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El vocablo inglés woke ha pasado a estar cada vez más presente socialmente, especialmente en el contexto norteamericano -de donde proviene-, si bien está aumentando su presencia en el espacio europeo e hispánico. No obstante, abundan las dudas sobre su significado, pues según una encuesta del año pasado en Reino Unido -elaborada por el King’s College- los entrevistados no tenían claro si se trataba de un término elogioso (26%), o insultante (24%), mientras que más de la mitad de los entrevistados desconocían su significado. Una contradicción más aparente que real porque el término es reivindicado por unos como signo de avance social en defensa de minorías identitarias históricamente agraviadas, a la par que es denostado por otros, como una nueva tiranía que somete a la dictadura de una “corrección política” asfixiante bajo condena de “cancelación” -o muerte civil- del discrepante. En cualquier caso, la polarización está servida.

Lo woke no alude a una sola sino a varias ideologías, con la particularidad de estar alineadas con un discurso progresista de izquierdas

Por tanto, vamos a intentar arrojar algo de luz sobre esta cuestión comenzando por los aspectos filológicos y concluyendo por los filosóficos. Su significado literal equivale al pasado simple de la palabra “despierto” en el inglés de los afroamericanos estadounidenses -African-American Vernacular English (AAVE)-; aunque su raíz verbal también se emplea desde hace décadas con la expresión compuesta “stay awoke”: permanece despierto; o también “great awokening” -gran despertar-.

Pero el término simple woke ha experimentado un auge, principalmente desde 2010, para aludir entre sus defensores a un necesario “estado de alerta” o de despertar ideológico frente a las discriminaciones y prejuicios raciales, que se ha extendido “interseccionalmente” -en la terminología woke– a las cuestiones llamadas de género, del colectivo LGTBI, vinculándose a su vez todos estos temas con una nueva “justicia social”, muy lejana ya de la cuestión social obrera, o del subdesarrollo económico.

Pero este movimiento, lejos de limitarse a un pasivo “estado de alerta”, conlleva un intenso activismo social, normalmente movilizado desde grupos sociales o de presión –como el movimiento Black Lives Matter (BLM)-, especialmente en calles, redes sociales, medios de comunicación, cines, universidades, empresas (woke-capitalism) o despachos gubernamentales y de organismos internacionales. Todo ello orientado a promover un cambio social efectivo en retroalimentación con su trasposición en políticas públicas nacionales e internacionales.

No alude, por tanto, a una sola sino a varias ideologías, con la particularidad de estar alineadas con un discurso progresista de izquierdas. Por lo que más que una ideología stricto sensu, se trataría de un movimiento para-ideológico, es decir, de un movimiento social llamado a potenciar y vertebrar “interseccionalmente” las estrategias de determinados planteamientos o contenidos ideológicos (progresistas) para maximizar su efectividad social y política, minimizando a su vez las posibilidades de disidencia -o “cancelando” a sus disidentes -.

Asimismo, es frecuente referirse a este término como “ideología woke”, así como “movimiento”, “cultura”, o incluso como “filosofía”. Ciertos críticos la asocian igualmente a una especie de “religión” laica -o laicista-, en el sentido que han atribuido diversos autores como George Steiner o Dalmacio Negro a los movimientos ideológicos contemporáneos. No olvidemos que la presencia de lo religioso en la esfera pública ha venido siendo mucho más intensa en EEUU que en el contexto europeo, si bien dentro de un esquema fundacional de libertad religiosa y de expresión que pretende “superarse” desde los planteamientos woke, en cierta mímesis con antiguos confesionalismos estatales.

En el extremo de las posiciones críticas, se asocia este movimiento con cierto sectarismo neo-inquisitorial, o fanatismo ideológico propio de una “woketopia”, neologismo que recuerda el carácter utópico, o más bien distópico, con el que se impusieron determinadas ideologías totalitarias en el pasado, justificando sus sacrificios de libertad precisamente en aras de nobles ideales como el de progreso, justicia o equidad. Otros elementos proto-distópicos que se asocian al fenómeno woke serían: el de la revisión ideológica de la historia y del canon de obras del cine y la literatura, así como la creación de un nuevo lenguaje –“neolengua”- o jerga de términos cargados ideológicamente; o el señalamiento de los disidentes como enemigos a los que odiar en las redes, a través de las llamadas “shitstorms” (literalmente: “tormentas de mierda”) o linchamientos digitales -algunos de los cuales han devenido en suicidio-. Sin olvidar la muerte civil que supone la “cultura de la cancelación”. Todo ello, elementos que pueden encontrarse en novelas distópicas como 1984, Un mundo feliz, o Fahrenheit 451.

No es lo mismo defender la equidad racial que defender la “teoría crítica racial”, o no es lo mismo defender la causa de la mujer que (tener que) defender necesariamente la versión queer sobre el género

Pero cierta precaución que señalan varios de sus analistas es la de distinguir entre los asuntos morales que hay detrás de estos movimientos -su fondo- (anti-racismo, defensa de la mujer, o de las personas LGTBI, etc.) y el carácter más o menos impositivo con el que estos eventualmente se defienden desde el mismo -sus formas-. Así como la distinción entre estas causas morales y las particulares versiones radicalizadas de anti-racismo, o de feminismo, que los activistas woke eventualmente defienden, tales como la “teoría crítica racial”, o el feminismo queer, respectivamente. Efectivamente, no es lo mismo defender la equidad racial que defender la “teoría crítica racial”, o no es lo mismo defender la causa de la mujer que (tener que) defender necesariamente la versión queer sobre el género.

De hecho, hay encendidos debates o pulsos incluso en el seno del feminismo progresista sobre determinadas interpretaciones queer, (véase la polémica Martha Nussbaum vs. Judith Butler, o las argumentaciones de Amelia Valcárcel). El caso de la autora de Harry Potter, J. K. Rowling, que sigue canceladísima y bajos constantes amenazas de muerte, tiene mucho que ver con su defensa en un tweet de un feminismo centrado en el sexo femenino, lo cual le valió la etiqueta homofóbica de TERF (feminista radical trans-excluyente). La identificación entre una cuestión moral y alguna de sus versiones ideológicas se torna más problemática cuando se considera que discrepar de dichas versiones de feminismo o de racismo, supone oponerse u “odiar”, a la mujer, o a las personas negras; problema extensible respecto a las personas LGTBI y otras minorías.

De hecho, también están surgiendo otras versiones  ideológicamente exacerbadas de causas nobles como las de los derechos de las personas con discapacidad. En este sentido, ha surgido la “teoría crip” -del término inglés “crippled”, que significa tullido-, una variante de la “teoría queer” pero aplicada a la discapacidad, en función de la cual no habría “personas con discapacidad” sino personas con “diversidades funcionales”, como tampoco hay “enfermedad” sino “condición de salud”, etc. Todo ello hace necesario combatir las concepciones “capacitistas” del “cuerpo normativo” mediante un activismo que comienza por un “salir del armario crip”, combatir el lenguaje contrario, movilización social, etc. Así, una discapacidad física -como sordera, ceguera…- no tiene ya base biológica, sino que pasa a ser un rasgo, incluso positivo, de identidad, deviniendo sus eventuales dificultades en un asunto de justicia social. Consecuentemente, la mera designación “discapacidad”, o “enfermedad”, podría pasar a considerarse una expresión de odio hacia dicha identidad.

Pero esto no es nuevo, en el año 2002 el diario El País -nada sospechoso de conservadurismo-, bajo el título “Sordera de encargo” editorializaba como “aberrante” el hecho de que una mujer sorda de EE.UU. hubiera escogido a un donante sordo en su inseminación artificial para así aumentar las probabilidades de que su hijo fuera igualmente sordo, en la convicción de que ser sordo no era ninguna enfermedad o discapacidad, sino algo positivo. Días después, una airada representante de la Confederación Nacional de Sordos replicaba en el mismo diario: “¿Qué es lo aberrante, que por un cálculo de probabilidades resulte sordo? Entonces, ¿lo aberrante es que ellas, y nosotros, pensemos que ser sordo es algo positivo, al menos tan positivo como puede serlo ser negro o blanco, mujer u hombre, heterosexual u homosexual? Porque, efectivamente, eso es lo que pensamos.” (F. Pino, “¿Sordera de encargo?”, El País, 22.4.2002). De este editorial sobre un hecho que entonces tildaba de aberrante y huxleyano, probablemente hoy se desdeciría el mismo diario que lo publicó, y, ni que decir tiene, de la crítica añadida de que la pareja en cuestión fuera de lesbianas, ya que según el editorial ello suponía: “privar al niño de una de las dos referencias, masculina y femenina, que conforman la estructura psíquica del ser humano. Algo que plantea dudas de legitimidad.” (“Sordera de encargo”, El País, 10.4.2002).

REVISIONISMO HISTÓRICO

Uno de los ámbitos de las polémicas woke se refiere al revisionismo histórico sobre los colonialismos, o al esclavismo norteamericano, con el subsiguiente derribo o ataque a las estatuas de Colón, san Junípero Serra, Cervantes, o de pa­dres fundadores norteamericanos como George Washington o Thomas Jefferson. En cuanto a la revisión del canon de gran­des obras del cine y de la literatura, ha llevado a la cancelación total o parcial, de numerosas obras, afectando a autores clási­cos como Platón, Aristóteles, Kant, Dante, Shakespeare, etc.

La Academia de los Oscar ha abierto cierta polémica woke por la aprobación de nuevos criterios para la concesión de mejor película a partir de 2025

Por supuesto, también a películas como Lo que el viento se llevó, retirada de la plataforma HBO, y Canción del Sur, reti­rada de Disney, por su «racismo sistémico». La Academia de los Oscar ha abierto cierta polémica woke por la aprobación de nuevos criterios para la concesión de mejor película a partir de 2025, a saber: al menos un protagonista que no sea blanco; 30% de personajes secundarios mujeres, minorías LGBTQ o discapacitados; o que el tema de la película trate sobre alguna de estas minorías; criterios extensibles a los equipos de pro­ducción de las películas. La polémica en películas de Disney lleva tiempo abierta y se ha agudizado al introducirse una es­cena lesbiana en Buzzlightyear –última entrega de Toy Story–, así como por la batalla del gobernador anti-woke de Florida por retirar a Disney sus privilegios fiscales en dicho estado.

Otra polémica anti-woke, protagonizada por el goberna­dor de Florida, además de la ley para impedir hablar sobre identidad de género en las escuelas a niños menores de ocho años, fue su rechazo a reconocer el primer puesto en una competición de natación femenina a una persona transexual, a cuya holgada victoria se opusieron igualmen­te sus competidoras –encabezadas por la medallista olím­pica E. Weyant–, que propusieron un podio alternativo al considerar una victoria injusta la de L. Thomas.

La American Library Association señala que, durante 2021, se retiraron 729 obras en bibliotecas públicas de EE.UU. Entre los libros más censurados está «Un mundo feliz», de Huxley, así como «Matar a un ruiseñor», o «El guardián entre el centeno»

Recientemente, el informe de la American Library Associa­tion relativo a las obras censuradas en bibliotecas públicas de Estados Unidos durante 2021, señala 729 títulos retirados. Entre los libros más censurados en EE.UU. está paradójica­mente Un mundo feliz, de A. Huxley, así como Matar a un ruiseñor, o El guardián entre el centeno, De ratones y hombres, de John Steinbeck. Es cierto que entre los motivos de censura también contempla su potencial influencia perjudicial sobre niños y jóvenes al contener  sexualidad, violencia, o drogas, lo cual apunta a cuestiones fuera de este análisis. Pero también hay libros infantiles o juveniles retirados por promover o ata­car la visión sobre el género LGTBI; por problemas raciales, como en la quema de libros de Tintín en el Congo en colegios de EE.UU. Pero lo que es  inequívocamente relevante para nuestro tema es la prohibición, censura o incluso destrucción, de libros para el público adulto por su contenido sexual, por lenguaje ofensivo, por oponerse al movimiento LGTBI, etc.

EL CALDO DE CULTIVO DE LAS UNIVERSIDADES

La Universidad también está en el ojo del huracán woke, pues para muchos el caldo de cultivo de esta mentalidad se ha coci­nado lentamente en aulas, cursos y publicaciones académicas, con la promoción de teorías posmodernas y de la teoría crítica, primero, y la teoría crítica racial, o del feminismo de tercera ola y la teoría queer, en las últimas décadas. En cualquier caso, son numerosas las polémicas suscitadas a partir de la cancela­ción de profesores por denuncias de colectivos woke, las cuales van desde un chiste supuestamente misógino –«woke joke»–, como el que puso al Nobel de Química Tim Hunt (University College, Londres) en el punto de mira; o el caso del célebre profesor John Finnis de las Universidades de Notre Dame y Oxford, por supuestas afirmaciones homofóbicas (véase su ar­tículo Law, Morality, and Sexual Orientation, 1994).

Asimismo, ciertas universidades de EE.UU. están siguiendo a rajatabla la aplicación del programa woke aplicando la «teoría crítica ra­cial» a través de comités de «Diversidad, Equidad e Inclusión» e impartiendo programas con cursos y talleres obligatorios de «sensibilización racial», como narra Jodi Shaw, del Smith College de Massachussets. En ellos, se le obligaba a confesar su «privilegio blanco» y a exponer actos de racismo llevados a cabo en su vida, así como a superar los prejuicios de la «blan­cura» (whiteness), o a evitar la «apropiación cultural» por parte de los blancos (como disfrazarse con elementos de otras cultu­ras, cantar hip-hop, o incluso llevar trenzas).

La propia negativa a participar en estos cursos –muy frecuentes en grandes empresas–, o a confesar dentro de ellos sus supuestos antecedentes biográficos racistas, se­gún afirma Shaw, era interpretable como un caso de «fra­gilidad blanca» y como una agresión racial, con la conse­cuencia del despido. También en colegios y universidades se están creando lo que en terminología woke se denomina «espacios seguros», lugares reservados para la autoafirma­ción identitaria de miembros de un grupo racial (A. Barro, «Doctrina «woke» (I): fundamentalismo identitario y hos­tilidad racial en los campus de EE.UU.», 2021; y «Doctri­na «woke» (II)» en El Confidencial).

CRECIENTE POLARIZACIÓN SOCIAL

La situación viene generando una creciente polarización so­cial, por lo que incluso referentes progresistas negros como Barack Obama han mostrado sus reticencias ante los excesos dogmáticos del movimiento woke, si bien otros líderes, como el británico Boris Johnson, que se ha mostrado muy crítico e incluso sarcástico en otras ocasiones contra los snowflakes –copitos de nieve, en la terminología anti-woke–, ha defen­dido más recientemente que no hay nada malo en ser woke, cuando le preguntaron por el presidente Biden.

Trump se convirtió en todo un icono anti-woke, lugar que en la actualidad está asumiendo Elon Musk, con sus críticas a Netflix y Twitter por su deriva woke y la reciente compra de esta última para, según él, garantizar en ella la libertad de expresión

Ni que decir que el anterior presidente Donald Trump se convirtió en todo un icono anti-woke, posición que en la actualidad está asu­miendo el empresario Elon Musk, con sus críticas a Netflix y Twitter por su deriva woke y la reciente compra de esta última, para, según él, garantizar en ella la libertad de expresión. Cier­tamente, hay una fuerte polémica sobre los criterios ideológi­co-morales que aplican redes sociales como Twitter, YouTube, o Instagram, para censurar cuen­tas o contenidos de sus usuarios.

Una manifestación de esta polarización fue la famosa car­ta abierta de 2020 por parte de intelectuales, escritores y periodistas de talante liberal –como Noam Chomsky, F. Fukuyama, o la propia J. K. Rowling– denunciando el cli­ma reinante de rígida falta de libertad y de cancelación. Aun­que una contracrítica es que el movimiento contra-woke lo que ha hecho es criminalizar o ridiculizar una serie de pro­testas legítimas que además estaban consiguiendo recupe­rar la importancia de cuestiones morales en la vida pública (véase, Lucía Lijtmaer, Ofendiditos, Anagrama, 2019).

En cuanto a la raíz de la filosofía woke, mientras que para algunos autores se trata de una mayor toma de conciencia pública de problemas sociales, para otros autores, como Jordan B. Peterson, se trata de un discurso que llama a una nueva lucha de clases, cuya raíz última está en el denominado marxismo cultural o izquierda identitaria. Por su parte, el filósofo John Gray ha comparado a los activistas woke con los bolcheviques comunistas de 1919 -viendo raíces comunes en los milenarismos medievales y en el anabaptismo radical- (J. Gray, “The woke have no vision of the future”, Unherd, 2020). En este mismo sentido, el autor James Lindsay considera la cultura woke como una fusión entre marxismo cultural y posmodernismo, bautizándolo como un “leninismo 4.0”, en continuidad con los de Lenin, Stalin y Mao -especialmente el de la “Revolución Cultural”-; y a su vez ha creado el sitio web New Discourses para su análisis ideológico.

EL LENGUAJE, CAMPO DE BATALLA

Como buen posmodernismo aplicado, la “filosofía woke” se nutre de presupuestos existencialistas de Foucault, Derrida y Lyotard, así como de otros planteamientos constructivistas desde los cuales se cuestiona la idea de realidad, esencia, o naturaleza de las cosas -especialmente de naturaleza humana-, borrándose las fronteras entre los conceptos y en última instancia la verdad. Todo es objeto de construcción social y por tanto de de-construcción y de re-construcción, haciendo del lenguaje un campo de batalla, ya que este es una mera expresión del poder ideológico. También cabría recurrir a la teoría de Scheler sobre el “resentimiento en la moral” para explicar su peculiar filantropía basada en un cierto resentimiento, que además no sabe perdonar, como ha señalado Remi Brague.

Incluso en padres del liberalismo clásico, como John Locke podemos encontrar gotas de intolerancia respecto a determinados grupos sociales que se consideran peligrosos

Otra línea de analistas, apuntan en cambio a su posible origen en el liberalismo progresista, o a en todo caso a un origen híbrido como alianza estratégica entre el liberalismo progresista y el progresismo de izquierdas, para lograr así una mayor “interseccionalidad” en la aplicación de lo que Anthony Giddens denominó “agenda progresista”. No olvidemos que incluso en padres del liberalismo clásico, como John Locke podemos encontrar gotas de intolerancia respecto a determinados grupos sociales que se consideran peligrosos. En su Ensayo sobre la tolerancia, respecto a los católicos -a los que denomina despectivamente “papistas”-, Locke considera que “no se les debe tolerar que propaguen sus opiniones” para lo cual cabe emplear todos los medios necesarios ya que “como ocurre con las serpientes, nunca puedes prevenirte contra el veneno que esparcen usando medios amables”, señalando algo después en alusión al eventual empleo de métodos crueles contra los católicos que “menos que nadie pueden merecer piedad” (J. Locke, An essay concerning Toleration, 1667). Un argumento similar de que no cabe tolerancia para ciertos grupos fue aplicado por la teoría crítica de Herbert Marcuse a los movimientos de derecha. Como afirma en su Tolerancia represiva (1965): “Liberar la tolerancia, en consecuencia, significaría intolerancia contra los movimientos de derecha y tolerancia de los movimientos de izquierda”.

Pensadores de la tradición de la libertad, como Benjamin Constant, Alexis de Tocqueville, o John Suart Mill, ya nos advirtieron sobre el peligro de la tiranía social de las mayo­rías. Aunque, en este caso, se trataría de una tiranía de las minorías; o mejor dicho, de quienes se erigen en sus representantes y defensores. Cuando el tirano forma parte la sociedad, esta puede ejercer una tiranía más peligrosa con­tra la libertad que la opresión política porque esta tiranía puede penetrar hasta la médula social y extenderse hasta las ideas, el corazón y el alma de toda la sociedad.

Profesor de Filosofía Moral y Política de la Universidad San Pablo - CEU.