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Se trata de una sugerente obra en la línea de esos grandes ensayos que lidian con la crisis de nuestra civilización occidental. Estos ensayos, que podríamos llamar de regeneración, constituyen hoy todo un género literario con su apogeo en autores británicos de la talla de G.K. Chesterton, H. Belloc, C. S. Lewis, el cardenal Newman o Christopher Dawson.

El ámbito continental europeo tampoco quedó manco de obras análogas, como las de Etienne Gilson, Jacques Maritain, Josef Pieper, Nicolai Berdiaev. Ni tampoco España, con autores como Maeztu, García Morente, o Leopoldo Eulogio Palacios… Dentro del ámbito norteamericano este debate en forma de ensayo ha experimentado un notable crecimiento en las últimas décadas, con autores de alturas y posiciones cristianas diversas, donde podríamos destacar a John Senior, Christopher Derrick, Richard Neuhaus, David L. Schindler, G. Weigel o W. T. Cavanaugh, o el filósofo Alasdair MacIntyre –de quien toma Dreher el concepto de “opción benedictina”,  junto a Benedicto XVI-.

«La opción benedictina», de Rod Dreher, (Encuentro), 312 págs.

Hay dos rasgos que Dreher comparte con algunos de los autores anteriores, uno es el de ser converso a la fe, lo cual se percibe en su rechazo de las medias tintas y componendas. Otro es el de no ser católico, sino ortodoxo, como tampoco lo era un C. S. Lewis, o lúcidos autores coetáneos como W. Cavanaugh o Stanley Hauerwas… Pero estamos ante un ortodoxo nostálgico del catolicismo, como reza el propio título de su obra, basada en San Benito, Benedicto XVI y MacIntyre. Por cierto, según nos reveló Dreher en conversación personal, MacIntyre no le hizo ningún caso cuando le envió el libro, más allá de un escueto agradecimiento lamentando no tener tiempo para leerlo.

La opción benedictina es un ensayo lúcido, ágil y profundo, propio de un escritor bregado en diversos medios periodísticos, que no nos dejará indiferentes. Es evidente que no estamos ante un libro corriente, como demuestra el debate que ha generado en EEUU y en los muy diversos países a cuyas lenguas ha sido traducido.

En su primera parte, más teórica, diagnostica que estamos ante la mayor crisis religiosa por la que ha atravesado nuestra civilización cristiana desde la caída del Imperio romano. La subsiguiente crisis cultural y educativa, social, moral, y por supuesto espiritual, no solo es externa, también se ha contagiado a las propias iglesias, órdenes y conciencias cristianas.

Esto último se constata, por ejemplo, en colegios cristianos que ya no forman sólidamente en la fe y virtudes cristianas sino en una tenue mescolanza de valores ético-sociales; en cristianos, o movimientos, que no aceptan la doctrina eclesial pero que se arrodillan ante los nuevos dogmas progresistas; padres que dejan que sus hijos sean (de)formados por Internet, etc.

La obra tiene de pesimista lo que pueda tener el diagnóstico de un médico ante una grave enfermedad

En cuanto a las numerosas críticas vertidas sobre el libro, más de una peca de cierta caricaturización de la obra para así facilitar unas objeciones algo apriorísticas. Estas críticas fundamentales podrían resumirse en dos: pesimismo y “guetización”.  La obra de Dreher no es un canto de cisne pesimista ante la crisis de nuestra civilización cristiana. La obra tiene de pesimista lo que pueda tener el diagnóstico de un médico ante una grave enfermedad. Dreher no es pesimista, pero tampoco cae en ese optimismo bobalicón con el que algunos cristianos confunden la esperanza.

De hecho, es fundamentalmente positiva porque es propositiva, ya que es una constante invitación a la acción y a la contemplación –que como señalaba Aristóteles esta última es una de las más altas formas de praxis y no digamos Santa Teresa-. Pero también porque además de un diagnóstico, a mi juicio realista, nos propone una terapia.

Una terapia que no consiste en grandes panaceas de reformas sociales o políticas, sino en una solución humilde y a la vez magnánima: recuperar y fortalecer nuestra fe a través de comunidades activas, comenzando por poner a Dios en el centro de nuestra vida y de nuestra familia.

Si logramos esto, con cierto método, método y estrategia “benedictina”, todo lo demás se nos dará por añadidura, pues ese centro en Dios y en la vida litúrgica, de comunidad, sacramento y oración, contribuirá a regenerar de dentro a afuera nuestra propia persona, familias, comunidad y finalmente a nuestra sociedad, como por desbordamiento y contagio.

Algo similar a lo que hizo San Benito en aquel turbulento periodo de dominación bárbara tras la caída de Roma. Él no buscó regenerar directamente la cultura clásico-cristiana –al estilo del monje Casiodoro-, ni siquiera fundar una orden milenaria, él buscaba simplemente a Dios, pero este fue el modo por el que Europa reencontró sus raíces greco-romanas y cristianas y por el que aquellos rudos bárbaros invasores fueron puestos literalmente de rodillas por monjes indefensos cuya única arma fue la religión del amor.

En su dimensión de ensayo teórico, este libro es una llamada a abrir los ojos, a despertar contraculturalmente ante uno de los más graves problemas de nuestro tiempo: el del nuevo secularismo. Este proceso de secularización ha ido extendiéndose durante toda la Modernidad hasta nuestra época postmoderna, o Modernidad líquida, donde el secularismo se ha vuelto crítico, crónico y viral. Este pensamiento secularista ha adoptado la forma de una potente ideología transversal, o de “religión secular”, de acuerdo con Dalmacio Negro.

El advenimiento de este hecho en forma de despotismo fue previamente profetizado por diversos intelectuales que, cual nuevas “casandras”, fueron desoídos y que gozan hoy de renovada actualidad. Destacan aquí Tocqueville o también nuestro Donoso Cortés, quien nos previno sobre el futuro advenimiento del “despotismo más gigantesco y asolador de que hay memoria en los hombres” y en el que se desembocarían tanto el liberalismo como el socialismo.

Como advirtió Chesterton, el peor peligro contra el cristianismo no vendría de Moscú, sino de Manhattan

Un despotismo democrático que se vuelve prácticamente invisible, de ahí que Tocqueville nos lo describa como indoloro, benigno, suave, paternal… Un despotismo mucho más temible en lo espiritual que cualquiera de los anteriores porque acaba por someter los espíritus desde dentro, sin limitarse a una coacción externa. Como advirtió Chesterton, el peor peligro contra el cristianismo no vendría de Moscú, sino de Manhattan… Esto lo ha analizado lúcidamente Patrick J. Deneen, amigo de Dreher y profesor de Notre Dame en su obra: ¿Por qué ha fracasado el liberalismo? (Rialp, 2018).

Pero volviendo a Dreher, su opción benedictina no consiste en fabricar un arca de Noé, o recluirse en una suerte de poblado “amish”, como han caricaturizado algunos críticos. Dreher no propone crear guetos cerrados, ni mucho menos sectas o movimientos religiosos autorreferenciales, sobre lo cual nos previene acertadamente. La propuesta de la opción benedictina es mucho más rica y compleja que todo eso, para lo cual les remito a la lectura directa del libro. En cualquier caso, creo que podemos convenir en que es una opción urgente y necesaria, tanto en EEUU como en Europa. Tampoco conviene olvidar que la opción bendictinta nos remite a un santo, más que a una estrategia como tal. La opción benedictina toma como referencia la santidad, o incluso a santos de carne y hueso, como el propio San Benito.

Una cuestión que también puede llamar la atención al lector hispano es el fuerte sabor ecuménico del libro ya que está dedicado a los cristianos tradicionales, pero a los de las distintas confesiones, e incluso con ciertos guiños al judaísmo. Aunque se trata más bien de una praxis ecuménica que aflora en las propias experiencias analizadas como ejemplos de opción benedictina, varias de ellas bajo el común denominador de constituirse en uniones de comunidades cristianas de convivencia y diálogo –de unir fuerzas– frente al enemigo común del secularismo descristianizador (norteamericano), pero sin confundir los credos.

Junto al haber del libro también procede señalar algún debe, para lo cual me centraré más bien en algo que no dice. Algunos críticos han señalado que Dreher da por perdida la batalla de la evangelización en la vida pública, crítica que quizá tenga fundamento. Pido disculpas por la autocita, pero cuando comencé a leer la propuesta de Dreher, a quien desconocía completamente, me sorprendió el hecho de que cinco años antes propuse como posible antídoto a nuestro secularismo precisamente la necesidad de un “modelo benedictino”, consistente en crear comunidades cristianas para preservar la vivencia de la fe, para lo que tomaba asimismo como referencia a Benedicto XVI –y por tanto a san Benito- y a MacIntyre.

Esta propuesta la introduje en una conferencia que fue publicada en el libro Escribir en las almas[1], (2014). Pero junto a esta llamativa coincidencia con Rob Dreher, añadí entonces la necesidad de complementarlo el “modelo benedictino”con otra opción que denominé: “modelo paulino”, basado en San Pablo, apóstol de los gentiles.

Un modelo u opción menos universal y más limitada quizá a determinados cristianos, o comunidades, llamados a llevar la fe a la vida pública. Ello en sus dos modalidades: cristianizar las estructuras seculares de la vida social, y/o vertebrar y potenciar la dimensión pública de las diversas opciones benedictinas cristianas. Por eso, en el texto antes citado señalaba que: “…ante los desafíos de evangelización que plantea la sociedad contemporánea parece plausible combinar, de muy diversas y plurales formas, el método benedictino de expandir oasis de comunidades cristianas, con el método paulino de ir a los gentiles siendo «sal de la tierra», «luz del mundo», «fermento en la masa»». Un ejemplo de ello, es el papa emérito Benedicto XVI. Otro ejemplo actual de esta “opción paulina” podría ser el movimiento “Word on Fire” del Obispo de Los Ángeles Robert Barron, cuyos vídeos sobre el catolicismo tienen más de 20 millones de visitas, y cuyo libro Encender fuego en la Tierra (Rialp, 2018) conviene conocer. Ambos modelos: el benedictino y el paulino no solamente son complementarios sino recíprocamente necesarios en una especie de círculo virtuoso, como la vanguardia y retaguardia de esta batalla cultural. Quizá el alcanzar fórmulas de armonización entre estos dos modelos sea una de las cuestiones acuciantes que nos plantea el reto del nuevo secularismo y de la nueva evangelización.

[1] P. Sánchez Garrido, “Religión, Libertad y esfera pública. Un enfoque desde la Filosofía Política Contemporánea”, en M. Herrero, Escribir en las almas. Estudios en homenaje a Rafael Alvira, Eunsa, Pamplona, 2014, pp. 816 y ss.

Profesor de Filosofía Moral y Política de la Universidad San Pablo - CEU.