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La inversión en agricultura y agua es una de las mega tendencias más claras para las próximas décadas. Por el lado de la demanda, el crecimiento demográfico en las próximas cuatro décadas se cifra en cerca de 2.700 millones, unos 70 millones de bocas nuevas bocas que alimentar cada año. A este impulso demográfico se le suma el progreso económico que, en una parte muy importante del planeta (mayormente China e India), está impulsando importantes cambios en la dieta, que añaden una presión añadida sobre la demanda. La FAO estimaba no hace mucho que la producción de alimentos tiene que hacer frente a un incremento del 70% hasta 2050 para dar respuesta a este incremento. Por el lado de la oferta, la agricultura es un sector, pese al constante avance tecnológico, constreñido por las limitaciones físicas del medio, el clima o el acceso al agua. No es por tanto difícil deducir los vientos de cola del sector de los próximos años.

No es por tanto difícil deducir los vientos de cola del sector de los próximos años

Sin embargo, la importancia de la agricultura sobrepasa el balance puramente económico. La economía primaria cubre nuestra necesidad más básica –la producción de alimentos–, pero también cumple una importante función en el ordenamiento y cuidado del territorio, permitiendo una articulación más sana y racional de la población. Además de esta ayuda imprescindible en la ordenación del paisaje que alguno tachará de poética, contar con un entorno rural sólido, articulado y solvente es, sobretodo, una importante reserva moral y de memoria de un país.

Hace tiempo que la literatura ha abandonado el mundo rural como tema. Sergio del Molino hizo no hace mucho una excursión interesante (véase La España vacía), aunque para el género al que me quiero referir aquí hemos de poner la vista atrás hasta el maestro Josep Pla cuando nos legó maravillas como El pagès i el seu món o El carrer Estret. En esta obra, Pla, reflexiona sobre qué significa ser agricultor, cómo se articula la vida en el campo, su moral y sus virtudes. Unas virtudes que tiene un enorme valor para el conjunto de un país aunque esto no siempre sea visible. Javier Gomá se preguntaba no hace mucho sobre quién es, en nuestro mundo cortoplacista de hoy, el encargado de pensar en el largo y muy largo plazo. Parte de esta respuesta la encontramos en la burguesía rural.

La actividad agrícola está sometida a los imponderables del clima y ligada a la tierra, es decir, imposible de deslocalizar, –los agricultores no pueden votar con los pies, como dice Bryan Caplan–, lo que genera un marco que favorece el pensamiento largo plazo y a la prudencia. Por un lado, como decíamos, porque la economía agrícola está sometido a las inclemencias incontrolables del tiempo; por otro, la empresa agrícola cubre nuestra necesidad más básica, dos elementos que invitan a la prudencia. Por eso el campo, si está bien articulado (es decir, está libre de subvenciones), tiene una actitud sanamente conservadora y constituye una reserva moral y de memorias de incalculable valor para un país. La materia, el mundo físico, la paciencia, la constancia con el paso del tiempo, o el esfuerzo son algunas de las virtudes cardinales que se desprenden de la obra planiana y también de otros burgueses rurales ilustres como el propio Tolstoi cuya obra, especialmente Ana Karenina, puede leerse como un sentido homenaje al entorno rural.

La actividad agrícola está sometida a los imponderables del clima y ligada a la tierra

La empresa agrícola está arraigada a la tierra y por extensión a la Historia de un país. Pocos perfiles dentro de la sociedad tienen un skin in the game, en feliz expresión de Taleb, tan claro derivado del propio vínculo del empresario y la tierra. Por eso no es casualidad, por ejemplo, que los empresarios agrícolas sean poco propensos a la deuda, sean pacientes y habitualmente respetuosos con las tradiciones y recelosos de cualquier constructo político con independencia de su color o signo. Muchas veces he reflexionado sobre cuál sería el cáliz de las tertulias radiofónicas de si en vez de estar pobladas por periodistas de causa, politólogos y abogados, hubiese comerciantes, tenderos, empresarios y, sobre todo, empresarios agrícolas.

Luis Torras es economista y consultor, miembro del Instituto Mises Barcelona y del Claustro Senior de Cátedra China, y autor del libro "El despertar de China".