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Joseph Ratzinger: Fe, verdad y tolerancia. Sígueme, 2005.

Joseph Ratzinger reflexiona sobre los valores de la democracia y de la tolerancia, y los sitúa y amplía en el contexto de los fundamentos de la convivencia humana. Citamos de sus palabras a continuación tal y como se recogen en el libro Fe, verdad y tolerancia, publicado por la editorial Sígueme (2005).


«El relativismo ha llegado a ser en nuestra hora el problema central para la fe. Claro que no se presenta tan solo, ni mucho menos, como resignación ante lo inconmensurable de la verdad, sino que se define también positivamente partiendo de los conceptos de la tolerancia, del conocimiento a través del diálogo y de la libertad, la cual quedaría restringida mediante la afirmación de una verdad válida para todos. El relativismo aparece así, al mismo tiempo, como el fundamento filosófico de la democracia, la cual se basa precisamente en que nadie debe alzarse con la pretensión de conocer el camino recto; la democracia viviría de que todos los caminos se reconocieran mutuamente como fragmentos del intento por llegar a lo mejor, y de que en el diálogo se buscara lo común, de lo cual formaría parte, no obstante, la competencia entre los conocimientos, que no podrían reducirse a una forma común. Un sistema de libertad tendría que ser, por su esencia misma, un sistema de posturas relativas que se entendieran unas a otras, que dependieran además de constelaciones históricas y que estuvieran abiertas a nuevas evoluciones. Una sociedad libre sería una sociedad relativista; tan solo en este supuesto la sociedad podría seguir siendo libre y abierta al futuro» (p. 105).

«La creencia en que se da de hecho la verdad —la verdad vinculante y válida en la historia misma— en la figura de Jesucristo y en la fe de la Iglesia, contemplada desde semejante perspectiva —tal como dicha perspectiva domina el pensamiento mucho más allá de las teorías de Hick—, es calificada como fundamentalismo, como verdadero ataque contra el espíritu de los tiempos modernos y como amenaza fundamental, que se manifiesta en muchas formas, contra su bien supremo, que es la tolerancia y la libertad. De esta manera, el concepto de diálogo, que en la tradición platónica y en la tradición cristiana tenía una relevancia importante, adquiere en buena parte un significado modificado. Es considerado precisamente como la quintaesencia del credo relativista y como antitético a los conceptos de “conversión” y misión: el diálogo, según la comprensión relativista, significa poner la propia posición o la propia fe al mismo nivel que las convicciones de los demás, no concederle por principio más verdad que a la posición del otro» (p. 107).

«El diálogo, según la comprensión relativista, significa poner la propia posición o la propia fe al mismo nivel que las convicciones de los demás»

«Para la teología cristiana en la India parece también obligado hacer salir de su carácter único a la prestigiosa figura de Cristo y situarla en un rango igual al de los mitos indios de la redención: el Jesús histórico (así se piensa ahora) no es sencillamente el Logos por excelencia, como tampoco lo son otras figuras de redentores que aparecen en la historia. El hecho de que el relativismo se muestre aquí bajo el signo del encuentro entre las culturas y parezca recomendarse como la verdadera filosofía de la humanidad, le confiere a ojos vistas (como ya se indicó anteriormente), en Oriente y en Occidente, un poder de impacto tal, que no parece permitir ya ninguna resistencia. El que se opone a él no solo se está oponiendo a la democracia y a la tolerancia, es decir, a los preceptos fundamentales de la convivencia humana, sino que además persiste obstinadamente en la preeminencia de su propia cultura occidental y se cierra así a la coexistencia de las culturas, que es precisamente el precepto de la modernidad. Aquel que quiere permanecer fiel a la Biblia y a la Iglesia, se siente desplazado, por de pronto, a una “tierra de nadie” cultural, y tendrá que arreglárselas de nuevo con la “necedad de Dios” (1 Cor 1, 18), a fin de conocer en ella cuál es la verdadera sabiduría» (p. 109).

«El cristianismo tuvo que aparecer como intolerable ante la amplia tolerancia de los politeísmos; más aún, como hostil a la religión, como “ateísmo”: el cristianismo no admitía la relatividad de las imágenes, ni que estas fueran intercambiables, y con ello perturbaba principalmente la utilidad política de las religiones y ponía así en peligro los fundamentos del Estado, ya que pretendía ser no una religión entre otras religiones, sino la victoria de la inteligencia que había triunfado sobre el mundo de las religiones» (p. 149).

«El cristianismo tuvo que aparecer como intolerable ante la amplia tolerancia de los politeísmos […]: no admitía la relatividad de las imágenes, ni que estas fueran intercambiables»

«¿La tolerancia y la fe en la verdad revelada son opuestas? Dicho con otras palabras, ¿la fe cristiana y la modernidad son compatibles? Si la tolerancia forma parte de los fundamentos de la Edad Moderna, entonces la afirmación de haber conocido la verdad esencial ¿no será una arrogancia pasada de moda?, ¿no será mejor rechazarla, si se quiere romper la espiral de violencia que recorre la historia de las religiones? Esta cuestión se plantea de manera cada vez más dramática en el encuentro actual entre el cristianismo y el mundo, y se va difundiendo la convicción de que la renuncia a las pretensiones de la fe cristiana de ser la verdad es la condición fundamental para la reconciliación entre el cristianismo y la modernidad» (p. 183).

«El concepto bíblico de Dios conoce a Dios como el Bien, como el Bueno (cf. Mc 10, 18). Este concepto de Dios alcanza su cota más alta en la afirmación joánica: Dios es amor (1 Jn 4, 8). La verdad y el amor son idénticos. Esta proposición —comprendida en toda su profundidad— es la suprema garantía de la tolerancia; de una relación con la verdad cuya única arma es ella misma y que, por serlo, es el amor» (p. 199).