Tiempo de lectura: 3 min.

El poder económico e industrial se desplaza hacia el Pacífico: Japón, Corea del Sur, Singapur, Taiwán, Vietnam; y, sobre todo, los dos viejos imperios orientales: la India y China. La textura cultural de Asia forma parte del mito: geografías lejanas y opacas para los occidentales, idiomas y hábitos incomprensibles a nuestra mirada, disciplina extrema, rigor moral confuciano o politeísmo informe en la religión hindú. Su veloz adaptación a la modernidad – eficiencia tecnológica, calidad educativa, dinamismo comercial – no ha dejado de constituir una sorpresa para el europeo medio que vive de espaldas a la globalización. Mientras la UE continúa inmersa en un proceso de consolidación supranacional, Washington dirige sus sensores hacia el Este. Las prioridades cambian. Ya nadie duda de que China se convertirá, al cabo de unas décadas en el gran poder geoestratégico del Pacífico. Marchamos hacia un espacio bipolar, de equilibrio renovado.

¿Cómo interpretar el futuro? ¿Cómo analizar la partida de ajedrez que se ha iniciado entre Occidente y Oriente? Kissinger ha hablado con frecuencia del sabio dirigente singapurense Lee Kuan Yew, recién fallecido, como punto de referencia hermenéutico. Nacido en 1923 de una familia de origen chino, Kuan Yew se formó en Inglaterra todavía durante la época de la colonización británica. Vivió la Guerra Mundial y la ocupación japonesa; más tarde lideró a su país en su camino a la independencia y, lo que resulta más importante, en el tránsito del Tercer Mundo al primero. Caso peculiar, Lee Kuan Yew dirigió Singapur con mano de hierro durante cuarenta años, forjando el carácter de una de las naciones más competitivas del orbe. ¿Cómo? Centrándose en la educación – su país es líder mundial en Matemáticas -, la meritocracia, el I+D, la estabilidad política, el esfuerzo empresarial y las facilidades comerciales.

Para repartir – en forma de bienestar-, primero hay que lograr ser eficaces en un contexto planetario de gran dificultad, ha repetido en innumerables ocasiones sin apelar nunca al victimismo colonial. Así, en una entrevista concedida a los medios internacionales en 1996, declaraba: “Visité Hungría y me sorprendió la diferencia entre los húngaros y los chinos. Los húngaros y los chinos han tenido en común un desastre similar, un gobierno comunista durante 40 o 50 años. Hungría está junto a Austria y la provincia de Fujian está enfrente de Taiwán. Los húngaros imploran: «América, Europa, por favor, ¡ayúdennos con un Plan Marshall!». Quieren que alguien los saque del agujero para acortar distancias con Austria. En Fujian no se lamentan diciendo: «¡Ayudadnos, hermanos taiwaneses!». Lo que dicen es: «Por favor, vengan a hacer negocios con nosotros. Trabajemos juntos». La actitud supone una diferencia enorme en sus resultados económicos. Cuando la actitud mental de la gente es positiva, los resultados son inconfundibles.” Algo de esto sucede entre Occidente y Oriente.

Desde la óptica europea, a Lee Kuan Yew se lo ha acusado repetidamente de autoritarismo. Él se ha defendido aludiendo a la diversidad cultural, una brecha que no se salva con análisis superficiales. Abrirse al mundo ha sido otra de sus obsesiones, hasta el punto de que a día de hoy el inglés es el idioma curricular de preferencia en Singapur y, sólo después – una vez dominado -, se estudia la lengua materna. En un viaje de ida y vuelta, California ha adoptado la metodología singapurense para la enseñanza de las matemáticas.

Inmersos en el siglo XXI, el pensamiento de Lee Kuan Yew clarifica zonas problemáticas. Por un lado, el crecimiento económico apegado a la virtud social. No se da un desarrollo sostenible sin una textura cultural que lo nutra: esfuerzo, trabajo, honestidad, ahorro, creatividad, innovación, comercio… Por otro, su indudable conocimiento de China nos permite vislumbrar la profundidad del movimiento tectónico que está teniendo lugar: China llamada a convertirse en superpotencia, al lado de los EE.UU. ¿Surgirá una nueva guerra fría? Probablemente no. Su motto incide en la necesidad de colaborar intensamente, esto es, prosiguiendo la senda de la globalización frente a la tentación del proteccionismo. No parece una mala elección. Desconocido en España, leer sus memorias – o cualquiera de sus libros de entrevistas – debería ser una obligación.

 

 

Licenciado en Derecho. Columnista, crítico literario y asesor editorial.