Una periodista que conoce bien el antiguo bloque del Este, Anne Appelbaum, y un expresidente, Barack Obama, coinciden en señalar en sendos libros que la democracia arrostra serias amenazas en esta tercera década del siglo.
En Twilight of Democracy: The Seductive Lure of Authoritarianism (que Debate publicará en mayo con el título El ocaso de la democracia), Anne Appelbaum afirma que “la democracia es circular. Durante un tiempo después de 1945 pensábamos que el progreso, el crecimiento y el aumento de las libertades eran imparables, pero la verdad es que se dan retrocesos”. Uno de ellos lo sufre Occidente con “el colapso de la coalición liberal internacional”, que se forjó durante la Guerra Fría, y el auge del “populismo autoritario”.
Anne Appelbaum: “Durante un tiempo después de 1945 pensábamos que el progreso, el crecimiento y el aumento de las libertades eran imparables, pero la verdad es que se dan retrocesos”
En El ocaso de la democracia, Appelbaum amplia un artículo de hace dos años en el que advertía de la involución de regímenes como el polaco y el húngaro y sobre el sesgo populista de partidos en EE.UU., Reino Unido, España e Italia. Sostiene que el credo fundacional de la Unión forjada por Washington, Jefferson y Adams “se basaba en la apertura al mundo, no en la idea de que es preciso cerrarse y defenderse del exterior”. Y alerta de que, dentro de la derecha, “hay un giro del conservadurismo relativamente idealista de Reagan a la nostalgia y el cinismo de Trump”.
LA DEMOCRACIA NO ES “UN REGALO DIVINO”
Obama advierte de que la democracia no es “un regalo divino”, y que es preciso fortalecerla. Es el leit-motiv de A promise land (Una tierra prometida – editorial Debate), el primero de los dos tomos de memorias en los que describe su paso por la Casa Blanca. Cuenta cómo se enfrentó a la crisis de 2008, la batalla por la asistencia sanitaria, y los derechos de los emigrantes. Se ha dejado para el segundo volumen temas como el conflicto de Siria o las elecciones de 2016, marcadas por el pulso entre Hillary Clinton y Donald Trump.
Este último ha sido objeto de un duro alegato de su sobrina, Mary L. Trump, en un libro en el que se centra más en su faceta privada y de magnate que en la vertiente política: Too much and never enough: how my family created the world’s most dangerous man (Demasiado y nunca suficiente: cómo mi familia creó al hombre más peligroso del mundo). Afirma que el republicano construyó su imperio empresarial con malas artes y el engaño como forma de vida.
Otro representante del populismo, en este caso abiertamente autoritario, es Vladimir Putin. Catherine Bolton se ha ocupado de él en Putin’s People: How the KGB took back Russia and then took on the West (La gente de Putin: cómo recuperó Rusia la KGB y luego se enfrentó a Occidente). Demuestra lo deudores de la antigua URSS que son los mecanismos de poder personalista en la Rusia actual.
El resto de Occidente se enfrenta a las amenazas contra la libertad de expresión o de cátedra que supone la cultura de la cancelación. Como la que describe Cynical theories (Teorías cínicas), subtitulado Cómo el activismo universitario hizo que todo se relacionara con la raza, el género y la identidad, y por qué esto nos perjudica a todos. Sus autores, James Lindsay y Helen Pluckrose, explican la deriva ideológica sufrida por movimientos que defendían causas nobles, como el respeto por la dignidad de todos sin importar raza o sexo.
El marxismo cultural y el activismo de género se apropiaron de esas banderas manipulándolas, “aplicando las teorías filosóficas de Gramsci, Derrida y Foucault”. El resultado es “la ideología menos tolerante desde el declive del comunismo”, según los autores. La punta de lanza son determinados campus universitarios, donde se imponen eslóganes como “la ciencia es sexista” o “solo los blancos son racistas”. Concluyen que “la proliferación incontrolada de estas creencias contra la Ilustración presenta una amenaza no solo para la democracia liberal sino también para la modernidad misma”.
Una de esas ideologías, el transgenerismo, puede causar efectos perjudiciales en la salud de los menores, como argumenta Abigail Shrier, doctora en Derecho y colaboradora de The Wall Street Journal, en Irreversible damage (Daño irreversible), subtitulado La manía transgénero que seduce a nuestras hijas. Señala que la disforia de género (malestar con el propio sexo biológico) ha pasado de ser diagnosticada en un 0,01% de población, en la primera infancia y casi exclusivamente en varones, a ver “cómo se dispara el número de casos, en la preadolescencia y sobre todo en chicas”.
La autora ha llevado a cabo entrevistas a jóvenes que se reconocen transgénero, a sus padres, a médicos que impulsan la ‘transición’ de género, a educadores, y también a chicas que ‘detransicionan», esto es, que lamentan lo que se han hecho a sí mismas. El tema está de actualidad en el Reino Unido, porque tres jueces han dado la razón a Keira Bell, joven de 23 años que demandó al Servicio Nacional de Salud por darle tratamiento hormonal cuando tenía 16 años y sufría disforia de género. Después se arrepintió y denunció a los médicos por considerar que se habían precipitado al asumir que era transexual sin hacerle una evaluación psicológica.
Carissa Véliz: “Es tan difícil guardar de forma segura los datos y tan fácil usarlos mal que es muy ingenuo pensar que toda esa información siempre se usará para el bien”
Otro riesgo para los derechos y libertades es lo que Soshana Zuboff llama “el capitalismo de la vigilancia”. En Privacy is power (La privacidad es poder) Carissa Véliz, profesora de Filosofía Moral en Oxford, interpela al lector: “Imagine que tuviera una contraseña que da acceso a la puerta de su casa, a su ordenador, su coche, su cuenta corriente, su historial médico. ¿Daría copias de esa clave a extraños? Entonces, ¿por qué cede sus datos a cualquiera que se los pida?”.
Argumenta que al vender nuestros datos, Google y Facebook tienen el poder para influir en nuestras vidas… y las de otros, porque nuestros datos pueden contener los de otras personas (por ejemplo el ADN de familiares) y su uso por parte de terceros puede perjudicarles.
¿Soluciones? Sostiene que es preciso regular su uso y prohibir que se comercie con ellos. Afirma que va contra la ética un modelo de negocio que se base “en violar derechos sistemáticamente y de manera masiva”. Y propone que se prohíba la publicidad personalizada. “Es tan difícil guardar de forma segura los datos y tan fácil usarlos mal que es muy ingenuo pensar que toda esa información siempre se usará para el bien» apostilla.
Otra autora saca los trapos sucios del mundo de las tecnológicas. Anna Wiener narra su experiencia en una start-up de Silicon Valley en el libro Uncanny Valley, uno de los más vendidos de EE.UU. Uncanny se traduciría como “insólito”. Y a eso se refiere la autora al revelar políticas internas poco éticas, como espionaje a sus empleados y acoso sexual. Afirma Wiener que Facebook es «la mayor herramienta de vigilancia que existe”. Universal proyecta llevar el libro al cine.
MIEDO AL VIRUS, MIEDO AL FUTURO
La salud se ha convertido en un bien precario en Occidente por la pandemia. Dos ensayos destacan entre los que han aparecido sobre la COVID-19. En The Rules of Contagion (Las reglas del contagio), el epidemiólogo Adam Kucharski, profesor en la Escuela de Medicina Tropical de Londres, revela los principios subyacentes que impulsan el contagio. Y señala que el final de una epidemia no suele obedecer a la falta de individuos que infectar ni a que el patógeno se vuelva menos contagioso, sino que reside en una transición “cuya manifestación es que el número de individuos recuperados de la infección empieza a crecer mucho más rápido que el número de nuevos contagios”.
Y en Apollo’s Arrow (La flecha de Apolo) Nicholas Christakis, director del Human Lab de la Universidad de Yale, además de las consecuencias médicas del COVID 19 analiza las sociológicas. Entre sus daños colaterales destaca Christakis el aumento del intervencionismo: “Cuanto peor se pone la pandemia, más se espera del Estado”; y la contracción de la inventiva humana, “el encogimiento social” provocado por la psicosis. La pandemia genera “profundas cicatrices sociales”. El experto considera que a partir de 2025, “se puede esperar un resurgimiento de innovaciones sociales, tecnológicas y artísticas”. Lo cual se traducirá en “aumento del consumo privado, del gasto y el emprendimiento; e incremento del turismo, del ocio y del deporte”.
Mauro Guillén: “Habrá más ordenadores que cerebros humanos”; “habrá más abuelos que nietos” (y) “China será la primera en todo”.
La pandemia ha trastocado la economía y con ella la vida cotidiana. Mauro Guillén, catedrático de Gestión en la Universidad de Pennsilvania, explica en 2030: viajando al fin del mundo tal y como lo conocemos (Deusto) –uno de los libros del año según Financial Times y The Wall Street Journal– que en una década “veremos transformaciones demográficas, cambios económicos enormes (los gigantes emergentes empezarán a ser países ricos) y el impacto de la tecnología”. Apunta que “el centro de gravedad vira a Oriente”; y que los jóvenes de China “estudian más que los nuestros, aprenden idiomas y están deseosos de triunfar”.
La clave para encarar esos retos es “la capacidad de autotransformación, la versatilidad y la adaptación” y un cambio en el paradigma educativo: “la formación continua a lo largo de toda la vida”. Guillén sintetiza el horizonte tecnológico, demográfico y económico de 2030 en tres ideas: “habrá más ordenadores que cerebros humanos”; “habrá más abuelos que nietos” y “China será la primera en todo”.
Dexter Roberts: “El coste que tiene no escolarizar a los niños de zonas rurales provocará probablemente el colapso de la economía china en 2030”
Hay quien relativiza esta última previsión. En The Myth of Chinese Capitalism (El mito del capitalismo chino), Dexter Roberts pone al descubierto la fragilidad de una economía que “combina lo peor del capitalismo de casino desregulado con lo peor de la burocracia comunista”. Además de la corrupción endémica y el grave problema de la deuda (el 300% del PIB), el gigante asiático tiene niveles de desigualdad muy elevados y uno de ellos, el de la educación, “acabará con el sueño de prosperidad chino”. Solo un cuarto de la fuerza laboral ha completado la educación secundaria, cifra inferior a las de Turquía y Sudáfrica (…) El autor considera que “el coste que tiene no escolarizar a los niños de zonas rurales provocará probablemente el colapso de la economía china en 2030”; y añade que no es posible que “China se convierta en una economía de altos salarios cualificados con 400 millones de personas que no pueden leer o escribir”.
¿SE REDUCIRÁ LA DESIGUALDAD?
La desigualdad también preocupa en Occidente. Pero el economista Charles Goodhart, ex asesor del Banco de Inglaterra, tiene la teoría de que se reducirá “con la caída de las tendencias demográficas globales y el envejecimiento de la población”. Ha escrito junto con Manoj Pradhan The Great Demographic Reversal (La gran reversión demográfica), en el que explican que durante años hemos disfrutado de una fuerza laboral abundante que ha permitido que la economía crezca sin tensiones inflacionistas (muchas personas produciendo y pocas dependientes). El ascenso de China, junto con un punto óptimo beneficioso en la demografía, impulsó la producción hacia arriba y la inflación hacia abajo en las economías avanzadas.
Pero esas tendencias están cambiando: «La gran reversión demográfica y el retroceso de la globalización reducirán el crecimiento económico potencial a la par que impulsarán los salarios, la inflación y los tipos de interés nominales» Goodhart y Pradhan creen que la contracción de la fuerza de trabajo local y un incremento de la demanda de trabajadores para llevar a cabo tareas no automatizables ni deslocalizables “forman la combinación a través de la cual el envejecimiento de la población, y el consiguiente aumento de las tasas de dependencia en las economías avanzadas, pueden poner fin a décadas de salarios bajos”. Y todo ello puede revertir la desigualdad que han sufrido nuestras sociedades.
Johan Norberg: “El mayor peligro no es la pandemia, sino que (…) los grandes países se dejen seducir por líderes que recorten las libertades civiles”
Pero para predecir el futuro es necesario aprender de los errores del pasado. Esta es la tesis del ensayista Johan Norberg que, en la línea de Steven Pinker, cree que se puede encarar el porvenir con optimismo. Repasa en Open, story of human progress, (Abierto, la historia del progreso humano) las etapas de la Historia de mayores avances y concluye que “la apertura económica, el intercambio de bienes, ideas o personas han traído bienestar a las sociedades”. Esos periodos de oro han colapsado cuando, al producirse grandes crisis, “la gente ha reaccionado con una especie de instinto de lucha o huida social”.
“Queremos un líder fuerte que nos proteja, y construir muros para separarnos del resto del mundo”, afirma Norberg. Eso puso “punto final a las épocas de oro en la historia en muchas de las grandes civilizaciones”. Y ese es el riesgo presente: el mayor peligro no es la pandemia sino que “los grandes países cedan a la tentación de desmantelar el comercio internacional, de regular en exceso la economía, o se dejen seducir por líderes que recorten las libertades civiles”.
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RESPUESTAS EN EL PASADO
Aprender del pasado es, también, lo que explica el interés de muchos ensayos por la historia reciente. Incluida la económica. En The Price of Peace (El precio de la paz), biografía de John Maynard Keynes (reseñada en Nueva Revista, nº 175), el autor, Zachary Carter, trata de extraer lo mejor de su doctrina primigenia, frente al neoliberalismo que ha provocado desigualdad y marginalidad.
Interesa también el periodo de entreguerras, en el que se fraguó la tragedia de la Segunda Guerra Mundial, como recoge Paul Jankowki en All against all (Todos contra todos) El historiador centra su atención en un momento decisivo, el curso 1932-1933, cuando Hitler llegó al poder; Japón abandonó la Liga de Naciones; Roosevelt fue elegido; y los vencedores de 1918 se “pelearon amargamente por las deudas de guerra, las armas, la moneda, los aranceles y Alemania”.
Margaret MacMillan señala que la civilización ha obtenido paradójicos beneficios de las guerras
Incluso de los conflictos bélicos se puede aprender. La historiadora Margaret MacMillan señala que la civilización ha obtenido paradójicos beneficios de las guerras, en War: How Conflict Shaped Us. (Guerra: cómo nos formó el conflicto). Los conflictos bélicos han impulsado avances tecnológicos, descubrimientos médicos, iniciativas sociales. Han sido un motor de cambio, aunque en el siglo XX «las muertes por guerra pueden representar el 75 por ciento de todas los decesos por conflictos bélicos en los últimos 5.000 años».
El mayor y más sangriento de todos, la Segunda Guerra Mundial, sigue despertando gran interés. El libro Esplendor y vileza, (publicado en España por Ariel), de Erik Larson, cuenta como se forjó el liderazgo de Winston Churchill, entre mayo de 1940 y mayo del 41, el momento crítico en que Gran Bretaña fue sometida a la “tempestad de acero de Hitler”. Fue entonces cuando el primer ministro se convirtió en el estadista y orador que ha pasado a la historia.
Shapiro busca analogías entre los presidentes norteamericanos y las criaturas de ficción de Shakespeare
Hasta la literatura, en fin, puede ser también maestra de la política, como demuestra James Shapiro, en Shakespeare in a Divided America. Este profesor en Columbia ha buscado analogías entre los presidentes norteamericanos y las criaturas de ficción del dramaturgo, demostrando que sus obras han estado siempre en el centro del debate político de EEUU. Desde que John Adams reescribió un pasaje de Enrique V para demostrar cómo una potencia extranjera podría conspirar para colocar un presidente más dócil en la Casa Blanca hasta la obsesión de Lincoln por Macbeth o de su asesino, J.W. Booth, por Julio César.
(Con datos de los mejores libros de The New York Times, The Economist, The Guardian, Financial Times, Time y The Atlantic).
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