario. En cambio, la diversidad de identidades despierta una sensación de no-reconocimiento por parte de aquellos grupos que se sienten amenazados. Para que la identidad dejara de sentirse amenazada, sería preciso que las otras identidades –las percibidas como amenazantes– se rindieran ante una serie de condiciones innegociables. Es la propuesta de una identidad incapacitada para entrar en controversia con nadie ni con nada. Esto lleva a una espiral de presión, censura y autocensura que puede romper el vínculo social. No parece posible un espacio común ni un vínculo social estable en un contexto en el que ningún grupo ni ninguna identidad haya cedido parte de sus elementos esenciales.

El diálogo se puede ver como deseable mientras no suponga una amenaza a la propia posición: se ha reducido su función a una cuestión meramente formal, sin su carga de verdadera búsqueda de un punto común desde las diferencias. El diálogo es sospechoso: para unos, como claudicador de las propias posiciones; y, para otros, puede llegar a ser ofensivo en la medida que cuestiona postulados percibidos como intocables.

Para abrirnos al disenso, a la posición disruptiva del otro, a la pregunta incómoda, necesitamos la contención que nace del mutuo reconocimiento. En las aulas plurales, esta tarea es el primer desafío de aprendizaje común: abolir la descalificación, manifestar el respeto por la persona, por su historia, por su comunidad, por su punto de vista. La dignidad de la persona va por delante de las ideas de la misma persona.

Comprender que la controversia es un recurso necesario para la construcción del vínculo social, lleva a dejar de verla como una amenaza a nuestra propia identidad y a concebirla como parte inextricable de nuestro ser en sociedad. Esta afirmación no implica que la controversia sea fácil. La controversia es ardua e incómoda, pero es necesaria e inevitable.

Un ejemplo lo encontramos en algunas tendencias en la esfera docente universitaria, con las dificultades de los profesores en países occidentales que se ven apartados de su posición tras expresar opiniones que determinadas minorías activistas no toleran. Se trata de una activa exclusión del disidente, por un lado; y, por el otro, de una opción por la autocensura, una componenda táctica con el paradigma oficial de estas esferas para evitar entrar en una controversia que se percibe como demasiado desafiante para la propia identidad como docente o como ciudadano.

El consumo de redes sociales incentiva esta dinámica. La percepción de la realidad se construye a partir del consumo de información que más coincide con el sesgo ideológico del usuario. Proporcionan seguridad cognitiva y confort identitario a costa de la complejidad de lo real. El otro queda sistemáticamente estigmatizado, mientras el propio desarrolla una permanente victimización. 

Pero lo anterior no responde a una lógica racional, sino a una lógica de poder, donde la convivencia social se deteriora por la generación de ganadores y perdedores en un enfrentamiento en el que al final, desde el punto de vista relacional, todos pierden.

Disentir se convierte en un tipo de violencia simbólica: Mi opinión debe ser reconocida por ti como válida por el mero hecho de ser mía, con independencia de su fundamentación en la lógica, la ciencia, la experiencia y, en última instancia, la verdad.

El dolor y el esfuerzo que conlleva todo aprendizaje y todo progreso en el conocimiento (admitir fallos, incorporar nuevos puntos de vista, corregir posiciones anteriores) resulta excesivo cuando se antepone el placer al saber.

En el ámbito de las corporaciones públicas y empresariales, la aversión a la controversia ha tenido una manifestación más pragmática, llevando a las compañías multinacionales a una adhesión táctica a las convicciones que se perciben mayoritarias entre sus públicos de interés. En el ámbito de la historiografía y de las narrativas nacionales, se extiende un presentismo que prescinde o reniega del pasado, que se revisa para que no resulte controversial con los valores establecidos de la actualidad. No solo se promueve una relectura del ayer, sino que se intenta rehacerlo. Esta tendencia ha ido produciendo un efecto péndulo, reacciones en sentido contrario, inaugurando batallas culturales de descalificación recíproca y grandes dificultades para alcanzar puntos de acuerdo.

La evasión de la controversia, en realidad, supone una paulatina erosión de la confianza, una reducción del número de relaciones sociales, la pérdida del aprendizaje desde varias perspectivas, un deterioro de la capacidad crítica, y, en definitiva, una fragilización de las propias convicciones, que frecuentemente se vuelven más rígidas. El puritanismo, la voluntad de homogeneizar la sociedad, la tentación totalitaria o el corporativismo ideológico suponen, precisamente, el retorno a un pasado que se tenía por felizmente superado. 

El amor al prójimo y este sentido de apertura forman parte de la misma identidad básica de la persona humana. El aula y la familia son lugares donde tal aprendizaje encuentra un entorno especialmente privilegiado: lugares en los que se valora lo propio, pero se fomentan las preguntas; en los que se anima a dar la opinión personal, pero se enseña a reconocer los errores y rectificar.

En la expresión pública de los pensamientos propios, cabe buscar un equilibrio entre la honestidad de decir lo que se piensa y una amabilidad para no herir a las personas que reciben mi mensaje.

Comprender parte de una escucha reflexiva. La escucha implica la humildad de saber que nadie posee toda la verdad y que el proceso de conocimiento en la búsqueda de la verdad necesita de la colaboración y el intercambio con los demás

Hay que renovar el pacto educativo entre los distintos actores: dirección de los centros educativos, docentes, alumnos y familias. Este pacto, que buscará reflejar los principios generales de la relación educativa y, en muchos casos, el ideario definido de determinadas instituciones, servirá para clarificar las expectativas y facilitar contextos de diálogo. La propia identidad tiene un carácter dinámico y abierto, es decir, necesita de controversias, de contrastes, que la lleven a progresar y desarrollarse.

En caso extremo, como recuerda Sócrates en el Gorgias, será mejor padecer la injusticia, que cometerla. 

Más información

Cultural Mediation and Social Affairs Project
Teaching controversial topics and identities in the 21st century

Imagen: Cousin Reginald Spells Peloponnesus, óleo de Norman Rockwell. Wikimedia Commons