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Ciento cincuenta personalidades del mundo de la cultura han firmado una carta abierta en la revista Harper’s, en la que protestan contra la cancel culture o «cultura de la cancelación» y otros fenómenos que limitan la libertad de expresión. En dicha carta, llaman la atención tanto algunas ideas explícitas, como otras que se infieren, tanto de lo expresado como de la nómina de los firmantes.

El primero de los temas relevantes es la propia necesidad de la carta abierta: la existencia de un ambiente en el que la libertad de expresión está amenazada. Este es sin duda el punto de partida de toda polémica, si tal debate existe. Además, es uno de los principales argumentos de quienes se oponen a estas protestas, pues, frente a negar la libertad de expresión, retroceden un paso para negar que haya un verdadero problema de censura, en una suerte de petición de principio que pretende anular el debate antes de llevarlo a cabo: no es que no estemos de acuerdo, es que no hay nada por lo que discutir. En esta línea se sitúan argumentos como los que afirman que en realidad se trata de unos pocos casos magnificados por los medios (así se ha debatido en el entorno universitario) o los que defienden que el debate sobre lo políticamente correcto es una invención de los extremistas, especialmente de tendencia conservadora, para justificar y blanquear discursos de odio.

En este punto, la carta abierta de Harper’s supone una gran novedad. En primer lugar, por el nutrido grupo de firmantes, de ámbitos diversos en el mundo de la cultura, que dan cuenta de que efectivamente existe un problema con la libertad de expresión. Entre ellos, se cuentan personalidades de renombre, que no forman parte de los que por su habitual tendencia a la polémica o por su reconocida adscripción a la ideología conservadora, puedan ser fácilmente descalificados, mediante el argumento ad hominem. Así, por ejemplo, encontramos firmas como la de Margaret Atwood, autora de la célebre novela El cuento de la criada, baluarte feminista, especialmente crítico con el pensamiento radical conservador; el reconocido ajedrecista Kasparov, firme opositor de Putin; o el lingüista, filósofo y politólogo, Noam Chomsky, que, aunque en su caso sí es un polemista frecuente, defiende una ideología de corte socialista. Se añaden a esta lista otros nombres de personajes cuyas opiniones sí han sido objeto de censura o fuerte crítica social, como el periodista y sociólogo Malcolm Gladwell, el psicólogo y escritor Steven Pinker, el escritor Salman Rushdie, autor de Versos satánicos, perseguido y amenazado de muerte por ellos por un sector radical de la comunidad islámica, o J. K. Rowling, autora de la saga literaria de Harry Potter y recientemente protagonista de una polémica por sus declaraciones en twitter sobre la transexualidad. Volveremos a estos últimos un poco más adelante.

La segunda razón de la novedad que supone esta carta abierta tiene que ver también con los firmantes, con algunas de sus características esbozadas ya arriba, pero también con el contenido, con su adscripción ideológica explícita e implícita. Decíamos antes que uno de los argumentos frecuentes para desacreditar a quienes demandan una mayor libertad de expresión es que tras ellos se esconde un deseo de impunidad para justificar los discursos de odio de la extrema derecha. Sin embargo, los firmantes se sitúan a sí mismos en una posición ideológica distinta, our culture, se identifican como miembros de una liberal society, opuesta a the radical right, los right-wing demagogues y las forces of illiberalism, que, en sus palabras, cuentan con Donald Trump como a powerful ally. Con todo ello, además de esbozarse la adscripción de los autores en determinada posición del espectro político, se contraargumenta que la lucha contra el «pensamiento único» y lo «políticamente correcto» sea una batalla de la derecha radical. Por otra parte, que no se adopten estos términos y se sustituyan por la «cultura de la cancelación» (que podría tener su equivalente en lo movimientos universitarios de no-platforming) y se hable de ideological conformity y de una tendencia a debilitar las normas del debate abierto y la tolerancia, fundamentales para las sociedades democráticas, son también significativos. Aparte de una nueva evolución del lenguaje con neologismos que tratan de actuar de eufemismos que eviten lo que se ha convertido en tabú por haberse asociado a una determinada ideología, estos términos reflejan una percepción de la realidad, cada vez más frecuente, donde el derecho de disentir del pensamiento generalizado o dominante es, en la práctica, eliminado por el acoso mediático de una masa social a la que se ha dado voz (y fuerza, que no argumentos, para presionar hasta la destrucción) con las redes sociales.

Y si esto es lo que se dice en la carta de manera explícita, la inclusión en la nómina de algunos firmantes revela otras reflexiones interesantes, relacionados, en su mayoría, con lo que parecen ser los temas tabú o susceptibles de ser vetados o de ser la causa del acoso hacia quienes se pronuncien sobre ellos. Por empezar con el caso más reciente, las declaraciones de J. K. Rowling muestran las dificultades de expresar una opinión contraria a la teoría queer (que viene a rechazar la existencia del sexo binario en pro de una interpretación fluida e infinita de sexualidades). La autora expresaba su postura en cuanto a lo que es ya un largo debate en el feminismo: un sector defiende que negar el sexo biológico (la distinción hombre-mujer) elimina la legitimidad de la lucha contra la desigualdad de la mujer, al tiempo que niega la homosexualidad (al no haber sexo biológico, carece de sentido hablar de la atracción por el propio sexo). Estas declaraciones le han valido fuertes críticas por discriminar a los transexuales. Anteriormente, ya le habían costado a Germaine Greer, histórica luchadora por los derechos de la mujer, muchas antipatías, hasta el punto de ser desinvitada de algunas universidades, por considerarla una persona perniciosa. Algo similar les ocurrió en el entorno universitario a Condoleezza Rice o Christine Lagarde. Y no se trata de un debate exclusivo del mundo anglosajón (aunque probablemente sí sea en ese ámbito más violento), pues en España ha levantado también fuertes polémicas, como el escrache al académico Pablo de Lora o la petición de rectificación de las declaraciones de las ponentes en un congreso feminista, Amelia Valcárcel, Ángeles Álvarez, Alicia Miyares y Rosa María Rodríguez Magda, por expresar la que es postura oficial del PSOE respecto al tema.

Un segundo tema especialmente polémico en cuanto a la libertad de expresión es el de la ofensa a los sentimientos religiosos. Aquí es donde destaca el firmante Salman Rushdie y donde parecen colisionar dos derechos fundamentales. El debate hace hincapié en la delgada línea entra la opinión contraria y la ofensa o ridiculización, y se agrava cuando entran en juego grupos fundamentalistas que introducen la violencia (excluida de las normas democráticas básicas), como una respuesta legítima (obviamente, desde su punto de vista). La masacre en la revista satírica Charlie Hebdo por las caricaturas de Mahoma, junto con la fatwa o invitación al asesinato de Rushdie, son algunas de las muestras más extremas de un polo radical de este debate.

Otro nombre sugerente en la lista de quienes se han adherido a la carta abierta es Malcolm Gladwell, que resulta especialmente polémico por sus críticas al sistema económico y social occidental representado por el «sueño americano». La polémica encendida que provocan sus ideas muestra que no es fácil oponerse a la idea, en general asumida, de que uno se labra su futuro con su trabajo y sus méritos y que el talento personal es el que lleva a algunas personas a destacar y obtener éxito frente a otras.

Por último, voy a referirme brevemente a Steven Pinker y la polémica que suscitó su obra En defensa de la Ilustración. Parece haber una idea bastante asentada de que el mundo va mal, de que estamos destrozando el mundo, de que la humanidad entera está en declive y el problema es, paradójicamente, el propio ser humano. Vivimos en una sociedad que reivindica una visión pesimista, que niega que exista un progreso y se aferra al tópico de que el pasado fue mejor. Frente a esto, y de ahí las fuertes críticas recibidas, Pinker defiende el optimismo y habla de una mejora y un progreso notable en los aspectos más relevantes del bienestar. Además, ataca el sentimentalismo reinante y la preeminencia de las emociones.

Estos son, como ya he anticipado, solo algunos casos relevantes en los que la libertad de expresión se ha visto cuestionada. En cualquier caso, el mero hecho de que varios intelectuales hayan expresado su opinión y abierto nuevamente (aunque nunca se haya cerrado del todo) el debate, ya es, sin duda, muy significativo.

Doctor en Arte y Humanidades (especialidad en Lingüística, Universidad de Navarra). Máster Universitario en Español e Inglés como Lenguas Extranjeras y Nuevas Lenguas. Licenciado en Filología Hispánica (Universidad de Murcia). Actualmente trabaja como investigador en el proyecto "Discurso público" de la Universidad de Navarra.