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En el escenario, el único actor de Elsinor, espectáculo de Robert Lepage basado en Hamlet, recibe desde hace varios minutos el aplauso cerrado de un teatro entero puesto en pie. Peter Darling, el excelente actor que ha sido capaz de recitar no solo el papel del príncipe, sino de convertirse en el espíritu del padre asesinado, en Claudio, en Gertrudis, en Polonio, en Rosencrantz, en Guilderstein, en Ofelia y en Laertes, contempla al público que le aplaude y con una sonrisa amable deniega saludar una vez más. Las luces se encienden, los aplausos callan poco a poco, la magia se desvanece y al público no le queda otro remedio que abandonar la sala donde ha presenciado un espectáculo inolvidable.

Robert Lepage ha escrito y dirigido con gran inteligencia una visión absolutamente moderna de Hamlet. Su escritura ha fragmentado la sinuosa estructura original en una sucesión de monólogos (se conserva también algún diálogo en el que Peter Darling interpreta simultáneamente a dos personajes).

Su puesta en escena ha subrayado la importancia del espacio físico y fantasmagórico, tal como sugiere el título de la versión. El actor se encuentra atrapado en un mecanismo escenográfico de precisión que en perfecto movimiento se transforma para recrear el trono de Claudio, el lecho de Gertrudis, el lecho acuático de Ofelia, el barco de Rosencrantz y Guilderstein, el inútil tapiz de Polonio, el inmenso muro que acompaña a Hamlet para interponerse simbólicamente entre las acciones que debe llevar a cabo y sus propias reflexiones.

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El espectáculo que resulta de esta sucesión de escenas presenta un carácter musical, casi operístico. La importancia de la banda sonora, el cuidado tratamiento de la voz y la alternancia de voces reales y grabadas subrayan esta sensación, como también la brillantez visual y el artificio formal propios de una ópera o un concierto de rock.

Por otra parte, el empleo de videofilmaciones añade un valor cinematográfico y la yuxtaposición del actor real y el filmado refuerza la confusión entre sueño y realidad, hasta el punto de sugerirnos que Elsinor puede transcurrir por completo dentro de la cabeza de Hamlet.

La modernidad de Elsinor se manifiesta en esta fragmentación y en esta yuxtaposición de medios, en esta confusión entre el hombre real y su imagen, entre su propia voz y las voces grabadas, entre la persona y el objeto. Pero lo llamativo es que Elsinor manifiesta también una profunda apreciación de la obra de Shakespeare, en parte debida a que la obra original lleva implícitos estos rasgos de modernidad. Robert Lepage ha sabido entender magníficamente la conciencia de distintos registros dramáticos que caracteriza la escritura de Shakespeare, y no ha renunciado a ninguno de ellos al decantarse por un marco de artificio (el empleo de un único actor es fundamental en este punto) que le ha permitido ser a la vez naturalista y tópico, cómico y patético, crudo y poético, grotesco y erudito. Para ejemplarizar esta conveniencia de registros me viene a la mente la escena final de Ofelia. El actor, envuelto en gasas que son a la vez sudario y falso vestido de novia, muestra parte de su cuerpo masculino, el pecho con vello, y compone una Ofelia grotesca, que es a su vez una Ofelia patética porque el cuerpo masculino funciona como metáfora desgarrada de la inutilidad de unos atributos sexuales femeninos que no han podido retener a Hamlet a su lado; y es también una Ofelia erudita, que nos recuerda que en la época isabelina los papeles femeninos eran interpretados por hombres; y, finalmente, es una Ofelia poética, que se abisma literalmente en el manto azul de un lecho-río abstracto.

Creo que en esta unión de inteligencia y poesía, desarrollada con tan gran despliegue de medios, reside la fuerza de un espectáculo cuya visión hace palidecer el recuerdo de la reciente versión cinematográfica de Hamlet, dirigida por Branagh.

Por eso creo que el público del Albéniz, puesto en pie, no solo aplaudía Elsinor, sino también la certeza de que un teatro así sobrevivirá en el próximo milenio.

Pintor y escenógrafo